HOLAAA

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Les enseñaré una manera muy fácil: hagan su trabajo pensando que el trabajo también pertenece a Dios. No fijen su mente en la tarea, pensando "es mi trabajo". Piensen que todas las acciones que hacen, las hacen para Dios. Ofrézcanlo todo a Sus Pies. Crean, y díganselo a ustedes mismos, "todo lo que hago lo hago por amor a Dios".

El Halo Del Buda Yakushi - Zen - Osho

Meditación es la flor y compasión es la fragancia.


Un día de invierno, un samurai sin maestro llegó al templo
de Eisai e hizo esta petición: «Soy pobre y estoy enfermo
-dijo­ y mi familia se está muriendo de hambre. Por favor,
ayúdanos, maestro».
Dependiente como era de las limosnas de las viudas, la
vida de Eisai era muy austera, y no tenía nada que dar.
Estaba a punto de despedir al samutai cuando de repente
se acordó de la imagen del Buda Yakushi que estaba
en la sala. Acercándose a ella le arrancó el halo y se lo
dio al sa­murai.
«Véndelo -dijo Eisai-, solucionará tus problemas». El
asombrado pero desesperado samurai cogió el halo y se fue.
«¡Maestro! -gritó uno de los discípulos de Eisai-, ¡eso es
un sacrilegio!». ¿Cómo has podido hacer una cosa así?
«¿Sacrilegio? ¡Bah! Lo único que he hecho ha sido poner la
mente del Buda, que está llena de amor y misericordia, a
trabajar, para que nos entendamos.  En verdad, si él mismo
 hubiera oído al probre samirai se habría cortado
un brazo por él.

 Meditación es la flor y compasión es la fragancia.  Así es como sucede exactamente: la flor florece y la fragancia se esparce a los vientos en todas las direcciones, para ser llevada hasta los mismos confines de la tierra.  Pero el asunto básico es el florecimiento de la flor.

 El hombre también lleva en su interior un potencial para el florecimiento. Hasta que y a menos que el ser interior de un hom­bre florezca, no es posible la fragancia de la compasión. La com­pasión no puede practicarse, no es una disciplina. No puedes manipularla, está más allá de ti. Si meditas, de repente, un día te haces consciente de un nuevo fenómeno, completamente desco­nocido: desde tu ser la compasión fluye hacia toda la existencia; sin dirección, sin rumbo fijo, moviéndose hasta los últimos con­fines de la existencia.

 Sin meditación, la energía se queda en pasión; con medita­ción, esa misma energía se convierte en compasión. La pasión y la compasión no son dos energías, son una y la misma energía. Una vez que pasa a través de la meditación, se transforma, se transfigura, se vuelve cualitativamente diferente. La pasión va hacia abajo, la compasión va hacia arriba. La pasión va a través del deseo, la compasión va a través de la ausencia de deseo. La pasión es una ocupación para que olvides las miserias en las que vives, la compasión es una celebración. La compasión es un bai­le de consecución, de realización -estás tan realizado que puedes compartir-. Ahora no queda nada; has realizado el destino que llevabas en tu interior durante milenios, como una potencialidad para florecer, sólo un capullo. Ahora has florecido y estás bailan­do. Lo has alcanzado, estás realizado. No te queda nada más que alcanzar, ningún lugar a donde ir, nada que hacer.

 ¿Qué le sucederá ahora a la energía? Comienzas a compartir. Esa misma energía que estaba yendo a través de oscuras capas de pasión ahora va hacia arriba, con rayos de luz, sin contaminar con ningún deseo, sin contaminar con ningún condicionamiento, sin ser corrompida por ninguna motivación; por eso lo llamo "fragancia". La flor es limitada, pero la fragancia no. La flor tie­ne limitaciones, está arraigada en algún lugar en cautiverio. Pero la fragancia no está presa, simplemente va, cabalga en los vien­tos sin amarras en la tierra.

 La meditación es la flor. Tiene raíces. Existe en ti. Una vez que ha sucedido, la compasión no está arraigada, simplemente se mueve y sigue moviéndose: Buda ha desaparecido, pero no su compasión. La flor morirá más pronto o más tarde; es parte de esta tierra y el polvo volverá al polvo, pero la fragancia que ha sido liberada permanecerá para siempre. Buda se ha ido, Jesús se ha ido, pero no su fragancia. Su compasión todavía continúa y quienquiera que esté abierto a su compasión inmediatamente sentirá su impacto, será conmovido, será llevado en un nuevo viaje, en un nuevo peregrinaje.

 La compasión no está limitada a la flor; viene de la flor, pero no es de la flor. Llega a través de la flor, la flor es simplemente un canal, pero viene realmente del más allá. No puede llegar sin la flor, la flor es una etapa necesaria, pero no pertenece a la flor. Una vez que la flor ha florecido, se libera la compasión.

 Esta insistencia, este énfasis, tiene que ser entendido en pro­fundidad, porque si no ves lo esencial puedes comenzar a practi­car la compasión, pero entonces no será una fragancia real. Una compasión practicada es simplemente la misma pasión con un nuevo nombre. Es la misma energía contaminada de deseo y de motivación corrupta y puede convertirse en algo muy peligroso para otras personas, porque en el nombre de la compasión puedes destruir, en el nombre de la compasión puedes crear esclavitud. No es compasión, y si la practicas, estás siendo artificial, formal, de hecho, un hipócrita.

 Lo primero que hay que recordar continuamente es que la compasión no puede ensayarse. Es en este punto donde todos los seguidores de todos los grandes maestros religiosos se han equi­vocado. Buda alcanzó la compasión a través de la meditación; ahora los budistas practican la compasión. Jesús alcanzó la com­pasión a través de la meditación; ahora los cristianos, los misio­neros cristianos, practican el amor, la compasión, el servicio a la humanidad. Pero su compasión ha demostrado ser una fuerza muy destructiva en el mundo: su compasión sólo ha creado gue­rras, su compasión ha destrozado a millones de personas que han acabado en oscuros cautiverios.

 La compasión te libera, te da libertad; pero esa compasión tie­ne que llegar a través de la meditación, no hay otro modo. Buda ha dicho que la compasión es un derivado, una consecuencia. Tú no puedes acceder a una consecuencia directamente, tienes que actuar; tienes que producir la causa y le seguirá el efecto. De modo que si realmente quieres entender en qué consiste la com­pasión tendrás que entender qué es la meditación. Olvídate de la compasión, llega espontáneamente.

 Intenta entender qué es la meditación. La compasión se puede convertir en un criterio para ver si tu meditación es correcta o no. Si la meditación ha sido correcta, inevitablemente llegará la com­pasión; es natural, le sigue como una sombra. Si la meditación ha sido errónea, no le seguirá la compasión. De ese modo la compa­sión puede funcionar como criterio para ver si la meditación ha sido realmente correcta o no.

 Incluso la meditación puede ser incorrecta. La gente tiene la noción equivocada de que todas las meditaciones son correctas. No es así. Las meditaciones pueden ser incorrectas: por ejemplo, cualquier meditación que te lleve a una profunda concentración , es incorrecta, no te llevará a la compasión. Te cerrarás cada vez más en lugar de ir abriéndote. Si limitas tu consciencia, te con­centras en algo, excluyes a la existencia en su totalidad, y te en­focas en un solo punto, crearás en ti cada vez más tensión. Por eso la palabra atención: significa "en-tensión". El mismo sonido de la palabra concentración produce en ti una sensación de ten­sión.

 La concentración tiene su propia utilidad, pero no es medita­ción. En el trabajo científico, en la investigación científica, en el laboratorio científico, necesitas concentración. Tienes que con­centrarte en un problema y excluir todo lo demás, tanto que casi dejas de pensar en el resto del mundo. Ese único problema en el que estás concentrado es tu mundo. Por eso los científicos son distraídos. Las personas que se concentran demasiado siempre están distraídas porque no saben cómo permanecer abiertos al resto del mundo.

 Estaba leyendo una anécdota:

 -He traído un rana -dijo radiante un científico, profesor de zoología, a su clase- directamente del estanque, para que poda­mos estudiar sus características físicas y más tarde diseccionarla.
Cuidadosamente desenvolvió el paquete que traía y dentro apareció un sándwich de jamón preparado con esmero. El bueno del profesor lo miró con asombro.
-Qué curioso! -dijo-. Recuerdo claramente haberme comido mi almuerzo.

 Esto les ocurre continuamente a los científicos: se concentran en un solo punto y toda su mente se estrecha. Por supuesto, una mente estrecha tiene su utilidad: se vuelve más penetrante, se vuelve afilada como una aguja, se enfoca exactamente en el lugar correcto, pero se olvida de toda la vida que le rodea.

 Un buda no es un hombre de concentración, es un hombre de conocimiento. No ha estado tratando de limitar su consciencia; al contrario, ha dejado caer todas las barreras y se ha hecho total­mente asequible a la existencia. Observa... la existencia es si­multánea... Estoy aquí hablando y simultáneamente se oye el ruido del tráfico, el tren, los pájaros, el viento soplando por entre los árboles; en este momento toda la existencia converge. Tú es­cuchándome, yo hablándote y millones de cosas sucediendo; es inmensamente rica.

 La concentración te enfoca en un solo punto a un precio muy alto: el noventa y nueve por ciento de tu vida es descartada, Si es­tás resolviendo un problema matemático, no puedes escuchar a los pájaros, serán una distracción. Los niños jugando alrededor, los perros ladrando en la calle serán una distracción. La esposa trabajando en la cocina lavando los platos será una distracción. Por culpa de la concentración la gente ha tratado de escapar de la vida, se ha ido a los Himalayas, se ha ido a una cueva, ha perma­necido áislado, para poder concentrase en Dios. Pero Dios no es un objeto. Dios es la totalidad de la existencia, este momento; Dios es la totalidad. Por ello la ciencia nunca será capaz de co­nocer a Dios.

 El método intrínseco de la ciencia es la concentración y por culpa de este método la ciencia es incapaz de conocer a Dios.

 Puede conocer detalles cada vez más minuciosos. Primero se pensó que la molécula era la última partícula, entonces fue divi­dida. Luego se descubrió una parte incluso más pequeña, el átomo, entonces la concentración también la dividió. Ahora existen electrones, protones, neutrones; más pronto o más tarde también serán divididos.

Zen - Osho
Zen - Osho


 La ciencia va de lo pequeño a lo más pequeño, y lo grande, lo inmenso, es completamente olvidado. El todo es completamente olvidado por la parte. La ciencia nunca podrá conocer a Dios a causa de la concentración. Por eso cuando vienen a mí y me di­cen: “Osho, enséñanos concentración, queremos conocer a Dios”, sencillamente me asombro. No han entendido lo más bá­sico de la búsqueda.

 La ciencia es unidireccional; la búsqueda es objetiva. La reli­gión es simultaneidad, el objetivo es el todo, la totalidad. Para conocer la totalidad, esto es, para conocer a Dios, tendrás que te­ner una consciencia que esté abierta por todos los lados, sin limi­tar, sin mirar desde una ventana. De otro modo el marco de la ventana se convertirá en el marco de la existencia. De pie, bajo el sol en el cielo abierto: esto es meditación. La meditación no tie­ne marco, no es una ventana, no es una puerta. La meditación no es concentración, no es atención. La meditación es consciencia.

 Entonces ¿qué hacer? No te va a ayudar repetir un mantra o hacer meditación trascendental. La meditación trascendental se ha hecho muy importante en América debido a su enfoque obje­tivo, debido a la mente científica. Es la única meditación sobre la que se puede realizar un trabajo científico, porque es la única meditación en la que el trabajo científico puede ser realizado. Es exactamente concentración y no es meditación. Es comprensible para la mente científica.

 En las universidades, en los laboratorios científicos, en el tra­bajo de investigación psicológica, se está haciendo mucho sobre la M. T. (Meditación Trascedental), porque no es meditación. Es concentración, un método de concentración, entra dentro de la misma categoría que la con­centración científica. Hay un enlace entre las dos, pero no tiene nada que ver con la meditación. La meditación es tan amplia, tan tremendamente infinita que no es posible llevar a cabo sobre ella una investigación científica. Sólo la compasión demostrará si el hombre la ha alcanzado o no. Las ondas alfa no serán de gran ayuda porque todavía pertenecen a la mente y la meditación no pertenece a la mente, está mas allá.

 Déjame contarte algunas cosas básicas. Una, la meditación no es concentración sino relajación. Simplemente te relajas en ti mismo. Cuanto más te relajas, más abierto te sientes, más vulne­rable. Cuanto más te relajas, menos rígido estás, más flexible eres y de repente la existencia comienza a penetrarte. Ya no eres como una roca, tienes aberturas. Relajación quiere decir que te permites a ti mismo caer en ese espacio donde no estás haciendo nada, porque si estás haciendo algo, la tensión continuará. Es un estado de no-acción. Simplemente te relajas y disfrutas de la sen­sación de relajación.

 Relájate en tu ser. Solamente cierra los ojos y escucha todo lo que está sucédiendo a tu alrededor. No necesitas percibir nada como una distracción. En el momento que percibes algo como una distracción, estás rechazando a Dios. En este momento Dios ha llegado a ti como un pájaro, no lo rechaces. Ha llamado ha tu puerta como un pájaro. En el siguiente momento ha venido como un perro, ladrando, o como un niño gritando y llorando, o como un loco riendo. No lo niegues, no lo rechaces, acepta, porque si lo rechazas te pondrás tenso. Todas las negativas crean tensión.

 Acepta. Si quieres relajarte, la aceptación es el camino. Acepta todo lo que esté sucediendo a tu alrededor; deja que se convierta en una totalidad orgánica. ¡Lo es! Podrías saberlo o podrías no saberlo todo está interrelacionado. Estos pájaros, estos, árboles, este cielo, este sol, esta tierra, tú, yo; todo está relacionado. Es una unidad orgánica. Si el sol desaparece, los árboles desapare­cerán; si los árboles desaparecen, los pájaros desaparecerán; si los pájaros y los árboles desaparecen, no podrás estar aquí, tú de­saparecerás. Es una ecología. Todo está profundamente relacio­nado entre sí.

 Por eso no rechaces nada, porque en el momento que rechazas estás rechazando algo en ti. Si niegas estos pájaros cantores, algo en ti es negado.

 Sucedió en una ocasión en primavera. El tiempo era delicioso yo estaba sentado en un banco en el parque: disfrutaba de la pri­mavera, los pájaros, el aire y el sol. Escuchaba los melodiosos gorjeos de los numerosos pájaros.

 Un desconocido estaba sentado también en el mismo banco. Me volví hacia él y le dije: «¿No es delicioso el canto de los pá­jaros?».

 Pero debía de ser un hombre religioso. Estaba recitando algún mantra. Se molestó. Sintió como si yo me hubiera entrometido.

 Frunció el ceño y dijo: «¿Cómo diablos puedo escuchar lo que estás diciendo por encima del condenado ruido de esos estú­pidos pájaros?».

 Pero si niegas, si rechazas, si sientes que te distraen, si estás enfadado, estás rechazando algo en tu interior. Escucha de nuevo a los pájaros sin ningún sentimiento de distracción o de rabia, y de repente verás que el pájaro en tu interior responde. Entonces esos pájaros dejan de ser unos desconocidos, unos intrusos: de repente toda la existencia se convierte en una familia. Lo es y yo llamo religioso al hombre que ha llegado a entender que toda la existencia es una familia. Él podría no ir a ninguna iglesia, podría no adorar en ningún templo, podría no rezar en ninguna mezqui­ta o gurudwara* (eso no importa, no tiene casi importancia). Si lo haces, bien, de acuerdo; si no lo haces, es todavía mejor. Pero el que ha comprendido la unidad orgánica de la existencia está constantemente en el templo, está constantemente frente a lo sa­grado, frente a lo divino.

 Pero si estás recitando algún estúpido mantra pensarás que esos pájaros son estúpidos. Si estás repitiendo alguna tontería en tu interior o pensando en alguna trivialidad -podrías llamarla fi­losofía o religión-, entonces esos pájaros se convierten en dis­tracciones. Sus sonidos son simplemente divinos. No dicen nada, están simplemente burbujeando de dicha. Su canto no tiene nin­gún significado, excepto el de una energía desbordante. Quieren compartir con la existencia, con los árboles, con las flores, conti­go. No tienen nada que decir, están allí simplemente siendo, sien­do ellos mismos.  

 Si te relajas, si aceptas. La única manera de relajarse es acep­tar la existencia. Si las cosas pequeñas te molestan, es entonces tu actitud la que te está molestando. Siéntate en silencio, escucha todo lo que está sucediendo a tu alrededor, y relájate. Acepta, re­lájate, y de repente sentirás un inmensa energía surgiendo en ti. Esa energía se revelará primero en que tu respiración se hará más profunda. Normalmente tu respiración es muy superficial y a ve­ces si intentas respirar profundamente, si comienzas a hacer pra­nayam, si empiezas a forzar algo, estás haciendo un esfuerzo.  No  es necesario  ese  esfuerzo.  Sencillamente acepta la vida,
relájate y de repente verás que tu respiración nunca había sido tan profunda. Te relajas más, y la respiración se hace más profunda aún. Se hace más lenta, rítmica y casi puedes disfrutarla; te da un cierto placer. Entonces te darás cuenta de que la respiración es el puen­te entre tú y el todo. Sólo observa; No hagas nada.

 Pero cuanto más observas... y cuando digo observa, no trates observar; de otra manera te pondrás otra vez tenso y empezarás a concentrarte en la respiración. Simplemente relájate, permanece relajado, suelto. Y mira... porque ¿qué otra cosa puedes hacer? Estás ahí, sin nada que hacer, aceptándolo todo, sin negar nada, sin rechazar nada, sin esfuerzo, sin lucha, sin conflicto, la respi­ración se va haciendo más profunda. ¿Qué puedes hacer? Sim­plemente observa. Recuerda, simplemente observa; no hagas ningún esfuerzo en observar. Esto es lo que el Buda llama vipassana, la observación de la respiración, la consciencia en la respi­ración, o satipatthana, recordando, estando consciente de la energía vital que se mueve en la respiración. No intentes hacer respiraciones profundas, no intentes inhalar o exhalar, no hagas nada. Sencillamente relájate y deja que la respiración sea natural, yéndose por sí sola, llegando por si sola y muchas cosas se pon­drán a tu alcance.     
 
 Lo primero será que la respiración se puede tomar de dos ma­neras porque es un puente: una de sus partes está unida a ti, la otra parte está unida a la existencia. Por eso puede entenderse de dos maneras. Puedes tomártelo como una cosa voluntaria. Si quieres inhalar profundamente, puedes inhalar profundamente; si quieres exhalar profundamente, puedes exhalar profundamente. Puedes hacer algo al respecto, una parte está unida a ti. Pero si no haces nada, entonces también continúa. No necesitas hacer nada y continúa, también es involuntaria. La otra parte está unida a la existencia misma.  

Puedes imaginarte como si tú la estuvieras introduciendo en tu interior, la estás respirando, o puedes imaginarte justo todo lo contrario: que te está respirando. Y este otro modo tiene que ser comprendido porque te llevará a una profunda relajación. No es que tú estés respirando, sino que la existencia te está respirando. Es un cambio en la gestalt y sucede por sí mismo. Si continúas relajándote, aceptando todo, relajándote en ti mismo, poco a poco, de repente, te das cuenta de que tú no estás haciendo esas respiraciones: están llegando y marchándose espontáneamente, y llenas de tanta gracia, con tanta dignidad, con un ritmo, con un ritmo tan armonioso. ¿Quién lo está haciendo? La existencia te está respirando. Se introduce en ti, sale de ti. A cada momento te rejuvenece, a cada momento te hace vivo, una y otra vez. De re­pente percibes la respiración como un suceder...

 Y así es como debe crecer la meditación. Y esto lo puedes ha­cer en cualquier lugar, también en el mercado, porque ese ruido también es divino. Y si escuchas silenciosamente, incluso en me­dio de la calle, percibirás una cierta armonía en el ruido. Ya no es una distracción.

 Si estás en silencio, puedes ver muchas cosas, olas tremendas de energía moviéndose por todas partes a tu alrededor. Una vez que aceptas, donde vayas sentirás la divinidad. La palabra no es importante, pero sentirás algo inmenso, sentirás algo sagrado, algo luminoso, algo misterioso. Está sucediendo constantemente un milagro a tu alrededor, pero sigues sin verlo.

 Una vez que la meditación se asienta en ti y tú te acompasas con el ritmo de la existencia, la compasión es una consecuencia. De repente sientes que te has enamorado de la totalidad y que el otro ha dejado de ser el otro. En el otro tú también vives. Y que el árbol no sigue siendo sólo "ese árbol de allí", de alguna mane­ra está relacionado contigo. Todo está interrelacionado. Tocas una brizna de hierba y has tocado todas las estrellas, porque todo está relacionado, no puede ser de otra manera. La existencia es orgánica. Es una, es una unidad.

 Porque no somos conscientes, no podemos ver lo que seguimos haciéndonos a nosotros mismos. Tocas algo, y otra cosa que nunca habías pensado que estuviera relacionada comienza a suceder.

 Precisamente la otra noche estaba leyendo algo sobre el olfa­to. La sensación, la capacidad de oler, ha desaparecido casi por completo de la humanidad. Los animales son muy inteligentes. Un caballo puede oler a kilómetros de distancia. Un perro puede oler más que un hombre. Sólo por el olor un perro sabe que su dueño está viniendo, y después de muchos años el perro recono­cerá de nuevo el olor de su dueño.

 El hombre se ha olvidado por completo de este sentido. ¿Qué le ha sucedido al olfato? ¿Qué calamidad le ha sucedido al olfa­to? No parece que haya ninguna razón para que el olfato haya sido tan reprimido. Ninguna cultura en ningún lugar lo ha repri­mido conscientemente, pero ha sido reprimido. Se ha reprimido por culpa del sexo. Toda la humanidad vive con el sexo profun­damente reprimido y el olfato está conectado con el sexo. Antes de hacer el amor un perro olfatea a su pareja, porque a menos que olfatee una armonía profunda entre los dos cuerpos, no hará el amor. Una vez que el olor es el conveniente, entonces sabe que los dos cuerpos están sintonizados y pueden encajar y pueden  convertirse en una canción; incluso por un momento es posible la unión.

 El olfato ha sido reprimido, porque en todo el mundo el sexo ha sido reprimido. La propia palabra se ha vuelto un poco censu­rable. Si te digo: «¿Oyes?», o si te digo: «¿Ves?», no te sientes ofendido, pero si te digo: «¿Hueles?»... Uno no debería ofender­se, es el mismo lenguaje. El olfato es una capacidad; al igual que ver y oír, oler es una capacidad. Cuando pregunto: «¿Hueles?», nos ofendemos porque hemos olvidado completamente que es una capacidad.                          

 Hay una famosa anécdota sobre un pensador ingles, el doctor Johnson. Él estaba sentado en una diligencia cuando se subió una señora. Ella le dijo: «¡Señor, usted huele!».
Y él, que era un hombre de lenguaje, de letras, un gramático, respondió: «No señora. Usted huele. ¡Yo apesto!».

El olfato es una capacidad. «Usted huele. Yo apesto.» Lin­güísticamente tiene razón. Así es como se dice si usas correcta­mente la gramática. Pero la propia palabra se ha convertido en algo censurable. ¿Qué le ha sucedido al olfato? Una vez que has suprimido el sexo, también suprimes el olfato.

 Puedes leer en las escrituras que la gente dice: «He visto a Dios». Nadie dice: «He olido ha Dios». ¿Qué hay de malo en ello? ¿Si los ojos son apropiados porque la nariz no lo es? En el Antiguo Testamento se dice que tu cara es hermosa y tu sabor es hermoso, pero no tu olor. Del olor no se habla. Hablamos de la beatífica visión de Dios, nunca hablamos acerca de su beatífico olor.

 Este sentido está completamente mutilado, pero si mutilas un sentido, mutilas una parte de la mente. Si tienes cinco sentidos, entonces tu mente tiene cinco partes. Una quinta parte de la men­te está mutilada y nunca se sabe, ipero esto quiere decir que una quinta parte de la vida está mutilada! Las implicaciones son tre­mendas.

Si tocas algo pequeño en algún lugar reverbera por todos la­dos. Aceptalo todo. Estaba hablándote hace unos minutos acerca de reprimir el sexo: al reprimir el sexo, el olfato ha sido reprimi­do; al reprimir el sexo, tu respiración se ha vuelto superficial. Porque si respiras profundamente tu respiración masajea dentro de ti tu centro sexual. La gente viene a mí y dice: «Si respiramos de verdad, nos sentimos más sexuales». Si haces el amor a una mujer tu respiración se hará muy profunda. Si mantienes tu res­piración superficial, no serás capaz de alcanzar el orgasmo. La respiración golpea con fuerza, en lo más profundo del centro se­xual; desde el interior masajea el centro sexual.

 Porque el sexo ha sido reprimido, ha sido reprimida la respi­ración, y porque la respiración se ha reprimido, la gente se ha vuelto incapaz de meditar. Ahora observa todo el asunto, ¡qué tontería hemos hecho! Reprimiendo el sexo hemos reprimido la respiración, y la respiración es el único puente entre tú y el todo. Gurdjieff tiene razón cuando dice que casi todas las religiones se han comportado de tal manera que parece que están en contra de Dios. Hablan de Dios, pero parece que están básicamente en su contra. La manera en que se han comportado está en contra de Dios. Ahora que la respiración se ha reprimido, el puente se ha roto. Si sólo puedes respirar superficialmente, nunca va a alcan­zar la profundidad. Y si no puedes profundizar en ti mismo, no puedes profundizar en la existencia.  

 El Buda hace de la respiración sus mismos cimientos. Una respiración profunda, relajada, la consciencia de esta misma, te da un silencio tan tremendo, una relajación, que poco a poco sim­plemente te fundes, te derrites, desapareces. Ya no eres una isla separada, comienzas a vibrar con el todo. Entonces ya no eres una nota separada, eres parte de toda esta sinfonía. Entonces sur­ge la compasión.
La compasión sólo aparece cuando puedes ver que todo el mundo está relacionado contigo. La compasión sólo surge cuan­do ves que eres parte de todo el mundo y todo el mundo es parte    de ti. Nadie está separado. Cuando cae la ilusión de la separa­ción, surge la compasión. La compasión no es una disciplina.

En la experiencia humana, la relación entre una madre y su hijo es la más próxima a la compasión. La gente lo llama amor, pero no debería llamársele amor. Es más parecido a la compasión que al amor, porque en ella no existe pasión. El amor de una ma­dre por su hijo es lo más parecido a la compasión. ¿Por qué? Por­que la madre ha conocido al hijo como parte de sí misma, él fue parte de su ser. Ella ha conocido al hijo como parte de si misma e incluso si el hijo ha nacido y está creciendo la madre sigue sin­tiendo un ritmo sutil con el hijo. Si el hijo se siente enfermo a mil kilómetros de distancia, la madre lo sentirá inmediatamente. Po­dría no saber que ha sucedido, pero se deprimirá. Podría no dar­se cuenta de que su hijo está sufriendo, pero ella comenzará a su­frir. Encontrará alguna razón para justificar por qué está sufriendo: su estómago no está bien, tiene dolor de cabeza, cual­quier cosa. Pero ahora la psicología profunda dice que la madre y el hijo siempre permanecen unidos por ondas de energía sutil, porque continúan vibrando en la misma longitud de onda. La te­lepatía es más fácil entre madre e hijo que entre cualquier otra persona; o entre gemelos (entre gemelos la telepatía es muy fá­cil). En la Unión Soviética se han llevado a cabo muchos experi­mentos sobre telepatía, por supuesto no por motivaciones reli­giosas: están tratando de saber si la telepatía puede ser usada como técnica de guerra. Serán capaces de usarla porque están en­contrando claves: los gemelos son muy telepáticos. Si un geme­lo tiene un resfriado a mil kilómetros de distancia, el otro co­menzará a tener un resfriado. Ellos vibran en la misma longitud de onda. Pueden afectarles las mismas cosas en segundos, porque ambos han vivido en el mismo vientre, uno como parte del otro, han existido juntos en el vientre materno.

 El sentimiento de una madre hacia su hijo es sobre todo com­pasión porque ella le siente como suyo propio.

Estaba leyendo una anécdota:

 Durante la inspección preliminar en un campamento de Boy Scouts, el director encontró un gran paraguas oculto en el saco de dormir de un pequeño explorador, que obviamente no estaba en­tre los objetos de la lista del equipo. El director pidió al chico una explicación, y éste se la dio de forma muy hábíl preguntando a su vez: «Señor, ¿ha tenido usted madre alguna vez?».

"Madre" significa compasión, madre significa sentir por el otro como uno siente por uno mismo. Cuando una persona entra profundamente en meditación y alcanza el samadhi, se vuelve una madre. El Buda es más como una madre que como un padre. La asociación que hacen los cristianos con la palabra "padre" no es ni muy significativa ni muy hermosa. Llamar a Dios "padre" parece tener una connotación machista. Si es que existe algún Dios, sólo puede ser materno, no paterno.   

Zen - Osho
Zen - Osho


"Padre" es tan institucional. Un padre es una institución. En la naturaleza el padre no existe. Si le preguntas a un lingüista, te dirá que la palabra "tío" es más antigua que la palabra "padre". Los tíos comenzaron a existir primero porque nadie sabía quién era el padie. Una vez que se estableció la propiedad privada, una vez que el matrimonio se convirtió en propiedad privada, la institu­ción paterna entró en la vida humana. Es muy frágil, podría desa­parecer cualquier día. Si la sociedad cambia, la institución puede desaparecer, como muchas otras instituciones han desaparecido. Pero la maternidad va a permanecer. La mateniidad es natural.

 En Oriente mucha gente, muchas tradiciones, han llamado a Dios "la madre". Su punto de vista parece ser más apropiado. Observa a un Buda, su cara se parece más a la de una mujer que a la de un hombre. De hecho, por eso no lo hemos representado con barba o bigote. No, ni en Mahavira, Buda, Krishna, Ram ve­rás bigote o barba en sus caras. No es que les faltara alguna hor­mona; debían de tener barba, pero no las hemos representado porque eso daría a sus rostros una apariencia más masculina. En Oriente no nos preocupamos demasiado sobre los hechos, pero nos preocupamos mucho sobre su importancia, su significado. Por supuesto, las estatuas del Buda que has visto son todas falsas, pero en Oriente no nos preocupamos de eso. El significado es que el Buda se ha vuelto más como una mujer, más femenino. De esto es de lo que te estaba hablando el primer día: el cambio des­de el hemisferio izquierdo del cerebro al hemisferio derecho del cerebro, de lo masculino a lo femenino; el cambio desde lo agre­sivo a lo pasivo; el cambio desde lo positivo a lo negativo; el cambio desde el esfuerzo a la ausencia de esfuerzo. Un Buda es más femenino, más materno. Si realmente te vuelves un medita­dor, poco a poco podrás ver muchos cambios en tu ser y te senti­rás más como una mujer que como un hombre -más lleno de gra­cia, más receptivo, no violento, amoroso-. Y la compasión surgirá continuamente de tu ser; será simplemente una fragancia natural.

 Normalmente todo lo que llamas compasión sigue ocultando tu pasión en su interior. Incluso si en ocasiones sientes simpatía hacia la gente, observa, disecciónalo, entra profundamente en tu sentimiento, y en algún lugar encontrarás alguna motivación. En acciones que parecen muy compasivas, en el fondo siempre en­contrarás alguna motivación.

 Sucedió una vez que un hombre llamado Louie se sobresaltó mucho al regresar a su casa cuando encontró a su esposa en los brazos de otro hombre. Salió corriendo de la habitación gritando:
-Voy a coger mi escopeta.

 Su esposa se precipitó tras él a pesar de su desnudez, lo aga­rró y gritó:      
-Tonto, ¿por qué te pones así? Fue mi amante el que pagó los muebles nuevos que compramos hace poco, mi ropa nueva, el que me dio el dinero extra que pensabas que había ganado cosiendo, los pequeños lujos que no hemos sido capaces de comprar, todos los ha costeado él!
 Pero Louie se soltó y continuó escaleras arriba.

-!La escopeta no, Louie! -aulló su mujer.
-¿Qué escopeta? -respondió Louie-. Voy a coger una manta.
Ese pobrecito va a resfriarse tumbado ahí de ese modo.

 Incluso si sientes -o piensas que sientes, o finges que sientes­ compasión, profundiza y analiza, y siempre encontrarás otra mo­tivación en ello. No puede ser pura compasión, y si no es pura no es compasión, porque la pureza es un ingrediente básico de la compasión. De otra manera, es otra cosa; es más o menos una formalidad. Hemos aprendido cómo ser educados: cómo com­portarte con tu esposa, cómo comportarte con tu marido, cómo comportarte con tus hijos, con tus amigos, con tu familia. Hemos aprendido todo. La compasión no es algo que se pueda aprender. Surge en ti cuando has desaprendido todas las formalidades, to­das las etiquetas y maneras. Es muy salvaje. No tiene el sabor de la etiqueta, de la formalidad; comparadas con esto, todas ellas son cosas muertas. Está muy viva, es una llama de amor.

 En el agujero número doce de un partido de golf muy dispu­tado, el campo tenía vistas a la carretera, y mientras Smith y Jo­nes se acercaban al agujero vieron que por aquélla transcurría la procesión de un funeral.

 En esto, Smith se detuvo, se quitó la gorra, se la puso sobre el corazón e inclinó la cabeza hasta que la procesión desapareció al doblar la curva.
Jones estaba asombrado y después de que Smith volviera a colocarse la gorra y regresara al juego, le dijo:
-Ha sido un gesto muy delicado y respetuoso por tu parte, Smith.
-Oh, bueno -dijo Smith-. No podía haber hecho menos. Des­pués de todo he estado casado con esa mujer durante veinte años.
                                                                   
 Porque estás obligado a hacer algunas cosas de las que haces, la vida se ha vuelto de plástico, artificial, formal. Tú por supues­to cumples tus obligaciones a regañadientes. Pero si te pierdes mucho de la vida, es natural, porque la vida sólo es posible si es­tás vivo, intensamente vivo. Si tu propia llama se ha cubierto de formalidades, obligaciones, reglas, que tienes que cumplir de mala gana, sólo podrás arrastrate. Puede que te arrastres y te sien­tas cómodo haciéndolo, tu vida puede ser una vida llena de co­modidades, pero no podrá ser muy viva.

 Una vida realmente viva es, de algún modo, caótica. Digo de algún modo, porque ese caos tiene su propia disciplina. No tiene reglas porque no necesita tener ninguna regla. Tiene sus reglas más básicas escritas en su interior: no necesita tener ninguna re­gla exterior.

Ahora, la historia Zen:

Un día de invierno, un samurai sin maestro llegó al templo de
Eisai e hizo esta súplica:
«Soy pobre y estoy enfermo -dijo-, y mi familia se está mu-­
riendo de hambre. Por favor ayúdanos, maestro».
Dependiente como era de las limosnas de las viudas, la vida
de Eisai era muy austera, y no tenía nada que dar.
Estaba a punto de despedir al samurai cuando de repente se
acordó de la imagen del Buda Yakushi que estaba en la sala.
Acercándose a ella le arrancó el halo y se lo dio al samurai.
«Véndelo -dijo Eisai-, solucionará tus problemas».
El asombrado pero desesperado samurai cogió el halo y se
fue. «¡Maestro! -gritó uno de los discípulos de Eisai-, ¡eso es un
sacrilegio! ¿Cómo has podido hacer una cosa así?».
«¿Sacrilegio? ¡Bah! Lo único que he hecho ha sido poner la
mente del Buda, que está llena de amor y misericordia, a traba­jar,
para que nos entendamos. En verdad, si él mismo hubiera oído
al pobre samurai se habría cortado un brazo por él».

 Una historia muy sencilla, pero llena de significado. Primero, incluso cuando no tienes nada para dar, mira otra vez, siempre encontrarás algo que puedas donar. Incluso cuando no tienes nada para dar, siempre puedes encontrar alguna cosa. Es una cuestión de actitud: si no puedes dar nada, por lo menos puedes sonreír; si no puedes dar nada, al menos puedes sentarte con la persona y agarrar su mano. No se trata de dar algo, se tra­ta de dar.

 Este Eisai era un monje pobre, todos los monjes budistas lo son. Su vida era muy austera y no tenía nada que dar. Normal­mente, es un absoluto sacrilegio quitarle el halo a la estatua del Buda y regalarla. A ninguna persona llamada religiosa se le po­dría ocurrir, a menos que ese alguien sea realmente religioso. Por eso digo que la compasión no conoce de reglas, la compa­sión está mas allá de las reglas. Es salvaje. No sigue las formali­dades.

 Entonces el maestro se acordó de la imagen del Buda en la sala. En Japón, en China, colocan un halo dorado en la cabeza del Buda para mostrar el aura alrededor de su cabeza. De repen­te el maestro se acordó todos los días debía adorar esa misma estatua).

 Acercándose a ella le arranco el halo y se lo dio al samurai.
«Vende esto -dijo Eisai-, solucionará tus problemas».
El asombrado pero desesperado samurai cogió el halo y se fue.

Incluso el samurai estaba perplejo, no se esperaba algo así. In­cluso él debió pensar que esto era un sacrilegio. «¿Qué tipo de hombre es éste? Es un seguidor del Buda y ha destrozado la esta­tua. Incluso tocar la estatua es sacrilegio y él ha arrancado el halo».

 Ésta es la diferencia entre una persona realmente religiosa y una persona que se dice religiosa. La persona que se dice religio­sa siempre mira la norma, siempre piensa en qué es apropiado y qué es inapropiado. Pero una persona realmente religiosa lo vive. No hay nada apropiado o inapropiado para él. La compasión es tan infinitamente apropiada que todo lo que haces a través de la compasión se convierte en apropiado automáticamente.
                                                                 
«Maestro -gritó uno de los discípulos de Eisai-, ¡eso es un
sacrilegio! ¿Cómo has podido hacer una cosa así?».

 Incluso un discípulo entiende que esto no es correcto. Se ha hecho algo incorrecto.
«¿Sacrilegio? ¡Bah! Lo único que he hecho ha sido poner la
mente del Buda, que está llena de amor y misericordia, a
traba­jar, para que nos entendamos. En verdad, si él mismo
hubiera oído al pobre samurai se habría cortado
 un brazo por él».

 Entender es algo diferente a simplemente seguir. Cuando si­gues, te vuelves casi ciego. Entonces existen reglas que hay que mantener. Pero si entiendes, entonces también sigues, pero no si­gues estando ciego. Y en cada momento decides, en cada mo­mento tu consciencia responde y todo lo que haces está bien.

 Una de las historias más bonitas del Zen es una acerca de un maestro Zen que una noche de invierno pidió que se le permitie­ra quedarse en el templo. Estaba temblando porque la noche era fría y afuera nevaba. Por supuesto, el sacerdote del templo simpa­tizó con él y le dijo:

 -Puedes quedarte, pero sólo por esta noche, porque esto es un templo y no un sarai. Por la mañana tendrás que marcharte.

 En mitad de la noche el sacerdote oyó un ruido. Fue corrien­do y no dio crédito a lo que veían sus ojos. El monje estaba sen­tado ante un fuego que había hecho en el interior del templo, y faltaba una estatua del Buda.

En Japón hacen las estatuas del Buda de madera.
El sacerdote preguntó:
-¿Dónde está la estatua?
El maestro le mostró el fuego y le dijo:
-Estaba tiritando y hacía mucho frío.
El sacerdote dijo:
-¡Parece que estás loco! ¿No ves lo que has hecho? Era una estatua del Buda. ¡Has quemado al Buda!
El maestro miró el fuego, que estaba desapareciendo, y hurgó en él con un palo.
El sacerdote preguntó:
-¿Qué estás haciendo?
Él dijo:
-Estoy tratando de encontrar los huesos del Buda.
El sacerdote dijo:
-Seguro que estás loco. Es un Buda de madera. No tiene huesos. El monje respondió:
-La noche todavía es larga y cada vez hace más frío, ¿por qué no traer también esos dos Budas?
Por supuesto lo tuvieron que echar fuera del templo inmedia­tamente. Ese hombre era peligroso.

 Cuando estaba siendo expulsado del templo dijo:
-¿Qué estáis haciendo?, ¿echando a un Buda viviente a fuera por un Buda de madera? El Buda viviente estaba sufriendo tanto que tuve que mostrar compasión. Y si Buda estuviera vivo él ha­bría hecho lo mismo. Él mismo me habría dado esas tres estatuas. Lo sé. ¡Sé en lo más profundo de mi corazón que él hubiera hecho lo mismo!
Pero ¿quién estaba allí para escucharle? Lo habían echado fuera, donde había nieve y las puertas se cerraron.

 Por la mañana, cuando el sacerdote salió, vio al maestro sen­tado cerca de un mojón con unas cuantas flores encima, adorándolo. El sacerdote vino otra vez y dijo:
-¿Qué estás haciendo ahora? ¿Adorando ún mojón?
El maestro dijo:
-Cuando llega la hora de rezar, fabrico mis Budas en cual­quier lugar, porque siempre están por todas partes. ¡Esta piedra es tan buena como tus Budas de madera ahí dentro!

Es una cuestión de actitud. Cuando miras con ojos devocio­nales, entonces todo se convierte en divino..

 Y recuerda, la historia sobre Eisai es fácil de entender porque la compasión se muestra hacia otra persona. Esta otra historia es incluso más difícil y compleja de entender porque la compasión se muestra hacia uno mismo. Un verdadero hombre de compren­sión no es ni duro hacia los demás ni duro hacia sí mismo porque la energía es una y es la misma. Un verdadero hombre de com­prensión no es un masoquista. No es un sádico, no es un maso­quista. Un verdadero hombre de comprensión simplemente en­tiende que no existe separación: todo incluido él mismo es divino, y él vive a partir de esta comprensión.

 Vivir a partir de la comprensión es compasión. Nunca inten­tes practicarla, sólo relájate profundamente en la meditación. Permanece en un estado de dejarte ir en la meditación y de re­pente serás capaz de oler la fragancia que viene de la profundidad de tu ser interior. Entonces la flor florece y la compasión se pro­paga. La meditación es la flor y la compasión es la fragancia.

Basta por hoy..

Zen - Osho
Zen - Osho 





Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
Fuente: www.oshogulaab.com