HOLAAA

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Les enseñaré una manera muy fácil: hagan su trabajo pensando que el trabajo también pertenece a Dios. No fijen su mente en la tarea, pensando "es mi trabajo". Piensen que todas las acciones que hacen, las hacen para Dios. Ofrézcanlo todo a Sus Pies. Crean, y díganselo a ustedes mismos, "todo lo que hago lo hago por amor a Dios".

Sin Arrepentimiento - Osho

      La vida es más que la razón.  La vida es algo que supera lo que puede ser comprendido por la mente.


Sería Lin Lei casi centenario cuando, en plena primavera,
se puso su abrigo de piel y se fue a recoger los granos abandonados por los segadores, cantando mientras caminaba a campo. Confucio, que iba de viaje a Wei, lo vio a distancia, y volviéndose a sus discípulos dijo:
-Valdría la pena hablar con aquel anciano.  Alguien tendría que ir y averiguar qué tiene que decir.
Tzu Kung se ofreció a ir.  Lo encontró al final del terraplén, y mirándole a la cara musitó:
-¿No siente usted siquiera algo de arrepentimiento?  Usted canta, incluso mientras va recogiendo los granos.
Lin Lei no se detuvo ni dejó de cantar. Tzu Kung continuó presionándolo hasta que el anciano se giró para mirarle y le respondió:
-¿De qué tengo que arrepentirme?
-De niño, usted nunca aprendió a comportarse; como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo.  En su vejez no cuenta con esposa o hijos, y se acerca la hora de su muerte.  Maestro, ¿qué felicidad ha conseguido, que le hace cantar mientras camina recogiendo los granos?
-Los motivos de mi felicidad todos los humanos los comparten –dijo Lin Lei sonriendo-, pero en vez de disfrutarlos se preocupan por ellos.  Puesto que no he sufrido aprendiendo a comportarme cuando era joven, y nunca me esforcé por lograr algo ya de mayor, he sido capaz de vivir durante todo este tiempo.  Debido a que no tengo esposa e hijos ahora que estoy viejo y que la hora de mi muerte se acerca, puedo ser muy feliz.
-Es humano querer una larga vida y detestar la muerte;  ¿por qué tendría usted que alegrarse de morir?
-La muerte es el retorno al lugar de donde salimos para nacer.  Por tanto, ¿cómo puedo saber que cuando muera aquí no naceré en otro lugar?  ¿Cómo puedo saber que vida y muerte no son tan buenas la una como la otra?  ¿Cómo puedo saber que no es ilusorio codiciar la vida con ansiedad?  ¿Cómo puedo saber que la muerte presente no ha de ser mejor que mi vida pasada?
Tzu Kung escuchó, pero no pudo entender lo que el anciano quería decir.  Regresó y se lo contó a Confucio.
-Sabía que sería una persona de mérito como para hablar con ella –dijo Confucio-, y lo es, pero él es un hombre que ha encontrado y aun así no lo ha encontrado todo.

El Tao no es racional.  Tampoco es irracional.  Es más que racional.  La vida es más que la razón.  La vida es algo que supera lo que puede ser comprendido por la mente.  La vida tiene que darte más de lo que puedes aprender, supera tu capacidad de aprender.  Es mucho más grande de lo que podrías conocer jamás; pero se puede sentir.  El Tao es intuitivo.  El Tao es más completo.  Cuando enfocas la vida con la cabeza, y sólo con la cabeza tienes un enfoque parcial; se presentarán malentendidos inevitablemente.  Una persona que está intentando “imaginarse” la vida, va a caer con seguridad en una trampa tremenda y no será capaz de salir de ella fácilmente.  Una vez empiezas a intelectualizar sobre la vida, comienzas a extraviarte.  La vida se tiene que vivir.  La vida se tiene que vivir existencialmente y no intelectualmente.  El intelecto no es un puente sino una barrera.

Esto se tiene que entender; entonces la parábola tiene una importancia tremenda.  Vamos a adentrarnos en ella muy despacio, tratando de entender cada frase, cada palabra realmente.
El enfoque confuciano es un enfoque mental.  El enfoque taoísta es un enfoque no-mental.  Confucio piensa en la vida, Lao Tzu, Chuang Tzu, Lieh Tzu no piensan en la vida porque, según ellos, tú puedes pensar una y otra vez al respecto y no harás más que dar rodeos sin llegar nunca al centro.  Pensar una y otra vez no es la forma.  Ve directamente, se inmediato, mira la vida, no pienses en ella.
Recuerda siempre que el menú no es la comida.  Puedes estudiar el menú una y otra vez: no te servirá de mucho.  Tendrás que comer, tendrás que masticar, tendrás que digerir. 

Tendrás que estar conectado existencialmente con tu comida, tendrás que absorberla dentro de tu ser y hacerla parte de él.  No será de ayuda que estudies solamente el menú o el libro de recetas de cocina.  El erudito no hace más que estudiar el menú: el erudito sigue siendo una de las personas más hambrientas que hay en la vida.  Nunca ha vivido, nunca ha amado, nunca se ha arriesgado.  Nunca ha actuado, nunca ha danzado, nunca ha celebrado.  No ha hecho más que sentarse y pensar en la vida.  El intelectual ha decidido entender primero la vida intelectualmente y luego actuar.  Primero tienes que actuar y luego viene la comprensión.

Es como si alguien dijese: “Primero tengo que saber qué es el amor y luego amaré”.  ¿cómo puedes saber qué es el amor?  La única forma consiste en enamorarse; no hay otra forma.  Puedes ir a la biblioteca, puedes preguntar a muchas personas, puedes consultar libros, enciclopedias y encontrarás mil y una cosas sobre el amor, pero no amor. Puedes convertirte en un gran erudito, tu mente se puede abarrotar de información, pero la información no es conocimiento.

La sabiduría no es información.  Ésta te puede engañar, pero no puede engañar a la vida.  En lo que respecta a la vida seguirás siendo un desierto: la flor del amor no brotará nunca en tu ser.  Lo mismo pasa con todo lo que es significativo.  Lo mismo pasa con todo lo que es orgánico.  Lo mismo pasa con todo lo que está vivo.  Éste es el planteamiento básico del Tao.  Ahora, la parábola.
“Sería Lin Lei casi centenario, en plena primavera, se puso su abrigo de piel y se fue a recoger los granos abandonados por los segadores, cantando mientras caminaba a campo través.”

  Lin Lei es un maestro taoísta, pero los maestros taoístas como él viven una vida muy ordinaria.  No viven de una forma extraordinaria, no afirman que son seres especiales, genios con talento, sabios, santos, mahatmas; no afirman nada.  Ellos simplemente viven una vida ordinaria porque son seres ordinarios, naturales como los árboles, naturales como los pájaros, naturales como la naturaleza misma.  Ellos no son egoístas en absoluto.  Por ejemplo, si tú quieres encontrar en la India a los mahatmas, es fácil que lo consigas.  Pero si fueras a China ancestral y quisieras conocer a un maestro taoísta, nadie sería capaz de decirte dónde puedes encontrar a uno.  Tendrías que moverte, vagar por todo el país… y posiblemente, en cierto momento te encontrarías con alguno.  Pero eso no será posible a menos que lo hayas experimentado en tu propio ser.  A menos que tengas el gusto, el sabor, no serás capaz de reconocer a un maestro taoísta.

Lin Lei es un maestro taoísta; muy simple, muy viejo, muy anciano; tiene cien años y está recogiendo los granos que abandonan los segadores.  Ahora bien, éste es el trabajo más humilde que uno puede encontrar, el más mísero, y aún así… iba “cantando mientras caminaba a campo a través”.

 El taoísta está siempre feliz porque no busca un motivo; no busca una situación especial para estar feliz.  La felicidad es como respirar, la felicidad es como el latido del corazón, la felicidad está en tu ser; no es algo que le acontece.  La felicidad no es algo que acontece y no acontece, la felicidad es algo que siempre está allí.  Él está lleno de felicidad.  La felicidad es el material del que está hecha la existencia, y el taoísta ha entrado en armonía con ella; naturalmente, él se siente feliz.  Todo lo que hace, lo hace con alegría.  Su felicidad precede a su acción.

  Algunas veces te sientes feliz, algunas veces te sientes infeliz, porque tu felicidad es condicional.  Cuando tienes éxito te sientes feliz, cuando fracasas te sientes infeliz; tu felicidad depende de alguna causa externa.  Tú no siempre puedes cantar; incluso cuando cantas, tu canción no siempre tendrá la melodía.  Algunas veces será simplemente una delicia y otras sólo una repetición muerta y apagada.  Algunas veces, cuando llega el amigo, cuando encuentras un amor, te sientes feliz.  Algunas veces, cuando se ha ido el amigo, cuando el amado ya no está, te sientes infeliz.  Tu felicidad y tu infelicidad han sido producidas por lo externo; no es algo que fluye interiormente, no es algo que te pertenece.  Otros te dan y te quitan, las circunstancias te la dan y te la quitan.  Algo así no tiene mérito porque sigues siendo un esclavo, no eres el maestro.

  Los taoístas llaman maestro a una persona cuya felicidad es absolutamente suya.  Él se puede sentir feliz independientemente de la situación; en la juventud es feliz, en la vejez es feliz; es feliz como emperador, es feliz como mendigo.  Su canción no está contaminad por las circunstancias; su canción es la suya, su canción es su ritmo natural.

  Este hombre, a sus cien años… Normalmente, un hombre con cien años de edad no sería capaz de cantar; ¿qué le puede mover a cantar ahora mismo?  La vida ha desparecido, la vida se ha consumido, él está tan seco como una pasa y no quedan esperanzas; sólo le espera la muerte.  ¿de qué sirve cantar o celebrar?  Un hombre de cien años no tiene futuro; su vida se ha agotado, é está acabado, en cualquier momento la muerte lo derrumbará.  ¿Para quién canta?  ¿Para qué?  ¿Qué motivo hay para que un hombre cante así?  Además, tiene que hacer un trabajo muy mísero a la edad de cien años… Tiene que recoger los granos abandonados por los segadores.  Esto significa que no hay alguien que se haga cargo del anciano.  Se ha quedado solo, no parece que tenga familia, no hay hijos ni hijas, ni esposa, ni hermanos, nadie que cuide de él.  ¿Qué puede motivar su canto?

  No obstante, si tienes la canción, la canción real, la canción que viene de tu fondo intrínseco, de tu centro más profundo, entonces no importa. Puedes seguir cantando incluso cuando llegue la muerte.  Puedes seguir cantando incluso cuando alguien te esté matando.  Tu cuerpo puede ser exterminado, pero tu canción no.  Tu canción es eterna porque no tiene causa.

  Recuerda esta ley de vida tan fundamental: lo que tiene causa nunca es eterno, aquello que tiene causa es temporal.  Cuando la causa desaparece, aquello desaparece, es un subproducto.  Lo que no tiene causa va a estar por siempre jamás, porque no hay nada que pueda destruirlo.  Tu cuerpo morirá; tiene una causa: el encuentro de tu padre con tu madre ha sido la causa.  Tu cuerpo morirá: tuvo su causa un día.  Tiene una cierta energía, un cierto período de vida, luego se terminará.  Cada día estás muriendo; un día simplemente desaparecerás bajo la tumba.

  Pero ¿es eso todo lo que tienes?  ¿Es eso todo lo que abarca tu ser?  ¿No hay algo más?  Hay algo en ti que existía antes de que siquiera hubieras nacido y que seguirá estando ahí –por siempre-, incluso cuando te hayas ido.  Cuando hayas muerto, aquello que estaba allí antes de tu nacimiento permanecerá; aquello no tiene causa.

  Por eso los taoístas no creen que Dios creó el mundo, que Dios creó al hombre, que Dios creó las almas.  Si Dios hubiera creado las almas entonces ellas tendrían una causa y un día tendrían que desaparecer, no importa cuán lejos pueda estar ese día.  Si el mundo hubiera tenido una causa y el hombre hubiera sido creado, entonces un día el mundo tendría que ser des-creado y el hombre tendría que ser des-creado.  Los taoístas hablan de aquello que es eterno, no causado, no creado; no tienen un creador.  En realidad, nadie ha alcanzado jamás esa cumbre, esa cumbre sublime de comprensión que tienen los taoístas.  Todas las otras religiones parecen juveniles.  La madurez del taoísmo es tan tremenda, tiene tal esplendor, posee tal profundidad y altura, que no da lugar a que otra religión pueda compararse con ella.  Todas las demás parecen parvularios; están hechas especialmente para niños.  Hechas especialmente para niños: por eso Dios es el “Padre”; los niños no pueden ser independientes, necesitan un padre.  Si tu padre real ha desaparecido, entonces necesitas todavía un padre imaginario en el cielo para que te controle; no eres suficientemente maduro, no puedes valerte por ti mismo, tienes que apoyarte en unos y otros.

  Los taoístas no tienen un concepto de Dios.  Eso no quiere decir que sean descreídos; son muy piadosos, pero no tienen un concepto de Dios.  La existencia es suficiente.  No hay creador, no hay creación, existe la eternidad.  Siempre ha sido así, siempre será así.  Una vez has entrado en contacto con esta continuidad eterna dentro de tu ser, con el sustrato, entonces no hay por qué sentirse desgraciado.  Tú eres eterno, eres inmortal; no hay muerte para ti porque nunca ha habido un nacimiento.  Tú eres no-creado, no puedes ser destruido.  Independientemente de las circunstancias externas, tu luz interior sigue ardiendo con brillo y la canción continúa.

“Confucio, que iba de viaje a Wei, lo vio a la distancia, y volviéndose a sus discípulos dijo: “Valdría la pena hablar con aquel anciano.  Alguien tendría que ir y averiguar qué tiene que decir”.”
Confucio siempre estuvo buscando conocimientos. Siempre estuvo buscando a alguien que le pudiese decir algo, siempre estuvo dispuesto a tomar conocimiento prestado.  El intelectual actúa de esta manera.  Todo lo que posee se lo ha apropiado, nunca mira interiormente, siempre mira hacia fuera: “Si alguien lo posee, entonces tendría que ir y preguntar”.  El intelectual es imitativo, mecánico, como una lora; para el intelectual el conocimiento es algo que se tiene que aprender.  Él nunca mira dentro de su propio ser, él nunca mira dentro de su propia consciencia interior, él nunca trata de entender al conocedor.  Él persigue el conocimiento y ahí está la diferencia.  El taoísta no persigue el conocimiento, sino que quiere saber.  ¿Quién es este conocedor?  ¿Qué es este saber?  Él quiere conocer la fuente de este saber, lo que está originando esta consciencia.

Tú estás aquí, me estás escuchando.  Ahora bien, tú puedes ser o un confuciano o un taoísta, porque éstos son los dos únicos puntos de vista posibles.  Si me estás escuchando y llegas a interesarte cada vez más en lo que estoy diciendo y empiezas a acumularlo, entonces eres un confuciano.  Pero si al escucharme llegas a darte cuenta de la consciencia que está dentro de ti y te llegas a interesar por ella y surge esta profunda interrogación: “¿Quién soy yo?”…  No se trata de que repita las palabras “¿quién soy yo?”, sino de que surja una búsqueda, una interrogación profunda, una pasión por saber: “¿Quién está en esta consciencia que hay en mí?  ¿Qué es esta consciencia que hay en mí?  ¿Cuál es su naturaleza?  ¿Qué cualidad tiene?  ¿De dónde viene?  ¿Hacia dónde va?”…  Si sigue esta pasión por conocer tu consciencia, eres un taoísta, y sólo un taoísta es una persona religiosa.

El confuciano es un erudito, es un pandit, es un profesor.  Si hablas con él te dirá grandes cosas, pero si miras dentro de su ser, no habrá nada.  Todo lo que ha acumulado es prestado.  Una y otra vez los taoístas escriben relatos en los que Confucio va de un lado a otro, siempre viaja, acumula y siempre busca dónde adquirir conocimiento, como si el conocimiento fuera una mercancía, como si el conocimiento fuera un objeto que tú puedes adquirir en algún lado, de alguna persona.

  Nadie te puede proporcionar el conocimiento.  No es un objeto que se puede transferir.  Tienes que llegar a ser eso, tienes que crecer en sabiduría; es una transformación interior.  Ninguna universidad te puede dar lo que las personas religiosas llaman sabiduría real.  Todo lo que puedes adquirir en las universidades es información estancada, prestada, sucia, porque ha pasado a través de miles de manos; es como un billete que circula.  Por eso, al billete se le llama “circulante”, porque se mueve circulando de una mano a otra, de un bolsillo a otro bolsillo.  Pero se vuelve entonces cada vez más sucio.  Lo mismo pasa con el conocimiento: pasa de una generación a otra a través de los siglos, de una generación a otra de profesores.

La sabiduría es fresca, la sabiduría viene de la fuente, y esa fuente está viva dentro de ti, esperando a que des un giro hacia adentro.  No la busques afuera, mira hacia dentro.  Jesús lo dice una y otra vez: “El reino de Dios está dentro de ti”.

“Confucio, que iba de viaje a Wei…”  Él siempre está de viaje, buscando, a la caza de conocimiento.  Él recurre a todo el mundo.  Si alguien dice que una persona ha llegado al conocimiento, él va para allá.  Es una tontería, es algo estúpido, pero ésta es la clase de estupidez que tienen todos los eruditos.  Ellos tienen básicamente la idea de que el conocimiento se puede comprar.  Ellos tienen básicamente la idea de que el conocimiento es una cosa, no una experiencia, es una teoría, no una experiencia.  Uno puede aprenderlo, por tanto, de alguien más.

 Recuerda una cosa: existe una diferencia entre el conocimiento científico y el conocimiento religioso.  Si se ha descubierto la ley de la gravedad, no se tiene que volver a descubrir una y otra vez; sería una tontería.  No puedes dirigirte al mundo y declarar: “Lo que Newton descubrió, yo lo he vuelto a descubrir.  Sí, la ley de la gravedad…  He visto caer una manzana y he vuelto a descubrir la ley de la gravedad”.  La gente se burlará.  Dirá: “Ya no hay nada que descubrir.  Descubre algo que no haya sido descubierto antes”.

 La ciencia es información.  Si una persona ha hecho un descubrimiento, éste se puede entonces transferir a los demás.  El conocimiento que busca la ciencia viene de afuera, así que se puede aprender afuera.  La religión, en cambio, se tiene que descubrir una y otra vez.  Es como el amor: millones de personas han amado antes que tú, pero a menos que tú ames, nunca sabrás lo que es el amor.  No puedes decir: “Millones de personas han amado; por tanto, ¿qué sentido tiene para mí amar otra vez?  ¿Para qué seguir el mismo camino?  Muchas  personas han amado, lo han escrito en sus diarios, y sus cartas de amor se pueden conseguir; podemos verlo en los libros y tener el conocimiento”.  Pero no, tendrás que amar, tendrás que volverlo a descubrir.  A menos que lo descubras no será un saber.  Lo religioso es como el amor, no como la ciencia.  Einstein descubrió la teoría de la relatividad; eso concluyó ya, no se necesita ahora a nadie más para redescubrirla.  Lo que a un científico puede haber llevado cincuenta años descubrir, un niño en edad escolar lo puede aprender en cinco minutos.  Pero éste no es el camino de lo religioso.  Lo que descubrió el Buda, lo que descubrió Lao Tzu, lo que descubrió Lieh Tzu, tendrás que descubrirlo tú otra vez.  Confucio está mal encaminado.

 En los cuentos taoístas a Confucio se utiliza como hazmerreír.
“Confucio, que iba de viaje a Wei, lo vio a la distancia, y volviéndose a sus discípulos dijo: “Valdría la pena hablar con aquel anciano”.”

¿Por qué?  Tiene cien años, hace el trabajo más humilde, ¿y aún así canta?  “Ve y averigua cuál es la causa de su felicidad, por qué está contento, por qué está cantando, para que podamos tener la capacidad de deducir una ley; podría descubrirse alguna técnica”.
-Alguien tendría que ir y averiguar qué tiene que decir.
Tzu Kung, uno de los discípulos más cercanos a Confucio, se ofreció a ir.  Lo encontró al final del terraplén y, mirándole a la cara musitó:
-¿No siente usted siquiera algo de arrepentimiento?  Usted canta, incluso mientras va recogiendo los granos.

“¿No siente usted siquiera algo de arrepentimiento?”.  Porque para el discípulo de Confucio, este hombre no parece tener nada de qué estar contento.  Tendría que estar llorando, esto sería lo lógico.  Tendría que estar lamentándose, eso sería lo racional, pero ¿cantando?  Una persona de cien años, que recoge granos, que espera la muerte, ¿qué otra cosa necesita para estar pesaroso?  Tendría que estar profundamente infeliz, sería lo lógico.

Esto es ilógico, pero los taoístas son personas ilógicas.  Y a mí me gustaría que tú te volvieras ilógico, porque sólo las personas ilógicas son lo suficientemente afortunadas como para ser felices.  Las que son lógicas nunca son felices, no lo pueden ser; han tomado la ruta equivocada desde el mismo comienzo.  Piensan que, como todo lo demás tiene una causa, la felicidad también tiene que tenerla; ésta es su equivocación.  La felicidad necesita sólo comprensión, no una causa.  Además, la comprensión tampoco es su causa.  La comprensión simplemente la desvela; ella está en tu interior.  Quita el velo y, de improviso aparece; tu amado está dentro de ti, se tiene que desvelar; eso es todo.  El desvelar no es una causa.  La causa implica que algo se tiene que crear; desvelar quiere decir simplemente que ella ya existía, pero que fuiste lo suficientemente tonto como para no desvelarla.


Practica Yoga Meditación
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  Este enfoque confuciano de la vida se tiene que entender porque muchos de vosotros vais a estar en compañía de confucianos.  Todos los occidentales son confucianos, lógicos, intelectuales.  El enfoque confuciano está basado en la idea de que la verdad se tiene que aprender, que sólo es un asunto de aprendizaje: si lo aprendes bien, sabrás qué es la verdad.  No, los taoístas  dicen que la verdad tiene que vivirse, no aprenderse.  La verdad se tiene que experimentar; no vas a conocerla sólo porque te hayas vuelto un poco más informado.  En realidad, para conocer la verdad tendrás que pasar  por un desaprendizaje, tendrás que hacer limpieza en tu mente.  Todo lo que has aprendido está haciendo de obstáculo.  Tendrás que volverte ignorante otra vez, tendrás que volverte inocente, tendrás que dejar toda esa tontería que cargas en nombre del conocimiento.  Tú no sabes nada, pero piensas como si supieses; éste “como si”, es el problema.  Alguien te pregunta: “¿Conoces a Dios?”, y tú dices: “Sí”.  ¿Has considerado alguna vez lo que estás diciendo?  ¿Realmente sabes?  No obstante, aparentas.  ¿A quién estás engañando?

Me han contado una hermosa anécdota:

Un matón irrumpió en una taberna mal iluminada.
-¿Algunos  de  los  que  hay  aquí  se  llama Donovan?
-rugió.
Nadie respondió.  Volvió entonces a vociferar:
-¿Alguno de los que hay aquí se llama Donovan?
Hubo un momento de silencio y luego un hombre menudito se adelantó a zancadas.
-Me llamo Donovan –dijo.
El matón lo levantó del suelo y lo tiró encima de la barra.
Luego le dio puñetazos en la quijada, lo aporreó, le dio puntapiés, lo abofeteó y se marchó.  Pasados quince minutos el hombre menudito volvió en sí.
-Vaya si lo he engañado –dijo-.  Yo no soy Donovan.

¿A quién estás engañando?  Te estarás engañando sólo a ti mismo, a nadie más.  Recuerda muy bien qué es lo que sabes y qué es lo que no sabes.  P.D. Ouspensky, en uno de sus libros más importantes, Tertium Organum, dice que lo primero que tiene que decidir el buscador es qué es lo que sabe y qué es lo que no sabe; esto es lo primero que tiene que decidir.  Una vez se ha tomado esa decisión, las cosas se hacen muy claras.  ¿Te conoces a ti mismo?  ¿Sabes lo que es el amor?  ¿Sabes lo que es la vida?  El ser humano, sin embargo, continúa fingiendo que sabe, porque es muy doloroso sabes que no se sabe, es muy estremecedor para el ego saber que no se sabe.  El ego finge, el ego es el mayor farsante que existe; finge, dice: “Sí, yo conozco”.  Hay conocedores que dicen que Dios no existe y hay conocedores que dicen que Dios existe, pero todos ellos son conocedores, y en lo que respecta al conocimiento, no hay diferencia alguna entre el teísta o el ateísta.  Si vas a la india y se lo preguntas a la gente, a cualquiera, te dirán: “Sí, Dios existe”.  Si vas a Rusia y se lo preguntas a cualquiera, te dirán que saben que Dios no existe.  No obstante, una cosa es cierta: todos ellos “saben”, y ése es el problema.

El teísta y el ateísta no son antagónicos.  No son enemigos, se acompañan en el mismo juego, porque ambos están fingiendo que saben.  Un verdadero hombre de entendimiento no fingirá que sabe; entonces existe la posibilidad de que algún día sepa.  Empieza con la ignorancia y puede que algún día seas lo suficientemente afortunado como para saber.  Empieza con el conocimiento y, con certeza, no serás nunca capaz de conocer.

El confuciano insiste en tratar de aprender.  El taoísta insiste en tratar de des-aprender.
“Lin Lei no se detuvo ni dejó de cantar.  Tzu Kung continuó presionándolo hasta que el anciano se giró para mirarle y le respondió: “¿De qué tengo que arrepentirme?”.”
Ante todo, él ni siquiera deja de cantar para escuchar lo que está preguntando este hombre, porque los taoístas no están interesados en las personas curiosas.  Dicen que la curiosidad no lleva a ninguna parte, que la curiosidad es enfermiza; la curiosidad no es suficiente, la curiosidad no es aprendizaje.  El aprendizaje implica que tú estás dispuesto a jugarte la vida.  El aprendizaje implica que tú no sólo eres un estudiante sino un discípulo.  El aprendizaje implica que no preguntas por capricho solamente; tú estás dispuesto a adentrarte en ello a cualquier costo.  Tú estás listo a pagar por ello; no es sólo una distracción.

“Lin Lei no se detuvo ni dejó de cantar”.  Él no puso atención alguna a ese hombre curioso que le preguntaba: “¿Por qué estás cantando?  ¿Qué es lo que te hace sentir tan feliz?”, porque, si ese hombre hubiera sido un aprendiz de verdad, no le habría abordado tan de repente.  Habría esperado, se habría sentado a su lado y habría esperado.
En los círculos taoístas es norma aceptada que cuando un discípulo se acerca a un maestro debe esperar, a menos que el maestro le pregunte: “¿Para qué has venido?”, y el maestro sólo lo preguntará cuando haya comprobado que tú no eres un curioso simplemente, que estás aprendiendo, que no has venido sólo de paso, que tu búsqueda no es poco entusiasta sino intensa, que estás ardiendo, que estás a punto de explotar.  Sólo entonces preguntará el maestro: “¿A qué has venido?  ¿Qué quieres aprender?”.

¡Ésta  no es la forma de acercarse a un maestro, y desde luego es absurdo hacerle una pregunta tan tonta!  Es una tontería preguntar: “¿Por qué eres feliz?”.  La pregunta es tonta; el “por qué” no tiene sentido.  Si alguien es desgraciado puedes preguntarle: “¿Por qué eres desgraciado?”.  Pero si alguien es feliz no le puedes preguntar: “¿Por qué eres feliz?”.  Alguien está enfermo; le preguntas: “¿Por qué estás enfermo?”.  La pregunta es irrelevante.  Pero si alguien está sano no le puedes preguntar: “¿Por qué estás sano?”.  La pregunta es irrelevante.  La salud es lo adecuado, la felicidad es lo adecuado.  Si alguien enloquece puedes preguntar por qué ha enloquecido, pero si está sano no le preguntas: “¿Por qué estás sano?  ¿Qué motivo tienes para estar sano?”.  Esto no tiene sentido.  Cuando te acercas a una persona feliz, a una persona realmente feliz, tendrías que mirar directamente en vez de crear una cortina espesa de pregunta.  Tendrías que esperar, tendrías que ayudar al maestro, tendrías que absorber la energía que está circulando alrededor del maestro; tendrías que saborear la celebración que se está produciendo allí.  Tendrías que permitir que su presencia penetre en tu ser.  Tendrías que ser como una esponja para que te quedes lleno de la presencia del maestro; esa sería la respuesta.

 Ahora bien, esto es una tontería, pero yo me he encontrado con millones de personas así.
Solía viajar por todo el país, e incluso en las estaciones ferroviarias… estaba a punto de coger un tren cuando alguien corría tras de mí para preguntarme: “¿Existe realmente un Dios?  ¿Dios existe?”.
Yo estaba a punto de coger el tren, y mi tren se estaba marchando.  Le decía: “Ven más tarde”.  Esa persona me decía: “Pero déme sólo una simple respuesta.  Una frase bastará”.  Como si mi afirmación o negación le fuera a afectar.  Gente tonta, gente estúpida; piensan que son religiosos, que están logrando un gran aprendizaje.

Por eso es que Lin Lei no se detuvo ni dejó de cantar.  “Tzu Kung continuó presionándolo hasta que el anciano se giró para mirarle y le respondió: “¿De qué tengo que arrepentirme?”.”
Observa ahora el cambio.  Tzu Kung pregunta: “¿Qué es lo que le hace ser feliz?”.  Y el maestro responde: “¿Qué es lo que tendría que hacerme ser feliz?”.  Un cambio total; un giro de ciento ochenta grados.
“De niño, usted nunca aprendió a comportarse; como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo.  En su vejez no cuenta con esposa e hijos, y se acerca la hora de su muerte”.
Trata de entender cada frase.  Cada una está llena de gran significado.
“De niño, usted nunca aprendió a comportarse…”.

Normalmente, la gente piensa que si no aprendes a comportarte cuando eres niño, serás desgraciado toda tu vida.  Te arrepentirás de no haber ido a la escuela, de no haber aprendido modales, etiqueta, pautas sociales, formalismos; te arrepentirás toda tu vida.  No obstante, Lin Lei dice: “No hay nada de que arrepentirse porque cuando era un niño nunca aprendí a comportarme.  Nunca fui un esclavo.  Fui libre desde mi propia infancia.  Nunca permití que nadie me disciplinara.  Nunca fui un imitador.  He vivido mi vida como quería.  Nunca he permitido que nadie me enrede entonces, ¿de qué tendría que arrepentirme?  ¿Por qué?  No hay motivo de arrepentimiento.   Si hubiera permitido a las personas, a mi familia, a los amigos, a la sociedad, al cura, al político, al Estado, si les hubiera permitido disciplinarme, entonces tendría que ser infeliz por muchas cosas.  Pero he vivido una vida en libertad; entonces, ¿de qué hay que arrepentirse?”.

  Esto es tremendamente significativo.  Y cuando te lo estoy diciendo, lo siento también en mí mismo.  Yo también he vivido como he querido vivir.  Nunca he permitido que nadie me enrede.  Acertado o equivocado, bien o mal, tontamente o sabiamente, he vivido como he querido vivir.  No siento arrepentimiento.  No puede haber arrepentimiento alguno.  Ésta es la manera en que quería vivir, ésta es la manera en que he vivido.  Y la vida me ha permitido vivir como quería vivir.  Estoy agradecido, estoy reconocido.  Ahora se que si hubiera admitido a los bienintencionados, entonces habría sido desgraciado.  No porque ellos hubieran querido realmente hacerme daño; ellos seguramente querían ayudarme; esa no es la cuestión en absoluto.  Ellos pueden haber tenido buenas intenciones, pero una cosa es cierta: me estaban enredando, estaban tratando de forzarme a ir en ciertas direcciones que no llegaban a mí espontáneamente.  Nunca he escuchado esto.  He dicho a los bienintencionados: “Gracias por las molestias que os estáis tomando por mí, pero voy a seguir mi propio camino.  Si fallo habrá un consuelo: que he seguido mi propio camino y he fallado.  Pero si os sigo a vosotros, incluso si tengo éxito siempre me arrepentiré: ¿Cómo saber cuál habría sido el resultado, cuál habría sido la consecuencia si hubiera seguido mi propio camino?”.

  Me han contado de un gran doctor, un gran cirujano.  Había llegado a ser conocido internacionalmente, así que cuando envejeció y se iba a jubilar, todos los discípulos que tenía repartidos por todo el mundo se reunieron para celebrarlo.  El día que lo hicieron se dieron cuenta de que el doctor estaba un poco triste, que estaba allí pero no del todo.  Así que un discípulo le preguntó:
-¿Tiene algún problema señor?  ¿Por qué se le ve tan triste?  ¿Por qué?  Ha tenido una vida exitosa, nadie puede competir con usted, usted es único en su especialidad, usted es el líder indiscutible y nadie será capaz de reemplazarlo durante siglos.  Tiene todo lo necesario para ser feliz; además, mire a sus discípulos, a sus estudiantes; están esparcidos por todo el mundo.  ¿Por qué está triste?
Y él respondió:
Me siento muy triste al contemplar todo este éxito, porque nunca quise ser un médico; quería ser bailarín.  Ahora toda mi vida ha transcurrido, se ha desperdiciado, porque en el fondo me arrepiento de haber escuchado a otros.  Sí, he tenido éxito, pero este éxito no me satisface porque es impropio.  Es como si alguien te hubiera forzado a comer cuando no tenías hambre; una comida probablemente muy nutritiva, pero sentirías náuseas.  Querías beber agua y alguien te ha forzado a beber leche, ciertamente mejor que el agua, pero tú querías beber agua.  Tú te estabas sintiendo sediento, y la leche no te ha dejado satisfecho, te ha desilusionado.

Puedo entender a este hombre.  Se sentía triste, su tristeza era significativa; estaba triste porque todo su éxito ahora no es más que un fracaso.  En el fondo él ha fallado, ha fallado consigo mismo; no confió en su propia intuición y dejó que otros lo manipulasen.
Mira lo que está diciendo Tzu Kung de este anciano, Lin Lei: “De niño, usted nunca aprendió a comportarse…”.

  ¿Y de qué tiene que arrepentirse?  Él ha vivido su vida, ha vivido su vida a su manera.
“Como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo.”
Y nunca trató de lograr algo.  Él no era ambicioso; entonces, ¿de qué hay que arrepentirse?  Un hombre ambicioso siempre se arrepentirá.  Alejandro murió triste, con una gran frustración, porque la ambición, por su propia naturaleza, es insaciable.  Se dice que cuando Alejandro estuvo en la India fue a ver a un astrólogo y le preguntó por su futuro. El astrólogo miró su mano y dijo: “Tengo que decirle una cosa: será capaz de ganar este mundo, pero recuerde que no hay otro mundo.  Por lo tanto, se quedará atascado.  ¿Entonces qué hará?”.  El astrólogo debió haber sido un gran sabio, y se dice que al escuchar este “no hay otro mundo”, Alejandro se entristeció.  Desde luego, con esta idea: “Una vez hayas conquistado este mundo, ¿qué vas a hacer?  No hay otro mundo…”, una mente ambiciosa se sentirá simplemente bloqueada; entonces ¿qué hacer?

  Además, no importa lo que logres, nada se habrá logrado porque la ambición seguirá aumentando más y más.  Sólo una persona no ambiciosa puede ser feliz.  Una persona ambiciosa inevitablemente va a estar siempre frustrada.  La ambición viene de la frustración, y de la ambición viene más frustración; es un círculo vicioso.
Este viejo maestro no estaba preocupado por tener éxito en el mundo, por probar que era alguien.  No estaba preocupado por ocupar un lugar en la historia.  No tenía interés en dejar su huella, porque eso es una tontería.  Incluso si ocupas un lugar en la historia, ¿de qué sirve?


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Me han contado una anécdota:

  Cuando Moisés estaba guiando a su pueblo fuera de Egipto, al llegar al mar y ver que era imposible cruzarlo, se dirigió a su agente de prensa (la parábola está actualizada) y le dijo:
-Tengo una idea.  ¿A ver qué opinas?  Le puedo pedir al océano que nos deje pasar, y el océano se abrirá en dos.
El agente de prensa le contestó:
-Si puedes hacer eso te prometo una cosa: en el Antiguo Testamento tendrás dos páginas.

No obstante, aunque tuvieras dos páginas en el Antiguo Testamento, o veinte, o doscientas, ¿cuál sería su significado?  Además, a medida que la historia crece, esas dos páginas disminuirán cada vez más, y un día sólo serán notas de pie de página.  Y luego, cuando la historia se alargue todavía más –y cada día se hace más larga-, las notas de pie de página desaparecerán en medio del apéndice, y poco a poco te habrás ido.  Cuando tu vida se termina, ¿cuánto puede durar la huella que dejas?  ¿Cuál es además el sentido de todo esto?  La agudeza de este viejo maestro es grande.

 “Cómo hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo.”  Entonces, ¿de qué hay que lamentarse?  Si eres ambicioso te lamentarás, porque la ambición nunca se satisface.  Si no eres ambicioso, eres feliz, porque la frustración no te podrá atrapar. Además, el anciano no tiene ni esposa ni hijos, así que ¿qué es lo que le puede hacer infeliz?  Trata de entender su sentido.  Él está absolutamente solo, nadie perturba su soledad.  Su soledad es imperturbable.  “Estoy solo, libre, soy el dueño absoluto de mí mismo.  Nadie me arrastra de un lado para otro, no hay familia, ni relaciones; ¿de qué hay que lamentarse?”.

  Recuerda, cuando estás solo, no estás solo, estás aislado, extrañas la compañía de otro.  Extrañas la compañía del otro porque no has aprendido todavía a estar en tu propia compañía.  Extrañas la compañía del otro porque no sabes cómo estar contigo mismo.  El aislamiento es negativo: es la ausencia del otro.  La soledad es positiva, es la presencia de tu propio ser.  El aislamiento es misantropía, la soledad es retiro.  El aislamiento es feo, la soledad es hermosa.  La soledad tiene su propia luminosidad.

  El Buda está solo, yo estoy solo, Lieh Tzu está solo, este anciano Lin Lei está solo.  Cuanto tu te quedas solo, te quedas aislado, extrañas algo, simplemente.  En el fondo estás buscando compañía, a dónde ir, qué hacer, en qué ocuparte para poderte evadir.  Tú no has aprendido todavía cómo estar contigo mismo, todavía no has creado una relación contigo mismo, todavía no te has encariñado contigo mismo.
“En su vejez no cuenta con esposa e hijos…”
¿De qué hay que arrepentirse?  Estoy solo como una gran cumbre de los Himalayas… solo.  Todo es belleza, silencio y dicha.
“Y se acerca la hora de su muerte.”
La muerte, para los taoístas, no es más que regresar a casa; el recorrido ha terminado.  Morir es volver al hogar, ir al origen, volver a la fuente, regresar al lugar de donde venimos.
“Y se acerca la hora de su muerte.”
Entonces, ¿de qué hay que arrepentirse? Soy feliz, simplemente; feliz sin más.  Todo está simplemente bien; no hay nada más que esperar.
“De niño, usted nunca aprendió a comportarse; como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo.  En su vejez no cuenta con esposa o hijos, y se acerca la hora de su muerte.  Maestro, ¿qué felicidad ha conseguido que le hace cantar mientras camina recogiendo los granos?”.

  No obstante, el discípulo confuciano no pudo entender.  Él repitió su pregunta.  No se dio cuenta.  Oyó pero no llegó a escuchar; aquello que pasó por encima de su cabeza.  “¿De qué tengo que arrepentirme?”.  Un gran planteamiento, lleno de experiencia, profundamente revolucionario, pero el confuciano no se dio cuenta.
El erudito siempre deja pasar la verdad.  El pandit es la persona más incapaz de escuchar; su mente está completamente llena de sus propias ideas.  Tzu Kung debe tener mil y un pensamientos en su mente, debe estar preparándose para hacer más preguntas, para lo que preguntará enseguida.  Da la impresión de que está escuchando, pero no escucha.
“Maestro, ¿qué felicidad ha conseguido, que le hace cantar mientras camina recogiendo los granos?”.

  La pregunta vuelve a ser significativa: “¿Qué felicidad ha conseguido…?”.  Recuerda, si la felicidad tiene causa, la causa tiene que estar en el pasado.  Las causas siempre están en el pasado.  Si estás feliz, la pregunta es: “¿Qué te hace feliz?”.  Y lo que te ha hecho feliz se ha ido hacia el pasado.  Por tanto, una felicidad motivada mira hacia el pasado.  Lo que mira hacia el pasado se refiere a algo que ya no es más; es algo ficticio, es imaginario, es ilusorio.
La felicidad real mira al presente, nunca mira hacia el pasado.  La felicidad real surge aquí, ahora, en este preciso momento; no hay un tiempo que la motive.  Es una unión de causa y efecto.  Trata de comprenderlo.  Si dices: “Me siento feliz porque nací de padre rico”, hay un retroceso de setenta, cien años.  La felicidad que te llega de algo que ha pasado hace cien años es sólo un producto de tu memoria.  Tú dices: “Estoy feliz porque me otorgaron el premio Nobel hace diez años”.  ¿Te dieron el premio Nobel hace diez años?  Tu felicidad está cubierta de polvo.  Diez años… mucho polvo se ha acumulado; no está fresca; está rancia.  Eres una persona muy pobre; estás comiendo alimentos que han sido preparados hace diez años.

  La felicidad real está aquí, ahora.  No tiene interés en el pasado, no tiene interés en el futuro.  Algunas veces te alegras por el futuro; tienes esperanzas de ganar la lotería, o tienes esperanzas de que algo va a pasar mañana: tu novia viene mañana y eso te produce excitación.  ¿Por qué?  ¿Por un mañana que todavía no ha llegado?  Estás loco.  Tu felicidad, o bien está orientada hacia el pasado, o bien está orientada hacia el futuro.  Ambas son falsas porque el pasado no está ahí y el futuro tampoco.  El pasado ya no forma parte de la existencia y el futuro aún no ha llegado.  La felicidad real, auténtica, está aquí, ahora. Surge en este momento, de la nada.  No hay dos momentos juntos; por eso no tiene causa, porque, para que existan la causa y el efecto serán necesarios al menos dos momentos: uno para producir la causa y otro para producir el efecto, pero sólo es aprovechable este momento individual, completo, singular.

  Nuevamente, el que interroga hace la pregunta equivocada: “¿Qué felicidad ha conseguido, que le hace cantar mientras camina recogiendo los granos?”.
“Los motivos de mi felicidad todos los humanos los comparten…”.  El anciano dice nuevamente algo hermoso: “Los motivos de mi felicidad todos los humanos los comparten…”.  Eso no tiene que ver conmigo; todas las personas los poseen, pero no se dan cuenta.  No sólo no se dan cuenta, sino que los buscan alrededor de ellos.  No sólo los buscan, “sino que en vez de disfrutarlos, se preocupan por ellos”.

  Por los mismos motivos, por ejemplo, estos cuatro motivos: “Los motivos de mi felicidad todos los humanos los comparten”- dijo Lin Lei sonriendo-, pero, en vez de eso, se preocupan por ellos”.

  Tú estás preocupado porque en tu infancia no fuiste bien educado, no se te envió a Harvard o a Oxford o a Cambridge, porque tus padres fueron pobres, porque no se te formó tan bien como te hubiera gustado, porque no se te preparó, porque perdiste muchas oportunidades.  Eso te apena, eso te inquieta.  Tendría que ser un motivo de alegría, todo tendría que ser un motivo de alegría; sólo entonces una persona puede ser feliz.  De otra manera, el pobre sigue lamentándose y llorando por haber sido pobre; y el rico también sigue lamentándose y llorando por haber sido rico.  He conocido a personas ricas que dicen que sus padres les destruyeron porque les proporcionaron tantas comodidades en su infancia que ellos nunca aprendieron a valerse por sí mismos.  Tú lo has visto, debes haber observado que es raro encontrar a un hijo de un hombre rico que sea inteligente, muy raro.  Todos ellos son estúpidos, tienen que serlo, porque ¿qué necesidad tienen de volverse inteligentes?  ¿Para qué preocuparse?  Ya tienen todo lo que necesitan.  Ya disponen de todo lo que pueden conseguir con la inteligencia, así que ¿para qué cultivar la inteligencia?  En las universidades suspenden; suspenden en todas partes.  No les preocupa en absoluto.

 Cuando estaba en la universidad tuve un alumno que suspendió mi asignatura durante cinco años.  Le pregunté –esperé cinco años para hacerlo- al sexto año, cuando volvían otra vez los exámenes: “¿Qué planes tienes?  ¿Vas a volver a suspender?”.  Él contestó: “¿Qué más da?  Mi padre es rico.  Sólo los pobres se preocupan por eso”.  Si has nacido en medio de una familia rica, entonces tampoco eres feliz.  Si has nacido en medio de una familia pobre, por supuesto, ¿cómo vas a ser feliz?  Si estás sano no eres feliz, porque al estar sano nunca piensas que la salud es motivo de alegría.  Una persona sana nunca piensa en la salud.  Si estás enfermo eres infeliz.  Observa la lógica de tu mente.  Te ocupas simplemente de todo lo que te hace desgraciado, y te olvidas de todo lo que te hace feliz; no te das cuenta de ello.

“Pero en vez de disfrutarlo, se preocupan por ellos.  Puesto que no he sufrido aprendiendo a comportarme cuando era joven, y nunca me esforcé por lograr algo ya de mayor, he sido capaz de vivir durante todo este tiempo.  Debido a que no tengo esposa e hijos, ahora que estoy viejo y que la hora de mi muerte se acerca, puedo ser muy feliz”.

  Esto lo encontrarás en todas las escrituras orientales una y otra vez: repeticiones constantes.  La explicación está en que las verdades son tales que los maestros tiene que repetirlas, porque si se dicen una vez no son entendidas.  El Buda solía repetirlo todo tres veces, incluso las pequeñas cosas.  Él le preguntaba al discípulo: “¿Me has escuchado?  ¿Me has escuchado?  ¿Me has escuchado?”.  ¡Tres veces!  Lo hacía con gran compasión.  Cuando las escrituras budistas fueron traducidas a idiomas occidentales, la gente se quedó muy sorprendida: ¿Por qué?  ¿Hablaba el Buda para gente muy estúpida?  ¿Por qué se repetía tanto?  No, ellos eran tan inteligentes como tú, como la gente de cualquier lugar lo ha sido siempre.  No es cuestión de inteligencia, es una cuestión de atención consciente.  Ellos no estaban atentos.  Estaban tan desatentos como lo estás tú.

Yo tengo que repetirme continuamente.  Mis editores se sorprenden, se sorprenden de mis repeticiones.  Les gustaría arreglarlas.  Yo no les dejo.  Les digo: “Déjalo como está, porque las verdades son tales que puede que no te des cuenta la primera, la segunda vez; espero que pongas un poco de atención la tercera vez…”.  Tengo que seguir repitiéndolo: es como si lo machacara en tu cabeza.  ¿Durante cuánto tiempo puedes seguir sin darte cuenta?  Es una guerra entre yo y tú.
El anciano lo repitió, pero una vez más no fue comprendido. Tzu Kung dijo: “Es humano querer una larga vida y detestar la muerte; ¿por qué alegrarse de morir?”.

  Lo básico no se ha captado.  Él ha captado sólo una cosa de las cuatro: la última.  Pero sólo se puede entender la última si las tres precedentes han sido entendidas…  “De niño, usted nunca aprendió a comportarse; como hombre, usted nunca se esforzó por lograr algo.  En su vejez no cuenta con esposa e hijos, y se acerca la hora de su muerte.”  Míralo, simplemente: la primera pertenece a la infancia, la segunda a tu juventud, la tercera a tu vejez, luego viene la muerte.  Es un corolario natural, es absolutamente lógico; tienes que empezar por el mismo comienzo.  Pero Tzu Kung se ha olvidado de las tres primera, y ha saltado a la cuarta.  Seguramente tenía miedo, seguramente era un hombre que tenía miedo a la muerte.  Eso captó su atención.

No obstante, a menos que las tres sean comprendidas, la cuarta se escapará.
“Es humano querer una larga vida y detestar la muerte; ¿por qué tendría usted que alegrarse de morir?”.

  No es humano; a lo mejor es cosa de hombres, pero no es humano.  Tienes que entender estos dos conceptos.  En los diccionarios son sinónimos, pero no lo son en la realidad.  Tal como te dije que soledad y aislamiento son sinónimos en el diccionario pero no en la realidad, hombre y humano son también dos cosas diferentes.  Hombre  es un concepto estático, como “perro”, como “búfalo”, como “burro”.  “Hombre” es un concepto estático, nada más que el nombre de una cierta especie, una de las especies.  Los monos forman una especie, los búfalos otra, el hombre otra.  ¿Lo has observado?  En el caso del hombre tenemos dos términos: hombre y humano.  Para los perros tienes sólo un término: perros.  Para los búfalos sólo uno: búfalos; para los burros, burros. ¿Por qué?  ¿Por qué este “humano”? Tiene un significado: hombre se refiere simplemente a una especie biológica; humano no tiene nada que ver con la biología.  Humano es un concepto en desarrollo, un concepto abierto; hombre es un concepto cerrado, hombre significa que eres un ser.  Humano significa que eres un proceso, que estás yendo, que eres un recorrido, que eres un peregrinaje, que eres una continuidad, que eres un “ir más allá”.

  Friedrich Nietzsche ha dicho: “Lo que más amo en el hombre es que él no es la meta sino el puente.  Lo que más amo en el hombre es que él es un proceso continuo, no un fin sino un medio, un recorrido”.

“Humano” se refiere al puente, a un puente entre el hombre y Dios.  “Hombre” se refiere al hombre, simplemente, no hay en ello ninguna apertura.  La palabra humano está abierta, va más allá de hombre.  “Humano” es un puente, “humano” es un recorrido, un peregrinaje; uno va en alguna dirección, uno busca algo, uno está tratando de llegar a ser.  “Hombre” es estático, “humano” es dinámico.  “Hombre” se refiere a una cosa.  “Humano” es un proceso, como un río, algo que fluye, que está llegando al más allá, que busca a tientas en la oscuridad.  “Hombre” es inactividad, no ir a lugar alguno, estar lisiado, muerto, como una tumba.  “Humano” es un río que no sabe dónde está el océano, pero está haciendo un gran esfuerzo por alcanzarlo.

Recuérdalo: el hombre le tiene miedo a la muerte. ¿Humano?  No, no es humano tener miedo a la muerte.  Una persona que está en un peregrinaje está preparada para morir si eso hace falta para continuar; está preparada para ir más allá, está preparada para usar la puerta de la muerte para cruzar al más allá.

El hombre dijo: “Es humano querer una larga vida…”.

No, no es humano querer una larga vida.  Sí, es relevante en lo que concierne al concepto “hombre”.  Los perros le tienen miedo a la muerte, los búfalos le tienen miedo a la muerte, los burros le tienen miedo a la muerte; el hombre también. Pero al ser un humano, uno se excita con la posibilidad; uno quiere saber qué es la muerte.  Cuando uno ha vivido su vida, empieza a sentir: “Ahora que se lo que es la vida, me gustaría saber qué es la muerte.  La vida se ha conocido, ha sido hermosa.  Ahora veamos qué es la muerte, dejemos que sea otra aventura”.

 Sócrates fue humano cuando estaba muriendo, cuando se le estaba dando el veneno.  Sus discípulos lloraban y gemían, y él dijo:
-¡Parad!  Lo podéis hacer cuando me haya ido, pero no ahora.  Es un desperdicio, un gran desperdicio.  Una cosa tan importante está sucediendo, me estoy muriendo, ¡y vosotros estáis llorando!
Y ellos dijeron:
-Maestro, te estás muriendo, ¿no tienes miedo?
Él respondió:
-¿De qué?  He vivido mi vida, la amé, fue hermosa.  La he conocido, pero no hace falta seguir repitiéndola para siempre.  Ahora, algo nuevo; la muerte es algo nuevo.  Estoy encantado, estoy impresionado, la aventura es grande –dijo Sócrates-.  Ahora me gustaría ver qué es la muerte.
Uno de sus discípulos, Crito, dijo:
-Pero, maestro, todo el mundo le tiene miedo a la muerte.
-No lo se –dijo Sócrates-.  No entiendo por qué la gente tiene miedo a la muerte.  Si los ateos están en lo cierto de que uno muero del todo y nada queda, entonces no hay por qué temer; Sócrates no estará allí; entonces, ¿qué hay que temer?  Yo no estaba allí antes de nacer y no tengo miedo de ello.
¿Has tenido miedo alguna vez de no ser antes de haber nacido?  ¿Te asalta algún miedo?  Ninguno.  Tú dirás: “Tonterías porque entonces yo no era, por tanto, ¿qué sentido tiene tener miedo?”.
Y Sócrates dijo: “Yo desapareceré de nuevo si los ateos tienen razón; entonces, ¿de qué tener miedo?  No habrá nadie que tenga miedo.  O puede que los creyentes dispongan de la verdad y yo esté allí.  Si voy a estar allí, entonces ¿por qué tener miedo?”.

  Ahora bien, éste es un hombre que ha vivido una vida dinámica, una vida de crecimiento, una evolución.  Si tú has vivido una vida de evolución, entonces la muerte viene como una revolución, como un cambio súbito hacia una realidad desconocida.  ¿Por qué tendrá uno que tener miedo?  Humano, no, esto no es humano.

  Pero no todos los hombres son seres humanos, recuérdalo.  Muy raramente… en algún lugar… un Sócrates, un Lieh Tzu, un Buda; éstos son seres humanos.  Normalmente existen hombres y mujeres, pero no seres humanos.  Volverse un ser humano implica convertirse en un proceso, convertirse en un interrogante, convertirse en una pasión por lo imposible… en un buscador, en un buscador de la verdad.

  El anciano dijo: “La muerte es el retorno a donde salimos para nacer.  Por tanto, ¿cómo puedo saber que cuando muera aquí no naceré en otro lugar?”.  La misma actitud socrática: “Por tanto, ¿cómo puedo saber que cuando muera aquí no naceré en otro lugar?  ¿Cómo puedo saber que vida y muerte no son tan buenas la una como la otra?  ¿Cómo puedo saber que no es ilusorio anhelar la vida con ansiedad?  ¿Cómo puedo saber que la muerte presente no sería mejor que mi vida pasada?”.
¿Cómo puedo saber?...”.  Observa la insistencia.  Él no está diciendo: “Yo se”, él no está proclamando algún conocimiento.  Ningún sabio ha reivindicado jamás conocimiento alguno.  Por eso Sócrates dice: “Posiblemente los ateos tienen razón, posiblemente los teístas tienen razón, pero eso no importa.  Dejemos que cualquiera de ellos tenga razón; yo sigo imperturbable”.

  La sabiduría, la verdadera sabiduría, es siempre agnóstica.  Recuerda esta palabra: agnóstica.  Un buscador real es agnóstico.  Nunca dice: “Yo se”, y tampoco dice: Ésta es la verdad”.  Él está muy abierto, no está cerrado.  No tiene dogma, no tiene credo, él simplemente está consciente y atento, preparado para enfrentar cualquier realidad, la que sea.  Cualquier realidad que le sea revelada, él está preparado para abordarla.  Él confía en la vida.  La gente que no confía en la vida inventa creencias, dogmas, teorías para protegerse a sí misma.  El verdadero sabio es vulnerable; no se protege.  Está expuesto a las lluvias, a los vientos, al sol, a la luna, a la vida, a la muerte, a la oscuridad, a la luz; está expuesto a todo.  Él no tiene protección; su vulnerabilidad es total.

  Recuerda el agnosticismo de este hombre.  Una persona de cien años empieza a tenerle miedo a la muerte.  Uno empieza a pensar: “El alma debe ser inmortal”.  Uno empieza a imaginar: “Ahora me recibirán en el paraíso con mucha fanfarria.  Dios seguramente está esperando y debe haber un palacio de mármol preparado para mí”.  Uno empieza a imaginar cosas, empieza a soñar.  Pero este hombre dice: “¿Cómo puedo saber?”.  Él no reivindica conocimiento alguno.  Simplemente dice: “No conozco este camino o ese otro.  Soy completamente ignorante, no he saboreado todavía la muerte, así que ¿cómo puedo saber?  ¡Déjame saberlo!  Para empezar, ¿de qué tendría que tener miedo?  Puede que la muerte sea mejor que la vida.  ¿Quién sabe?  Deja que suceda”.
Recuerda, la verdadera comprensión está siempre esperando para darse en el momento.  Nunca decide con anticipación, nunca planea con anticipación; es espontánea.

 Tzu Kung escuchó pero no entendió lo que el anciano quería decir.  Regresó a contárselo a Confucio.  No puedo entender porque era un gran erudito, el discípulo más cercano a Confucio.  Ya estaba saturado de conocimientos; no pudo entender.  Se lo manifiesta a Confucio, su maestro, ¿y qué dice Confucio?  Escucha:
“Sabía que sería una persona de mérito como para hablar con ella…”.
El hombre instruido siempre lo está proclamando.  Ahora dice: “Sabía que sería una persona de mérito como para hablar con ella…y lo es”.

  Él está tratando de decir a sus discípulos: “Estaba en lo cierto, mi deducción era válida: vale la pena hablar con este hombre”.  Pero no puede aceptar lo que ha dicho el hombre; es algo que además le sobrepasa.  Dice: Pero él es un hombre que ha encontrado, y aún así no lo ha encontrado todo”.
Ahora bien, esto es absurdo.  La verdad no se puede dividir: o bien la has encontrado, por completo, o no la tienes en absoluto.  Es imposible tener un pedacito de verdad.  No se puede fragmentar, no se puede cortar en pedazos.  La verdad es total, la verdad es completa; o la tienes o no la tienes.  No es posible tener un poquito de verdad; pero si vas a un experto, él tiene que decir algo para probar que sabe.

Confucio dice que este hombre ha encontrado la verdad.  Lo dice porque ha enviado un discípulo y ahora tiene que demostrar que estaba en lo cierto.  Pero no puede admitir que el otro sepa, así que dice: “Sabe un poquito, pero no todo”.

  Suele suceder.  Un hombre instruido siempre protege su ego.  Esta declaración no puede ser absurda.  Pregunta a un Buda, pregunta a un Lao Tzu, pregunta a un Jesús, pregunta a un Krishna, y ellos te dirán que la verdad no se puede dividir.  No es una cosa que puedas dividir.  Es una experiencia; cuando sucede, sucede.  Cuando sucede, sucede completamente.  Tú despareces en la experiencia.  Confucio dice, sin embargo: “Él la ha encontrado, pero no del todo”.  La misma declaración muestra la ignorancia, pero el experto siempre tiene que proteger su pericia.  Tiene que decir algo aunque sea absurdo.

  Confucio dice: “Ha encontrado, pero no lo ha encontrado todo”.  Ese es todo el comentario que hace cuando este anciano no ha hablado de una profunda filosofía y ha dado el mensaje completo del Tao: se anárquico, se auténticamente verdadero con tu propio ser.  Escúchate únicamente a ti mismo.  No permitas que nadie te discipline.  No permitas que nadie te esclavice, no permitas que nadie te condicione.  Curas y políticos: evítalos, evita a los que “lo hacen por tu bien”.  Recuerda que tienes que ser simplemente tú mismo y no alguien más.  Esta anarquía, esta libertad caótica… Y no seas ambicioso, porque eso es algo mediocre.  Simplemente vive tu vida tan completamente como te sea posible.  No trates de dejar una impronta en las páginas de la historia; no tiene sentido.  Y no te preocupes siempre por los demás.  Poco a poco aprende a estar sólo, disfruta de la soledad: ese es todo el significado de la meditación.

  Y, finalmente, recuerda que la muerte no es una muerte, es un nuevo comienzo.  Además, ¿quién sabe?, puede que te lleve a una vida más elevada.  Si el cosmos tiene su propio ritmo, tiene que ser así.  Tiene que estar llevándote a una vida más elevada.  Has aprendido mucho, te has vuelto más digno; naturalmente la muerte te debe llevar a un plano más elevado del ser.  Parece algo simple: una persona que ha vivido, amado, experimentado, meditado, que ha pasado por tantas situaciones en la vida se ha vuelto más digna, se le tiene que otorgar una vida más elevada.  Si esta existencia tiene alguna compasión, entonces la muerte va a ser una plenitud más elevada, una cumbre mayor.

  Espera con excitación, con un gran sentido de aventura.  Espera con un gozo tremendo, con deleite y celebración.  La felicidad es natural; uno no tendría que buscarla, uno simplemente tendría que disfrutarla.  ¿Y qué dice Confucio de un mensaje tan grandioso?  Que este hombre ha encontrado, pero no lo ha encontrado todo… ¡como si Confucio lo hubiera encontrado todo!
Estas parábolas son muy sutiles.  Son unas grandes demoledoras del ideal confuciano, pero de una manera muy refinada.  Si no profundizas puede que nunca entiendas.
Medita sobre estas parábolas; llevan grandes mensajes, descodifícalos.  Tu vida se enriquecerá tremendamente con ellas. Osho 


Osho Tao
Osho Tao




Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
Fuente: oshogulaab.com