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Les enseñaré una manera muy fácil: hagan su trabajo pensando que el trabajo también pertenece a Dios. No fijen su mente en la tarea, pensando "es mi trabajo". Piensen que todas las acciones que hacen, las hacen para Dios. Ofrézcanlo todo a Sus Pies. Crean, y díganselo a ustedes mismos, "todo lo que hago lo hago por amor a Dios".

Es mejor estar quieto, es mejor estar vació - Osho

A eso que lo mantiene unido es lo que llamamos Dios, Tao.


Alguien le preguntó a Lieh Tzu:
-¿Por qué le das valor al vacío?  En el vacío no hay valoración.
Lieh Tzu dijo:
-A eso no se le puede llamar valor.  Lo mejor es estar quieto, lo mejor es estar vacío.  En la quietud y en la vacuidad encontramos una morada; al dar y recibir perdemos el sitio.

 La verdad es una; no puede ser de otra forma porque la existencia es un universo, no es un “multiverso”.  Es uno.  Es un aglutinamiento.  Es una unión.  Es un cosmos.  Aquello que aglutina al universo es lo que llamamos Verdad, o Tao, o Dios.  El Tao no es una persona; tampoco es Dios una persona, sino la unión que lo recorre todo, como un hilo a través de una guirnalda.  El universo no es un montón de cosas separadas, y una especie de hilo lo mantiene unido…  No se está deshaciendo.  A eso que lo mantiene unido es lo que llamamos Dios, Tao.

 No obstante, el ser humano puede enfocar esta verdad de dos maneras.  Estas dos maneras deben ser comprendidas.  La verdad es una, pero los caminos son dos.  El primer camino es vía afirmativa, el camino positivo, el camino de “los que dicen sí”, el camino del devoto.  Jesús, Mahoma y Krishna han seguido el camino de la afirmación.  El camino de la afirmación parece ser una camino de esfuerzo, de mucho esfuerzo: uno está tratando de llegar a Dios, tiene que hacer todo el esfuerzo posible, tiene que hacer lo máximo, tiene que jugárselo todo.  En los tiempos modernos, Gurdjieff y Ramakrishna siguieron el camino de la afirmación, la vía afirmativa.

 El otro camino es la vía negativa, a través de la negación a través del “no”.  Lao Tzu, el Buda y Nagarjuna siguieron el camino de la negación.  En los tiempos modernos, Ramana Maharshi y Krishnamurti han seguido el camino del “no”.

 Estos dos caminos se tienen que entender tan claramente como sea posible, porque es mucho lo que de ello depende; tú tendrás que elegir tarde o temprano.  Los dos se mueven en dimensiones diferentes; llegan al mismo fin, pero se mueven en dimensiones diferentes.

 El camino positivo es un enfoque positivo respecto a Dios, un llegar a Dios, una búsqueda, una indagación.  El camino negativo es un esperar a Dios, no una búsqueda.  El camino negativo consiste en mantener la puerta abierta, no en ir a buscar, no en indagar, sólo en ser receptivo, como un útero.  El primero es yang, el segundo es yin.  El primero es un camino de tendencia masculina; el segundo es un camino de tendencia femenina.  En el segundo uno tiene que abandonarse simplemente: no hay voluntad sino entrega.  Sólo se tiene que permitir que Dios sea.  No llegues a él; deja que él  llegue a ti.  Permanece simplemente en silencio, vacío.  Deja un espacio, de tal forma que si viene tú estés dispuesto; tú te mantienes dispuesto.

  En el camino de la voluntad tendrás mucho que hacer; en el camino de la entrega no tienes nada que hacer, exactamente nada que hacer, solamente nada que hacer.  Estos caminos se pueden nombrar también de forma diferente.  El primer camino puede decirse que es el camino del asceta.  La palabra “asceta” viene de la raíz griega ascesis, que quiere decir “ejercicio”.  Muchos métodos –muchos ejercicios, metodologías, yoga, técnicas- son factibles.  El segundo camino puede llamarse el camino del místico: no hay ejercicios, no hay métodos, no hay tecnología.

  En el primer camino, el tiempo es una necesidad.  Tú no te puedes iluminar inmediatamente.  Los métodos requieren tiempo, los ejercicios requieren tiempo, la preparación requiere tiempo, y tú tendrás que esperar por muchas vidas.  La iluminación será gradual, no puede ser súbita.  En el camino negativo, la iluminación puede ser completamente súbita, puede suceder en este mismo momento.  El tiempo no es necesario porque el ejercicio no es necesario.  Tú no tienes que ir a sitio alguno; simplemente tienes que sentarte en silencio, simplemente tienes que abandonarte.  No necesitas esperar.

  El camino del místico es misterioso, no se puede explicar.  El camino del asceta se puede explicar: es muy científico, muy lógico.  Se puede explicar paso a paso; se puede analizar, dividir en pasos sencillos.  Los pasos se pueden hacer tan pequeños que todo el mundo puede darlos, incluso un niño.  Pero el camino del místico es muy misterioso, de ahí que se le llame el camino místico.  No existe la posibilidad de grados, de pequeños pasos, sino de un salto cuántico, de un salto a lo desconocido, súbito, como un alumbramiento.  Naturalmente, no puede ser explicado de forma lógica.  La mente lógica se encontrará perdida.  Es necesaria una gran comprensión, no basada en la lógica sino en la intuición.  Se necesita una mente ilógica, aventurera, que pueda sobrepasar todos los pasos, que esté dispuesta a ir hacia lo desconocido, que tenga el valor suficiente para dar el salto.

  En el primer camino vas paso a paso, moviéndote hacia arriba.  En el segundo camino, tú simplemente das un salto al abismo.  El abismo no tiene fondo, está vacío, es la nada absoluta.  Tú desapareces.
  Estos dos son los caminos, y cada persona tiene que decidir en lo más profundo de su ser cuál le atrae más.  Es difícil decidir, pero hay que decidirse, de otra forma tú puedes seguir haciendo cosas que no van a tener significado alguno.  Si puedes dar el salto, entonces no hay necesidad de que practiques el yoga.  Si no puedes dar el salto, entonces no tiene sentido que solamente te quedes a la espera.

  En el primer camino, el mayor peligro viene del ego, porque tienes que hacer mucho, y si eres muy egoísta te volverás un hacedor y el ego se convertirá en tu barrera.  Uno tiene que hacer pero sin fortalecer el ego.  En el segundo camino, el aletargamiento es el problema.  No tienes que hacer nada; uno se puede aletargar, uno se puede volver apagado o muerto.  Ese es el peligro, muy natural: te sientas en silencio, no haces nada, poco a poco caes en una pesadez, en una especie de falta de inteligencia.  Pierdes agudeza, pierdes vitalidad, te vuelves idiota.  Esto es posible; uno tiene que estar muy consciente de ello.

  En el primer camino uno tiene que observar para que el ego no surja.  En el segundo camino uno tiene que observar para no acostumbrarse al aletargamiento.  Si se evitan estas dos trampas entonces tú puedes llegar por ambos caminos, el afirmativo y el negativo.  Hay gente que ha llegado a través de los dos, así que no es un asunto de llegar, sino de cuál va a ser más fácil, más adecuado a tu naturaleza interior; elige ese.

 Hay que entender algunas cosas sobre el camino de la nada, porque Lieh Tzu sigue ese camino –el camino de la vía negativa- el camino del místico.  En el camino místico tienes que estar solo, no hay posibilidad de un “estar juntos”.  Es una inactividad profunda, tan profunda que la misma idea de acción se tiene que dejar, renunciando a ella.  No hay deseos, no hay acción; uno simplemente tiene que ser.  La soledad se tiene que experimentar, la reclusión se tiene que experimentar.

 En el camino de la afirmación, Dios está siempre contigo, tú no estás solo.  Siempre puedes hablar con Dios, siempre puedes orarle, siempre puedes esperar que él esté contigo.  Él está alrededor, te sostiene la mano.  Él está mucho en el camino de la afirmación.  Su mano está casi en tus manos.  No es sólo imaginación, recuérdalo, no es una alucinación; es así.  Cuando has hecho todo lo que puedes hacer, súbitamente él se vuelve accesible.  Tú no puedes hacer más, no te has contenido, has hecho todo lo que puedes hacer, te has dado completamente al trabajo, has llegado a lo óptimo; a partir de ahí Dios se hace cargo, pero tienes que hacer lo óptimo; menos que eso no ayuda.  Tienes que hervir a cien grados; entonces, súbitamente, hay evaporación.

  En el camino del asceta, Dios está siempre contigo; nunca estás solo, siempre puedes rezar.  Pero en el camino negativo rezar no es posible, no está permitido rezar.  La oración es un obstáculo.  Recuerda esto también: una cosa puede servir de ayuda en un camino y convertirse en un obstáculo en el otro camino.  Rezar es un obstáculo.  Si le preguntas al seguidor del camino negativo, él te dirá: “Orar implica que aún no eres capaz de estar solo; aún estás dependiendo del otro”.  Tú puedes haber dejado tu dependencia de la esposa, del marido, de los hijos, de los amigos, de la sociedad, pero ahora has proyectado un dios y necesitas su compañía; no puedes estar solo.  Orar implica que tú todavía tienes miedo de estar solo, así que creas un puente con el otro.  Buscas al otro.  Orar implica simplemente que si estás solo, no estás solitario sino aislado: extrañas al otro. En el camino de lo negativo, la soledad es simplemente el mayor esplendor que existe.

   Si le preguntas al místico, él dirá que estar aislado es sólo una fase.  Estar en soledad es una condición fundamental.  Estar aislado o acompañado es accidental; estar solo es esencial.  Estar aislado implica una evolución o continuidad de la experiencia, mientras que estar en soledad implica un cambio radical, total, de ciento ochenta grados, una mutación, una metanoia.  Estar aislado es una forma de retornar a los otros; siempre que te sientes aislado estás buscando al otro de una u otra forma.  Estar aislado es una forma de retornar a los otros.  Estar solo es un camino de retorno a uno mismo.

 Esto se tiene que recordar.  Por eso, en el camino negativo, la meditación tiene más importancia que la oración.  La meditación es una ayuda.  La oración es un obstáculo.  En el camino de la afirmación, la oración es una ayuda, no se habla en absoluto de la meditación.  Por eso, en el cristianismo, en el islamismo, en el judaísmo, en el hinduismo, la meditación no se ha desarrollado. La meditación ha sido profundamente desarrollada por los budistas y los taoístas; es una clave secreta.

  Tú puedes dividir todas las religiones en dos: hinduismo, islamismo, judaísmo, cristianismo; todas ellas están en la vía afirmativa.  El budismo y el taoísmo son básicamente negativos, están en la vía negativa.  El hinduismo y el islamismo han florecido al máximo en el sufismo.  Los hindúes y los mahometanos se han encontrado y ha surgido una hermosa flor del encuentro, un injerto: el sufismo.  Es superior a cualquier expresión del hinduismo y es superior a cualquier expresión del islamismo; es superior a ambos, ha trascendido a los dos padres.  El hijo es más hermoso que el padre y la madre; tiene que serlo, porque tanto el padre como la madre se han disuelto en él.  Por tanto, el sufismo es la cumbre de lo afirmativo.  También el budismo y el taoísmo se han encontrado y dado nacimiento al zen: lo óptimo en el camino de la meditación.  De nuevo, más hermoso que el budismo y el taoísmo, mejor que sus dos padres, de nuevo un injerto.

  En el encuentro del islamismo y el hinduismo se produjo en India.  El islamismo vino a la India, se encontró con el hinduismo y nación un hermoso niño.  El encuentro entre el taoísmo y el budismo se produjo en China.  El budismo fue a China, se encontró con el taoísmo y nació un hermoso niño, el zen.  Si todas las cosas desaparecieran del mundo y sólo pudieran quedar dos, el sufismo y el zen, nada se perdería.  Son los crescendos máximos, pero de dos caminos diferentes.  El sufismo no es más que oración pura, zikr, el recuerdo de Dios y el zen no es nada más que meditación.

  La palabra “zen” viene de la raíz sánscrita dhyana.  Primero, la palabra dhyana se convirtió en jhana, porque el Buda solía hablar en pali; dhyana es jhana en pali.  Luego, de jhana pasó a ch’an en China.  Más tarde se convirtió en zen cuando llegó a Japón.  Pero es dhyana, es esencialmente dhyana: estar solo, simplemente, absolutamente solo; ni siquiera en la compañía de un pensamiento, uno es sólo un espacio, puro, transparente.  En esa pureza uno lo consigue, Dios penetra interiormente.  Cuando tú estás preparado para estar tan vacío, Dios se adentra.  El sufí busca a Dios; el discípulo zen espera, Dios viene.

  Ahora esta hermosa parábola:

Alguien le preguntó a Lieh Tzu:
-¿Por qué le das valor al vacío?  En el vacío no hay valoración.
Naturalmente, ¿qué valor puede tener el vacío?  Se le ha condenado en todo el mundo.   A excepción de los taoístas y los budistas, nadie entiende lo que es el vacío; se le condena.  En Occidente se dice: “La mente vacía es el taller del diablo”.  Ahora bien, ¿puede haber una peor condenación?  ¿El taller del diablo?   ¿Una mente vacía?  Y los taoístas y los budistas dicen que la meta está en la mente vacía.

  Cuando estás totalmente vacío, ¡Dios viene!  El diablo sólo puede existir en una mente activa, nunca en una mente inactiva.  El diablo sólo puede existir en una mente ocupada, no en una mente desocupada.  El diablo sólo puede moverse en los pensamientos, puede utilizar los pensamientos y los deseos.  ¿Cómo podría usar el vacío?  Y parece que ellos están en lo cierto.  Hitler no está vacío, tampoco Gengis Khan, tampoco Tamerlane: son personas muy activas.  El diablo ha entrado en el mundo a través de ellos.  Bodhidharma está vacío, Lieh Tzu está vacío, Nagarjuna está vacío; el diablo ni siquiera se les ha acercado.  Nada malo ha salido jamás de esta gente vacía; sólo bien, y sólo lo bueno ha florecido.  Su fragancia ha sido grandiosa.  Han pasado siglos, pero su fragancia está más fresca que nunca.

  Normalmente, nunca se ha pensado que el vacío tenga un valor, así que el que interroga parece estar en lo correcto.  Él dice: “¿Por qué le das valor al vacío?  En el vacío no hay valoración”.
¿Qué clase de valor?  ¿Qué puedes hacer con el vacío?  El valor se produce con el uso.  Trata de comprenderlo: el valor se produce cuando algo es útil.  ¿Cómo puedes valorar algo que no lo es?  No sólo no es útil, sino que no tiene entidad.  ¿Cómo puedes valorarlo?  Sin embargo, éste es el enfoque de lo negativo.

  Lao Tzu dice: “La habitación tiene valor, no por las paredes, sino por el vacío interior”.  Tú utilizas la habitación, no las paredes.  Por supuesto, cuando tú haces la casa haces las paredes, no el vacío; nadie puede hacer el vacío.  El vacío es eterno, pertenece a la naturaleza, a la existencia; no está hecho por el ser humano.  Las casas están hechas por el ser humano, no el vacío.  Pero ¿qué e lo que utilizas?  ¿Utilizas las paredes o utilizas el espacio interior?  La palabra “habitación” es adecuada. 

 “Habitación” quiere decir espacio.  Tú usas el espacio, la espaciosidad.  La pared, ¿cómo se atraviesa?  ¿Cómo entras y sales?  Por la puerta.  La puerta está vacía.  “Puerta” quiere decir lo vacío, lo que no es, de ahí que puedas entrar y salir.  Tú utilizas la puerta, no usas la pared.  Tú usas la habitación, no las paredes.  ¿Qué utilizas cuando le das uso a una vasija de barro?  ¿Las paredes de barro o el vacío interior?  Cuando vas al pozo a sacar agua y traerla a casa, ¿qué utilizas?  El vacío de la vasija de barro.  El vacío es valioso y ese vacío ha sido creado por ti.

  Los taoístas dicen: todo lo que no es creado por el ser humano es valioso.  Lo que es creado puede tener un valor relativo, un valor de mercado, pero no es realmente valioso; no tiene valor.  Los objetos creados por el hombre son comodidades.  Por supuesto, si vas al mercado y empiezas a vender vacío, nadie lo comprará.  No tiene valor y la gente se reirá.

  Lao Tzu va atravesando el bosque, y el bosque está siendo talado.  Miles de carpinteros están cortando los árboles.  Entonces se acerca a un árbol grande, un árbol realmente grande; mil carretas de bueyes pueden descansar a su cobijo; además es muy verde y hermoso.  Él envía a sus discípulos a preguntar a los carpinteros por qué no se ha cortado ese árbol todavía.  Les dicen: “No es utilizable.  No se puede hacer nada con él.  No se pueden hacer muebles, no se puede utilizar como combustible: produce mucho humo.  No sirve; por eso no lo hemos cortado”.  Y Lao Tzu dice a sus discípulos: “Aprendan de este árbol.  Vuélvanse tan inútiles como este árbol, entonces nadie los cortará”.
La inutilidad tiene un gran valor.


Tao
Tao 


  Lao Tzu dice: “Mira, observa este árbol.  Aprende algo de este árbol.  Este árbol es grandioso.  Mira, los otros árboles ya no existen.  Eran útiles, por tanto ya no existen.  Uno de los árboles era muy recto, por eso ya no existe.  Seguramente era muy egoísta, derecho, orgulloso de ser alguien; ya no está.  Este árbol no es recto, ni una sola rama está recta.  No es orgulloso en absoluto; por eso existe”.
Lao Tzu dice a sus discípulos: “Si quieres vivir largo tiempo vuélvete inútil”.  Recuerda, sin embargo, que para él la palabra “inútil” significa no volverse una mercancía, no volverse un objeto.  Si te conviertes en un objeto, serás vendido y comprado en el mercado, y te volverás un esclavo.  Si no eres un objeto, ¿quién te puede comprar y quién te puede vender?

 No dejes de ser la creación de la existencia, de la naturaleza.  No te conviertas en una mercancía humana y nadie será capaz de utilizarte.  Y si nadie es capaz de utilizarte, tendrás una hermosa vida propia, independiente, libre, gozosa.  Si nadie te puede utilizar, nadie te puede reducir a ser un instrumento.  Nunca serás insultado, porque en esta vida no hay un insulto mayor que convertirse en un instrumento.  Unos y otros te van a utilizar; a tu cuerpo, a tu mente, a tu ser.
Lao Tzu dice: vuélvete una no-entidad para que nadie te mire, y puedas vivir tu vida como tú quieras vivirla.  Que nadie venga a interferir contigo.

  Sucedió que el discípulo de Lao Tzu, Chuang Tzu, se volvió muy famoso, así que el emperador envió a sus ministros para invitarle a convertirse en el primer ministro.  Lao Tzu se enojó mucho.  Dijo:
-Debes haber hecho algo equivocado, ¿o si no por qué ha llegado a interesarse el emperador por ti?  Tienes que haber demostrado que eres de alguna utilidad.  Tienes que haber desoído mis enseñanzas, ¿o si no, cómo es que el emperador se ha interesado por ti?  Ahora no vas a poder descansar jamás.

  Se una no-entidad, a fin de que nadie llegue siquiera a pensar que puedes ser de alguna utilidad.  Hay inutilidad que es tremendamente útil.  Lao Tzu la llama la “utilidad de la inutilidad”.  Pero ciertamente no hay en ella valor alguno, no al menos un valor de mercado.  Normalmente tú quieres llegar a tener algún valor –como doctor, ingeniero, pintor, poeta, mahatma-, quieres llegar a ser alguien valioso, alguien que se vuelve indispensable para el mundo.  Te sientes muy feliz si la gente viene y te dice: “Cuando te hayas ido nunca seremos capaces de reemplazarte”.  Te sientes tremendamente feliz, pero ¿qué te están diciendo?  Te están diciendo: “Eres un objeto que estamos utilizando”.

  Cuánto más indispensable te vuelvas, más quedas reducido a ser un objeto y más pierdes tu libertad.  Si puedes morir como si nada hubiera pasado, si desapareces del mundo y no queda siquiera una huella, entonces…

  Ocurrió que un gran taoísta murió y Lieh Tzu fue a dar el pésame, pero miles de personas se habían reunido allí.  Esto le sorprendió, así que no presentó sus respetos al hombre muerto y a su cuerpo muerto y se dispuso a irse.  Algunas personas le siguieron y le dijeron:
¿Por qué se va?  Usted había venido a presentar sus respetos al difunto, ¿por qué se marcha?
-Este no puede haber sido un hombre del Tao –respondió Lieh Tzu-. Hay tanta gente llorando y gimiendo que de alguna manera él se ha vuelto indispensable en sus vidas.  Él debe haber demostrado que es de alguna utilidad.  ¿Por qué sino, está llorando y gimiendo esta gente, como si su padre hubiera muerto o su madre hubiera muerto o su hijo hubiera muerto?  ¿Por qué está llorando y gimiendo esta gente?  Él no debe haber sido completamente inútil.  Alguna utilidad seguramente ha tenido, por eso me voy.  Él no ha seguido al maestro correctamente.

  Su enfoque implica que hay un valor, un valor supremo en ser nadie, en estar vacío, en no ser útil.  Cuando no eres útil para la humanidad, te vuelves tremendamente útil para la existencia.  Entonces la existencia empieza a fluir a través de ti, entonces te conviertes en un vehículo, porque al estar tan vacío ella puede fluir a través de ti.  Te vuelves un bambú hueco, la existencia puede cantar su canción a través de ti.  Cuando tú permites que los labios humanos canten una canción a través de ti, la existencia es denegada.

 -No hay valoración en el vacío –dijo el hombre-.  ¿Por qué valoras el vacío?
Lieh Tzu contestó:
-A eso no se le puede llamar valor.
Es algo tan valioso que únicamente le puedes llamar invaluable.  No se le puede llamar valor.  Valor significa mercancía, valor significa que algo puede ser definido en términos de utilización humana, lo cual puede llegar a ser un medio pero no un fin.  El fin no puede ser valorado en el sentido ordinario del término.  Por ejemplo, si alguien te dice: “Tú amas, pero ¿cuál es el valor del amor?”.  ¿Qué dirás?  Tú dirás: “Al amor no se le puede dar un valor”.  El amor no tiene valor en el mismo sentido que un automóvil tiene valor, o que una casa tiene valor.  El dinero tiene valor.  La salud tiene valor, pero ¿el amor?  El amor es lo supremo, el fin.  Tú amas por el amor en sí, el cual no es medio para otra cosa más; es un fin en sí mismo.  Su valor es intrínseco, su valor está en sí mismo; no está orientado hacia fuera.

  Si alguien pregunta: “¿Cuál es el valor de la vida?”.  Con seguridad dirás: “A eso no se le puede llamar valor”.
“¿Por qué estás viviendo?”.  Dirás: “Porque disfruto estando vivo”.  Pero ¿cuál es el valor?  “Valor”…  no hay ninguno.  Todo lo que es supremo no tiene valor en el sentido ordinario de la palabra.  Pero gracias a lo supremo todo lo demás es valioso.  Por tanto, a eso no se le puede llamar valor, aunque todo valor existe debido a ello.
Tú vas a la oficina, trabajas; eso se puede valorar.  Ganarás mil dólares al mes.  Y luego vienes y le das mil dólares a tu esposa porque amas a esa mujer.  Tú trabajas para ella, trabajas para tus hijos; los amas.  El amor no tiene valor.  Tu trabajo tiene valor, pero, finalmente, todo lo que tiene valor se pone a los pies de lo que no tiene valor o es invaluable.
Recuerda, el fin no puede tener valor alguno.  Por eso los taoístas dicen que la vida no tiene propósito.  Esto sorprende a la gente.
Un día un hombre vino a mi y dijo:
-¿Cuál es el propósito de la vida?
-No hay propósito –le contesté-.  La vida es, simplemente.
No quedó satisfecho.  Dijo:
-Vengo de muy lejos.  –Venía de Nepal.  Y añadió-: Soy un anciano, un profesor retirado.  No me despidas con las manos vacías.  He venido a preguntar solo una cosa: ¿cuál es el propósito de la vida?
Yo le respondí:
-Si te pudiera despedir con las manos vacías entonces tu viaje habría tenido un propósito, porque tener las manos vacías es el fin.
-No hables con acertijos –dijo él-.  Dime simplemente, en un lenguaje clarísimo, ¿cuál es el propósito de la vida?
Este hombre no pudo entender que estaba haciendo una pregunta absurda.  La vida no puede tener propósito alguno, porque si la vida tuviera algún propósito entonces una cosa se convertiría en algo más valioso que la vida y volverá a surgir la pregunta: ¿cuál es el propósito de eso?  Si decimos: “La vida es para llegar a la verdad”, entonces la verdad se convierte en el propósito real.  Pero entonces ¿cuál es el propósito de la verdad?  Si decimos: “La vida es para buscar a Dios”, entonces surge la pregunta: “¿Cuál es el propósito de Dios, o de llegar a Dios, o de realizar a Dios?”.  Al final tienes que dejar la palabra “propósito”; finalmente tienes que dejarla.

   Sí, a eso no se le puede llamar valor, a eso no se le puede llamar propósito, y si puedes entender esta revelación se producirá mucha luz en ti.  La vida no tiene propósito ni valor.  El amor no tiene propósito ni valor.  Esto quiere decir que Dios, la Vida, la Verdad, el Amor son simplemente cuatro nombres para la misma cosa.  No hay diferencia porque sólo puede haber una cosa que no tenga propósito alguno; todo lo demás le debe a ella su propósito.  Es lo máximo, la misma cumbre.
Precisamente la otra noche una mujer dijo:
-Para mí es muy difícil entender lo que quieres expresar al decir “Dios”, porque no creo en Dios.  Me gustaría entenderlo, pero cuando utilizas la palabra “Dios” algo no funciona bien en mi cabeza: empiezo a cerrarme.

  -Haz algo muy simple –le dije-: Cada vez que mencione a “Dios”, léelo como “Vida”; esto bastará.  Cada vez que diga “Dios” escúchalo como “Vida”, tradúcelo inmediatamente como “Vida”.  Ella se sintió feliz.
¡Qué inflexibles somos con las palabras!  Si digo: “Dios”, eso crea negatividad en algunos; si digo “Vida”, eso crea negatividad en otros.  Y yo sólo estoy cambiando el nombre… y una rosa es una rosa es una rosa, no importa el nombre que se le de.  Tú puedes llamarla “jazmín” pero la rosa sigue siendo la rosa.

 Sólo hay “uno”, que es el supremo.  Diferentes personas le han dado nombres distintos.  Más allá de él no existe nada, por tanto no puede ser valioso para algo más.  No lo puedes usar como referencia, porque no hay nada más allá de él; él es el más allá.

  Lieh Tzu dijo: “A eso no se le puede llamar valor.  Lo mejor es estar quieto, lo mejor es estar vacío.  En la quietud y en la vacuidad encontramos una morada; al dar y recibir perdemos el sitio”.
“Lo mejor es estar quieto”.  Ahora, más que responder qué es un valor o por qué el vacío es un valor, la insistencia de Lieh Tzu está en la experiencia.  El enfoque taoísta es básicamente existencial.  No hay una creencia en especulaciones abstractas y conceptos.  Se dice: tú puedes experimentarlo, por tanto ¿para qué recurrir a un conocimiento de segunda mano?  En realidad Dios no puede ser nunca de segunda mano; tiene que ser de primera mano.  Tú no puedes recurrir a mi Dios; mi Dios es mi Dios.  Tú tendrás que dirigirte a tu propio Dios.  Por supuesto, cuando lo hayas hecho te darás cuenta de que mi Dios y tu Dios son lo mismo, pero tú tendrás que llegar a ello por ti mismo; es algo que tiene que florecer en tu propio ser.
Existe un relato taoísta:

  El duque Huan, sentado en lo alto de su salón, leía una vez un libro mientras el carretero P’ien fabricaba una rueda a sus pies.  Dejando a un lado su martillo y su cincel, P’ien subió los escalones y dijo al duque:
-Me atrevo a preguntar a su alteza por las palabras que ocupan su lectura.
El duque respondió:
-Las palabras de los sabios.
-¿Están vivos esos sabios? –preguntó P’ien.
-Están muertos –respondió el duque.
-Entonces –dijo P’ien- lo que usted, mi gobernante, está leyendo, son únicamente escorias y sedimentos de esos ancianos.
El duque respondió:
-¿Cómo puedes tú, carretero, decir algo sobre el libro que estoy leyendo?  Si te puedes explicar, muy bien.  Si no puedes hacerlo tendrás que morir; te mataré.
Estaba furioso.  ¡Esto era demasiado!  Cómo un carretero puede decirle al príncipe: “¡Lo que usted está leyendo son escorias y sedimentos de esos ancianos muertos!”.
El carretero dijo:
-Su sirviente mirará este asunto desde el punto de vista de su propio arte.  Cuando construyo una rueda, si procedo con suavidad, es bastante placentero, pero el acabado no es fuerte; si procedo con violencia, resulta forzado y las uniones no ajustan.  Si los movimientos de mi mano no son demasiado suaves ni demasiado violentos, se lleva a cabo la idea de mi mente, pero no puedo explicar cómo hacerlo con la palabra hablada.
No demasiado forzado, no demasiado suave, justo en el medio, equilibrado.
El carretero añadió:
-Pero no puedo explicar cómo hacerlo con la palabra hablada, cómo lograr este punto medio absoluto entre el esfuerzo y el no-esfuerzo, entre el hacer y el no-hacer.  No puedo decir cómo hacerlo por medio de la palabra hablada; hay que encontrar el punto, pero no puedo expresarlo. Lo conozco, pero no puedo expresarlo.  No puedo enseñárselo a mi hijo, ni siquiera a mi hijo, tampoco mi hijo puede aprenderlo de mí.  No hay forma de enseñarlo y no hay forma de aprenderlo.  Aprender y enseñar, enseñar y aprender.  Esto sólo puede hacer con las cosas externas, y aquél es un sentimiento interno.  Es así hasta tal punto que estoy cumpliendo setenta años y todavía tengo que elaborar ruedas en mi vejez.  Pero esos ancestros, junto con lo que no pudieron manifestar, están muertos y desaparecidos.  Por tanto, lo que tú mi gobernante, estás leyendo ¡no son más que escorias y sedimentos!

  Él está diciendo: “Estoy vivo, le tengo cogido el punto a eso, pero no puedo transmitirlo, no puedo transferir mis conocimientos.  Estoy vivo y tengo el conocimiento, y amo a mi hijo y me gustaría ser capaz de transmitírselo.  Estoy muy viejo, tengo setenta años, y aún así tengo que trabajar.  Si pudiera enseñar a mi hijo, me retiraría.  Pero si en vida no puedo transmitirlo, ¿cómo pueden esos viejos sabios que están muertos transmitir algo que sólo puede ser experimentado?  No puede ser transmitido mientras el sabio está vivo.  ¿Cómo puede entonces transmitirse si el sabio hace ya siglos que no existe?  Usted sólo está perdiendo su tiempo señor”, le dijo.  “Todo esto es basura”.


Tao
Tao 


 Este anciano es un hombre del Tao.  Los taoístas tienen hermosas parábolas como ésta: un hombre ordinario, un hombre pobre, un carretero; nadie lo conoce, pero él tiene una visión.  El método taoísta en su totalidad afirma que sólo la experiencia te puede dar la clave.  Se puede preguntar, se puede responder, pero esto no tiene un valor definitivo.  Para conocer el sabor debes comer, para saber lo que es el amor debes amar.  No hay forma de transmitirlo; por eso, en lugar de responder, Lieh Tzu dijo: “Lo mejor es estar quieto…”.

  Sí, valor no es el nombre para eso: estar quieto… ¿Y qué quiere decir él con “estar quieto”?  tú estás agitado constantemente, nunca te estás quieto.  Incluso cuando te sientas como una estatua estás agitado.  Tu mente se está moviendo continuamente va de uno a otro lado; se te tira y se te empuja de un deseo al otro.  Cuando no hay deseo, ni siquiera el deseo de alcanzar lo supremo, entonces uno está quieto.

  La negación de todos los deseos es lo que se entiende por vía negativa.  Cuando se niegan todos los deseos, súbitamente estás quieto.  No hay dónde ir, no hay hacia dónde moverse.  No sopla viento alguno.  El deseo es el viento que sigue soplando en tu interior y mantiene tu llama interna agitada, por eso no estás quieto.  Ni siquiera mientras duermes estás quieto.  Ni siquiera mientras estás sentado en meditación, silenciosamente, estás quieto.

  Precisamente, el otro día, alguien estaba diciendo: “En la meditación los pensamientos siguen, no se detienen; en realidad vienen más”.  Cuando tú estás ocupado con tu vida ordinaria de cada día, no te llegan tantos; tú estás ocupado, absorto.  Pero cuando estás sentado sin hacer nada, entonces toda tu energía se va a los pensamientos.  Entonces surge una gran tormenta en tu ser: pensamientos y pensamientos, e incluso algunas veces ni siquiera puedes imaginar ¡qué clase de pensamientos!  Memorias del pasado: algo que sucedió hace treinta años surge repentinamente.  O pensamientos del futuro; puede que tu esposa ni siquiera esté embarazada y tú estés pensando: “Una ve que haya nacido el niño, ¿a qué colegio lo enviaremos?”.  Cosas imposibles siguen yendo y viniendo, y tú sabes que son tonterías.  Muchas veces las reconoces y quieres dejarlas, pero te sientes impotente.

 Los pensamientos no se pueden detener en forma directa; permite que esto se entienda muy profundamente.  Deja que se asiente en tu ser.  Los pensamientos no se pueden detener directamente, porque los pensamientos no son más que sirvientes de los deseos.  Cuando se presenta un deseo no puedes detener los pensamientos.  El amo está ahí; los sirvientes tiene que seguirlo.

  Tú quieres detener los pensamientos.  Es una tontería, una idiotez: tu esposa ni siquiera está embarazada y tú estás pensando en el niño que ha crecido y va a la universidad.  ¿A qué universidad enviarlo?  ¿A Cambridge o a Oxford?  Y tú estás muy inquieto: ¿Adónde enviarle?  ¿Cuál será la mejor?  Y de repente lo reconoces, ¡qué tontería!  Es una idiotez.  Entonces, ¿por qué surge?
No se trata del pensamiento mismo.  Tú tienes un deseo, tienes una ambición.  Muchas cosas se han quedado sin satisfacer.  Tú quisieras satisfacerlas por medio de tu hijo.  El hijo no es otra cosa que la personificación de tu ambición.  Tú querías ir a Oxford, pero no pudiste hacerlo; te gustaría ir en la forma de tu hijo.  Por eso ha surgido la idea, ha surgido el pensamiento.  Han pasado treinta años, y de repente algo sale a la superficie.  Nada es repentino, nada deja de ser causado en la mente.  Si algo surge, esto quiere decir que hay algo en ello; no se le puede llamar simplemente una estupidez y dejarlo.  Hace treinta años alguien te insultó y todavía no lo has dejado pasar.  La herida todavía duele.  Te sientas en silencio y la herida sale a la superficie.  Ocupado en las mil y unas cosas del mundo, tú lo olvidas, pero cuando no estás ocupado, ha herida se abre.  La herida empieza a enviarte mensajes: “Haz algo al respecto.  Todavía no hago daño.  Todavía no he sido curada.   ¡Haz algo al respecto!”.  ¿Cuántas veces la herida se te ha manifestado, y cuántas veces has decidido vengarte o hacer algo?  Y el dolor de la herida regresa una y otra vez, y todavía tienes el deseo de vengarte del enemigo que te ha insultado.

  Esto no concierne al pensamiento, concierne al deseo.  Analiza tus pensamientos y siempre hallarás que son los sirvientes y que en algún lugar oculto está el amo, protegido por los sirvientes.  Mata al amo y los sirvientes desparecen.  Si continúas matando a los sirvientes nada pasará: el amo seguirá trayendo nuevos sirvientes.  Mientras el amo esté vivo seguirá trayendo nuevos sirvientes.  Tú podrás seguir matando a los viejos; él proporcionará otros nuevos.

 Los pensamientos nunca se detienen por sí mismos.  Sólo se detienen cuando la mente que desea desaparece.  Éste es el significado de “lo mejor es estar quieto”.  Esa es la forma taoísta de decir “no desees”.  Por eso se dice incluso el deseo de conocer a Dios, de llegar a Dios, es una barrera. 

   Permanece quieto, simplemente, sin deseos, como si nada se tuviera que hacer, como si nada fuera a suceder.  Mantén una carencia absoluta de esperanzas, porque la esperanza no es otra cosa que un nombre nuevo para el deseo.  La esperanza es el deseo con un nombre hermoso.  El deseo como nombre es un tanto feo, el deseo es algo un tanto desnudo, expuesto.  La esperanza es un deseo vestido.  Permanece sin esperanza. Nada va a pasar.  Nunca sucede nada.  No hay futuro, así que abandona toda ambición.  Sólo existe este momento, así que no corras de aquí para allá.  No tiene sentido, es de neuróticos, es de locos.  Sólo relájate en este momento; simplemente se.  Éste es el significado de “lo mejor es estar quieto…”.

  Y la diferencia se tiene que entender.  Si vas a donde un profesor de yoga, él te dirá cómo estar quieto.  Él te dirá qué postura te ayudará a estar quieto, cómo respirar, qué ritmo facilitará la quietud, si debes cerrar los ojos completamente o sólo mirar a la punta de la nariz.  Él te dará indicaciones, ayudas; él te dará un mapa.
Los taoístas no tienen mapa alguno.  Dicen que si practicas una postura determinada y miras tu nariz y respiras de una forma correcta, impondrás una cierta quietud, pero no será verdadera.  Es cultivada, es algo que se practica, es falsa.  La quietud verdadera viene de la comprensión, de la comprensión de que el deseo es inútil.

  Trata de comprenderlo.  En el Tao no hay ejercicios, no existe algo como los Sutra yoga de Patanjali.  No existen las “ocho ramas del yoga”.  No se te da una postura, una disciplina, una clase de moralidad… No se te dice qué comer, cuándo acostarse y cuándo levantarse por la mañana.  Nada se te dice, porque se considera que todas estas cosas pueden darte una experiencia falsa de la quietud, pueden forzarla.

  Y esto se tiene que entender.  Cuando te sientas en una postura determinada, puedes ayudar a que la mente se quede un poco más quieta.  Si el cuerpo está totalmente quieto, la mente se queda ligeramente quieta, porque la mente y el cuerpo no son dos cosas; la división no es completamente clara.  La mente y el cuerpo están unidos.  Aunque se diga que eres cuerpo y mente, eres cuerpomente, una sola palabra.  El “y” no es correcto, déjalo.  “Mentecuerpo” “psicosomático”.  La mente es tu cuerpo más profundo, y el cuerpo es tu mente más externa.  Por tanto, cuando el cuerpo está quieto, naturalmente algunas vibraciones de quietud llegan a la mente más profunda.  Eso crea una base física y tú sientes algo de quietud.

 Míralo de otra forma.  Cuando te enojas, ¿qué haces?  Aprietas los dientes, cierras los puños.  ¿Por qué?  ¿Es que no puedes enojarte sin más, sin apretar los dientes y los puños?  Inténtalo un día: enójate simplemente, sin apretar los puños, sin apretar los dientes.  Permanece relajado en el cuerpo e intenta enojarte y verás que es imposible.  ¿Cómo puedes enojarte si no tienes la ayuda del cuerpo?  Y después, un día, prueba lo siguiente: sin enojo alguno aprieta los puños y los dientes; muestra únicamente el gesto de enojo y verás que una forma de enojo surgirá repentinamente en ti.  Tú te puedes llegar a enojar sólo creando los síntomas; eso es lo que hacen los actores.  El actor tiene que actuar en momentos en los que puede no sentirse enojado y tiene que estarlo.  ¿Qué se supone que tiene que hacer?  Él hará la parte corporal y la parte mental le seguirá.  Él no se está sintiendo feliz, pero tiene que hacer la parte corporal; se muestra feliz, y una forma de felicidad le sigue en consecuencia.

  Cuerpo y mente van juntos.  Los taoístas dicen que esto se debe entender, pues de lo contrario crearás una quietud falsa.  La quietud que se crea con la postura corporal no es la quietud real; es un truco.  Tiene casi los mismos efectos químicos que cuando tomas un tranquilizante; es una droga.
Si te pones a ayunar, sentirás mucha quietud, porque la química del cuerpo cambia; el cuerpo tiene menos trabajo que hacer, está más relajado; el estómago no tiene nada que hacer, está más relajado.  Y si el estómago no tiene nada que hacer, más energía se libera desde el estómago hacia la cabeza.  Eso lo sabes; cuando comes demasiado te sientes somnoliento, porque el estómago se apodera de toda la energía disponible para digerir el alimento.  La cabeza no es muy importante –es un lujo-, por tanto, cuando el estómago necesita la energía, la energía va al estómago y abandona la cabeza inmediatamente.  Debido a eso empiezas a sentirte somnoliento; los ojos se van cerrando y tú empiezas a dormir.  Esto implica simplemente que la energía se ha desplazado de la cabeza al estómago.  Te quedas dormido.

  ¿Lo has observado?  Cuando no has comido bien, te resulta difícil dormir, porque cuando el estómago no tiene de qué ocuparse, se libera energía.  La energía va inmediatamente a la cabeza y ésta empieza a funcionar, a fantasear y a pensar.

  Por tanto, cuando una persona está ayunando, al tercer o cuarto día siente mucha quietud.  Pero éste es un cambio químico, no es una quietud real.  Proporciónale alimento y la quietud desaparecerá.  ¿Qué tipo de cambio es éste entonces?  Si una persona continúa ayunando durante muchos días, sentirá que surge en ella una cierta falta de sexualidad, brahmacharya.  Esto es falso porque el alimento tiene que suministrar energía sexual.  Si no se le da alimento al cuerpo, no se crea energía sexual, la energía sexual desaparece.  Después de tres semanas de ayuno, un hombre perderá interés por las mujeres y una mujer perderá interés por los hombres.  Así es como han caído en el engaño muchas personas religiosas.  Piensan que han logrado el brahmacharya, el celibato.  Esto no es brahmacharya; es una forma de impotencia.  Se pierde vigor, se pierde vitalidad.  Y luego empiezan a tenerle miedo a la comida, entonces no pueden comer bien, porque en cuanto comen bien, se suministra energía a los órganos sexuales y la energía sexual vuelve a surgir.

 El Tao tiene un enfoque totalmente diferente.  No plantea el cultivar. Plantea el comprender.
“Lo mejor es estar quieto…”.  Mediante la comprensión.  Mediante la atención consciente.
“…Lo mejor es estar vacío.  En la quietud y en la vacuidad encontramos una morada…”.
En la vacuidad y la quietud… ¿Qué es la vacuidad?  La vacuidad quiere decir que tú no eres.  La idea que tienes normalmente de lo que eres no es más que una acumulación de todas tus acciones.  Has hecho esto, has hecho aquello, has ganado un premio, has tenido éxito en los negocios, tienes una enorme cuenta bancaria, eres famoso, eres el autor de muchos libros, has hecho muchas cosas.  Todas estas cosas juntas te permiten ser alguien.  La vacuidad implica dejar todo lo que has hecho, olvidar todo lo que has hecho.  Olvida el pasado; es debido al pasado que sientes que eres alguien.  Sólo piensa: si tu pasado se pudiera derrumbar en este preciso momento, ¿quién serías tú?  Si en este preciso momento, por milagro, se viniera abajo tu pasado, ¿quién serías tú?  No sabrías quién eres.  Por tanto, lo que eres es tu pasado, y según los taoístas, “vacío” quiere decir dejar el pasado.  Una vez te has desconectado del pasado, estás vacío.  Entonces no sabes quién eres, porque todas las ideas que tienes de ti mismo vienen del pasado, son creaciones del pasado.  Medita precisamente en este hecho.  Si no hay pasado, ¿quién eres tú?

  Ramana Maharshi solía pedir a sus discípulos que meditasen únicamente sobre una cosa: ¿quién soy yo?, tarde o temprano comprenderás que no eres nadie.  No eres el cuerpo ni eres la mente, tampoco eres el hijo de alguien o el padre de alguien; ni un rico, ni un pobre.  No eres nadie.
El día que llegues a ser nadie llegarás a saber quién eres.  Tú eres ese nadie.
“Lo mejor es estar vacío.  En la quietud y en la vacuidad encontramos una morada…”.
El vacío es tu hogar.  Te conviertes en un templo, en un santuario.  En este vacío arde la llama de tu consciencia, y esa llama es la de la divinidad, la del Tao.  Ésta es la vía negativa.
“Al dar y recibir perdemos el sitio”.

   Cuando empiezas a dar y recibir, a hacer esto, a no hacer aquello, a relacionarte, a conectar con la gente, pierdes tu lugar, pierdes tu llama interior, pierdes contacto con tu interior.  Esto pasa sólo al comienzo.  Lieh Tzu se dirige a un buscador principiante, por eso habla así.  Al comienzo pasará.  Cada vez que estés solo, tranquilo, quieto, te sentirás súbitamente centrado, arraigado; sentirás el tremendo gozo de no ser, de ser nadie.  Tu “ser nadie” será luminoso, estará lleno de luz, de fragancia, de bendición y de belleza.

  Pero al comienzo sucederá una y otra vez que al relacionarte con otro lo perderás: perderás tu espacio interior.  El peligro está en que empieces a tener miedo de relacionarte.  Al comienzo está bien tener miedo, pero si eso se vuelve un hábito y el miedo llega a arraigarse, entonces es peligroso.  Este peligro se ha dado en Oriente, en el pasado.  Mucha gente llegó a tener miedo de relacionarse: los budistas escaparon de la vida, los taoístas escaparon a los Himalayas o a las montañas para no estar en contacto, porque “al dar y recibir perdemos el sitio”.

 Pero Lieh Tzu no le da este sentido.  Él dice: “Sí, al dar y tomar cuando vamos al mercado se pierde la meditación.  Primero logra la meditación, luego ve allí una y otra vez y procura estar cada vez más alerta, a fin de que un día puedas ser capaz de relacionarte como de permanecer solo, de estar en el mercado y aun así de no estar allí, de estar en la multitud y aun así estar solo”.  Esto es lo más elevado.  Es algo que no se le puede decir a un principiante.  Es algo que sucede sólo cuando se ha llegado a ser un maestro.

  Lieh Tzu le dice al principiante: “Entonces tú sabrás quién eres y entonces verás repentinamente que al dar y tomar pierdes una y otra vez”.  Tú ganas algo y luego, cuando conectas, cuando te relacionas –con la esposa, con el marido, con los hijos, en el mercado, con el cliente, con el jefe-, lo pierdes.  Una y otra vez, gánalo: cuando tengas tiempo, vuelve a conectar otra vez contigo mismo.  Poco a poco, poco a poco… lentamente.  Un día verás que puedes estar en el mercado y permanecer tan solitario y silencioso como en cualquier parte.  Entonces te has convertido en un loto: estás en el agua, pero el agua no te toca.

  Primero desarróllalo, evoluciona –lo que suele llamarse en sánscrito shunya- al cero, al vacío, y luego tráelo al mundo.  Lo perderás una y otra vez, es verdad, pero no trates de escapar del mundo por esto, no te vuelvas un escapista.  Es un desafío.  Y el punto más elevado se logra cuando nadie puede alterar tu espacio interior, nadie, ninguna situación puede alterarlo.  Entonces, por primera vez llegas a ser un poseedor.  Entonces eres el poseedor y ello te posee.  Entonces eso es tuyo, realmente tuyo.  Pero si algo puede hacerlo desaparecer, entonces eso no es aún tuyo por completo.  Lo has tocado, pero aún no has sido su poseedor.

 Me gustaría contarte una historia:

  En un país lejano vivía un inventor ingenioso que se había vuelto chiflado un poco jugando con la televisión.  En el curso de sus experimentos fabricó una especie de espejo mental al que llamó psicoscopio, por medio del cual una persona podía  ver su estado mental con la misma claridad con que podía ver su cuerpo físico a través de una lupa.

   Una vez fue perfeccionado el instrumento, se abrió una fábrica para producirlo y se dio a conocer en el país con la publicidad adecuada.  Pronto hubo un montón de pedidos.  Las esposas lo compraban para sus esposos –atención, las esposas lo compraban para sus esposos- y los esposos lo compraban para sus esposas y cuñados.  Los padres lo compraron para sus hijos, e incluso los hijos lo compraron para sus padres.  Los empresarios hicieron grandes pedidos para sus empleados.  Se sabe, o quizás es sólo un rumor, que únicamente un individuo en todo el país, confesó haberlo comprado para su propio uso. El alborozado inventor se vio nadando en la abundancia: se vendieron millones de estos artefactos.

  Entonces, casi con la misma celeridad, las ventas descendieron y sin más cayeron a cero.  Los investigadores que se enviaron a recorrer el país informaron de que las casas de empeño estaban abarrotadas de psicoscopios, mientras millares de ellos se habían estropeado accidentalmente o habían ido a parar misteriosamente a la basura.

  Desesperado, el inventor se dedicó a una nueva tarea.  Le dio un sentido opuesto al funcionamiento del instrumento, a fin de que idealizara el estado mental reflejado.  De esta manera la persona se veían a sí mismas no como eran, sino como querían aparecer, con sus defectos arreglados y coloreados de rosa, y su fealdad encubierta de inocencia.  Al final del año, por lo visto, la compañía declaró dividendos del cincuenta por ciento.

 La mayor parte de la gente no quiere verse a sí misma como es, ni le gustaría dar una segunda mirada a un espejo mental.  Pero aquellos que validan las ilusiones que nos hacemos de nosotros mismos pueden obtener de nosotros prácticamente lo que sea.

 Recuerda, estar vacío es llegar a una situación en la que te verás tal como eres.  Las personas temen esto, no quieren percibir esta situación interior.  Tienen sus imágenes ideales, sus propias imágenes hermosas, decoradas.  Tienen miedo de que, al interiorizar, esas imágenes se derrumben.  Tienen que derrumbarse y desaparecer porque son falsas y no pueden ser reales.  De ahí que nadie interiorice.

  Todos los maestros en el mundo, ya sean los del camino de la vía afirmativa o los del camino de la vía negativa, todos los maestros han insistido en una cosa: tienes que acceder a tu realidad, a lo que eres de verdad.  Pero nadie los escucha.  Incluso cuando las personas quieren saber quiénes son, están esperando realmente tener la misma personalidad que proyectan.  Cuando empiezan a trabajar, llegan las dificultades; surge la fealdad; se siente la malicia, la ira terrible, el odio, los celos.  Todo un infierno irrumpe y uno empieza a tener miedo y escapa y vuelve a aferrarse a una personalidad ideal.
Eso no vale mucho.  Recuerda, uno tiene que conocerse tal como es.  Abandona todos los ideales. 

   Son hermosos pero ponzoñosos; son ilusiones.  Si no abandonas todos los ideales que tienes sobre ti mismo, todas las imágenes que has creado en tu impotencia a fin de ocultarte para enmascarar tu realidad… abandona esas máscaras, permanece quieto, permanece vacío y mira en tu ser. Sea lo que sea.  Al comienzo será una experiencia casi infernal, pero ese es el precio que tenemos que pagar.  Si tienes suficiente valor y puedes perseverar, pronto desaparece el infierno, se van las nubes y el sol brilla en un firmamento despejado.  Entonces llegas a tu paraíso interior.

 El infierno y el cielo están en tu interior.  El infierno es sólo tu circunferencia.  El cielo es tu mismo centro.  Tú eres el centro del ciclón.  El Tao dice que en realidad no se debe hacer nada.  Uno simplemente tiene que penetrar en su propio ser. Osho 


Osho
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Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
Fuente: oshogulaab.com