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Les enseñaré una manera muy fácil: hagan su trabajo pensando que el trabajo también pertenece a Dios. No fijen su mente en la tarea, pensando "es mi trabajo". Piensen que todas las acciones que hacen, las hacen para Dios. Ofrézcanlo todo a Sus Pies. Crean, y díganselo a ustedes mismos, "todo lo que hago lo hago por amor a Dios".

El Estado Correcto De La Mente - Zen- Osho

 La meditación es tu naturaleza intrínseca. Eres tú, es tu ser.


Cuando descubrieron a los lobos en el pueblo cerca del tem­plo
del maestro Shoju, éste fue al cementerio por la noche du­rante
una semana y se sentó en zazen.
Esto puso punto final al rondar de los lobos.
Llenos de gozo, los hombres y mujeres del pueblo le pidieron que
describiera los ritos secretos que había llevado a cabo.
«No he tenido que acudir a ese tipo de cosas -dijo-, ni
podía haberlo hecho». Mientras estaba haciendo zazen un
grupo de lo­bos me rodeó. Me lamieron la punta de la nariz, y
olisquearon mi garganta, pero como permanecí en el estado
correcto en mi men­te, no me mordieron.
»Como sigo predicándote, el estado correcto de la mente te hará
libre en la vida y en la muerte, invulnerable al fuego y al agua. Ni
siquiera los lobos tienen poder en su contra.
Sólo practico lo que predico».

¿Qué es meditación? ¿Es una técnica que puede ser practica­da? ¿Es un esfuerzo que tienes que hacer? ¿Es algo que la mente puede alcanzar? No lo es.

Todo lo que la mente pueda hacer no es meditación. Es algo más allá de la mente, la mente aquí es absolutamente inútil. La mente no puede penetrar en la meditación; donde la mente acaba, empieza la meditación. Hay que recordar esto, porque en nuestra vida todo lo hacemos a través de la mente; todo lo que consegui­mos, lo conseguimos a través de la mente.

 Y por tanto cuando nos vamos hacia adentro seguimos pensando en términos de técnicas, métodos, acciones, porque toda la experiencia de la vida nos en­seña que todo se puede hacer con la mente. Sí, menos la medita­ción, todo se puede hacer con la mente; todo es hecho por la men­te menos la meditación, porque ésta no es un logro. Ya está ahí, es tu naturaleza. No tiene que ser alcanzada, sólo tiene que ser re­conocida, sólo tiene que ser recordada. Te está esperando, sólo un giro hacia tu interior y está disponible. La has estado llevando contigo desde siempre.

 La meditación es tu naturaleza intrínseca. Eres tú, es tu ser. No tiene nada que ver con tus acciones. No la puedes tener. No puedes tenerla -no puedes poseerla-; no es una cosa, eres tú. Es tu ser.
 Una vez entiendes qué es la meditación, se aclaran mucho las cosas. De otra manera puedes seguir tanteando en la oscuridad.

 La meditación es un estado de claridad, no un estado mental. La mente es confusión. La mente nunca es clara, no puede serlo. Los pensamientos crean nubes a tu alrededor, nubes sutiles. Crean una niebla y se pierde la claridad. Cuando los pensamientos desapare­cen, cuando ya no hay más nubes a tu alrededor, cuando eres sim­plemente tu ser, sucede la claridad. Entonces puedes ver muy lejos, entonces puedes ver hasta los confines más recónditos de la exis­tencia. Entonces tu mirada penetra hasta el mismo centro del ser.

 La meditación es claridad, absoluta claridad de visión. No pue­des pensar en ella. Tienes que abandonar el pensamiento. Cuando digo que tienes que abandonar el pensamiento, no tengas prisa en hacer conclusiones. Como tengo que usar el lenguaje, digo: «Deja de pensar», pero si empiezas a dejarlo, te volverás a equivocar, porque de nuevo lo reducirás a una acción.

«Deja de pensar» simplemente significa, «no hagas nada». Sién­tate. Deja que los pensamientos se asienten ellos solos. Deja que la mente se pare por su cuenta. Únicamente siéntate mirando a la pa­red, en una esquina silenciosa, sin hacer nada en absoluto, relajado, suelto, sin esfuerzo, sin ir a ningún lugar, como si te estuvieras que­dando dormido estando despierto. Estás despierto y te estás relajan­do, pero todo tu cuerpo se está durmiendo. Tú permaneces alerta en tu interior mientras todo tu cuerpo entra en una profunda relajación.

 Los pensamientos se asientan por sí solos. No necesitas saltar entre ellos, no necesitas corregirlos. Es como si un arroyo se hu­biera embarrado... ¿qué es lo que haces? ¿Saltas dentro y tratas de hacer algo para aclarar el agua? La embarrarás más. Simple­mente te sientas en la orilla. Esperas. No tienes que hacer nada, porque cualquier cosa que hagas embarrará más el arroyo. Si al­guien tiene que cruzar la corriente y las hojas muertas han surgi­do de nuevo a la superficie y el barro ha aparecido, sólo hace fal­ta paciencia. Simplemente quédate sentado en la orilla. Observa, indiferente: la corriente sigue fluyendo y se llevará las hojas muertas; y el barro comenzará a asentarse porque no puede se­guir flotando siempre. Después de un rato, de repente te darás cuenta de que la corriente es de nuevo pura y cristalina.

 Siempre que un deseo pasa a través de tu mente, la corriente se embarra. Sóló siéntate. No trates de hacer nada. En Japón a este «sólo sentarse» se le llama zazen, sólo sentarse y no hacer nada. Y un día la meditación sucede. No es que tú la hayas traído, ella vie­ne a ti. Y cuando viene, inmediatamente la reconoces. Siempre ha estado ahí, pero no estabas mirando en la dirección correcta. El te­soro ha estado contigo, pero estabas ocupado en algún otro lugar: con pensamientos, con deseos, con mil y una cosas. No estabas in­teresado en la única cosa que... y eso era tu propio ser.

Cuando la energía se vuelve hacia tu interior -lo que Buda lla­ma paravritti, el regreso de tu energía al origen- de repente se al­canza la claridad. Entonces puedes ver una nube a miles de kilómetros de distancia y puedes escuchar la música ancestral en los pinos. Entonces todo está disponible para ti.  

 Antes de que entremos en esta hermosa historia Zen, algunas cosas sobre la mente tienen que ser entendidas, porque cuanto más entiendas el mecanismo de la mente, mayor es la posibilidad de que no interfieras. Cuanto más entiendas cómo funciona la mente, mayor es la posibilidad de que seas capaz de sentarte en zazen; de que seas capaz de sólo sentarte... sentarte y no hacer nada...; de que seas capaz de permitir que la meditación suceda. Es un suceder.

Pero comprender la mente te ayudará. De otro modo podrías seguir haciendo algo que ayude a la mente a continuar funcio­nando, que siga cooperando con la mente.

 Lo primero es que en la mente existe un constante parloteo. Estés hablando o no, sigues manteniendo alguna conversación interna; estés despierto o dormido, la charla interior continúa como una corriente subterránea. Puede que estés haciendo algún trabajo, pero la charla interna continúa; estás conduciendo, o ca­vando un hoyo en el jardín, y la charla interna continúa.

 La mente es una charla constante. Si la charla interna puede detenerse por un solo instante, serás capaz de tener un vislumbre de la no-mente. Ésta es la finalidad de la meditación. El estado de no-mente es el estado correcto, es tu estado.

 Pero ¿cómo llegar a un intervalo dónde la mente detenga su charla interior? Si lo intentas, de nuevo te equivocarás. De hecho no hay necesidad de intentarlo. La verdad es que ese tipo de in­tervalos se dan continuamente, sólo se necesita permanecer un poco alerta. Entre dos pensamientos hay un intervalo; incluso en­tre dos palabras hay un intervalo. De otro modo las palabras se amontonarían unas con otras, de otro modo los pensamientos se amontonarían unos con otros.

No se amontonan. Cualquier cosa que digas... Si dices: «Una rosa es una rosa es una rosa», entre dos palabras hay un interva­lo; entre "una” y "rosa" hay un intervalo, aunque pequeño, casi invisible, casi imperceptible. Pero el intervalo está allí; de otro modo, "una" se sobrepondría a "rosa". Con mantenerse sólo un poco alerta, con un poco de observación, puedes ver el intervalo:
una... rosa... es... una... rosa... es... una... rosa... es... una... rosa. El intervalo se está dando continuamente; después de cada palabra se repite el intervalo.

 Hay que cambiar la gestalt. Normalmente te fijas en las pala­bras, no te fijas en los intervalos. Te fijas en "una", o te fijas en “rosa", pero en el intervalo que hay entre las dos. Cambia tu atención. ¿Has visto los libros para niños? Hay muchas fotos que puedes mirarlas de dos maneras: si miras de un modo hay una an­ciana, pero si sigues mirando, de repente la foto cambia y se pue­de ver una hermosa joven. Las mismas líneas dibujan las dos ca­ras: la de una anciana y la de una joven. Si sigues mirando la cara joven, de nuevo cambia, porque la mente no puede permanecer constantemente en nada; es un fluir. Y si sigues mirando la cara vieja, ésta cambiará otra vez y se convertirá en un rostro joven.

 Te darás cuenta de una cosa: cuando ves la cara vieja, no pue­des ver la cara joven, a pesar de que sabes que está oculta en al­gún lugar; lo has sabido, la has visto. Y cuando ves la cara joven, la vieja no puede ser vista; desaparece a pesar de que sabes que está allí. No puedes ver las dos a la vez. Esto es contradictorio. No pueden verse a la vez: cuando ves una figura, el fondo desa­parece; cuando ves el fondo, la figura desaparece.

 La mente tiene una capacidad limitada de saber: no puede co­nocer lo contradictorio. Por ello no puede conocer la divinidad, que es contradictoria. Por esta razón no puede conocer el centro más profundo de tu ser que es contradictorio. Abarca todas las contradicciones, es paradójico.     
 
La mente sólo puede ver una cosa a la vez y no le es posible ver lo opuesto al mismo tiempo. Cuando ves lo opuesto, lo pri­mero que estabas viendo desaparece. La mente sigue fijándose en las palabras de modo que no puede ver los silencios que vienen después de cada palabra.

 Cambia el foco. Sentado en silencio, comienza a fijarte en los intervalos, sin esfuerzo, no hace falta tensarse; relajadamente, fá­cil, con una actitud juguetona, por gusto. No hace falta ponerse demasiado religioso, sino te pondrás serio. Y una vez que te has puesto serio es muy difícil ir de las palabras a las no-palabras. Es muy fácil si permaneces suelto, fluyendo, bromeando, juguetón, cómo si sólo fuera en broma.

 Millones de personas pasan por alto la meditación porque ésta ha adquirido una connotación errónea. Parece muy seria, parece lóbrega, como si hubiera algo de iglesia en ella, parece como si sólo fuera para gente que está muerta o medio muerta, personas lóbregas, serias, caras largas, que han perdido la festividad, lo di­vertido, el juego, la celebración. Estas últimas son las cualidades de la meditación. Una persona realmente meditativa es jugueto­na, la vida es divertida para ella. La vida es lila, un juego. Dis­fruta muchísimo. No es serio. Está relajado.

 Siéntate en silencio, relajado, suelto. Deja que tu atención flu­ya hacia los intervalos. Cuélate desde los bordes de las palabras en los intervalos. Deja que éstos tomen importancia y permite que las palabras se vayan difuminando. Es como si estuvieras mi­rando a una pizarra y yo dibujara un pequeño punto blanco en ella: puedes ver el punto, y entonces la pizarra se aleja, o puedes ver la pizarra, y entonces el punto se vuelve secundario, una som­bra. Puedes seguir cambiando tu atención entre la figura y la pi­zarra.

 Las palabras son dibujos, el silencio es el fondo. Las palabras vienen y van, el silencio permanece. Cuando naciste, naciste como silencio -intervalos e intervalos, vacíos y vacíos-. Llegas­te con un vacío infinito, trajiste contigo un vacío sin límites a la vida, entonces comenzaste a recoger palabras.

 Es esta la razón por la que si retrocedes en tu memoria, si tra­tas de recordar, no podrás ir más allá de los cuatro años. Porque antes de los cuatro años estabas casi vacío; las palabras se empe­zaron a recoger en tu memoria a partir de los cuatro años. La me­moria sólo puede funcionar donde funcionan las palabras, el va­cío no deja ningún rastro en ti. Por ello, cuando tratas de regresar e intentas recordar, puedes recordar, como mucho, hasta los cua­tro años. 

 O, si eres muy inteligente, puedes recordar hasta los tres años. Pero llega un momento en que no hay memoria. Hasta ese momento eras vacío, puro, virginal, sin corromper con las pala­bras. Eras un cielo puro. El día que mueras, de nuevo tus palabras caerán y se dispersarán. Entrarás en otro mundo o en otra vida, otra vez con tu vacío.
El vacío es tu esencia.

 He oído que Shankara solía contar la siguiente historia sobre un pupilo que preguntaba continuamente a su maestro acerca de la naturaleza última del ser. Cada vez que salía la pregunta, el maestro se hacía el sordo, hasta que finalmente un día se volvió hacia su pupilo y le dijo: «Te estoy enseñando, pero no me sigues. El ser es silencio».

La mente significa palabras, el ser significa silencio. La men­te no es nada más que todas las palabras que has acumulado. El silencio es aquello que siempre ha estado contigo, no es una acu­mulación. Éste es el significado del ser: es tu cualidad intrínseca. En ese fondo de silencio tú continúas acumulando palabras y a esa suma de palabras se le llama: "la mente". El silencio es la me­ditación. Es cuestión de cambiar la gestalt, cambiar la atención de las palabras al silencio, que siempre ha estado allí.

Cada palabra es como un precipicio: puedes saltar en el valle del silencio. Desde cada palabra puedes deslizarte en el silen­cio... Para eso sirve un mantra. Mantra significa repetir una sola palabra una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Cuando re­pites una sola palabra una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez te aburres, porque esa palabra ha perdido la novedad. Te har­tas de esa palabra, te quieres liberar de ella. El aburrimiento te ayuda, te ayuda a librarte de la palabra, entonces puedes desli­zarte más fácilmente en el silencio.

El silencio siempre está allí a la vuelta de la esquina. Si dices: «Ram, Ram, Ram...», ¿durante cuánto tiempo lo podrás repetir? Más pronto o más tarde te hartarás, te aburrirás. El uso de un mantra crea tanto aburrimiento que te quieres liberar de él. Este estado es hermoso, porque entonces no queda otra salida que des­lizarse en el silencio. Deja atrás la palabra y entra en el intervalo; usa la palabra como un trampolín y salta al abismo.

 Si las palabras cambian, como lo hacen... normalmente, por supuesto, nunca te aburres. Una nueva palabra siempre es atrac­tiva, una nueva idea siempre es atractiva; un nuevo sueño, un nuevo deseo, siempre son atractivos. Pero si puedes ver que la mente está simplemente repitiendo lo mismo una y otra y otra vez, o bien te duermes o bien saltas al silencio; éstas son las dos posibilidades. Y yo sé que la mayoría de la gente que recita man­tras se duerme. Ésta también es una posibilidad que conocemos desde hace siglos.

 Las madres la conocen bien. Cuando un niño no se duerme, usan un mantra; lo llaman canción de cuna. Sólo repiten dos o tres palabras en un tono monótono y el niño comienza a sentir sueño. Siguen repitiéndolo y el niño se aburre y no puede esca­par, no puede ir a ningún lugar, entonces el único modo de esca­par es dormirse. Te dice: «Sigue repitiéndolo. ¡Me voy a dor­mir!»,y se duerme.

 Muchos que recitan mantras se duermen, de ahí la utilidad de la meditación transcendental para las personas que sufren de in­somnio, de ahí su éxito en América. El insomnio se ha convertido en algo corriente. Cuanto más insomnio haya, más éxito tendrá Ma­harishi Mahesh Yogui, porque la gente necesita tranquilizantes. Un mantra es un tranquilizante perfecto, pero ese no es su autén­tica finalidad. No hay nada malo en ello; si consigue que duer­mas bien, tanto mejor, pero ese no es el verdadero propósito.

 Es como si estuvieras usando un avión como un carro de bue­yes. Lo puedes usar, puedes poner el avión detrás de los bueyes y utilizarlo como un carro; no hay nada malo en ello, te hará un pe­queño servicio, pero ese no su uso. Podrías subir muy alto con ese avión.

Un mantra tiene que usarse con total consciencia de que es para crear aburrimiento y tienes que recordar no dormirte. De otra manera, no te enteras. No te duermas. Sigue repitiendo el mantra y no te dejes caer en los brazos del sueño. Por eso es me­jor que repitas el mantra de pie, o caminando, para que no te duermas.


Zen
Zen 


 Uno de los grandes discípulos de Gurdjieff, P.D. Ouspensky, estaba muriéndose. Los doctores le dijeron que descansara pero no lo hizo, y estuvo caminando toda la noche. Pensaron que se había vuelto loco. Se estaba muriendo, su energía estaba desapa­reciendo, ¿y qué estaba haciendo él? Era el momento de descan­sar; iba a morir antes si seguía caminando. Pero él no se detuvo.

Alguien le preguntó:

-¿Qué estás haciendo?
-Me gustaría morir alerta, despierto. No quiero morir dur­miendo, de otro modo me perderé la belleza de la muerte- dijo.
Y murió andando.

Éste es el modo de usar un mantra: camina.

Si vas a Bodh Gaya, donde Gautama el Buda alcanzó la ilu­minación, cerca del árbol de la bodhi Te encontrarás un peque­ño camino. Por el Buda caminó continuamente. Durante una hora meditaba bajo el árbol y durante una hora caminaba.

Cuando los discípulos preguntaron: «¿Por qué?», respondió:

«Porque si me siento demasiado bajo el árbol, me empieza a en­trar el sueño».
En el momento que empieza a entrarte somnolencia tienes que caminar, de otro modo caerás dormido y todo el mantra se desvanecerá. El mantra está para crear aburrimiento, el mantra está ahí para hartarte, de modo que puedas saltar al abismo. Pero si te duermes te pierdes el abismo.

 Todas las meditaciones budistas se van alternando: las haces sentado, pero cuando sientes que te empieza a entrar somnolen­cia, inmediatamente te levantas y empiezas a caminar. Luego, en el momento en que ves que la somnolencia ha desaparecido, te sientas de nuevo, te pones a meditar otra vez. Si continúas ha­ciendo esto, llega un momento en que te deslizas fuera de las pa­labras, igual que una serpiente se desliza fuera de su vieja piel. Y esto sucede con toda naturalidad, sin hacer ningún esfuerzo.

 Por eso lo primero que hay que recordar acerca de la mente es: que es un constante parloteo. El parloteo la mantiene viva, es su alimento. Sin el parloteo la mente no puede continuar. Por eso deja caer todos los enganches de la mente; esto es, deja caer el parloteo interior.

Puedes hacer esto con esfuerzo, pero de nuevo te equivocarás. Puedes esforzarte en no hablar en tu interior, igual que puedes es­forzarte por no hablar en el exterior; puedes guardar un silencio forzado. Al principio es difícil, pero puedes seguir insistiendo y forzar a la mente a no hablar. Es posible. Si te vas a los Himala­yas, encontrarás a mucha gente que lo ha conseguido así, pero verás sus caras llenas de estupidez, faltas de inteligencia. La mente no ha sido trascendida, ha sido embotada. No han entrado en un silencio vivo, simplemente han forzado a la mente y la han controlado. Es como si a un niño se le obliga a sentarse en una es­quina y a no moverse. Obsérvalo... se siente inquieto pero sigue controlándose, asustado. Reprime su energía, de otro modo sería castigado.

 Si esto dura tanto como de hecho dura -en las escuelas los ni­ños están sentados cinco o seis horas, poco a poco se atontan, su inteligencia se pierde. Todos los niños nacen inteligentes y casi un noventa y nueve por ciento de la gente muere estúpida. Toda la educación embota la mente, y tú también puedes hacértelo a ti mismo.

  La gente religiosa te parecerá casi estúpida, aunque quizás no te hayas dado cuenta por culpa de tus ideas preconcebidas. Pero si tienes los ojos bien abiertos, ve y fíjate en tus sannyasins: los encontrarás estúpidos e idiotas, no hallarás ningún signo de inte­ligencia o creatividad. La India ha sufrido mucho por culpa de esta gente. Han creado un estado de ser tan poco creativo que el país ha vivido al mínimo. La parálisis no es meditación.

 Sucedió en una iglesia. El predicador gritaba durante el ser­món:
-¡Que todos los maridos que tengan problemas en su mente se levanten!
Todos los hombres en la iglesia se levantaron menos uno.
-¡Ah! -exclamó el predicador-. ¡Eres uno en un millón! -No es eso. No me puedo levantar -dijo el hombre-. Soy pa­ralítico.

 La parálisis no es meditación, la parálisis no es saludable. Puedes paralizar la mente; hay millones de trucos disponibles para paralizarla. Hay gente que se tumba en una cama de pin­chos: si te tumbas continuamente en una cama de pinchos, tu cuerpo se hace insensible. No es un milagro, simplemente estás insensibilizando tu cuerpo. Cuando el cuerpo pierde su vitalidad no hay problema; para ti no es en absoluto una cama de pinchos. Poco a poco podrías incluso sentirte cómodo. De hecho, si te dan una buena cama, serás incapaz de dormir en ella. Esto es parali­zar el cuerpo.

 Hay métodos parecidos para paralizar la mente. Puedes ayu­nar. Entonces la mente te sigue diciendo que el cuerpo tiene ham­bre, pero no le das comida, no escuchas a la mente. Poco a poco la mente se atonta. El cuerpo sigue sintiendo hambre, pero la mente no lo anuncia. ¿Para qué?, ¿qué sentido tiene?, no hay na­die escuchando, no hay nadie que responda. Se produce entonces una cierta parálisis mental. Muchas de las personas que hacen largos ayunos piensan que han alcanzado la meditación. No es meditación, sólo es una energía baja, parálisis, falta de sensibili­dad. Andan como cadáveres. No están vivos.

Recuerda, la meditación te dará cada vez más inteligencia, in­teligencia infinita, inteligencia radiante. La meditación te hará más vivo y más sensitivo; tu vida se enriquecerá.

 Fíjate en los ascetas: su vida es como si no fuera vida. Esa gente no son meditadores: podrían ser masoquistas, torturándose y disfrutando de la tortura. La mente es muy astuta, se pasa el tiempo haciendo cosas y luego racionalizándolas. Normalmente eres violento con los demás. Pero la mente es muy astuta: puede aprender no-violencia, puede predicar no-violencia, y entonces puedes llegar a ser violento contigo mismo. Y la violencia que tú te infringes a ti mismo es respetada por la gente, porque se cree     que ser un asceta es ser religioso. Esto es una completa tontería.

 Dios no es un asceta, de otro modo no habría flores, no habría árboles verdes, sólo desiertos. Dios no es un asceta, de otra ma­nera no habría canciones en esta vida, ni baile en esta vida, sólo cementerios y más cementerios. Dios no es un asceta, Dios dis­fruta de la vida, Dios es más epicúreo de lo que te puedas imagi­nar. Si piensas en Dios, piensa en los términos de Epicuro. Dios es una búsqueda constante de alegría, felicidad, éxtasis. Recuer­da esto.    

 Pero la mente es muy astuta: puede racionalizar la parálisis como meditación, puede racionalizar la estupidez como trascen­dencia, puede racionalizar la falta de vitalidad como renuncia­ción. ¡Ten cuidado! Recuerda siempre que, si estás yendo en la dirección correcta, seguirás floreciendo. Se liberará mucha fra­gancia de ti y serás creativo. Y serás sensible a la vida, al amor y a todo lo que Dios pone a tu disposición.

 Observa con mirada penetrante en el interior de tu mente, en­tiende cuáles son sus motivaciones. Cuando hagas algo, busca in­mediatamente la motivación, porque si te olvidas de la motiva­ción, la mente continuará engañándote y seguirá diciendo que la motivación era otra. Por ejemplo: llegas enfadado a casa y pegas a tu hijo. La mente dirá: «Es por su bien, para enseñarle moda­les». Esto es una racionalización. Ve más profundo... estabas en­fadado y buscabas a alguien con quien poder enfadarte. No pue­des enfadarte con tu jefe en la oficina, es demasiado; es arriesgado y económicamente peligroso. No, necesitas a alguien indefenso. Este niño está totalmente indefenso, depende de ti. No puede reaccionar, no puede hacer nada, no puede pagarte con la misma moneda. No puedes encontrar una víctima más perfecta.

 Fíjate, ¿estás enfadado con el niño? Si estás enfadado, la men­te te está engañando. La mente continúa engañándote las veinti­cuatro horas del día y tú cooperas con ella. Entonces al final ter­minas amargado, aterrizas en el infierno. Busca en cada momento la verdadera motivación. Si puedes encontrar la verda­dera motivación, la mente será cada vez menos capaz de enga­ñarte. Y cuanto más te alejes del engaño, más capaz serás de ir más allá de la mente, más te irás convirtiendo en un maestro.

He escuchado:

Un científico estaba diciéndole a su amigo:
-No veo por qué insistes en que tu esposa lleve un cinturón de castidad mientras estás fuera en la convención. Después de todo, entre nosotros, como viejos amigos que somos, con la cara y el tipo que tiene Emma: ¿quién querría...?
-Ya lo sé, ya lo sé -replicó el otro-. Pero cuando regreso a casa, siempre puedo decir que he perdido la llave.

 Fíjate... observa tus motivaciones inconscientes. La mente si­gue intimidándote y dándote órdenes porque no eres capaz de ver sus motivaciones reales. Una vez que una persona es capaz de ver las motivaciones reales, la meditación está muy cerca, porque la mente ha dejado de dominarle.

 La mente es un mecanismo -no tiene inteligencia. La mente es un-bio-computer. ¿Cómo puede tener inteligencia? Tiene aptitu­des, -pero no tiene inteligencia, tiene una utilidad funcional, pero no tiene consciencia. Es un robot. Trabaja bien, pero no la escu­ches demasiado porque perderás tu inteligencia interior. Es como si le pidieras a una máquina que te guiara, que te dirigiera. Se lo es­tás pidiendo a una máquina que no tiene en sí nada de original -no puede tenerlo-. Ni un solo pensamiento de la mente es original, siempre es una repetición. Observa: siempre que la mente dice algo, fíjate cómo de nuevo te está metiendo en una rutina. Trata de hacer algo nuevo y la mente te tendrá menos dominado.

 Las personas que son creativas en algún aspecto siempre se transforman fácilmente en meditadores, y las que no lo son en su propia vida tienen dificultades para alcanzar tal transformación. Si vives una vida repetitiva la mente tiene demasiado control so­bre ti: no te puedes alejar de esto, tienes miedo. Haz algo nuevo cada día. No escuches a la vieja rutina. De hecho, si la mente dice algo, respóndele: «Eso lo hemos estado haciendo siempre. Ahora vamos a hacer otra cosa».


Zen
Zen 


 Incluso cambios pequeños... en el modo que te has estado comportando siempre con tu esposa, pequeños cambios; en la manera que caminas siempre, pequeños cambios; de la manera que siempre hablas, pequeños cambios... y te encontrarás con que la mente está perdiendo su influencia sobre ti. Te vas hacien­do un poco más libre.

 La gente creativa entra más fácilmente en la meditación y va más profundo. Poetas, pintores, músicos, bailarines pueden entrar en la meditación con más facilidad que un hombre de negocios. Éstos vi­ven una vida rutinaria, que carece absolutamente de creatividad.

 He oído la historia de un padre que, estaba aconsejando a su hijo. El padre, un famoso playboy en su juventud, estaba hablan­do sobre la próxima boda de su hijo.

-Hijo mío -dijo-, sólo tengo dos consejos que darte. Asegú­rate de reservarte el derecho de salir con los amigos una noche a la semana.

Y se detuvo.
Su hijo preguntó por el segundo consejo y en­tonces le dijo:
-¡No la malgastes con los amigos!

Él está transmitiendo su propia rutina, su propio estilo a su hijo. La vieja mente continúa dando consejo a la consciencia ac­tual -el padre dando consejo al hijo-.

 Cada momento eres nuevo, renaces. La consciencia nunca es vieja. La consciencia es siempre el hijo y la mente siempre es el padre. La mente nunca es nueva, la consciencia nunca es vieja y la mente sigue aconsejando al hijo. El padre creará el mismo pa­trón en el hijo, después el hijo lo repetirá.

 Has vivido de un cierto modo hasta ahora, ¿no quieres vivir de un modo diferente? Has pensado de un cierto modo hasta aho­ra, ¿no quieres tener nuevos vislumbres en tu ser? Entonces per­manece en un estado de alerta y no escuches a la mente.

 La mente es tu pasado tratando constantemente de controlar tu presente y tu futuro. Es el pasado muerto que sigue controlan­do el presente vivo. Sólo date cuenta de esto.

 Pero ¿cómo lo hace? ¿De qué modo continúa la mente ha­ciéndolo? La mente lo hace con este método; dice: «Si no me es­cuchas, no serás tan eficiente como yo. Si haces una cosa cono­cida, serás más eficiente porque ya la has hecho antes. Si haces algo nuevo no serás tan eficiente». La mente sigue hablando como un economista, un experto eficiente; sigue diciendo: «Así es más fácil hacerlo. ¿Por qué hacerlo del modo más costoso? Esta es la manera que ofrece menos resistencia».

 Recuerda, siempre que tienes dos cosas, dos alternativas, es­coge la nueva, la más dura, aquella en la que hará falta más cons­ciencia. A costa de la eficiencia, escoge siempre consciencia y crearás una situación en la que la meditación se hará posible. To­das éstas son sólo situaciones. La meditación sucederá. No estoy diciendo que simplemente por hacerlas llegarás a la meditación, pero ayudarán. Crearán en ti la situación necesaria sin la cual, la meditación no puede suceder.

 Se menos eficiente pero más creativo. Deja que esa sea tu mo­tivación. No te preocupes demasiado de los fines utilitarios. En su lugar, recuerda constantemente que no estás en esta vida para convertirte en una mercancía. No estás aquí para convertirte en una utilidad, eso está por debajo de la dignidad. No estás aquí sólo para hacerte cada vez más eficiente, estás aquí para sentirte cada vez más vivo, estás aquí para ser cada vez más inteligente; estás aquí para ser cada vez más feliz, extáticamente feliz. Pero entonces esto difiere totalmente de los caminos de la mente.

Una mujer recibió un informe del colegio.

«Su hijo pequeño es muy inteligente -decía la nota del profe­sor acompañando el boletín con las notas-, pero pasa demasiado tiempo jugando con las niñas. De todas maneras, estoy preparan­do un plan para romper este hábito en él».

 La madre firmó el informe y lo devolvió con esta nota: «Há­game saber si funciona, y lo probaré con su padre».

 La gente está constantemente buscando trucos para controlar a los demás, trucos que puedan proporcionar más beneficios "tru­cos provechosos". Si estás buscando trucos para controlar a los demás, siempre estarás controlando la mente. Deja de controlar a los otros.

 Una vez que dejas de controlar a los demás -marido o esposa, hijo o padre, amigo o enemigo-, una vez que dejas caer la idea de controlar a los otros, la mente no te puede tener atrapado porque se vuelve inservible. Es práctico controlar el mundo; es práctico controlar a la sociedad.

 Un político no puede meditar -¡imposible!- le resulta incluso más difícil que a un hombre de negocios. Un político está al final del todo. No puede meditar. A veces algunos políticos vienen a mí: están interesados en la meditación, aunque no exactamente en la meditación; están demasiado tensos y buscan un poco de re­lajación. Vienen a mí y me preguntan si puedo ayudarlos, porque en su trabajo están demasiado tensos y en conflicto constante, ti­rándose de las piernas, es una carrera de ratas, continúa. Me pi­den algo para poder tener un poco de paz. Les digo que es impo­sible, no pueden meditar. La mente ambiciosa no puede meditar porque el cimiento básico de la meditación es ser no-ambicioso. La ambición significa un esfuerzo para controlar a los demás. Esto es lo que es la política: el esfuerzo para controlar todo el mundo. Si quieres controlar a otros, tendrás que escuchar a la mente, porque la mente disfruta mucho de la violencia.

 Y no puedes intentar cosas nuevas, son muy arriesgadas. Tie­nes que hacer cosas viejas una y otra vez. Si escuchas las leccio­nes de la historia, son sorprendentes.

 En 1917, Rusia vivió una gran revolución, una de las más grandes en la historia, pero de algún modo la revolución falló. Cuando los comunistas llegaron al poder, se convirtieron casi en zares, peores incluso. Stalin demostró ser más terrible que  Iván el Terrible: mató a millones de personas. ¿Qué sucedió? Una vez que llegaron al poder, hacer algo nuevo era demasiado arriesga­do; podría no funcionar. Nunca antes había funcionado: por eso, «¿Quién sabe? Usa los viejos métodos que siempre habían fun­cionado». Tuvieron que aprender de los zares.

 Toda revolución fracasa porque una vez que un determinado grupo de políticos llega al poder tiene que usar los mismos méto­dos. La mente nunca está a favor de lo nuevo, siempre está a fa­vor de lo viejo. Si quieres controlar a los demás, no serás capaz de meditar; sobre este punto ten completa seguridad.

 La mente vive en una especie de sueño, vive en una especie de estado inconsciente. Te haces consciente sólo en muy raras oca­siones. Si tu vida corre un peligro tremendo te haces consciente; de otro modo no eres consciente. La mente se sigue moviendo, adormecida. Párate junto al camino y observa a la gente; verás las sombras de los sueños en sus caras, alguien hablando sólo, o haciendo gestos. Si te fijas en él serás capaz de ver que está en otro lugar, no aquí en el camino. Es como si la gente se moviera profundamente dormida.

 El sonambulismo es el estado normal de la mente. Si te quie­res convertir en un meditador, tienes que abandonar ese hábito de hacer cosas adormecido. Camina, pero atento. Cava un hoyo, pero atento. Come, pero mientras comas no hagas nada, sólo come. Cada pedazo debe ser ingerido con una profunda atención, mastícalo con atención. No te permitas correr por todo el mundo. Permanece aquí, ahora. Siempre que sorprendas a tu mente yén­dose a otro lugar... Siempre se está yendo a otro lugar, nunca quiere estar aquí, porque si la mente está aquí ya no es necesaria. Justo en el presente la mente no es necesaria; la consciencia es suficiente. La mente se necesita sólo allí, en algún otro lugar, en el futuro, en el pasado, pero nunca aquí. Por eso, siempre que te des cuenta de que la mente se ha ido a algún otro lugar -estás en Puna y la mente se ha ido a Filadelfia-, inmediatamente sé consciente. Date una sacudida, vuelve a casa. Vuelve al punto donde tú estás. Comiendo, come; caminando, camina; no dejes a la mente que vaya por todo el mundo.

 No es que esto se vaya a convertir en meditación, pero creará la situación.

 La fiesta estaba a tope y un hombre decidió llamar a un ami­go para invitarle a sumarse a la festividad. Llamó a un número equivocado y se disculpó con la somnolienta voz que había respondido. En la siguiente llamada le respondió la misma voz.

-Lo siento muchísimo -dijo-:-He marcado con mucho cuida­do. No puedo entender cómo tengo el número equivocado.
-Yo tampoco puedo entenderlo -respondió la somnolienta voz-. Especialmente desde que no tengo teléfono.

 Las personas viven casi dormidas y tienen que aprender el truco de cómo hacer cosas sin que se les altere el sueño. Si te mantienes un poco alerta, te sorprenderás con las manos en la masa en muchas ocasiones, haciendo cosas que nunca querías ha­cer, haciendo cosas de las que sabes te vas a arrepentir, haciendo cosas que habías decidido, justo el otro día, no volver a hacer. Y dices muchas veces: «Lo hice, pero no sé cómo sucedió. Sucedió a mi pesar». ¿Cómo pueden suceder cosas muy a tu pesar?


 Sólo es posible si estás dormido. Y aunque sigas diciendo que nunca quisiste hacerlo, en algún lugar en lo más profundo lo has debido de querer.

 El otro día Paritosh me mandó un chiste muy hermoso, una rareza, una joya de las aguas más finas. Escucha con atención.

 Sucedió después de la última Guerra Mundial. Un periodista estaba entrevistando a la madre superiora de un convento en Eu­ropa.

 -Dígame -dijo la periodista- ¿qué le sucedió a usted y a sus monjas durante esos terribles años? ¿Cómo sobrevivieron?

 -Bien, primero empezó la madre superiora-, los alemanes invadieron nuestro país, embargaron el convento, violaron a to­das las monjas (excepto a la hermana Anastasia), tomaron nues­tros alimentos y se fueron. Después llegaron los rusos. De nuevo embargaron el convento, violaron a todas las monjas (excepto a la hermana Anastasia), tomaron nuestros alimentos y se fueron.

 Entonces, cuando los rusos fueron expulsados, los alemanes regresaron, embargaron el convento, violaron a todas las monjas (excepto a la hermana Anastasia), tomaron nuestros alimentos y se fueron.

 El periodista hizo los ruiditos simpatéticos requeridos para la ocasión, pero tenía curiosidad acerca de la hermana Anastasia.

-¿Quién es esa hermana Anastasia? -preguntó-. Por qué pudo escapar de esos terribles sucesos?
-Ah, bien -replicó la madre superiora-, a la hermana Anasta­sia no le gustan este tipo de cosas.

 Incluso la violación es un deseo, también sucede porque tú lo quieres. Puede parecer extremo pero los psicoanalistas así lo di­cen, y yo también lo he observado. Sin tu cooperación la viola­ción es imposible. Un profundo deseo de ser violado se esconde en algún lugar. De hecho, es muy raro encontrar a una mujer que no haya fantaseado acerca de ser violada, que no haya soñado que ella misma era violada. En lo mas profundo, la violación muestra que eres hermosa, deseada -¡deseada salvajemente!-. Es un hecho histórico que cuando una de las mujeres mas hermosas de Egipto murió su cadáver fue violado; la momia. Si el espíritu de la mujer se ha enterado, ha debido de sentirse muy contento. Sólo piensa... un cadáver violado.

 Lo puedes negar. Sólo hace unos días llegó a mí una mujer. Había sido violada en Kabul, y estaba contando toda su historia con tanto placer que le dije: «Tú has debido estar cooperando». Ella dijo: «¿Qué estás diciendo?». ¡Se Sintió herida! Le dije que no se sintiera herida. «Estás disfrutando contando la historia -dije-. Cierra tus ojos, y se honesta. Por lo menos una vez, se ho­nesta conmigo. ¿Disfrutaste?». Ella dijo: «¿Qué estás diciendo? ¿Que he sido violada y he disfrutado de ello? ¡Soy católica, cris­tiana!». Le dije: «De todas maneras, cierra tus ojos. No hay dife­rencia si eres católico, hindú, o budista; cierra tus ojos y medita». Se relajó. Era realmente una mujer sincera. Entonces su cara cambió, abrió los ojos y dijo: «Creo que tienes razón. Lo he dis­frutado. ¡Pero, por favor, no se lo digas a nadie! Mi marido va a venir pronto a verte. ¡No se lo digas nunca!».

 Sólo observa tu mente: en la superficie dice algo, pero en lo más profundo, simultáneamente, está planeando otra cosa. Está­te un poco más alerta y no te eches a dormir.

 La anciana regañona se había pasado una semana en la cama, por orden del doctor. Nada le sentaba bien. Se quejaba del tiem­po, de la medicina, y especialmente de la manera de cocinar de su marido.

 Un día, después de recoger la bandeja del desayuno y limpiar la cocina, el anciano se sentó en su gabinete. Ella oyó como es­cribía con su bolígrafo.

-¿Qué estás haciendo ahora? - preguntó ella. -Escribiendo una carta.
-¿A quién le estás escribiendo?
-A la prima Ana.
-¿Sobre qué le estás escribiendo?
-Le estoy contando que estás enferma, pero los doctores di­cen que te pondrás bien pronto, y que no hay peligro.
Y después de una pequeña pausa le preguntó:
-¿Cómo se escribe cementerio? ¿Con "c" o con "s"?

 En la superficie una cosa, en lo profundo, exactamente lo opuesto. Está esperando en contra de la esperanza, está esperan­do en contra de los doctores. En la superficie, seguirá diciendo que estará bien pronto, pero en su interior está esperando que de algún modo se muera. Y no aceptará el hecho, incluso ante sí mismo.  
        
 Así es como sigues ocultándote de ti mismo.      
          
Cesa de engañarte con esos trucos. Se sincero con tu mente y el control que tu mente tiene sobre ti terminará. ­

 Ahora esta pequeña historia.        

 Cuando descubrieron a los lobos en el pueblo, cerca del tem­plo del
maestro Shoju, éste fue al cementerio por la noche du­rante una
semana y se sentó en zazen.

 Esto puso punto final al rondar de los lobos.
Llenos de gozo, los hombres y mujeres del pueblo le pidieron
que describiera los ritos secretos que había llevado a cabo.
«No he tenido que acudir a ese tipo de cosas -dijo- ni podía
haberlo hecho.» Mientras estaba haciendo zazen un grupo de lobos me ro­deó.
Me lamieron la punta de la nariz, y olisquearon mi gargan­ta,
pero como permanecí en el estado correcto en mi mente, no
me mordieron.» Como sigo predicándote, el estado correcto de la mente te hará
libre en la vida y en la muerte, invulnerable al fuego y al agua.
Ni siquiera los lobos tienen poder en su contra.
»Sólo practico lo que predico».

Una historia muy simple, pero muy significativa. El maestro simplemente fue al cementerio y se sentó durante una semana, sin hacer nada, ni siquiera rezar, ni siquiera meditar. Simplemente se sentó en meditación -no meditando, sólo en meditación-. S6óo se sentó allí. Éste es el significado de la palabra zazen. Es una de las palabras más hermosas que se pueden usar para meditación: sig­nifica, "sentado, sin hacer nada". Za significa  "sentado" -simplemente se sentó allí-.  Y  este  sentarse
cuando la mente no está allí y los pensamientos no están allí, cuando no hay agitación y la consciencia es como un estanque de agua fría sin ondas- es el es­tado correcto. Los milagros suceden espontáneamente.

 El maestro dijo:

 Mientras estaba haciendo zazen un grupo de lobos me rodeó.
Me lamieron la punta de la nariz, y olisquearon mi garganta,
pero como permanecí en el estado correcto en mi mente no
me mordieron.

 Una ley fundamental de la vida es que si te asustas, le das más energía al otro para que te asuste más. La misma idea del miedo en ti crea la idea opuesta en el otro.
Cada pensamiento tiene una polaridad positiva y una negati­va, como la electricidad. Si tienes un polo negativo, en el otro lado se crea un polo positivo. Es automático. Si tienes miedo, el otro inmediatamente siente cómo surge el deseo en él de opri­mirte, de torturarte. Si no tienes miedo, el deseo en el otro sim­plemente desaparece. Y no es así sólo con el hombre, también es así con los lobos. Con los animales es lo mismo.

 Si puedes permanecer en el estado correcto -esto es, sin dis­traerte, silencioso, sólo siendo un testigo de todo, de todo lo que está pasando, sin que surja ninguna idea en ti-, entonces no sur­girá ninguna idea en los que están a tu alrededor.
Hay una vieja historia india:

 En el cielo hindú, existe un árbol llamado kalpataru. Signifi­ca "el árbol de los deseos". Por accidente un viajero llegó allí y estaba tan cansado que se sentó bajo el árbol. Y estaba tan ham­briento que pensó: «Si hubiera alguien aquí, le pediría comida. Pero parece que no hay nadie».

 En ese momento la idea de alimento apareció en su mente y el alimento apareció de repente. Y estaba tan hambriento que no se preocupó en pensar en lo que había sucedido; se lo comió.

Entonces comenzó a tener sueño, y pensó: «Si hubiera una cama aquí...», y la cama apareció...
Pero tumbado en la cama el pensamiento surgió en él: «¿Qué está sucediendo? No veo aquí a nadie. Ha llegado la comida, una cama. ¡Quizás hay fantasmas merodeando!». De repente apare­cieron los fantasmas...

 Entonces se asustó y pensó: «¡Ahora me matarán!». ¡Y lo ma­taron!

 En la vida la ley es la misma: si piensas en fantasmas, con se­guridad aparecerán. Piensa y verás: si piensas en enemigos, los crearás; si piensas en amigos, aparecerán. Si amas, el amor surgirá a tu alrededor; si odias, el odio aparecerá. Cualquier cosa que pienses se realizará por algún tipo de ley. Si no piensas en nada, entonces no te pasa nada.

 El maestro simplemente se sentó en el cementerio. Llegaron los lobos, pero no encontraron a nadie. Ellos olfatearon. Debie­ron de olfatear para ver si este hombre estaba pensando o no. Lo rodearon. Lo observaron. Pero no había nadie, sólo vacío. ¿Qué hacer con el vacío?      
Este vacío, este silencio, este éxtasis, no puede ser destruido. Ni siquiera los lobos son tan malos. Sintieron la santidad y el va­cío y desaparecieron.

 Los hombres y mujeres del pueblo pensaron que ese hombre había efectuado algunos ritos secretos, pero el maestro dijo: «No he hecho nada, ni podría haberlo hecho. Simplemente me senté allí y todo cambió».

 Esta anécdota es una parábola. Si te sientas en este mundo en silencio, si vives en silencio, como una nada vital, el mundo se convertirá en un paraíso; los lobos desaparecerán. No hay nece­sidad de hacer nada más: simplemente mantén el correcto estado de tu consciencia, y todo sucederá.

 Existen dos leyes. Una es la ley de la mente. Con la ley de la mente sigues creando un infierno a tu alrededor: los amigos se vuelven enemigos, los amantes demuestran ser enemigos, las flo­res se convierten en pinchos. La vida se convierte en una carga.

 Uno simplemente sufre la vida. Con la ley de la mente, vives en el infierno, donde quiera que vivas.

 Si sales de tu mente te sales de esta ley y de repente vives en un mundo totalmente diferente. Ese mundo diferente es nirvana. Ese mundo diferente es la divinidad. Entonces sin hacer nada, todo comienza a suceder.       
                                                       
 Déjame decírtelo de esta manera: si quieres "hacer" vivirás en el ego, los lobos te rodearan y estarás constantemente con pro­blemas. Si dejas caer tu ego, si abandonas la idea de ser un hace­dor y simplemente te relajas en la vida, y estás en un dejarte ir, estás de vuelta otra vez en el mundo de la divinidad, de vuelta en el jardín del Edén -Adán ha vuelto a casa-. Entonces las cosas suceden.

 La historia cristiana dice que Adán no tenía necesidad de ha­cer nada en el jardín del Edén; todo estaba disponible. Pero entonces cayó en desgracia y fue expulsado. Se convirtió en un eru­dito, se convirtió en un egoísta y desde entonces la humanidad ha estado sufriendo.  

 Cada persona tiene que regresar al jardín del Edén nuevamen­te. Las puertas no están cerradas. «Llamad, y se abrirán para ti. Pedid, y se os dará», pero uno tiene que darse la vuelta. El cami­no es desde el hacer a el suceder, desde el ego hacia el no-ego, desde la mente hacia la no-mente. La no-mente es meditación.



Osho Zen
Osho Zen 


Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
Fuente: www.oshogulaab.com