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Les enseñaré una manera muy fácil: hagan su trabajo pensando que el trabajo también pertenece a Dios. No fijen su mente en la tarea, pensando "es mi trabajo". Piensen que todas las acciones que hacen, las hacen para Dios. Ofrézcanlo todo a Sus Pies. Crean, y díganselo a ustedes mismos, "todo lo que hago lo hago por amor a Dios".

Sé Tu Propia Luz - Zen - Osho

La primera pregunta:


¿Es el Zen el camino de la rendición?Entonces, ¿cómo es que la enseñanza básica del Buda es:«Sé tu propia luz?».



 La rendición esencial sucede en tu interior. No tiene nada que ver con alguien externo a ti. La rendición básicamente es relaja­ción, es confianza, así que no te dejes engañar por la palabra. Lingüísticamente, rendición quiere decir rendirse a alguien, pero en religión rendirse sencillamente quiere decir "confianza, rela­jación". Es más una actitud que una acción: tú vives a través de la confianza.  

 Deja que me explique. Tú nadas en el agua, vas al río y nadas. ¿Qué es lo que haces? Confías en el agua. Un buen nadador es tan confiado que casi se hace uno con el río. No está luchando; no se agarra al agua, no está rígido y tenso. Si estás rígido y tenso, te ahogarás; si estás relajado, el río cuida de ti.

 Por eso siempre que alguien muere, el cadáver flota en el agua: Es un milagro. ¡Asombroso! La persona viva, muere y se ahoga en el río; y la muerta simplemente flota en la superficie. ¿Qué ha sucedido? El muerto conoce algún secreto sobre el río que no conocía el vivo. El vivo estaba luchando. El río era su enemigo. Estaba asustado, no podía confiar. Pero el muerto, al no estar allí, ¿cómo va a luchar? El muerto está totalmente relajado, sin tensión; de repente el cuerpo emerge, el río lo cuida. No hay río que pueda ahogar a un muerto.

Confianza significa que no estás luchando. Rendirse significa que no ves la vida como a un enemigo sino como a un amigo. Una vez que confías en el río, de repente comienzas a disfrutar. Surge una dicha tremenda: salpicando, nadando, simplemente flotando, o buceando profundamente. No estás separado del río, te disuelves, te haces uno con él.

 Rendirse quiere decir vivir la vida de la misma manera en que un buen nadador nada en el río. La vida es un río; puedes luchar o puedes flotar. Puedes oponerte al río y tratar de ir en contra de la corriente o puedes flotar con el río e ir donde te quiera llevar.

 La rendición no es hacia alguien, es sencillamente un estilo de vida. No es necesario un Dios al que rendirse. Hay religiones que creen en Dios, hay religiones que no creen en Dios, pero todas las religiones creen en la rendición. Por eso la rendición es el verda­dero Dios.

 Incluso se puede descartar el concepto de Dios. El budismo no cree en ningún Dios, el jainismo no cree en ningún Dios, no obstante son religiones. El cristianismo cree en Dios, el islam cree en Dios, el sikismo cree en Dios; también son religiones. El cristianismo enseña la rendición a Dios, Dios es sólo una excusa para rendirse. Es una ayuda porque será difícil para ti rendirte sin ningún objeto. El objeto es sólo una excusa para que en el nom­bre de Dios puedas rendirte. El budismo dice simplemente rínde­te: Dios no existe. Relájate. No se trata de un objeto, se trata de tu propia subjetividad. Relájate, no luches. Acepta.  

 La creencia en Dios no es necesaria. De hecho, la palabra "creencia" es fea: no muestra confianza, no muestra fe. Es casi totalmente opuesta a fe. La palabra "creencia" viene de la raíz lief, que significa "desear, querer". Deja que te lo explique. Di­ces:. «Creo en un Dios compasivo». ¿Qué estás diciendo exacta­mente? Estás diciendo: «Desearía que hubiera un Dios que fuera compasivo». Siempre que dices: «Yo creo», estás diciendo: «Yo deseo intensamente». Pero no te das cuenta.

 Si lo sabes, ni se plantea la creencia. ¿Crees en estos árboles? ¿Crees en el sol que se levanta cada mañana? ¿Crees en las estre­llas? No es un problema de creencia. Sabes que el sol está allí, que los árboles están allí. Nadie cree en el sol; si lo hiciera, dirías que está loco. Si alguien viene y dice: «Yo creo en el sol»; y trata de convertirte, dirás: «¡Te has vuelto loco!».

 He escuchado una anécdota.

 La señora Lewis, fue nombrada embajadora de los Estados Unidos en Italia. Se acababa de convertir al catolicismo y, por su­puesto, cuando la gente se convierte, es muy entusiasta. Y ella iba aburriendo a todo el mundo. Trataba de hacer, de cualquiera que entrara en contacto con ella, un católico.

  La historia continuó cuando fue a Italia como embajadora y fue a ver al Papa. Se inició una discusión muy, muy larga. Un re­portero de prensa se acercó sin ser advertido para poder escuchar lo que estaba pasando. El Papa nunca había concedido tanto tiempo a nadie y la discusión parecía animada y muy acalorada. Algo estaba pasando. Cuando el Papa -habla tanto tiempo con el embajador de la nación más rica y más poderosa del mundo es que va a producirse alguna noticia.

 Sólo para poder oír, el periodista se acercó aún más. Pudo es­cuchar sólo una frase. El Papa estaba diciendo en un inglés vaci­lante: «Señora, usted no me entiende. ¡Yo ya soy católico!».

 ¡Estaba intentando convertir al Papa! Si alguien se acerca a ti y te dice: «Cree en el Sol», le dirás: «Ya soy católico. Yo ya creo. No te preocupes». Porque ya lo sabes.

Alguien preguntó a Sri Aurobindo: «¿Cree usted en Dios?». Él repondió: «No». Por supuesto el interpelador se quedó muy impresionado. Había venido desde muy lejos, desde Alemania,­ era un gran buscador, tenía grandes expectativas y este hombre va y le responde con un no rotundo. Él dijo: «Pero yo pensaba que usted lo había conocido». Aurobindo respondió: «Sí, lo he conocido, pero no creo en él».

 Una vez que conoces, ¿qué sentido tiene creer? La creencia es ignorancia. Si sabes, sabes. Y es bueno que si no sabes, sepas que no sabes. La creencia puede engañarte. La creencia puede crear una atmósfera en tu mente, en la que, sin saber, comienzas a pensar que sabes. La creencia no es confianza, y cuanto más gritas diciendo que crees totalmente, más miedo te da la duda en tu interior.

 La confianza no conoce la duda. La creencia está únicamen­te reprimiendo la duda; es un deseo. Cuando dices: «Yo creo en Dios», estás diciendo: «No puedo vivir sin Dios. Sería dema­siado difícil el existir en esta oscuridad, rodeado de muerte, sin un concepto de Dios». Este concepto ayuda. Uno deja de sen­tirse solo, uno deja de sentirse desprotegido, inseguro; de ahí la creencia.

 Martin Luther escribió: «Mi Dios es una gran fortaleza». Es­tas palabras no pueden venir de un hombre que confía: «¿Mi Dios es una gran fortaleza?». Martin Luther parece que está a la defensiva. ¿Es Dios sólo una fortaleza para protegerte, para ha­certe sentir seguro? Entonces nace del miedo. La idea de que "Dios es mi gran fortaleza" nace del miedo, no del amor. No vie­ne de la confianza. En el fondo hay duda y miedo.

 La confianza es simple. Es como un niño confiando en su ma­dre. No es que él crea, la creencia no ha aparecido todavía. En una ocasión fuiste un niño. ¿Creías en tu madre o confiabas en ella? La duda no ha surgido, entonces ¿qué sentido tiene la creencia? La creencia aparece solamente una vez que ha entrado la duda; la duda llega primero. Más tarde, para suprimir la duda, te aferras a una creencia. Hay confianza cuando la duda desaparece, hay con­fianza cuando no hay duda.

 Por ejemplo, respiras. Haces una inhalación, luego exhalas, dejas salir el aire. ¿Te asusta dejar salir el aire porque, quién sabe, podría no vólver? Tú confías. Confías que volverá. Por supuesto no hay razón para confiar. ¿Qué razón? ¿Por qué debe volver? Como mucho, puedes decir que en el pasado ha venido sucedien­do así, pero esto no es una garantía, puede que no suceda en el fu­turo. Si te asusta la exhalación, porque quizás no vuelva, enton­ces retendrás tu inspiración. Esto es la creencia: aferrarse, retener. Pero si aguantas tu inspiración, tu cara se pondrá morada y sentirás que te ahogas. Y si continúas haciéndolo, morirás.

 Todas las creencias ahogan, todas las creencias te ayudan a no estar vivo de verdad. Apagan tu ser.
Si exhalas, confías en la vida. La palabra budista nirvana sig­nifica “exhalar, dejar salir el aire, confiar". La confianza es un fe­nomeno muy inocente. La creencia pertenece a la cabeza, la con­fianza al corazón. Uno sencillamente confía en la vida porque provienes de la vida, vives en la vida y regresarás de nuevo al ori­gen. No hay miedo. Naces, vives, morirás; no hay miedo. Nace­rás nuevamente, vivirás otra vez, morirás; es una rueda. La mis­ma vida que te ha dado la vida siempre puede darte más vida.  ¿Por qué tener miedo?

 ¿Por qué aferrarse a las creencias? Las creencias están hechas por el hombre, la confianza está hecha por Dios. Las creencias son filosóficas, la confianza no tiene nada que ver con la filoso­fía. La confianza simplemente muestra que conoces qué es el amor. No es el concepto de un Dios, que sentado en algún lugar en el cielo, manipula y dirige. La confianza no necesita ningún Dios; esta vida infinita, esta totalidad, es más que suficiente. Una vez que confías, te relajas. Esa relajación es rendición.


Zen
Zen 


 Luego: «¿Es el Zen el camino de la rendición?».
Sí. La religión, como tal, es rendición, relajación. No te afe­rresa nada. El aferrarse demuestra que no confías en la vida.

 Cada tarde, Mohamed solía distribuir todo lo que había reco­gido durante el día. ¡Todo! No ahorraba ni una sola paisa para mañana porque decía: «La misma fuente que me ha dado hoy, me dará mañana. Si ha sucedido hoy, ¿por qué desconfiar del mañana? ¿Para qué ahorrar?».

 Pero cuando se estaba muriendo y estaba muy enfermo, su mujer se empezó a preocupar. Podría necesitar un médico inclu­so a medianoche, de modo que esa tarde se guardó cinco rupias, cinco dinares. Estaba asustada: «Quién sabe, podría ponerse muy enfermo durante la noche y necesitar alguna medicina. Y en mi­tad de la noche, ¿dónde voy a ir? Si llegara a necesitar un doctor, habría que pagarle unos honorarios». Sin decir nada a Mohamed se guardó cinco dinares.

 Cerca de la medianoche, Mohamed abrió los ojos y dijo: -Estoy sintiendo algo de desconfianza a mi alrededor. Parece que alguien ha ahorrado algo.

 La esposa se asustó mucho y dijo:
-Perdóname, pero pensando que se podría necesitar algo de dinero durante la noche, he guardado cinco dinares.
 Mohamed dijo:
-Sal fuera y dáselo a alguien.
Ella dijo:
-¿Quién va a haber ahí, en mitad de la noche?
Mohamed dijo:
-Hazme caso y déjame morir en paz, de otra manera me voy a sentir culpable, culpable frente a mi Dios. Si me pregunta, me sentiré avergonzado de que en el último momento he muerto con una profunda desconfianza. ¡Sal fuera!
La esposa salió, sin creérselo por supuesto, pero ¡allí había un mendigo esperando!
Cuando volvió, Moharhed dijo:
-Mira, él se ocupa de todo y si necesitamos algo, habrá un do­nante esperando afuera de la puerta. No te preocupes.
Entonces se cubrió con una manta y murió inmediatamente, totalmente relajado.

 Aferrarse a cualquier cosa, a lo que sea, demuestra descon­fianza. Si amas a una mujer o a un hombre y te aferras, esto de­muestra que no confías. Si amas a una mujer y preguntas: «¿Me amarás también mañana?», no confías. Si vas al juzgado para ca­sarte, no estás confiando. Estás confiando más en el juzgado, en la policía, en la ley, que en el amor. Te estás preparando para el mañana. Si esta mujer o este hombre tratan de engañarte mañana o te dejan en la estacada, puedes conseguir apoyo del juzgado o de la policía y la ley estará contigo; toda la sociedad te apoyará.
Estás haciendo preparativos, estás asustado.    

 Pero si realmente amas, el amor es suficiente, más que sufi­ciente. ¿A quién le preocupa el mañana? Pero en lo más profun­do está la duda. Incluso cuando piensas que estás enamorado, la duda continúa.
Se cuenta que cuando Jesús resucitó después de su Crucifi­xión, la primera persona que lo vio resucitado fue María Magda­lena. Ella lo había amado profundamente. Corrió hacia él. Se dice en el Nuevo Testamento que Jesús dijo: «No me toques». Yo comencé a sospechar un poquito porque, no me parecía correcto que Jesús dijera: «No me toques». Tenía que haber un error en al­gún lado. Por supuesto es normal que el Papa diga: «No me to­ques», pero que Jesús dijera: «No me toques» es casi imposible. Por eso traté de encontrar el original. En el original hay una pa­labra en griego que puede significar "tocar" o "aferrarse". Enton­ces encontré la respuesta. Jesús dice; «No te aferres a mí»; no dice: «No me toques», pero los traductores lo han interpretado de esta última forma.

 El traductor ha interpuesto su propia mente. Jesús debió decir: «No te aferres a mí», porque si hay confianza, no hay posibilidad de aferrarse. Si hay amor no hay apego. Simplemente compartes sin aferrarte, compartes en profunda relajación. Rendirse significa rendirse a la vida, rendirse al origen de donde has venido y a don­de un día regresarás otra vez. Eres como una ola en el océano: sa­les del océano y vuelves a él. Rendirse significa confiar en el océ­ano. Y por supuesto: ¿qué otra cosa puede hacer una ola excepto esto? La ola tiene que confiar en el océano; además, confíes o no, formas parte del océano. Sin confiar, crearás ansiedad, eso es todo. Nada cambiará, únicamente te sentirás más ansioso, más tenso, desesperado. Si confías, floreces, haces eclosión, celebras sabiendo que en lo más profundo está tu madre, el océano. Cuan­do estás cansado, regresarás y descansarás en su ser otra vez. Cuando estés descansado, volverás otra vez para saborear el cie­lo, la luz del sol y las estrellas. 

 Rendirse es confiar y no tiene nada que ver con conceptos o ideologías de Dios. Es una actitud.
Entonces puedes entender el significado de las últimas pala­bras del Buda: «Sé tu propia luz». Con ellas quiere decir: si te has rendido a la vida, te has convertido en tu propia luz. Entonces la vida te guía. Entonces siempre vives en iluminación. Cuando dice: «Sé tu propia luz», está diciendo: no sigas a nadie, no te afe­rres a nadie. Aprende de todo el mundo, pero no te apegues a na­die. Sé abierto, vulnerable, pero permanece por tu cuenta, porque fmalmente la experiencia religiosa no puede ser una experiencia prestada. Tiene que ser existencial, tiene que ser la tuya propia. Sólo entonces es auténtica.

 Si digo algo y te lo crees, no te va a ayudar. Si digo algo y bus­cas y te rindes y confías, entonces también experimentas lo mis­mo: entonces se ha convertido en tu propia luz. De otra manera mis palabras se quedarán en palabras; como mucho se pueden convertir en creencias. A menos que experimentes la verdad que hay en ellas, no pueden convertirse en confianza, no pueden con­vertirse en tu propia verdad. Mi verdad no puede ser la tuya, de otra manera sería muy barata. Si mi verdad pudiera ser la tuya en­tonces no habría problema.

 Ésta es la diferencia entre la verdad científica y la verdad re­ligiosa. Una verdad científica puede prestarse. Una verdad cien­tífica, una vez conocida, se convierte en propiedad de todo el mundo. Albert Einstein descubrió la teoría de la relatividad. Aho­ra bien no hay ninguna necesidad de que todo el mundo la descu­bra una y otra vez. Eso sería una tontería. Una vez descubierta, se convierte en pública, se convierte en la teoría de todo el mundo. Una vez descubierta, una vez verificada, incluso un niño en la es­cuela puede aprenderla. No se necesita un genio; no necesitas ser Albert Einstein; bastará sólo una mente mediocre, una mente co­rriente. Si puedes entenderlo, ya es tuya. Por supuesto, Einstein tuvo que trabajar durante años para ser capaz de descubrirla. No necesitas trabajar. Si estás listo para entenderlo y poner tu mente en ello, en unas pocas horas lo entenderás.

 Pero esto mismo no es cierto sobre la verdad religiosa. Buda descubrió, Cristo descubrió, Nañak y Kabir descubrieron, pero su descubrimiento no puede convertirse en tu descubrimiento. Tendrás que redescubrirlo otra vez. Tendrás que empezar desde el ABC, no puedes creer en ellos únicamente. Eso no te ayudará. Pero esto es lo que la humanidad ha estado haciendo: confundir la verdad religiosa con la verdad científica. No, no es una verdad científica, no puede convertirse en propiedad pública. Cada indi­viduo tiene que alcanzarla por sí mismo, cada individuo tiene que llegar a ella nuevamente una y otra vez. Nunca podrá estar a la venta. Tendrás que padecer penalidades; tendrás que buscar e in­dagar, seguir el mismo camino. Ni siquiera puedes tomar un ata­jo. Tendrás que vivir las mismas austeridades que el Buda, las mismas dificultades que el Buda; tendrás que sufrir las mismas calamidades en el camino que el Buda, tendrás que correr los mismos riesgos que el Buda. Y un día, cuando desaparezcan las nubes, bailarás y estarás tan extático como el Buda.

 Por supuesto, cuando Arquímedes descubre algo, echa a co­rrer desnudo por las calles gritando: «¡Eureka! ¡Lo encontré!». Tú puedes entender a Arquímedes en cuestión de minutos, de se­gundos, pero no estarás extático; de otro modo, todos los niños de los colegios echarían a correr desnudos por las calles gritando: «¡Eilreka!». Nadie lo ha vuelto a hacer desde Arquímedes; sólo ocurrió una vez. Para él fue un descubrimiento; desde ese mo­mento se ha convertido en propiedad pública.

 Pero es bueno que la verdad religiosa no se pueda transferir, de otra manera nunca alcanzarías el mismo éxtasis que Buda o Jesús o Krishna -nunca- porque lo aprenderías en un libro de texto. Cualquier tonto podría transferírtelo. Entonces toda la ex­periencia orgásmica se perdería.
Es bueno que la experiencia religiosa tenga que ser experi­mentada individualmente. Nadie puede conducirte allí. La gente puede indicarte el camino, pero esas indicaciones son muy suti­les; no te las tomes literalmente. Buda dijo: «Sé tu propia luz».

 Está diciendo: «Recuerda, mi verdad no puede ser tu verdad",mi luz no puede ser tu luz. Bebe de mi espíritu, ten más sed de mí. Deja que tu búsqueda se intensifique y dedícate totalmente a ella. Aprende de mí la devoción de un buscador de la verdad; pero la verdad, la-luz, arderá en tu interior. Tendrás que encenderla en tu interior».

 No puedes tomar prestada la verdad. No puede ser transferida, no es una propiedad. Es una experiencia tan sutil que ni siquiera se puede expresar. Es inexpresable. Uno como mucho trata de dar algunas indicaciones.


La segunda pregunta:


Por favor, explica la naturaleza de las experiencias que lla­mamos"aburrimiento" y "desasosiego"


 El aburrimiento y el desasosiego están profundamente rela­cionados. Siempre que sientes aburrimiento, sientes también de­sasosiego. El desasosiego es el resultado del aburrimiento.
Trata de entender el mecanismo. Siempre que te sientes abu­rrido quieres alejarte de la situación. Si alguien está diciendo algo y te estás aburriendo, comienzas a ponerte nervioso. Ésta es una indicación sutil de que quieres alejarte de ese lugar, de ese hombre, de esa conversación sin sentido. Tu cuerpo empieza a moverse. Por supuesto, por cortesía te reprimes, pero el cuerpo ya está moviéndose, porque el cuerpo es más auténtico que la mente, el cuerpo es más honesto y sincero que la mente. La men­te está tratando de ser cortés, de sonreír. Dices: “Qué hermoso”, pero en tu interior estás diciendo: «¡Qué horror! He escuchado esta historia tantas veces y la está contando otra vez».
He escuchado una historia sobre la esposa de Albert Einstein.

 Un amigo de éste solía visitarlos a menudo. Einstein contaba anécdotas y chistes y todos se reían. Pero al amigo le entró cu­riosidad sobre una cosa: cada vez que iba a casa de Einstein, éste empezaba a contar chistes... ­
  Einstein era judío, y los judíos cuentan los mejores chistes del mundo. Como han sufrido durante tanto tiempo, han vivido de los chistes. Su vida ha sido tan miserable que han tenido que ha­cerse cosquillas a sí mismos, por eso tienen los chistes más her­mosos. Ningún otro país, ninguna otra raza, puede competir con ellos. En la India no tenemos chistes tan buenos, porque el país ha vivido muy pacíficamente, sin necesidad de hacerse cosqui­llas. 

 El humor es necesario cuando uno se encuentra en constan­te peligro, uno necesita entonces reírse de cualquier cosa, cual­quier excusa es válida... Einstein contaba chistes, anécdotas, historias y ambos reían. Pero el amigo sintió curiosidad porque, siempre que Einstein comenzaba a decir algo, su esposa se ponía inmediatamente a hacer punto o cualquier otra cosa. Entonces le preguntó:
-¿Por qué te pones a hacer punto en el momento que Einstein comienza a contar un chiste?
La esposa le dijo:
-Si no hiciera nada, sería dificilísimo para mí tolerarlo porque he escuchado ese chiste más de mil veces. Tú vienes a veces, yo estoy aquí siempre. Siempre que viene alguien, cuenta el mismo chiste. Si no hiciera algo con mis manos, me pondría tan nervio­sa que sería casi descortés. De modo que tengo que hacer algo para enfocar mi desasosiego en mi trabajo y así poder ocultarlo.

 Siempre que te sientas aburrido te sentirás desasosegado. El desasosiego es una indicación del cuerpo, que te está diciendo «Aléjate de aquí. Vete a cualquier lado, pero no te quedes aquí». Pero la mente sigue sonriendo, los ojos brillando y sigues dicien­do que estás escuchando y que nunca has oído una cosa tan boni­ta. La mente es civilizada, el cuerpo es todavía salvaje. La mente es humana, el cuerpo es todavía animal. La mente es falsa, el cuerpo es auténtico. La mente conoce las reglas y las regulacio­nes -cómo comportarse y cómo comportarse correctamente-, de modo que si te encuentras a un aburrido le dirás: «¡Estoy tan ale­gre, tan feliz de verte!». Y en el fondo, si pudieras matarías a ese hombre. Te induce al asesinato. Por eso te pones nervioso, te sientes desasosegado.

 Si escuchas a tu cuerpo y sales corriendo, el desasosiego de­saparecerá. Inténtalo. ¡Inténtalo! Si alguien te está aburriendo, empieza a saltar y a correr alrededor. Observa, el desasosiego de­saparecerá porque sólo indica que la energía no quiere estar allí. La energía ya está en movimiento, la energía ya ha dejado ese lu­gar. Ahora sigue a la energía.

 Por eso lo importante es entender el aburrimiento no el desa­sosiego. El aburrimiento es un fenómeno muy significativo. Sólo el hombre se aburre, ningún otro animal. Tú no puedes aburrir a un búfalo. Imposible. Sólo el hombre se aburre porque sólo el hombre es consciente. La causa es la consciencia. Cuanto más sensitivo eres, más alerta estarás; cuanto más consciente eres, más aburrido te sentirás. Te sentirás aburrido en más situaciones. Una mente mediocre no se aburre tanto. Sigue, acepta lo que sea, todo está bien; no está tan alerta. Cuanto más alerta te vuelvas, más te renovarás, más sentirás que una situación es simplemente una repetición, que una situación se te está haciendo pesada o que está simplemente estancada.

 Cuanto más sensitivo eres, más aburrido te sentirás. El aburri­miento es señal de sensibilidad. Los árboles no se aburren, los animales no se aburren, las rocas no se aburren porque no son su­ficientemente sensitivos. Ésta tiene que ser una de las conclusio­nes básicas sobre tu aburrimiento: eres sensible.

 Pero los budas tampoco están aburridos. Tú no puedes aburrir a un buda. Los animales no se aburren, los budas no se aburren, por eso el aburrimiento existe como un fenómeno de transición entre el animal y el buda. Para aburrirse hace falta un poquito más de sensibilidad de la que está dotado el animal. Y si quieres ir más allá, tendrás que volverte totalmente sensitivo; entonces de nuevo el aburrimiento desaparecerá. Pero en el medio está el aburrimiento: O bien te vuelves como un animal, y entonces tam­bién desaparece el aburrimiento. Por eso encontrarás que la gen­te que vive una vida más animal está menos aburrida. Comen, be­ben, se van de juerga, no se aburren demasiado pero no son sensitivos. Viven al mínimo. Viven sólo con la consciencia nece­saria para el día a día de la vida rutinaria. Encontrarás que los in­telectuales, gente que piensa demasiado, están más aburridos, porque piensan. Y debido a su pensamiento pueden ver que todo es una repetición.   
 
 Tu vida es repetición. Cada mañana te levantas casi del mis­mo modo en el que te has estado levantando toda tu vida. Tomas el desayuno casi del mismo modo. Después vas a la oficina, la misma oficina, la misma gente, el mismo trabajo. Vuelves a casa, la misma esposa. Si te aburres es natural. Es muy difícil que pue­das ver alguna novedad. Todo tiene un aspecto viejo, cubierto de polvo.

 He escuchado una anécdota:

 Mary Jane, una muy buena amiga de un acaudalado agente de bolsa, un día abrió alegremente la puerta de su apartamento, y cuando descubrió que la persona en la entrada era la esposa de su amante, rápidamente intentó cerrarla de nuevo.

 La esposa se apoyó contra la puerta y dijo:
-Oh, déjame entrar, querida. No pretendo hacerte una escena, sino simplemente tener una pequeña y amistosa discusión.

  Con considerable nerviosismo Mary Jane le dejó entrar y le preguntó con cautela:
 -¿Qué quieres?
-No mucho -dijo la esposa mirando alrededor-. Únicamente quiero que me respondas a una pregunta. Dime, querida, entre nosotras, ¿qué es lo que ves en ese pedazo de idiota?

 El mismo marido cada día se convierte en un pedazo de idio­ta. La misma esposa cada día. .. casi te olvidas de qué aspecto tie­ne. Si te piden que cierres los ojos y recuerdes la cara de tu espo­sa, te será imposible hacerlo. Otras muchas mujeres te vendrán a la cabeza, toda la vecindad, pero no tu mujer. La relación se ha convertido en una continua repetición. Haces el amor, abrazas a tu mujer, la besas, pero son gestos vacíos. La gloria y el glamour han desaparecido hace tiempo. Un matrimonio está casi acabado en cuanto se termina la luna de miel. A partir de ahí continúas fin­giendo, pero detrás de esos subterfugios se acumula un profundo aburrimiento. Observa a las personas caminando por la calle y los verás completamente aburridos. Todo el mundo está aburrido, aburrido de muerte. Fíjate en sus caras, sin ningún aura de dis­frute; fíjate en sus ojos, cubiertos de polvo, sin destellos de ale­gría interior. Van de la oficina a casa, de casa a la oficina, y poco a poco toda su vida se convierte en una rutina mecánica, una re­petición constante. Y un día se mueren... casi siempre la gente muere sin haber vivido.

 Se cuenta que Bertrand Russell decía: «Cuando me pongo a recordar, sólo puedo encontrar algunos momentos durante mi vida en los que estuve totalmente vivo, encendido». ¿Puedes re­cordar cuántos momentos en tu vida has estado realmente en lla­mas? Rara vez sucede. Uno sueña con esos momentos, uno ima­gina esos momentos, uno espera esos momentos, pero nunca ocurren. Incluso si ocurren, antes o después se hacen repetitivos. Cuando te enamoras de una mujer o de un hombre sientes el mi­lagro, pero poco a poco éste desaparece y todo se convierte en ru­tina.

 El aburrimiento es la consciencia de la repetición. Como los animales no pueden recordar el pasado, no pueden aburrirse. No pueden recordar el pasado, de modo que no pueden sentir la re­petición. El búfalo continúa comiendo la misma hierba cada día con la misma satisfacción. Tú no puedes; ¿cómo puedes comer la misma hierba todos los días con la misma satisfacción? Te hartas.

 Por eso las personas tratan de cambiar. Se trasladan a una nue­va vivienda, llevan un coche nuevo a casa, se divorcian de su vie­jo marido, encuentran un nuevo amor, pero una vez más, tarde o temprano, todo se convierte en algo repetitivo. Cambiar de sitio, cambiar a las personas, cambiar de pareja, cambiar de vivienda, no va a cambiar nada. Siempre que una sociedad se vuelve muy aburrida, la gente comienza a ir de una ciudad a otra, de un tra­bajo a otro, de una esposa a otra, pero, más pronto o más tarde, se dan cuenta de que todo esto es una tontería, porque se va a repe­tir lo mismo con cada mujer, con cada hombre, con cada cosa, con cada coche.


Zen
Zen 


 ¿Qué hacer entonces? Hazte más consciente. No es cuestión de cambiar las situaciones; transforma tu ser, hazte más cons­ciente. Si te haces más consciente, serás capaz de ver que cada  momento es nuevo. Pero para eso se necesita mucha energía, una tremenda energía de consciencia.

 La esposa no es la misma, recuerda. Vives en una ilusión. Vuelve a casa y fíjate otra vez en tu mujer; no es la misma. Nadie puede ser el mismo. Las apariencias engañan. Estos árboles no son los mismos de ayer. ¿Cómo pueden serlo? Han crecido; se les han caído muchas hojas, le han nacido otras nuevas. Fíjate en el almendro, ¡qué hojas le han salido! Cada día lo viejo se está ca­yendo y lo nuevo está naciendo, pero tú no eres tan consciente como para verlo.

 O vives sin consciencia -por lo que no puedes percibir la re­petición-, o vives con tanta consciencia que en cada repetición puedes ver algo nuevo. Éstos son los dos modos de salir del abu­rrimiento.

 Cambiar lo externo no te va a ayudar. Es como arreglar los muebles de tu habitación una y otra vez. Hagas lo que hagas -puedes ponerlo de este modo o del otro-, son los mismos mue­bles. Hay muchas amas de casa que no hacen más que pensar en cómo organizar las cosas, cómo colocarlas, dónde ponerlas, dón­de no ponerlas, y siguen cambiándolas. Pero es la misma habita­ción, es el mismo mobiliario. ¿Durante cuánto tiempo podrás en­gañarte de este modo?

 Una breve parodia televisiva que vi en una ocasión mostraba a un hombre y una mujer cavernícolas besándose de un modo sal­vaje e histérico. Se separaban sólo para decir: «¡Oye, esto es ge­nial!», y volvían a besarse otra vez.

 Finalmente la cavernícola se retiró y dijo:
-Escucha, ¿supones que esto tan maravilloso que acabamos de descubrir significa que estamos casados?

 El cavernícola sometió el asunto a deliberación en su cabeci­ta y finalmente dijo:
-Sí, supongo que estamos casados. Venga, vamos a besarnos un poco más.
Inmediatamente la cavernícola se llevó una mano a la cabeza y dijo con repentina angustia:
-¡Oh, que dolor de cabeza!

 Dos personas se encuentran, dos desconocidos, todo es bello y maravilloso, pero antes o después se acaban conociendo. Esto es lo que significa el matrimonio. Significa que se están asentan­do y que les gustaría convertirlo en una repetición. Entonces esos mismos besos, esos mismos abrazos dejan de ser hermosos y se convierten casi en una obligación.

 Un hombre volvió a casa y encontró a su amigo besando a su esposa. Se lo llevó a otra habitación. Su amigo estaba temblando de miedo: «¡Ahora va a pasar algo gordo! Dejaremos de ser ami­gos».

 El marido parecía estar muy enfadado, pero no era así. Cerró la puerta y le preguntó al amigo: «Dime sólo una cosa, tengo que preguntártelo, ¿por qué os estabais besando?».

 «Tengo que preguntártelo, ¿por qué os estabais besando?»... Poco a poco todo se asienta. La novedad desaparece y tú no tie­nes tanta consciencia, o esa cualidad de consciencia que puede ir encontrando lo nuevo una y otra vez. Para una mente dormida todo es viejo; para una mente totalmente viva no hay nada viejo bajo el sol, no puede haberlo. Todo está fluyendo. Toda persona es un fluir, es como un río. Las personas no son cosas muertas. ¿Cómo pueden ser siempre las mismas? ¿Acaso eres tú el mis­mo? Han cambiado muchas cosas entre el que vino esta mañana a escucharme y el que volvió a casa. Algunos pensamientos han desaparecido de tu mente, otros pensamientos han entrado. Po­drías haber llegado a una nueva conclusión. No puedes irte como viniste. El río está fluyendo continuamente; parece el mismo pero no lo es. El viejo Heráclito dijo que no puedes pisar dos ve­ces el mismo río, porque el río nunca es el mismo.

 Una de las razones es que tú tampoco eres el mismo y la otra es que todo está cambiando. Pero entonces uno tiene que vivir en la cima de la consciencia. O vives como un buda o vives como un búfalo, así no te aburrirás. La elección es tuya.

 Nunca he visto a nadie igual. Vienes a mí -cuántas veces has venido a mí-, pero nunca veo lo viejo. Siempre me sorprendo de la novedad que traes cada día. Podrías no ser consciente de ello.

 Mantén la capacidad de sorpresa.
 Déjame que te cuente una anécdota:

 Un hombre entró en un bar, sumergido profundamente en sus pensamientos. Se volvió hacia una mujer que pasaba y le dijo:
-¿Perdóneme, señorita, tiene usted hora?
Ella con voz estridente le respondió:
-¿Cómo se atreve a hacerme esa proposición?
El hombre se espabiló sorprendido y se dio cuenta, con inco­modidad, de que todos los ojos de la sala se habían vuelto en su dirección. Murmuró:
-Sólo le he preguntado la hora, señorita.
Chillando aún más la mujer respondió:
-¡Llamaré a la policía si dice otra palabra!
Agarrando su vaso y avergonzado de muerte, el hombre se di­rigió con rapidez hacia la esquina más alejada de la habitación y se acurrucó en una mesa, aguantando la respiración y pensando cuánto tiempo tardaría en llegar a la puerta.

 No había pasado medio minuto cuando la mujer se le acercó. En voz baja le dijo:
-Señor, siento muchísimo haberle avergonzado, pero soy es­tudiante de psicología en la universidad y estoy escribiendo una tesis sobre la reacción de los seres humanos a una repentina afIr­mación ofensiva.

 El hombre la miró durante unos segundos, se reclinó y bramó:
-¿Y me vas a hacer todo eso, durante toda la noche, sólo por dos dólares?
Cuentan que la mujer cayó al suelo, inconsciente.

 Quizás no permitimos a nuestra consciencia ascender más alto porque entonces la vida sería una constante sorpresa y no po­dríamos ser capaces de manejarla. Por esto has aceptado una mente dormida -tienes en esto algunos intereses-. Tú no estás embotado sin una razón, estás embotado con un cierto propósito; porque si estuvieras realmente vivo, todo sería sorprendente y chocante. Si permaneces embotado, nada te sorprende, nada te altera. Cuanto más dormido estás, más gris te parece la vida. Si te haces más consciente, la vida también se hace más viva, más vi­tal, y va a ser más complicado.

 Siempre estás viviendo con esperanzas muertas. Cada día re­gresas a casa y esperas un cierto comportamiento de tu esposa. Ahora bien, observa cómo creas tu propia miseria: esperas un cierto tipo de comportamiento en tu esposa y además esperas que sea nueva. Estás pidiendo lo imposible. Si realmente quieres que tu esposa permanezca continuamente nueva para ti, no esperes. 

 Vuelve a casa listo para ser sorprendido y conmocionado, enton­ces tu esposa será nueva. Pero ella tiene que satisfacer ciertas ex­pectativas. Nunca permitimos al otro conocer totalmente nuestro flujo de frescura. Continuamos ocultándonos, no nos expone­mos, porque el otro podría ser incapaz de entendernos. Y la es­posa también espera que el marido se comporte de una cierta ma­nera y, por supuesto, cumplen los roles. No estamos viviendo la vida, estamos viviendo los roles. El marido vuelve a casa y se obliga a sí mismo en un cierto rol. Para cuando entra en casa, ya no es una persona viva, sólo es un marido.

 Un marido significa un cierto tipo de comportamiento conve­nido. La mujer allí es la esposa y el hombre es el marido. Cuan­do estas dos personas se encuentran son en realidad cuatro perso­nas: el marido y la esposa, que no son personas reales -sólo personas, máscaras, falsos patrones, comportamientos estableci­dos; obligaciones y todo eso-, y las personas reales están ocultas detrás de las máscaras. Estas personas reales están aburridas.

 Pero has invertido mucho en tu persona, en tu máscara. Si real­mente quieres una vida sin aburrimiento, deja caer todas las más­caras, sé auténtico. En ocasiones será complicado, lo sé, pero vale la pena. Sé auténtico. Si sientes que amas a tu esposa, ámala, de otra manera di que no lo sientes. Lo que está sucediendo ahora mismo es que el marido continúa haciendo el amor a su esposa y sigue pensando en alguna actriz. En su imaginación no está ha­ciendo el amor a su esposa, en su imaginación está haciendo el amor a otra mujer. Y lo mismo es verdad respecto a la esposa. En­tonces todo se vuelve aburrido porque ya no están vivos. La in­tensidad, la viveza, se pierde.

 Sucedió en el andén de una estación de un tren. El señor John­son se había pesado en una de esas antiguas balanzas de un peni­que que emiten una tarjeta con la buena fortuna.      

 La formidable señora Johnson se la arrancó de entre los dedos y le dijo: «Déjame verla. Oh, dice que eres firme y resoluto, tie­nes una personalidad decidida, eres un líder para los hombres y resultas atractivo para las mujeres». Entonces dio la vuelta a la tarjeta, la estudió durante un momento y añadió: «Y también marca el peso equivocado».

 Ninguna mujer puede creer que a su marido le atraigan otras mujeres. Aquí está todo el asunto, toda la cruz. Si él no se siente atraido por otras mujeres, ¿cómo puede esperar la esposa que se sienta atraído hacia ella? Si él se siente atraído por otras mujeres, sólo entonces puede sentirse atraído haciá ella, porque ella tam­bién es una mujer. La esposa quiere que él se sienta atraído por ella y por nadie más. Por supuesto esto es pedir algo absurdo. Es como si estuvieras diciendo: «Se te permite respirar sólo en mi presencia y cuando estés cerca de otra persona, no se te permite respirar». ¿Cómo se te ocurre respirar en ningún otro lugar? Res­pira sólo cuando tu esposa esté allí, respira sólo cuando tu mari­do esté allí y no respires en ningún otro lugar. Por supuesto, si ha­ces esto morirás y tampoco serás capaz de respirar delante de tu esposa. ­

  El amor tiene que ser una manera de vivir. Tienes que ser amoroso. Sólo entonces puedes amar a tu esposa o a tu marido. Pero la esposa dice: «No, no debes mirar a nadie más con ojos amorosos». Por supuesto lo intentas para evitar los posibles con­flictos... Pero poco a poco la luz en tus ojos desaparece. Si no puedes mirar a ningún otro lugar con amor, poco a poco dejarás de mirar a tu propia esposa con amor; desaparecerá. Lo mismo le ha sucedido a ella. Lo mismo le ha sucedido a toda la humanidad. De ese modo la vida es un aburrimiento; todo el mundo está es­perando la muerte; por eso hay gente que está pensando conti­nuamente en suicidarse.      
                                   ­
-Marcel ha dicho, en algún lugar, que el único problema meta­físico que enfrenta la humanidad es el suicidio. Y es así, porque la gente está muy aburrida. Es sorprendente que no se suiciden; que sigan viviendo. La vida no parece que les dé nada. Parece que ha perdido todo el sentido, pero la gente sigue arrastrándose como puede, esperando que algún día suceda un milagro y todo se arregle. Nunca sucede. Tú tienes que arreglarlo, nadie más puede hacerlo. No va a venir un mesías, no esperes a ningún me­sías. Tú tienes que ser tu propia luz.

 Vive más auténticamente. Deja caer las máscaras; son un peso en tu corazón. Deja caer todas las falsedades. Exponte. Por su­puesto va a ser costoso, pero ese esfuerzo vale la pena, porque sólo después de ese esfuerzo crecerás y madurarás. Y entonces nada estará limitando tu vida. En cada momento la vida revela su novedad. Es un constante milagro sucediendo a tu alrededor, tú sólo te estás escondiendo detrás de hábitos muertos.

 Conviértete en un Buda si no te quieres aburrir. Vive cada mo­mento tan totalmente alerta como te sea posible, porque sólo en una alerta total serás capaz de dejar caer la máscara. Te has olvi­dado completamente de tu rostro original. Incluso cuando estás tú sólo, de pie, frente al espejo de tu cuarto de baño, no hay nadie allí. Allí, de pie, delante del espejo, no puedes ver tu rostro origi­nal. Allí también te sigues engañando.  

 La existencia está disponible para aquellos que están disponi­bles a la existencia. Y entonces créeme, no existe el aburrimien­to. La vida es un disfrute infinito.


La tercera pregunta:


Siento mucha resistencia hacia la meditación y no tengo esedeseo por Dios del que tú hablas.¿Es éste el lugar correcto para mí?


 Si sientes tanta resistencia en contra de la meditación, esto simplemente muestra que en el fondo te has dado cuenta de que algo, que cambiará totalmente tu vida, va a suceder. Te da miedo renacer. Has invertido demasiado en tus viejos hábitos, en tu vie­ja personalidad, en tu vieja identidad.

 La meditación no es otra cosa que tratar de limpiar tu ser, tra­tar de volverte nuevo y joven, tratar de volverte más vivo y más consciente. Si tienes miedo a la meditación significa que tienes miedo a la vida, tienes miedo a la consciencia, y la resistencia sur­ge porque sabes que si entras en la meditación, inevitablemente, algo va a suceder. Si no tienes ninguna resistencia, puede ser que no estás tomando la meditación demasiado en serio, no estás sien­do sincero. Entonces puedes jugar: ¿de qué tienes miedo?

 Exactamente porque te estás resistiendo, éste es el lugar co­rrecto para ti. Éste es precisamente el lugar apropiado. La resis­tencia muestra que algo va a suceder. Uno nunca se resiste sin un motivo profundo. Debes de estar viviendo una vida muy muerta. Ahora tienes miedo porque algo está despertando, algo está cam­biando. Tú te resistes.

 La resistencia es una indicación, la resistencia es una indica­ción muy clara de que has reprimido mucho. Ahora en la meditá­ción la represión emergerá y será liberada. A ti también te gusta­ría liberarte de la carga, pero en esa carga hay intereses.

 Por ejemplo, podrías estar llevando pedruscos en las manos y pensar que son diamantes. Y entonces te digo: «Límpiate. Deja caer esos pedruscos». Ahora bien, el problema surge porque para mí son piedras y para ti son diamantes. Se han convertido en una carga y no puedes moverte por su culpa. Te gustaría liberarte, pero te da miedo perder tus diamantes. Y no son diamantes. Fíja­te otra vez en tus diamantes: si fueran realmente diamantes, de­berías de estar feliz. Si fueran diamantes de verdad, no habrías venido a mí; no habría necesidad. El que hayas venido, demues­tra que estás buscando.

 Puedes decir que no estás interesado en Dios -yo tampoco es­toy interesado en Dios-, pero estás interesado en ti mismo. ¿Es­tás interesado en ti mismo? Olvida todo acerca de Dios. Si estás interesado en ti mismo, éste es precisamente el lugar para ti. Si estás interesado en tu propio ser, si estás interesado en tu propia totalidad y salud, si estás interesado en convertirte en una flor abierta, entonces olvídalo todo acerca de Dios, porque en ese flo­recer sabrás qué es Dios. Cuando tu fragancia se libere, entonces sabrás qué es Dios.

 Dios es tu florecimiento más elevado, tu florecimiento final y Dios es la plenitud de tu destino.

 Una mujer viendo las pinturas de Tumer dijo: «Le están dan­do mucho bombo, ¿no es así? Nunca he visto nada en él».

 Y otra mujer dijo al propio Tumer: «Sabe, señor Tumer, nun­ca veo puestas de sol como las suyas». Recibió esta suave pero devastadora respuesta: «No; pero ¿no le gustaría?».
Cuando Turner pinta una puesta de sol, por supuesto ve una puesta de sol de un modo totalmente diferente al tuyo. Él pone toda su sensibilidad, todo su ser para verla. De hecho, tú podrías no haber visto todavía una puesta de sol de la manera que la ve un pintor. Turner dijo con toda corrección: «Pero ¿no le gusta­ría?».

 Estoy aquí. Yo sé que no podéis ver de que estoy hablando, pero ¿no os gustaría? Sé que muchas cosas que te estoy diciendo son casi tonterías para ti, porque para verlas tendrás que conse­guir unos ojos diferentes; tendrás que clarificar tu ser; para verlas tendrás que apaciguar tu alboroto interno. Sé que no puedes ver el verde que yo estoy viendo en los árboles. Seguramente tu ver­de está lleno de polvo porque tus ojos están llenos de polvo.

 Sucedió una vez que un hombre estaba quedándose con un amigo en su casa. El anfitrión y el huésped se hallaban de pie cer­ca de una ventana cerrada, y en la casa de los vecinos la ropa es­         taba tendida, secándose.

El anfitrión dijo:

-Esa gente es muy sucia. Mira que ropa.  
El hombre se acercó a la ventana, miró y dijo:
-Esa ropa no está sucia. Es el cristal de tu ventana el que está cubierto de polvo. Abrieron la ventana y así era: la ropa no esta­ba sucia.

 La vida es tremendamente hermosa. Es divina. Cuando deci­mos que la vida es Dios, simplemente decimos que la vida es tan hermosa que uno siente reverencia por ella, eso es todo. La vida es tan hermosa que uno siente el impulso de adorarla. Esto es lo que queremos decir cuando decimos que la vida es Dios. Cuando decimos que la vida es Dios, sólo queremos decir: «No mires la vida como algo ordinario; es extraordinaria. Existe una potencia­lidad tremenda, sólo abre los ojos». No he visto nunca ni una sola persona que no estuviera interesada en Dios -aunque podrían no saberlo-, porque nunca he visto una persona que no esté intere­sada en la felicidad. Si estás interesado en la felicidad, estás inte­resado en Dios; si estás interesado en ser dichoso, estás interesa­do en Dios.

 Olvida todo acerca de Dios. Únicamente trata de ser dichoso, y un día, cuando estés bailando en tu dicha interna, cuando tus fluidos internos estén fluyendo, de repente esta vida dejará de ser ordinaria. En todas partes se esconde una fuerza desconocida, y verás a Dios en las flores, en las piedras y en las estrellas. Te ha­blo sólo para plantar una semilla, una canción, una estrella.

 Si puedes ser feliz, te vuelves religioso. Una persona feliz es una persona religiosa: deja que ésta sea la definición. Una perso­na religiosa no es la que va a la iglesia o al templo. Si es infeliz, no puede ser religiosa.

 Una persona religiosa es feliz. Dondequiera que esté, está en el templo. Una persona feliz lleva su templo a su alrededor. Lo sé porque lo he estado llevando. No necesito ir a ningún templo. Dondequiera que esté, ése es mi templo. Es un clima. Son mis propios fluidos internos desbordándose. Dios no es nada más que tú realizado, alcanzado, completo.

 Sí. Te lo digo a ti, nunca he visto a un hombre que no esté in­teresado en Dios. No lo puede haber. Ese hombre es imposible. Incluso las personas que dicen que no creen en Dios, que son ateas, no es que no estén interesadas en Dios. Están interesadas. Su ne­gativa, su decir que no creen, podría ser otro truco de la mente para protegerse, porque una vez que te permites ser poseído por Dios, desapareces; sólo Dios permanece. Por eso la gente que tie­ne miedo de ser, de desaparecer, o de entrar en el no ser; la gente demasiado egoísta que no puede permitir que su gota caiga en el océano, dice que no hay océano. Ése es el truco de su mente para poder protegerse. Es gente llena de miedo; miedosos, asustados de la vida.

 Si estás interesado en ser feliz, éste es el lugar para ti. Y ya es­tás aquí. Nadie te ha traído, nadie te ha obligado, has venido por tus propios medios. Alguna búsqueda interna de la que podrías no ser consciente te ha traído aquí. Quizás hay algo en tu cora­zón; y tu cabeza no se ha enterado. Hay deseos de los que la ca­beza es completamente inconsciente; la cabeza está preocupada sólo con basura. El corazón podría haberte traído aquí.

 Rompe esa resistencia, y cuando estés aquí, estáte realmente aquí. No pierdas esta oportunidad.
En el Nuevo Testamento la palabra griega para pecado es "an­tinomia" o "anomia". Significa "no entender"; o, como en el tiro con arco, "fallar la diana". La palabra "pecado" viene de una raíz que significa "no entender, fallar la diana". Si estás aquí y no me entiendes, ese será tu pecado. Si estás aquí, ¿por qué perder tiem­po? Estáte totalmente aquí. Deja caer la resistencia. O si no pue­des estar totalmente aquí, entonces vete, pero vete totalmente. Y nunca vuelvas a acordarte de mí, de otra manera eso sería un pe­cado.

 La palabra "pecado" es hermosa. Ha sido gravemente co­rrompida por el cristianismo. No tiene nada que ver con la culpa, nada que ver con algo malo, diabólico. No tiene nada que ver con la moralidad, sino que tiene que ver con la consciencia. Si estás aquí, estate consciente y totalmente aquí. Tu corazón inconscien­temente te ha traído aquí. Tanteando en la oscuridad has venido a mí, ahora no malgastes esta oportunidad. O permanece totalmen­te aquí, o vete. Vuélveme la espalda y no vuelvas a acordarte de mí, porque si marchándote me recuerdas, entonces no estarás to­talmente allí, dondequiera que vayas. Donde sea que estés, estate totalmente allí: ese es el único modo de penetrar en los secre­tos y misterios de la vida.

 Y no te preocupes si estás interesado en el concepto de Dios o no. De hecho, la gente que está demasiado interesada en el con­cepto de Dios no es capaz de conocerlo.

 Me he encontrado con un libro muy hermoso, escrito en algún momento de la Edad Media por cierto hombre conocido como Dionisios Exegius. Su libro es Teología mística. Dice en ese libro que el conocimiento más alto de Dios es a través de lo que él lla­ma en griego agnostos, que significa "desconocido". Has debido de oír la palabra "agnóstico"; viene de la misma raíz, agnostos.

 Agnostos significa "desconocido". Y Dionisios dice que Dios sólo se conoce desconociendo. No hay necesidad de preocuparse por el concepto; no hay necesidad de acumular conocimiento, téorías, doctrinas acerca de Dios. Olvida todo acerca de la pala­bra y la teoría. Simplemente preocúpate de tu felicidad, de tu éx­tasis, y un día encontrarás que Dios ha entrado en ti. Es otro nom­bre para la dicha más grande.


La última Pregunta:


Osho, tengo la idea de que realmente Tú no existes. Cuandopensamos que hay alguien que vive en tu casa y que haceque las cosas nos sucedan, no eres realmente Tú en absoluto.¿Podrías decirmos qué es esto, y también, quién está dandolos discursos cada mañana?


No lo sé.

Osho Zen
Osho Zen 






Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
Fuente: www.oshogulaab.com