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Les enseñaré una manera muy fácil: hagan su trabajo pensando que el trabajo también pertenece a Dios. No fijen su mente en la tarea, pensando "es mi trabajo". Piensen que todas las acciones que hacen, las hacen para Dios. Ofrézcanlo todo a Sus Pies. Crean, y díganselo a ustedes mismos, "todo lo que hago lo hago por amor a Dios".

Acatar la Torá estar abierto al Tao - Osho

Éste es, además, el punto de vista de Lao Tzu, Chuang Tzu y Lieh Tzu.  Ellos no están en contra del intelecto.



 ¿Sería apropiado admitir que Confucio y la ciencia occidental forma parte del Tao y, en consecuencia, de lo espiritual?

  El Tao es vasto; la ciencia puede formar parte de él.  Pero la ciencia no es vasta, y el Tao no puede formar parte de ella.  La ciencia es una parte del vasto misterio de la vida.  Si tomas la ciencia como una parte, entonces no hay nada malo.  Pero la ciencia pretende, afirma, abarcar la totalidad, entonces todo sale mal.  La situación es exactamente la misma, la inteligencia, el cálculo, la aritmética.  No tiene nada de malo con el intelecto cuando funciona como una parte y mientras no afirma: “Yo soy el todo”. Pero cuando el intelecto afirma “Yo soy el todo”, entonces hay problemas.  Cuando el intelecto dice “Yo sólo soy una parte de una vasta entidad, de una gran entidad, y hago lo que me corresponde; aparte de esto no se qué está sucediendo”, entonces no hay problema.  Yo no estoy en contra del intelecto como tal. Estoy en contra del intelecto que afirma ser el todo.

  Éste es, además, el punto de vista de Lao Tzu, Chuang Tzu y Lieh Tzu.  Ellos no están en contra del intelecto.  ¿Cómo podrían estarlo?  Ellos no están en contra de cosa alguna.  Mi mano es parte de mi cuerpo, pero si la mano empieza a afirmar “Yo soy el todo”, si la mano empieza a decir “Debería dominar el todo, porque soy el todo, lo demás es secundario”, entonces la mano ha enloquecido.  Entonces la mano es peligrosa; ha perdido contacto con el todo.

  No tiene nada de malo la ciencia como tal, pero la ciencia tendría que formar parte de lo religioso; entonces sería algo bello.  El intelecto tendría que ser una parte de la totalidad de los seres humanos; entonces sería algo bello.   El intelecto también es hermoso.  Yo continúo utilizando el intelecto a diario.  Es lo que estoy haciendo aquí, ahora mismo, ¿no es así?  El intelecto es tan significativo que incluso cuando tienes que hablar de algo que no forma parte del intelecto, tienes que usar el intelecto.  Incluso para hablar del Tao tienes que usar la ayuda del intelecto.  ¿Cómo puede estar el Tao en contra del intelecto, en contra de la razón?  Lo único que quiere el Tao que entiendas es que la vida es más que la razón, más vasta que la razón.  Ésta cubre un espacio pequeño, pero ese no es el límite de la totalidad.

   Lao Tzu es grande y Confucio puede formar parte de él, pero Confucio es muy estrecho y Lao Tzu no puede formar parte de él.  Lao Tzu es el Tao.  Confucio es la Torá.  Torá es una palabra hebrea, pero me gusta porque va bien con el Tao.  Tao quiere decir “amor”, torah quiere decir “ley”.  En la palabra “tarot” está la palabra “torá”.  Tarot proviene de dos palabras: torah rota; significa la “rueda de la ley”, la “rueda giratoria de la ley”.  Torá quiere decir “ley”.  La ley acaba volviéndose rígida; la ley acaba volviéndose estrecha.  La ley necesita estar perfectamente definida; si no está definida, no tendrá utilidad alguna.  La ley debe tener definiciones, límites peritamente claros; entonces puede ser de alguna utilidad.

  En tales circunstancias, Jesús entró en la historia de los judíos: Él trajo el Tao al mundo de la Torá.  Naturalmente, provocó así la crucifixión; fue completamente natural porque la Torá no puede tolerar el Tao.  La ley y la mente inclinada hacia la ley no pueden permitir el amor, porque cuando llega el amor cualquier ley se vuelve añicos.  El amor es tan vasto, tan oceánico, que cuando se acerca al estrecho mundo de la ley, ésta se desmorona.  Los judíos no pudieron aceptar a Jesús porque él trajo un mensaje que nunca había podido imaginar la mente judía.

  Jesús es indefinible; Moisés es perfectamente definible.  Moisés estaría fácilmente de acuerdo con Confucio, no estaría de acuerdo con Lao Tzu.  Los diez mandamientos son el fundamento de la mente que acata la ley y, por supuesto, la mente que acata la ley siempre puede encontrar maneras e interpretaciones y formas de esquivar la ley.

 Una mujer, una mujer casada, se enamoró de un hombre joven, y este hombre joven quería hacer el amor con ella, pero la mujer le dijo:
-Esto no es correcto. –Y añadió-: Esto va contra la ley; iremos en contra de un mandamiento.
-¿Y qué? –contestó el joven-.  ¡Todavía nos quedan nueve!

  La ley es estrecha, tan estrecha que uno tiene que encontrar formas de esquivarla; de otra manera la vida se haría imposible.  La ley produce al hipócrita, la ley produce a la persona astuta, la ley produce al criminal; de otra manera la vida se haría completamente imposible.   La ley no deja vivir; hace la vida tan estrecha que te obliga a encontrar formas e interpretaciones…  Y luego aparece el abogado.  Él te ayuda, te ayuda a violar la ley y aun así a permanecer dentro de ella: ese es todo su trabajo.  El abogado se necesita porque la ley crea al criminal por un lado y al abogado por el otro, y los dos son lo mismo.

Me han contado…

 Un cura le dijo a un joven:
-Escucha esta historia.  Había dos hermanos. Uno era muy seguidor de la ley y llegó a ser abogado, mientras que el otro era muy rebelde y se convirtió en criminal.  El que se convirtió en criminal está ahora en prisión para el resto de su vida.  ¿Qué tienes que decir a esto?
El joven respondió:
-Sólo puedo decir una cosa: a uno lo han atrapado mientras que al otro todavía no.

  El abogado y el criminal son consecuencia de la ley, de la Torá.  Yo no estoy en contra de la Torá porque, en una humanidad tan vasta tiene que existir; la Torá se necesita, la ley se necesita.  Tú tienes que circular por la derecha en la carretera.  Si todo el mundo condujera cruzándose de cualquier manera –tal como lo hace la gente en la India-, entonces sería muy difícil, muy peligroso.  Se tiene que seguir la ley.

  Pero la ley no es la vida.  Uno debe recordar que la ley se tiene que utilizar, se tiene que cumplir y, aun así, uno tiene que mantener una apertura hacia el Tao, hacia lo trascendente. El Tao tendría que ser el objetivo y la Torá tendría que convertirse sólo en un medio.  Y la Torá no debería proclamar “Yo soy el todo”.  Si la Torá proclama: “Yo soy el todo”, la vida se vuelve insignificante.  Si la lógica proclama “Yo soy la totalidad”, la vida se vuelve insignificante.  Si alguien dice: “La vida no es nada más que ciencia”, entonces hay una reducción y todo se rebaja al denominador más bajo.  Entonces el amor no es otra cosa que química, un asunto de hormonas.  Entonces todo se puede reducir a lo más bajo, entonces el loto no es más que lodo.

  Tendrás que mantener una disponibilidad hacia el Tao; tendrás que mantener una apertura hacia el Tao mientras acatas la Torá.  En realidad, la Torá es apropiada si te lleva en la dirección del Tao.  La ley es realmente apropiada si te lleva hacia el amor.  Si va contra el amor, entonces esa ley es ilegal.
Por ejemplo, la ley dice que tú tendrías que hacer el amor con tu esposa.  Bien, si tú amas a tu esposa, entonces la ley sigue la dirección del amor.  Pero si tú no amas a tu esposa, entonces es inmoral hacerle el amor; entonces la ley va en contra del amor.  Si haces el amor a una mujer con la que no estás casado, esto es amor, con ausencia de ley. Y si puedes arreglártelas para casarte con la mujer, entonces se convierte también en ley, pero no va contra el amor.  Un hombre sabio verá que en su vida siempre utiliza la ley para el amor.  La Torá es el vehículo que lleva al Tao.


Tao
Tao


  Si Confucio está al servicio de Lao Tzu, si la Torá está al servicio del Tao, entonces no hay problema.  Si es al contrario, entonces las cosas se tuercen, entonces tienes la cabeza en los pies, y se tiene que hacer algo inmediatamente.

 ¿Hay alguna diferencia entre la disciplina interior y el amor?

  No hay ninguna.  Con la disciplina interior el amor surge naturalmente. Pero hay una gran diferencia entre la disciplina externa y el amor; y no sólo diferencia sino antagonismo.  Si tú te impones a ti mismo una disciplina externa, ésta destruirá tu cualidad de amar, destruirá tu sensibilidad para amar, te volverá insensible.  Perderás tu receptividad delicada, porque cualquier disciplina que se impone desde fuera va en contra de tu sensibilidad, y el amor es la culminación de toda sensibilidad.

  Cuando te enamoras de una mujer, te enamoras con los cinco sentidos.  Puede que tú no seas consciente, porque el ser humano se ha alejado tanto de sus propios sentidos que no es consciente, pero observa a los animales, los cuales están más arraigados a su ser, seguramente inconscientes, pero aun así arraigados a su ser.  El perro olerá a su novia antes de hacer el amor.  Importa no sólo ver a una hermosa mujer; tú tendrías que sentir también el olor.  Sucede algunas veces que una cara hermosa te atrae, pero el olor no.  Entonces, si te casas con esa mujer tendrás problemas.  Uno de tus sentidos estará divorciándose constantemente y tus otros sentidos estarán casándose constantemente, y habrá conflicto.

  El amor real se produce sólo cuando tus cinco sentidos están en armonía, cuando son como una orquesta.  Entonces hay una clase de eternidad en tu amor.  Entonces no es algo temporal, entonces no es algo momentáneo.  Cuando amas a una mujer, amas su voz, amas su tacto, amas su olor, amas la forma de caminar, amas la forma en que te mira.  La amas en su totalidad, y esa totalidad se puede vislumbrar con el conjunto de los sentidos.

 El hombre, sin embargo, se ha vuelto muy visual.  A los otros sentidos no se les ha permitido decir algo; tú sólo miras con los ojos a la proporción.  En los concursos mundiales de belleza no se huele el cuerpo.  ¡Es una tontería!  Simplemente es una tontería.  Una mujer puede tener un cuerpo de bellas proporciones, ¡y oler mal!  Puede tener las proporciones adecuadas, pero no una voz adecuada, un tono adecuado.  Su voz puede no ser musical, entonces ella no es hermosa, hace falta algo.  Un verdadero concurso mundial de belleza tendría que basarse en la totalidad de los cinco sentidos.  ¿Por qué tienen que dominar y dictaminar los ojos?  Resulta algo muy dictatorial.  El ojo es el único que dictamina la totalidad de la propia vida; naturalmente no estás contento porque un sentido se ha convertido en un Adolf Hitler.  Tendría que haber una democracia en tu ser, en tu cuerpo.  Se les tendría que permitir a todos tus sentidos decir sus cosas y tú tendrías que escucharlos a todos.

  Si tú impones una disciplina desde afuera, ésta va a destruir tu amor, porque todas las disciplinas externas tienden a embobarte.  Una disciplina externa tiene ese significado.  Esto es lo Mahatma Gandhi dice continuamente.  Esto es lo que hizo Adolf Hitler: impuso una disciplina sobre toda la nación desde afuera, y la impuso con tal perfección que las personas empezaron a hacer cosas que nunca hubieran sido capaces de imaginar.  La disciplina los embotó completamente; habían perdido la sensibilidad.  Millones de judíos fueron incinerados, y la gente encargada de incinerarlos lo presenció sin sentirse afectada-  ¿Qué pasó?  Su sensibilidad se quedó debilitada.  La enorme capa de disciplina externa que les fue impuesta anuló por completo su ser.

  Es algo que se hace en todos los ejércitos.  Todo el entrenamiento militar no es otra cosa que una forma de anular a una persona, de debilitar su sensibilidad y su inteligencia.  Nunca encontrarás a un militar inteligente; imposible.  Si fueran inteligentes ¿cómo iban a estar en el ejército?  ¿Es que no pueden ser alguna otra cosa?  El ejército tendría que ser el último recurso.  El entrenamiento militar no es más que una técnica para anular el verdadero ser de las personas.  “Girar a la izquierda, girar a la derecha, girar a la izquierda, girar a la derecha”…  Tres o cuatro horas haciendo lo mismo de buena manera.

  Una vez un profesor se convirtió en soldado.  Era un hombre muy inteligente, así que cuando se le ordenó girar a la derecha se quedó donde estaba, parado.  Entonces el oficial le preguntó:
-¿Por qué te quedas parado si yo he dicho girar a la derecha y todo el mundo lo ha hecho?
El profesor dijo:
-Tarde o temprano usted dirá que giremos a la izquierda, entonces ¿qué sentido tiene girar ahora a la derecha?  Todos volverán a la misma Posición nuevamente y esto va a seguir así durante tres o cuatro horas.  ¿Para qué preocuparse?

  ¿Por qué este continuo, “girar a la izquierda, girar a la derecha”?  Hay una razón: es un condicionamiento; no se te permite pensar.  “Girar a la izquierda” quiere decir “girar a la izquierda”; tienes que hacerlo.  Continúa haciendo algo, obedeciendo, y poco a poco pierdes tu inteligencia.  Entonces no piensas; entonces un día se te ordena matar al enemigo y tú matas.  Es simplemente lo mismo que “girar a la derecha, girar a la izquierda”.  Tú no piensas, tú no evalúas las circunstancias así: “¿Qué me ha hecho este hombre?  ¿Por qué tendría que matarle?”.  El por qué no surge nunca; tú simplemente lo haces.  Te conviertes en un robot, en algo mecánico; dejas de ser un hombre.

  En la India, los sijs, la gente del Puntab, son los mejores militares, los mejores soldados y, por supuesto, en todo el país se piensa que son los más estúpidos.  Estas dos cosas van juntas.  Si una raza es de gran perfección en lo que se refiere a la guerra, entonces se vuelve menos inteligente.  Tiene que suceder; las dos cosas no pueden ir juntas.  Una persona inteligente tendrá que pensar antes de actuar.  El soldado tiene que actuar antes que pensar.  Ese es el todo el proceso: él tendría que actuar antes que pensar.  Y entonces, cuando ya has actuado, ¿qué sentido tiene pensar? Entonces ya no es necesario.

 Cualquier disciplina externa, sea ésta la de un soldado o la de un sabio, destruye tu sensibilidad, destruye tu fineza, tu receptividad.  Y, naturalmente, destruye tu amor, porque el amor no es otra cosa que la armonía de todos tus sentidos y tu inteligencia.  Sin embargo, cuando se trata de la disciplina interior, no hay contradicción con el amor.  Con la disciplina interior surge el amor.  No obstante, recuerda otra vez que el amor que surge con la disciplina interior no será el amor que has conocido hasta ahora.  Tu amor es cualquier cosa menos amor.

  La limusina se detuvo frente al manicomio, y un caballero de aspecto aristocrático descendió de ella.
-¿Es éste el asilo para locos? –preguntó al portero.
-Sí señor –respondió el hombre.
-¿Y aceptan reclusos que se recomienden a sí mismos?
-¿Cómo podría yo saberlo?  ¿Por qué?  -dijo el portero.
-Bueno, verá, acabo de encontrarme con un paquete de mis viejas cartas de amor y… y creo que estoy loco.
Simplemente mira tus viejas cartas de amor, lo más seguro es que creas que también debes ir al manicomio siguiendo tu propia recomendación.  Lo que tú llamas amor es pasión, fiebre, una clase de neurosis química; eso no es amor. ¿Cómo puedes tú amar?  El amor sólo se produce como una consecuencia de la meditación.  Cuando has llegado a estar muy alerta, surge una nueva cualidad; eso es amor.

 Ahora mismo, lo que llamas amor son celos, competencia, posesión, ira, odio.  A lo mejor estás cansado de ti mismo, no puedes estar contigo mismo, así que necesitas a alguien y a eso le llamas amor.  Tú te aferras a alguien, dominas, manipulas a alguien.  Esto es política, no amor; es ambición de dominar, no amor.  Y naturalmente, eso te lleva al infierno, naturalmente te vuelves más y más infeliz.

 ¿Qué te ha ocasionado tu amor?  Sueños y sueños y sueños.  Y los sueños sólo se producen cuando miras a tu amor en algún momento del futuro; entonces son sueños.  Cuando miras hacia atrás, al amor que ya pasó, entonces es una pesadilla.  Todos los sueños terminan siendo pesadillas.  No, esto no es amor; de otra manera la tierra toda sería feliz.  Tanta gente amorosa, todo el mundo es amoroso… la madre es amorosa, el padre es amoroso, el hijo, la hermana, el hermano, la esposa, el esposo, el amigo, el cura, el político; todo el mundo ama a todo el mundo, debería haber tanto amor…  Pero mira a los ojos de las personas: sólo hay infelicidad, nada más.  Entonces algo no ha ido bien, se le ha llamado amor a otra cosa.  Eso no es amor.  El continente dice: “Amor”, pero mira el contenido: celos, posesión, ira, odio, dominación; todo lo feo está ahí.  Sí, el continente es muy hermoso, está muy bien empaquetado, como un regalo de Navidad.  Ábrelo… y en el interior solamente hay infierno.
    Yo no estoy hablando de este amor.  Cuando vas dentro de tu ser, surge una energía completamente nueva.  Tienes tanta energía que te gustaría compartirla; entonces el amor es un compartir.  Entonces no necesitas amor, entonces no necesitas que alguien te ame.  Por primera vez posees tu tesoro, y aparece una nueva necesidad de compartirlo, de dárselo a quien lo necesite.  Compartes y das.  Cuando el amor es una necesidad y quieres que alguien te ame, eso trae infelicidad.  Es el amor de un mendigo, y los mendigos no pueden ser felices.  Cuando se ha conocido el amor -y esto sólo es posible cuando has ido hacia adentro y llegas al santuario más profundo de tu ser-, cuando has conocido allí la fuente de tu amor, entonces surge una nueva necesidad de compartirlo, de darlo a quien lo necesite.  Entrégalo, y te sentirá agradecido de que alguien lo haya recibido.  Entonces hay felicidad, entonces el amor es celestial.

  No obstante, en tal caso, la necesidad ha tomado un giro radical: ahora necesitas dar.  Ahora mismo necesitas que alguien te de; eres un mendigo.  Luego te conviertes en un emperador.  La disciplina interior te convierte en un emperador.

  ¿Puedo creer en el Tao, no interferir en la vida de otros, aceptar lo que hay ahora, y ser un psicoterapeuta de profesión?  ¿Cómo debe ser una terapia a la manera del Tao?

Se trata de algo muy significativo.

  Lo primero: “¿Puedo creer en el Tao…?”.
El Tao no depende de la creencia.  Tú no puedes creer en él.  El Tao no conoce un sistema de creencias. No dice: “Cree”.  Esto es lo que han hecho otras religiones.  Tao es el abandono de todos los sistemas de creencias.  Entonces aparece una clase completamente nueva de confianza: la confianza en la vida.  Las creencias implican tener fe en los conceptos.  Los conceptos se refieren a la vida.  La confianza no se preocupa de los conceptos.  La confianza es inmediata, en la vida, no en algo que se refiere a la vida.  La creencia está muy lejos de la vida.  Cuanto más fuerte sea la creencia, mayor es la barrera.  El Tao no es ni la creencia ni la incredulidad, sino el abandono de toda creencia e incredulidad.  Cuando abandonas toda las creencias e incredulidades y estás en contacto directo e inmediato con la vida, surge una confianza, un gran “sí” surge en tu ser.  Este “sí” transforma, transforma completamente.

  Por tanto, lo primero que preguntas: “¿Puedo creer en el Tao…?”.  No, el Tao no es una creencia.  No te acerques cruzando la puerta de las creencias o desembocarás en una filosofía, en una religión, en una iglesia, en un dogma, pero nunca desembocarás en la vida.  La vida es, simplemente. No es una doctrina que alguien predica. La vida simplemente está alrededor, por dentro y por fuera. Cuando dejas de mirar mediante las palabras, los conceptos, las verbalizaciones, se te revela; todo se vuelve muy claro como el cristal, muy transparente.  En esa transparencia no estás separado del Tao; ¿Cómo puedes creer en el Tao o no creer?  Tú eres el Tao.  Ese es el camino del Tao: convertirse en el Tao.

  La segunda cosa: “¿Puedo creer en el Tao, no interferir en la vida de otros…?”.  Una vez has dejado de interferir en tu propia vida, has dejado de interferir en la vida de otros.  Si continúas interfiriendo en tu propia vida, acabas por interferir en la vida de otros, lo que no es más que un reflejo, no es más que una sombra.  Deja de interferir en tu propia vida; entonces toda interferencia desparece súbitamente porque es absurda.  La vida ya está yendo a donde necesita ir, ¿qué sentido tiene interferir?

El río ya está fluyendo hacia el océano; ¿para qué interferir?  ¿Para qué dirigirlo?  Si empiezas a dirigir el río, lo matas; se convierte en un canal.  Entonces deja de ser un río, entonces desaparece la vida, entonces es un prisionero.  Puedes forzarlo para que vaya donde quieres llevarlo, pero entonces no habrá música ni danza; será como llevar un cadáver.  El río estaba vivo, el canal está muerto.  Que el canal sea un río sólo es un decir.  No es un río, porque para ser un río hay que ser libre, fluir, buscar, seguir la propia naturaleza intrínseca. La cualidad propia de un río está en no ser dirigido, en no ser arrastrado y empujado, en no ser manipulado.  Una vez has comprendido que creces cuando no interfieres en tu propia vida, cuando entiendes que creces cuando nadie interfiere en tu vida, ¿cómo vas a poder interferir en la vida de otro?

  Pero si tú interfieres en tu propia vida, si tienes un ideal sobre cómo tendría que ser, ella, el ideal produce interferencia.  El “tendría” es la interferencia.  Si tienes algún ideal –el de querer ser como Jesús, o como el Buda, o como Lao Tzu, el de ser un hombre perfecto o una mujer perfecta, el de ser esto o aquello-, entonces vas a interferir.  Tendrás un mapa, tendrás una dirección, tendrás un futuro predeterminado.  Tu futuro ya estará muerto, habrás convertido tu futuro en pasado.  Dejará de ser un fenómeno nuevo; lo has convertido en una cosa muerta.  Cargarás con el cadáver, vas a interferir en todo, porque siempre que sientas que te estás extraviando, y por extraviarse entiendo extraviarse del ideal… nadie se ha extraviado nunca, nadie puede  extraviarse.  No es posible cometer un error.  Déjame repetirlo: es imposible extraviarse, porque dondequiera que vayas está lo divino, y cualquier cosa que hagas culmina en lo divino.  Todos los actos son transformados naturalmente en la suprema bondad-y-maldad, todos.  Pecador y santo, todos alcanzan la divinidad.

  Dios no es algo que puedas evitar, pero si tienes algún ideal, puedes postergar su encuentro.  No lo puedes evitar: tarde o temprano Dios va a tomar posesión de ti. Pero lo puedes postergar. Puedes postergarlo hacia el infinito; tienes esa libertad.  Tener un ideal implica que estás en contra de la naturaleza.

 Gurdjieff solía decir que todas las religiones están contra Dios y él tiene razón; ha logrado una gran revelación al respecto.  Todas las religiones están contra Dios porque todas las religiones han proporcionado ideologías, ideales.  No hace falta ideal alguno, no hace falta ideología alguna.  Tendrías que vivir una vida simple, ordinaria; tendrías que permitir que Dios hiciese lo que él quiera.  Si él quiere que seas de esta manera, bien.  Si quiere que seas de aquella manera, bien. Permite que venga su reino, permite que se haga su voluntad.  Y una vez disfrutas de la libertad que llega cuando no tienes ideal alguno, ¿cómo podrías interferir en la vida de otros?

  Tú interfieres en la vida de tus hijos, tú interfieres en la vida de tu esposa, de tu esposo, de tu hermano, de tu amigo, de tu amado.  Tú interfieres en sus vidas porque piensas que al hacerlo los estás ayudando. ¡Los estás estropeando!  Tu interferencia se asemeja lo que los seguidores del Zen –ellos tienen la expresión correcta- llaman “calzar una serpiente”.  Tú estás ayudando, a lo mejor haces un gran esfuerzo, haces grandes cosas –calzas una serpiente- pensando: “¿Cómo puede caminar una serpiente sin zapatos?  Puede que haya dificultades, que los caminos sean difíciles, que haya también espinas.  La vida está llena de espinas, así que hay que ayudar a la serpiente, hay que calzar la serpiente”.  ¡Matarás la serpiente!

  Todo esfuerzo por mejorar a los demás es así, precisamente, pero hay un corolario natural: si estás tratando de mejorarte a ti mismo, tratarás de mejorar a otros.  Tu propio malestar va a afectar a otros.  Una vez dejas de mejorarte a ti mismo, una ves te aceptas tal como eres, incondicionalmente, sin amargura, sin queja, una vez te empiezas a amar tal como eres, toda interferencia desaparece.

  La tercera cosa: aceptando lo que hay ahora, ¿puedo ser psicoterapeuta de profesión?  Se llega a ser terapeuta, pero de una manera totalmente diferente, no a la manera freudiana; se llega a ser terapeuta en el verdadero sentido.  ¿Y cuál es el sentido real de ser “terapeuta”?  Él dará libertad; será simplemente una presencia, una luz, un disfrute.  Él no va a cambiar al paciente, aunque el paciente pasará por un cambio.  Él no habrá ningún esfuerzo por hacer que se sienta bien.  No hará ningún esfuerzo por ayudarle a encajar en esta sociedad neurótica.  Él no intentará hacer cosa alguna. Será simplemente una presencia, un agente catalizador.  Él amará. Compartirá su energía con el paciente, verterá su energía sobre el paciente.  Recuerda, además, que el amor es la verdadera terapia; todo lo demás es secundario.

  En realidad, si hay tantos pacientes psiquiátricos en el mundo es porque no han sido amados, nadie los ha amado; por eso se han trastornado.  Han perdido contacto con su centro, porque sólo con el amor uno llega a centrarse.  Su enfermedad no es el problema real; el problema real consiste en que, en lo más profundo nunca han sido amados, nunca han conocido un ambiente de amor.  Por tanto, un terapeuta taoísta simplemente dará su amor, su comprensión, su visión.  Él compartirá su energía y no interferirá de manera alguna.

   Y la curación va a producirse. La curación se producirá, no por esfuerzo alguno del terapeuta, sino por su no-esfuerzo, por su inactividad, por su tremenda pasividad.  ¿Has observado cómo se produce?  Algunas veces te enfermas, llamas al doctor, y el doctor llega.  Súbitamente, sólo por entrar él en la habitación, tú ya no estás tan enfermo como antes.  Él no te ha dado medicina alguna, sólo su presencia, su cuidado, su amor.  Él simplemente pone su mano sobre tu cabeza, te toma el pulso, y de repente sientes que se está produciendo un cambio.  Y él no ha hecho cosa alguna, no ha dado medicina alguna, ni siquiera ha dado un diagnóstico.  Incluso antes del diagnóstico, si el doctor es una persona amorosa, el cincuenta por ciento de la enfermedad desaparece.  Con el otro cincuenta por ciento algo tendrá que hacer, porque también ignora que el ser humano no puede curar a nadie.  La naturaleza es la que siempre cura.  El ser humano sólo puede convertirse en un canal de la energía curativa; la curación funciona debido a eso.  Simplemente al situarse tres o cuatro personas –personas amorosas- alrededor del paciente, el paciente sentirá una mejoría repentina tremenda, una transformación produciéndose dentro de él.  ¿Qué ha sucedido?  Estas cuatro personas, mediante el amor, se han convertido en vehículos del Tao.

  Se puede ser terapeuta.  El Tao no está en contra de la terapia, pero la terapia tendrá una cualidad diferente.  Será wu wei, será acción en la inacción, será femenina.  No será agresiva, no forzará al paciente para que se cure; será persuasiva.  Simplemente seducirá al paciente para que esté saludable, eso es todo.  Será una gran seducción.  El terapeuta está centrado, con los pies en la tierra, fluye; su presencia, su luz, su amor ayudará para que la energía del paciente resurja, para que aflore a la superficie de su ser.  Siempre ha estado allí; él ha perdido el contacto.

  En los templos zen se trata a los locos.  No se hace nada.  Se les cuida.  En el momento de orar, la persona demente viene y se sienta, pero nadie está rezando por ella en absoluto; eso no les concierne.  Se ora como siempre, se canta como es usual y la persona demente se sienta.  Cien monjes cantan y el canto es hermoso junto con la vibración, la atmósfera, y el silencio de una comunidad zen, y los árboles y el jardín rocoso, y la atmósfera en conjunto… El paciente se sienta, simplemente.  En realidad ni siquiera se le llama paciente, porque llamar “paciente” a una persona es fijar la idea en su mente de que está enferma.  Es una sugestión; es muy peligroso.  No se le llama paciente: una persona que necesita meditación, una persona que necesita relajación, pero no un paciente.  No es que esté enfermo, o que algo no vaya bien, o que esté “chiflado”, no.

  La idea misma de que alguien esté chiflado le produce la fijación: “Estoy loco”, y sigue repitiéndoselo e intenta con fuerza no serlo.  Los hipnotistas han descubierto una ley llamada “la ley del efecto contrario”.  Si te esfuerzas demasiado por no estar loco, te llegarás a enloquecer.  Tú puedes intentarlo y observar.  Intenta no estar loco durante siete días; permanece consciente todo el tiempo: “No estoy loco”.  Observa cada acto que ejecutas, ¡y al cabo de siete días te habrás vuelto loco!  En un monasterio zen pensarás que esa persona necesita relajación, que ha estado en el mundo demasiado y se ha puesto muy tensa, que está muy cansada, eso es todo.  No hay juicios, sólo compasión. No se le envía a un hospital, se le envía a un templo.


Tao
Tao


  En la antigüedad los templos solían funcionar como sitios de terapia. El templo es un lugar adecuado para la terapia, porque parte de una idea diferente.  Tú no eres un paciente, no se te tiene que hospitalizar, no tienes que recostarte en el diván del psiquiatra; tú vas al templo.  Vas al templo a renovar tu contacto con la existencia, porque la existencia es la fuente de curación, de salud y sentido de la totalidad.
Sí, una persona puede ser un psicoterapeuta.  En realidad, sólo un taoísta puede ser un psicoterapeuta auténticamente real.  Sin embargo, él no será un hacedor.  Será simplemente un vehículo, un médium.

 El peligro de tus charlas sobre el taoísmo está en que hay muchas personas irresponsables y perezosas que racionalizan sus malos hábitos diciendo que son taoístas inactivos.  Por favor, aclara la diferencia que hay entre un taoísta y un escapista perezoso.

 Lo primero: hay dos peligros que he mencionado; uno es el egoísmo y el otro es la pereza, el letargo.  Recuerda, además, que si tienes que caer en una trampa, la de la pereza es mejor que la del egoísmo.  Éste es más peligroso; la persona perezosa no hace nada malo; una persona perezosa no puede hacer mal alguno.  Nunca hará algo bueno, de acuerdo, pero tampoco hará algo malo.  No se ocupará de matar a otros, de torturar a otros, de crear campos de concentración, de ir a la guerra; no se molestará.  La persona perezosa dice: “¿Para qué?  Si puedo descansar, ¿para qué?”.  Una persona perezosa no es peligrosa por naturaleza.  La única cosa que puede echar a faltar es su propio crecimiento espiritual, pero ella no interferirá en el crecimiento de los demás; no será un obstáculo.  No será un benefactor, pues las personas más maliciosas del mundo son los benefactores.  Una persona perezosa está casi ausente.  ¿Qué puede hacer?  ¿Has oído alguna vez que algún perezoso haya hecho algo malo?

  No, el problema real viene del egoísta y esta posibilidad existe para quien hace la pregunta.  No te preocupes porque unos cuantos se vuelvan perezoso; déjalos, no hay nada malo.  El problema real está en el egoísta, en el que quiera ser espiritual, en el que quiere ser especial, en el que quiere obtener poderes espirituales.  El problema real está en el que quiere demostrar al mundo algo espiritualmente.  Si tienes que fracasar, elige la pereza.  Si no puedes fracasar, si tienes que evitarlo, vale la pena evitar ambos.

  La pereza es simplemente como el resfriado común; no hay mucho de que preocuparse.  El ego es como el cáncer.  Es mejor no tener ninguno de los dos, pero si tienes que elegir y quisieras tener un asidero, el resfriado común está bien, puedes depender de él, nunca mata a nadie, nunca ha matado a nadie.  Pero no escojas nunca el cáncer… y esa es la mayor posibilidad.

 Ahora bien, la persona que pregunta dice: “El peligro de tus charlas sobre el taoísmo está en que hay muchas personas irresponsables y perezosas…”.
Lo primero: cuando empiezas a pensar en los demás, estás cayendo en una trampa del ego.  ¿Quién eres tú para que te metas en la vida de otros?  Es su vida.  Si se sienten perezosos, ¿quién eres tú para interferir? La persona que pregunta tiene a un benefactor en su ser; le preocupan mucho los demás; esto es algo peligroso.  Y, por supuesto, ella desaprueba.  Esta pregunta tiene una desaprobación: “El peligro de tus charlas sobre el taoísmo está en que hay muchas personas irresponsables y perezosas que racionalizan sus malos hábitos diciendo que son taoístas inactivos”. ¿Quién eres tú para decir que sus hábitos son malos?

  La pereza como hábito es mejor que estar obsesionado por la actividad.  Estar obsesionado por la actividad es demencial.  Una persona perezosa puede estar sana.  Algunas veces se ha encontrado que las personas más perezosas son las más sanas.  Tengo la impresión de que si la persona que pregunta conociera a Lao Tzu pensaría que es perezoso.  Lao Tzu puede parecer perezoso al no pretender nunca fin o propósito alguno. Si la persona que pregunta conociera a Diógenes, pensaría que es perezoso. Si conociera al Buda pensaría que es perezoso.  “Sentado debajo de un árbol bodhi… ¿qué estás haciendo?  Podrías al menos dirigir una escuela primaria y enseñar a los niños, o puedes fundar un hospital y servir a la gente enferma.  Hay tanta gente muriendo, pasando hambre… ¿qué estás haciendo aquí, sentado debajo del árbol bodhi?”.

  Esa persona habría cogido al Buda para llevarle a trabajar.  “¿Qué estás haciendo?  ¿Sólo sentarte a meditar?  ¿Acaso es éste el momento para meditar?  ¿Es acaso el momento para sentarse en silencio sin más, y disfrutar de tu dicha?  ¡Eso es egoísmo!”.  Esta actitud condenatoria es realmente peligrosa: Te hace creer que eres más santo que el otro.  “Soy mejor que tú.  Tú… ¡perezoso!”.  La persona que pregunta continúa enviando preguntas cada día, que no he respondido; cada día: “Esta gente es inútil, son hippies”.

  Esa persona busca un amante, pero no puede encontrar uno aquí porque piensa que nadie aquí… Ella quiere a una “persona correcta” y no puede encontrar aquí a la persona correcta.  Aquí son todos “hippies y yuppies”, y ella quiere a alguien que esté bien establecido.  Escribió una carta: “Alguien bien establecido, que tenga una cuenta bancaria, que sea un caballero, un señor, que tenga prestigio, respetabilidad.  Aquí todos son unos hogalzanes, vagos, errabundos”. La persona que pregunta habría rechazado a Buda, habría rechazado a Lao Tzu: ellos no fueron personas “correctas”.  Esta persona me escribe: “¡Esta gente de pelo largo!”.  Escribe con tal repugnancia que debido a esta repugnancia se ha vuelto una persona muy antipática y así no encontrará un amante.  Lo ha estado buscando en Occidente durante un año.  Primero fue a buscarlo en América, luego se fue a buscar a un hombre a Israel. No pudo encontrarlo en América; no pudo encontrarlo en Israel.  ¡No lo va a encontrar en ninguna parte!  Aunque se vaya al cielo, Dios le va a parecer un vagabundo.  Esa persona tiene una actitud tan condenatoria que no puede amar a un simple ser humano.

  Sí, existen las imperfecciones, existen las limitaciones, pero todo el mundo tiene estas limitaciones.  Si quieres amar, tienes que amar a un hombre con todas sus limitaciones.  Tú no puedes encontrar a la persona perfecta.  La perfección no existe.  La existencia no permite la perfección, porque la perfección es muy monótona.  Piensa simplemente en lo que es vivir con una persona perfecta… Después de veinticuatro horas te suicidarás.  ¿Vivir con una persona perfecta?  ¿Cómo sería tu vida?  Él sería casi como una estatua de mármol: muerto.  Cuando una persona se vuelve perfecta está muerta.  Una persona viva nunca es perfecta, y mi enseñanza tiende básicamente hacia la totalidad y no hacia la perfección.

Se total y recuerda la diferencia.  El ideal de la perfección dice: “Se de esta manera, sin ira, sin celos, sin ser posesivo, sin imperfecciones, sin limitaciones”.  El ideal de la totalidad es completamente diferente: si estás enojado, enójate completamente.  Si amas, ama por completo.  Si estás triste, entristécete completamente.  Nada se deniega, únicamente lo parcial se tiene que dejar y así una persona se vuelve hermosa.

  Una persona total es hermosa.  Una persona perfecta está muerta.
No estoy tratando de crear mahatmas aquí.  ¡Ya está bien!  Esos mahatmas ya han hecho suficientes tonterías en el mundo.  Necesitamos gente hermosa, floreciente, fluida, vital. Sí, algunas veces se pondrán tristes, pero ¿qué hay de malo en sentirse triste?  Algunas veces se enojarán, pero ¿qué hay de malo en sentirse enojado de vez en cuando?  Esto simplemente indica que estás vivo, que no eres una cosa muerta, que no eres un leño a la deriva.  Algunas veces peleas, algunas veces lo dejas correr, tal como cambian los climas: algunas veces está lluvioso y lleno de nubes, otras veces está soleado y las nubes han desparecido.  Además se necesitan todas las estaciones: la fría, la caliente, el invierno, el verano; todas las estaciones son necesarias.  Y el hombre real, el hombre auténtico tiene todos los climas en su ser, sólo que con un punto de atención: cualquier cosa que hace, la tendría que hacer completamente y con plena atención; eso es todo, es suficiente: ahí tienes una hermosa persona.  Pero la persona que pregunta está buscando al hombre perfecto.

 Me han contado…

   Una vez, un hombre viajó por todo el mundo buscando a la mujer perfecta.  Él quería casarse, pero ¿cómo iba a poder aceptar a un modelo imperfecto?  Él quería a una mujer perfecta. Regresó después de haber desperdiciado toda su vida porque no pudo encontrarla.   Entonces, un día, un amigo le dijo:
-Ahora ya tienes setenta años y has buscado toda tu vida.  ¿No pudiste encontrar a una sola mujer perfecta?
El hombre contestó:
-Sí, una vez encontré a una mujer que era perfecta.
-¿Y qué sucedió?
El hombre dijo entristecido:
-¿Qué sucedió?  Esa mujer estaba buscando al hombre perfecto, así que no sucedió nada.

 Recuerda, el ideal de perfección es un ideal egoísta.

Ronald Coleman le contó a Herb Stein la historia de un farsante de Hollywood que hablaba con un acento falso de Oxford, llevaba una insignia falsa de la universidad y pagaba con cheques falsos.  Cuando llegó a una situación extrema, decidió suicidarse, así que fue a los rieles del ferrocarril de San Fe.  Fumó con calma algunos cigarrillos de importación mientras tres o cuatro trenes de mercancías pasaban resollando.  Un vagabundo que lo estaba observando exclamó irónicamente:
-Si lo vas a hacer ¿por qué no de una vez?
-No seas vulgar –respondió el farsante-.  Un hombre como yo espera a que pase el talgo.

 Un egoísta que se va a suicidar espera que pase el talgo, el mejor tren.  Él dice: “No seas vulgar.  Un hombre como yo espera a que pase el talgo”.  Incluso para suicidarse quiere lo perfecto, no quiere un tren de carga.

 El matrimonio es como el suicidio: lo puedes llevar a cabo en cualquier parte.  No hace falta que esperes a que pase el talgo.  La mujer que pregunta está buscando y le resulta imposible –por la forma en que ve las cosas condenándolas- encontrar a alguien a quien amar.

 “Por favor, aclara la diferencia que hay entre un taoísta y un escapista perezoso”.
No hay mucha, y si la hay, es tan interna que sólo la persona lo sabrá; tú nunca serás capaz de juzgar desde afuera.  Mírame.  Yo también soy una persona perezosa.  ¿Me has visto alguna vez hacer algo?  Es muy difícil saber desde afuera.  Además amo a los perezosos… sean o no taoístas: Amo a los perezosos porque nunca ha surgido un Adolf Hitler de un perezoso, ni un Gengis Khan, ni un Tamerlán.  Los perezosos han vivido su vida en silencio y han desparecido sin dejar huella alguna en la historia, sin contaminar la humanidad.  No han solucionado la consciencia.  Han estado aquí como si no estuvieran.  Si eres perezoso y estás alerta… te habrás convertido en un taoísta.  Esto no quiere decir que te vuelvas inactivo.  Quiere decir simplemente que la actividad obsesiva desaparece.  Quiere decir que también te has vuelto capaz de no-hacer.

 Una persona preguntó a uno de sus discípulos de un maestro zen:
-¿Qué milagros puede hacer tu maestro?
El discípulo le respondió:
-¿Eres un seguidor de alguien?
-Sí, sigo a un maestro –contestó el hombre-, un gran hacedor de milagros; él puede hacer grandes milagros.  Una vez que yo estaba parado en esta orilla del río y él estaba en la otra orilla, me gritó: “Quiero escribir algo en tu libro”.  El río tenía además un ancho de casi medio kilómetro, así que cogí mi libro, lo alcé y desde la otra orilla él empezó a escribir con su pluma y la escritura llegó a mi libro.  Yo he visto este milagro y llevo mi libro conmigo; puedes verlo.
El discípulo del otro maestro se río y dijo:
-Mi maestro puede hacer milagros más grandes.
-¿Qué milagros? –preguntó el hombre.
-Mi maestro puede hacer milagros –contestó el discípulo, y es tan capaz… tan capaz que tiene también la capacidad de no hacerlos.

  Tiene también la capacidad de no hacerlos; mira la belleza de esto.  Él es tan capaz que también tiene la capacidad de no hacerlos.

  Un taoísta es una persona que hace sólo aquello que es absolutamente necesario.  Su vida es casi como un telegrama.  Cuando  tú vas a la oficina de correos no escribes una carta larga si quieres enviar un telegrama.  Vas recortando el mensaje, lo que se puede recortar aquí y allá, hasta que te quedan nueve o diez palabras, o las que sean.  Si escribes una carta nunca escribirás sólo diez palabras.  ¿Has observado además una cosa?  Un telegrama es más expresivo que cualquier carta.  Dice mucho más con muy pocas palabras.  Se deja lo innecesario y sólo se conserva lo más necesario.

  Un taoísta es telegráfico, su vida es como un telegrama.  Lo obsesivo, lo innecesario, lo febril se ha abandonado.  Él hace sólo lo que es absolutamente necesario.  Y déjame decirte que lo absolutamente necesario es algo tan pequeño que verás a un taoísta casi como si fuera un perezoso.
Recuerda, sin embargo, que no estoy alabando la pereza.  Simplemente condeno la actitud egoísta.  Estoy más a favor de la pereza que del egoísmo.  Pero no estoy a favor de la pereza en sí misma; la pereza tendría que estar llena de atención consciente.  Entonces tú estás más allá, tanto de la actividad como de la pereza.  Entonces te vuelves trascendental.  No eres activo ni inactivo; estás centrado.  Haces lo que es necesario, no haces lo que no es necesario.  No eres un hacedor ni un no-hacedor.  Dejas de concentrarte en el hacer.  Eres consciencia.

 Así que, por favor, no tomes lo que he dicho en el sentido de que te estoy ayudando a que seas perezoso.  Ser realmente perezoso no quiere decir ser inactivo, sino estar tan lleno de energía que te conviertes en un acumulador de energía, perezoso en lo que respecta al mundo, pero tremendamente dinámico interiormente, no indolente.

Un taoísta es perezoso en lo exterior; en lo interior se ha convertido en un fenómeno similar a un río, está fluyendo continuamente hacia el océano.  Ha abandonado muchas actividades porque estaban sustrayendo innecesariamente su energía.  El peligro siempre está ahí –en todo lo que digo hay peligro-, el peligro de la interpretación.  Si digo “se activo”, existe la posibilidad de que te vuelvas egoísta.  Si digo “se inactivo”, existe la posibilidad de que te puedas volver indolente.  La mente es astuta.  No deja de interpretar a su manera; no deja de encontrar razones, racionalizaciones, trucos para defenderse a sí misma.  Quiere permanecer como es.  En eso consiste todo el esfuerzo de la mente: quiere permanecer como es.  Si es perezosa quiere seguir siendo perezosa.  Si es activa –muy activa, obsesivamente activa-, quiere seguir siéndolo.  Por tanto, tienes que ser cuidadoso para no defender tu mente cuando yo diga algo.  Tienes que desembarazarte de tu mente.

  El hombre entró furioso por la puerta, arrancó a su esposa de las rodillas del extraño y le preguntó iracundo:
-¿Cómo es que lo encuentro besando a mi esposa?
-No lo se –respondió el extraño-.  ¿No será que usted ha regresado a casa antes de lo acostumbrado?

La gente puede encontrar razones.  Tú mantén la atención.  Y mantén la atención con respecto a tu propia persona, no con respecto a otros.  Lo que otros hacen no es asunto tuyo.  Ésta tendría que ser una de las actitudes básicas: no pensar en lo que el otro está haciendo.  Esa es su vida.  Si él decide vivir así, eso es asunto suyo.  ¿Quién eres tú para tener siquiera una opinión al respecto?  Incluso tener una opinión significa que estás listo para interferir, que ya has interferido.
Una persona religiosa es aquella que trata de vivir su vida de la mejor forma, de la forma más completa que le es posible, de la forma más atenta que le es posible; lo intenta.  Además, no interfiere en la vida de otros, ni siquiera con una opinión.

  ¿Lo has visto, lo has observado?  Si pasas delante de alguien y tienes cierta opinión sobre él, tu cara cambia, tus ojos cambian, tu actitud, tu forma de caminar.  Si eres criticón, todo tu ser empieza a irradiar crítica, disgusto.

  No, tú estás interfiriendo.  Ser verdaderamente religioso implica no interferir.  Otorga libertad a las personas; la libertad es su derecho de nacimiento.

Sucedió una vez que me alojé en cada de uno de mis profesores, de mis maestros.  Aunque yo era un estudiante y él mi profesor, había de su parte mucho respeto por mí.  Él era un hombre religioso, especial, pero era un bebedor, y cuando estuve en su casa, le dio mucho miedo beber en mi presencia.  ¿Qué iba a pensar yo?  Yo le observaba, sentía un desasosiego, así que al día siguiente le dije:
-Hay algo en su mente.  Si no se relaja me marcharé inmediatamente e iré a un hotel; no me alojaré aquí.  Hay algo en su mente.  Siento que usted no está relajado; mi presencia está creando algún problema.

 -Ya que has planteado el problema –me dijo él-, me gustaría contártelo.  Nunca te he dicho que bebo muchísimo, pero siempre bebo en casa y me voy a dormir.  Ahora que te alojas aquí no quiero beber en tu presencia, y por eso ha surgido el problema.  No puedo pasar sin beber, pero no me puedo imaginar bebiendo delante de ti.

Me eché a reír.
-Qué tontería –le contesté-.  ¿Qué tengo yo que ver con ello?  ¿No me obligaría a beber?
-No, jamás.
-Entonces, asunto concluido; el problema está resuelto.  Usted bebe y yo le haré compañía.  Yo no beberé pero puedo tomar otra cosa, Coca Cola o Fanta.  Le haré compañía, usted beba.  Le puedo llenar el vaso, puedo ayudarle.
Él no podía creer, pensó que yo estaba bromeando, pero cuando por la noche llené su vaso, él empezó a llorar.
-Nunca llegué a pensar que tú no tendrías un juicio sobre esto.  Además, yo te he estado observando –dijo-, y tú no tienes ninguna opinión sobre mi forma de beber, sobre mi conducta, sobre lo que estoy haciendo.

 -Tener un juicio sobre usted es simplemente una tontería –contesté-.  No es algo muy significativo que no tenga un juicio sobre usted.  En primer lugar, ¿por qué tendría que tenerlo?  ¿Quién soy yo para tenerlo?  Su vida le pertenece.  Si quiere beber, beba.
Tener un juicio sobre ti significa que, profundamente, de alguna manera, quiero manipularte.  Tener un juicio sobre ti significa que, de una manera u otra, tengo un deseo profundo de tener poder sobre la gente.  Eso es lo que define a un político.  Una persona religiosa no tendría que interferir.

¿Por qué nos aferramos al pasado?  ¿Por qué tenemos miedo a lo nuevo?

  Existe una razón natural para ello.  Con lo viejo uno es eficiente, con lo nuevo uno es torpe.  Con lo viejo tú sabes qué hacer; con lo nuevo tienes que aprender a partir del abecedario.  Con lo nuevo empiezas por sentirte ignorante.  De lo viejo tienes conocimiento, has hecho algo una y otra vez; lo puedes hacer mecánicamente, no necesitas mantener una atención consciente alguna.   Con lo nuevo tendrás que estar alerta, consciente; de otra forma puedes equivocarte.

¿No lo has observado?  Cuando estás aprendiendo a conducir estás muy atento.  Cuando ya has aprendido, te olvidas de ello; cantas una canción, escuchas la radio, hablas con un amigo o tienes mil y un pensamientos mientras que conducir continúa siendo algo mecánico, a la manera de un robot; tú no eres necesario.  Lo viejo se vuelve mecánico, habitual.  Por eso con lo nuevo viene el temor.  Por eso los niños son capaces de aprender.  Cuanto más viejo te hagas, menos capacidad tendrás de aprender.  Es muy difícil enseñar nuevos trucos a un perro viejo.  Él repetirá los viejos trucos una y otra vez, aquellos trucos que conoce.

 Una vez me contaron esta historia:

  Un diplomático extranjero no sabía hablar inglés, cuando sonó el timbre anunciando el almuerzo en la asamblea de Naciones Unidas, se colocó detrás de un hombre que estaba junto al mostrador y le escuchó pedir pastel de manzana y café, así que también ordenó pastel de manzana y café.  Durante las siguientes dos semanas continuó pidiendo pastel de manzana y café.  Finalmente, decidió probar otra cosa, así que escuchó atentamente mientras otro hombre pedía un bocadillo de jamón.
-Bocadillo de jamón –le dijo al camarero.
-¿Blanco o de centeno? –le preguntó aquél.
-Bocadillo de jamón –repitió el diplomático.
-¿Blanco o de centeno? –preguntó otra vez el camarero.
-Bocadillo de jamón –repitió el diplomático.
El camarero enrojeció de la ira.
-Mira, Mac –le gritó, sacudiendo su puño cerca de la nariz del diplomático-  ¿Lo quieres con pan blanco o de centeno?
-Pastel de manzana y café –respondió el diplomático.

¿Qué falta hace preocuparse? El asunto se pone muy peligroso, por eso uno sigue con lo viejo.  Pero si vives con lo viejo, no vives en absoluto, sólo vives aparentemente.
La vida sólo existe con lo nuevo.  Sólo con lo nuevo y únicamente con lo nuevo existe la vida.  La vida tiene que estar fresca.  Sigue siendo un aprendiz, no te conviertas nunca en un entendido.  Permanece abierto; no te vuelvas cerrado.  Continúa siendo ignorante, no dejes de desprenderte del conocimiento que acumulas, automáticamente, con naturalidad.  Cada día, a cada momento, libérate de todo lo que has conocido y vuelve a ser como un niño.  Volverse tan inocente, como un niño, es la manera de vivir y de vivir abundantemente. Osho 


Osho
Osho




Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
Fuente: oshogulaab.com