Hatha Yoga
Para hacernos entrega de este inapreciable regalo, el Hatha Yoga tiene
que llevarnos constantemente a los confines mismos de nuestro ser, tanto
físicos como mentales. Tiene que llevarnos a nuestro límite. ¿Y dónde está
nuestro límite? En el punto de equilibrio entre demasiado e insuficiente. Desde
el punto de vista físico, significa utilizar la plena capacidad de nuestro
cuerpo en este momento; significa ni pasarse ni quedarse corto. Encontrar ese
equilibrio requiere una sensibilidad sincera que puede desarrollarse mediante
la práctica.
Desde el punto de vista mental, significa estar dispuesto a
mantener la postura el tiempo suficiente para que ésta dé su fruto. Significa
no sucumbir a la prisa, la impetuosidad, la distracción, el aburrimiento, el
miedo o a incertidumbre. Todo lo contrario: debemos desarrollar y usar
claramente la conciencia de lo que está sucediendo en realidad. Entonces, salir
de una determinada postura sucederá de modo espontáneo y sin esfuerzo. Es
igualmente posible permanecer más tiempo del debido en una postura a voluntad,
lo que puede suceder fácilmente si perdemos el sentido del límite.
Si lo
hacemos, nuestra energía empezará a disminuir y nuestra conciencia a disiparse.
Hay un momento perfecto para pasar a otra cosa. Mediante el cultivo de una
sensibilidad sincera, podemos aprender a responder a ese momento, dar por
concluida la postura y salir de ella. No nos sirve de ayuda para conseguirlo
cronometrar el tiempo que debemos permanecer en la postura, ni con el reloj, ni
contando nuestras respiraciones o los latidos cardíacos. Al principio, sin
embargo, pueden ser necesarias estas mediciones; pero no debemos apegarnos a
ellas. Está en la esencia del yoga trascender la medición cuantitativa para
entrar en la infinitud.
Si no nos esforzamos suficientemente, nos reducimos a nosotros mismos;
si nos esforzamos demasiado, nos violentamos. El límite se halla entre una y
otra situación. Es un lugar vigorizante; pero puede dar mucho miedo: todos
sabemos lo que se siente cuando nos acercamos al borde de un precipicio; en el
yoga, está aquí, en el límite, en el borde del precipicio donde reside la
fertilidad.
Mediante la práctica debemos aprender a encontrar nuestro límite, el
límite de la postura. Cuando lo hayamos encontrado es cuando podremos mantener,
permanecer, permitirnos a nosotros mismos estar inmóviles, receptivos. Entonces
es cuando descubrimos que el límite se mueve, se incrementa espontáneamente
nuestra capacidad. Así es como va aumentando. Así es como maduran nuestra
práctica y nuestra capacidad.
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Enfocar nuestra práctica como una exploración nos ayuda a desarrollar la
sensibilidad sincera que pone de manifiesto nuestro límite. Significa entrar en
cada postura simplemente para descubrir lo que hay. Para descubrir nuestro cóctel actual de
tensión, libertad, embotamiento, vitalidad, movimiento, estancamiento, etc.
Para descubrirlo, reconocerlo, aceptarlo y expresarlo, completamente. Está en
la naturaleza de la vida que lo que pueda ser por completo sí mismo cambiará. O crecerá o se disolverá.
De este modo mejora el yoga nuestra vida: haciendo posible que madure lo que
contiene potencial, y que pase lo que ha llegado a su apogeo.
No es necesario que nos impongamos un destino predeterminado. Esto puede
resultarnos difícil. Es grande la tentación de quedar atrapados por la
descripción conceptual de la postura, o seducidos por la capacidad de otras
personas. Pero no nos sirve de ayuda. Somos lo que somos. Sólo cambiaremos
según nuestra capacidad verdadera.
No durará ningún cambio que impongamos a
nuestra capacidad, y además puede causar problemas. Debemos tener paciencia y
ser sinceros, en nuestra práctica y en nuestra vida. Debemos aprender a actuar
por amor, no por deseo. Estar dispuestos a encontrar la belleza y el valor de
lo que hacemos, de lo que somos, en vez de ignorar lo que somos, de negarlo o
de que nos moleste, mientras perseguimos algo de lo que nos han hablado o que
hemos visto: tal vez no sea para nosotros.
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Descubriendo el potencial del límite aprendemos que la fuerza es
completamente innecesaria en el Hatha Yoga. Las propias técnicas están cargadas
de energía. No necesitamos añadirle más con nuestra impetuosidad e impaciencia
equivocadas. Es peligroso usar la fuerza para superar apresuradamente nuestras
limitaciones actuales.
No sólo por el riesgo de lesionar por sobreestiramiento
los músculos, tendones y ligamentos, sino porque también fomenta una sensación
de ineptitud, de incapacidad, que genera un sentido codicioso de que debemos
tener más de lo que tenemos. Además, santifica la ansiedad mediante la cual se
manifiesta la codicia. De cara a mejorar la flexibilidad no sirve de tanta
ayuda como podría pensarse.
Es cierto que trascendiendo nuestros límites
conseguimos alargar las fibras musculares; pero sólo momentáneamente. Si no se
mantiene este impulso en nuestra práctica diaria, el efecto global a la larga
es un acortamiento equivalente al alargamiento alcanzado. Porque el resultado
mecánico del estiramiento excesivo es un acortamiento compensatorio: un aumento
de la tensión. Si en vez de eso respetamos nuestro límite y utilizamos la
inteligencia celular para liberarnos de nuestras limitaciones sin aplicar
ningún esfuerzo, descubrimos que no tenemos que mantener una práctica diaria
intensa para mantener nuestra flexibilidad.
La flexibilidad conseguida con
inteligencia celular es más penetrante que la que resulta de la fuerza. Pero, aparte de con la capacidad física, el límite se relaciona con
otros elementos. Más profundamente se halla el lugar donde se encuentran todas
las polaridades y donde se resuelven entre sí. Es el espacio de la disolución,
la rendición, donde el yo y los otros se unifican; donde nuestro ego se funde
en nuestro yo, donde nuestra estructura condicionada se fusiona con nuestra
verdadera naturaleza. Este lugar da verdadero miedo al ego, que depende de que
sigan bien marcadas las separaciones dualistas del yo y los otros, de dentro y
fuera.
Cuando alcanzamos el límite, todo se vuelve borroso. Esto produce
ingentes cantidades de resistencia. El ego no quiere perder el poder. Pero para
degustar los frutos del yoga es esto lo que debemos permitir que suceda.
Tenemos que estar dispuestos a llegar hasta el límite y a renunciar a nuestra
resistencia, a quedarnos allí, justo en el límite. Luego podemos entrar en el
espacio iluminado del yoga. Esto es lo que se conoce como “morir en la
postura”.
Es necesario para que madure el fruto del yoga. Se trata de algo que
puede suceder en cualquier momento. No es cuestión de esforzarse durante años y
años de práctica, y luego, quizá, un día, si se trabaja mucho, poder vislumbrar
nuestra verdadera naturaleza, nuestra verdadera condición. Ya está aquí. No
requiere grandes realizaciones por nuestra parte. Si deseamos conocerla,
sentirla, serla, debemos morir para nuestro ego, nuestro sentido de nosotros
mismos como un centro continuamente aislado. Llegando al límite de una postura,
se nos da la oportunidad de hacerlo, momentáneamente.
Podemos conseguirlo siempre que queramos. Basta soltar la resistencia,
abandonar el miedo y sentir como el cuerpo y la mente se desprenden de lo que
se les ocultaba.
Por supuesto, esta muerte no puede ocurrir si intentamos forzar nuestro
límite para conseguir más movilidad, o para seguir más tiempo en la postura. No
es cuestión de espacio o de tiempo. Lo único que así conseguimos es reforzar
nuestro ego, dejar que pase de largo la oportunidad de disolver nuestra
estructura condicionada en nuestra verdadera naturaleza. A menudo no nos damos
cuenta de que es esto lo que estamos haciendo, tan tremendo es el poder del ego
para trastocar cualquier cosa con tal de mantenerse.
Para no quedarse en paro
nos incita, con el palo y la zanahoria del “esto no basta, más es mejor”.
Quedamos entonces atrapados en la dualidad, en la cual el yo y los otros, y
todas las demás polaridades, permanecen separados y antagónicos. Si, no
obstante, podemos permanecer impávidos ante las oleadas de la inestabilidad que
empiezan a levantarse cuando nos hallamos en el límite, descubriremos de qué
trata el yoga.
Cuando permanecemos justo en el límite, el desafío que supone
para el ego le hace flaquear. Cuanto más tiempo permanecemos en él, más se
incrementa el desafío. Cuanto más se incrementa el desafío, más y más se
desestabiliza el ego: cada vez le parece más difícil mantener su presencia
sólida, constante. Esto puede dar mucho miedo, y a medida que seguimos
adelante, incluso resultar aterrador. Pero es el ego, y sólo el ego, el que
tiene miedo, el que siente terror. A nosotros nos está reservado algo mejor. Si
podemos vencer esta resistencia a que perezca nuestro ego, y nos quedamos como
estamos, descubriremos el otro lado.
El límite se disolverá y experimentaremos
nuestro verdadero yo. Aprender a dejar que esto suceda en realidad es la
esencia de todas las prácticas espirituales. El Hatha Yoga está concebido para
ofrecernos esta oportunidad una y otra vez, de muchas maneras distintas. Cada
asana tiene su propio límite. Cada límite es una puerta que conduce a nuestro
verdadero yo. Se abre sola; todo lo que tenemos que hacer es llegar al umbral y
permanecer allí, resistiendo el enorme impulso de retirarnos, o la sutil
demanda de resolverlo por la fuerza.
Fuente: Texto: Yoga Dinámico Godfrey Devereux