Nadie puede existir sin un centro.
No tiene que ser creado, sólo tiene que ser re descubierto.
Amado Maestro, hoy en el discurso te miré y me sentí muy superficial y
falso. No parece haber nada más profundo dentro de mí. ¿Estos sentimientos
muestran que todavía no tengo un centro? También me impacta que en este
momento esto parece ser mi rostro.
Nadie puede existir sin un centro. La vida es imposible sin un centro;
puede ser que no te des cuenta de él, ése es otro asunto. No tiene que ser
creado, sólo tiene que ser re descubierto. Y recuerda, no estoy diciendo
«descubierto», estoy diciendo «redescubierto».
El niño que está en el útero de su madre permanece perfectamente
consciente del centro. El niño que está en el útero de su madre está en el
centro, vibra en el centro, pulsa en el centro. En el útero de su madre el niño
es el centro, todavía no tiene circunferencia. Es sólo esencia, todavía no
tiene personalidad.
La esencia es el centro, aquello que es tu naturaleza, aquello que es
dado por Dios. La personalidad es la circunferencia, aquello que es cultivado
por la sociedad; no es dada por Dios. Existe por crianza, no existe por
naturaleza.
Cuando el niño sale del útero entra en contacto por primera vez con algo
externo a sí mismo. Y ese contacto crea la circunferencia. Muy lentamente la
sociedad inicia al niño en sus propias costumbres. La sociedad cristiana hará
del niño un cristiano, y la hindú hará de él un hindú, y así sucesivamente.
Entonces se imponen sobre el niño capa sobre capa de condicionamiento.
Básicamente, si entras en una personalidad bien desarrollada encontrarás
estas tres cosas. Primero una capa positiva muy delgada: positiva pero falsa.
Ésa es la capa que finge, ésa es la capa en la están contenidas todas tus
máscaras. Fritz Perls solía llamar a esa capa la «capa de Eric Berne». Es allí
donde juegas todo tipo de juegos.
Podrás estar llorando por dentro, pero en esa capa sigues sonriendo.
Podrás estar lleno de ira, podrás querer asesinar a la otra persona, pero
sigues siendo dulce. Y dices: «¡Qué bueno que hayas venido! ¡Estoy tan feliz,
tan contento de verte!». Tu rostro muestra alegría, y eso es falso.
Pero para existir en una sociedad falsa necesitarás una capa falsa. De
otro modo estarás en tantas dificultades como estuvo Sócrates, como estuvo
Jesús, como estoy yo. Esa capa falsa hace que sigas siendo parte de la sociedad
falsa, hace que no te desarmes. Es un mundo falso, lo que en Oriente hemos
llamado «maya». Es ilusorio, es todo falsedad, falsificación.
La otra persona también está sonriendo tan falsamente como tú. Nadie
está sonriendo realmente. La gente está cargando heridas pero ha decorado sus
heridas con flores, está ocultando sus heridas detrás de las flores.
Los padres están apurados por darle esta capa al niño. Están apurados
porque saben que el niño tiene que existir como miembro de una sociedad falsa.
Para el niño será difícil sobrevivir sin ella; ésta funciona como un agente
lubricante.
Ésta es una capa muy delgada, superficial. Rasguña a cualquiera un
poquito y repentinamente encontrarás que las flores han desaparecido; y detrás
están escondidos la ira y el odio y todo tipo de cosas negativas... y esa es
la segunda capa: negativa, pero aún falsa.
La segunda capa es más gruesa que la primera. La segunda capa es aquella
en la que hay que hacer mucho trabajo. Es allí donde entran las psicoterapias.
Y dado que detrás de la capa positiva hay una gran capa negativa, siempre
tienes miedo de ir hacia adentro porque ir hacia adentro significa que tendrás
que cruzar por ese fenómeno desagradable, esa basura sucia que has juntado año
tras año, tu vida entera.
¿De dónde viene la segunda capa? El niño nace como un centro puro, como
inocencia, sin dualidad. Él es uno. Está en el estado de unión mística: todavía
no sabe que está separado de la existencia. Vive en unidad; no ha conocido
ninguna separación, el ego todavía no ha surgido.
Pero inmediatamente la sociedad empieza a trabajar en el niño. Dice: «No
hagas esto. Esto no sería aceptable para la sociedad, reprímelo. Haz esto,
porque esto es aceptable para la sociedad y serás respetado, amado, apreciado».
Entonces en el niño se crea una dualidad, en la circunferencia surge una
dualidad. La primera capa, la positiva, es la que tienes que mostrarle a los
demás, y la segunda es la capa negativa que tienes que esconder dentro de ti.
El niño es inocente: inocente en su amor, inocente en su enojo. No hace
una distinción. Cuando ama, ama, ama totalmente. Cuando está enojado, está
totalmente enojado, es puro enojo. De allí la belleza del niño. Aun cuando está
enojado tiene una belleza y una gracia magníficas, aun en su enojo, porque la
totalidad está allí. Los adultos, ni siquiera cuando aman son tan hermosos
porque está faltando la totalidad.
Creamos una división en el niño, en cada niño. Nuestra sociedad ha
vivido hasta ahora en una especie de esquizofrenia. La humanidad real todavía
no ha nacido. Todo el pasado ha sido una pesadilla porque dividimos a la
persona en dos: lo positivo y lo negativo, sí y no, amor y odio. Destruimos su
totalidad.
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Estas dos capas son nuestra escisión. La primera capa es positiva y
falsa, la segunda capa es negativa y falsa. Son falsas porque sólo lo total
puede ser real. Lo parcial siempre es falso porque lo parcial niega algo,
rechaza algo y la parte negada lo hace falso. Sólo en la aceptación total surge
la realidad.
El centro está allí, en ti, pero tendrás que ir cavando a través de
estas dos capas: la positiva y falsa y la negativa y falsa. Y entonces caerás
en esa unidad oceánica, lo total, el todo. Entonces, repentinamente surge una
gran dicha: eso es satori. No hay que crearlo, ya está allí. Ni siquiera hay
que descubrirlo, sólo hay que redescubrirlo. Lo has conocido antes, de allí la
búsqueda; de no ser así la búsqueda sería imposible.
¿Por qué la gente busca continuamente la dicha? Porque la deben haber
conocido. En algún lugar, en lo profundo, todavía persiste la memoria de esos
dulces momentos en el útero de la madre cuando todo estaba quieto y silencioso,
cuando todo era uno, cuando no había preocupación ni responsabilidad, cuando
no había otro. Era el paraíso.
Éste es el significado del símbolo del Jardín del Edén. El útero es el
Jardín del Edén. Pero no puedes vivir en el útero para siempre, tarde o
temprano tienes que salir del útero. Y en el momento en que salgas del útero la
sociedad inevitablemente te educará. La sociedad, y su educación, todavía no
es humana. Es neurótica, es muy primitiva, porque no ayuda al niño a crecer en
su centro. No ayuda al niño a crecer permaneciendo alerta al centro. Por el
contrario, trata de todos los modos posibles de hacer que el niño se olvide del
centro y se identifique con una personalidad falsa que la sociedad le brinda.
La sociedad no está interesada en el niño, la sociedad está interesada
en que persista su propia estructura. La sociedad no está interesada en el
individuo, está en contra del individuo, está completamente a favor de lo
colectivo. Y lo colectivo ha sido neurótico y desagradable. Pero la sociedad
está orientada hacia el pasado y el individuo está orientado hacia el futuro;
el individuo tiene que vivir en el futuro y la sociedad sólo conoce el pasado
en el que ha vivido. La sociedad no tiene futuro, la sociedad consiste en
pasado. Y continúa imponiéndole al niño ese pasado.
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En mi visión, en una sociedad realmente humana, al niño no se le
impondrá nada, nada en absoluto. No es que el niño será dejado completamente
solo. No, se le ayudará pero no se le impondrá nada. Se le ayudará a permanecer
íntegro, se le ayudará a permanecer enraizado en la esencia. No será forzado a
mover su consciencia de la esencia a la personalidad. La educación futura no
será una educación en la personalidad, será una educación en la esencia.
Y ése es el significado de una educación religiosa. Hasta ahora, no ha
habido educación religiosa. Y cualquier cosa que llames educación religiosa es
cristiana o hindú o musulmana; eso es adoctrinamiento, no es educación
religiosa. La educación religiosa ayudará al niño a recordar lo que ya está en
él, no a olvidarlo.
La educación real hará al niño más meditativo, de modo que nunca pierda
contacto con su ser interno. Existen todas las posibilidades de que pierda ese
contacto porque él se estará moviendo junto con otros, empezará a imitar a
otros, tendrá que aprender muchas cosas de otros. Déjalo aprender pero déjalo
darse cuenta de que no debe volverse un imitador.
Pero es justamente eso lo que se hace, y lo que se ha hecho a lo largo
de las épocas. Les enseñamos a los niños a volverse imitadores: «Sé como
Jesús. Sé como Sócrates. Sé como Buda».
El niño sólo puede ser verdaderamente él mismo y nunca puede ser nadie
más. Y cualquiera cosa que trate de llegar a ser será falsa.
Me preguntas: Hoy en el discurso te miré y me sentí muy superficial y
falso.
Eso es bueno. Es inmensamente hermoso que hayas sentido eso. Éste es el
comienzo. Si te vuelves consciente de lo falso no podrás permanecer
inconsciente por mucho tiempo de aquello que es real, porque ser consciente de
lo falso significa que en algún lugar has empezado a volverte consciente de lo
real. Quizás es muy vago, nebuloso, todavía no es claro, todavía no es
transparente, es turbio. Pero ha habido un comienzo.
Conocer lo falso. como falso es el comienzo de conocer lo real como
real. Es un buen comienzo, un comienzo auspicioso.
Dices: No parece haber nada más profundo dentro de mí.
Darse cuenta de que: «No hay nada más profundo dentro de mí», es el
primer paso hacia la profundidad. Millones de personas siguen pensando que su
personalidad, que es superficial, tiene profundidad. Siguen creyendo en ella,
y al creerlo se siguen perdiendo su propia realidad... se siguen perdiendo su
alma.
Mi función aquí es hacer que te des cuenta de lo falso, de lo falsificado,
de lo irreal y lo superficial. Y cuando te das cuenta por primera vez de que
eres falso, eso duele porque siempre has creído exactamente lo opuesto. Siempre
has tenido la idea de que eres muy real y profundo, que tienes altura y profundidad.
Y no tienes nada.
En este mismo momento, tal como eres, no tienes ninguna profundidad, no
tienes ninguna altura. Existes como personaje; todavía no te das cuenta de la
esencia. Y sólo la esencia puede tener altura y profundidad. Pero volverse alerta
de que: «Soy superficial» es bueno, es tremendamente importante y
significativo. No lo olvides otra vez, recuérdalo. Dolerá, se volverá un dolor
en el corazón, se volverá una herida. Será como una flecha yendo más y más
profundo, y se volverá más y más doloroso.
Ése es el viaje por el que tiene que pasar todo buscador. Ése es el
dolor necesario para tu renacimiento. No lo olvides, y no empieces a creer
otra vez en la vieja personalidad falsa.
Tú no eres aquello que hasta ahora has estado pensando que eres. Eres
algo totalmente diferente. No eres este cuerpo: estás en el cuerpo pero no
eres el cuerpo. Y tampoco eres esta mente; la mente está allí, pero tú estás
mucho más allá de la mente. Tú eres el testigo.
Dices: Me sentí muy superficial...
¿Quién ha sentido esto? Recuerda eso. La superficialidad misma no puede
sentir que es superficial. No tendrá idea de la profundidad, ¿cómo podrá sentir
que es superficial? La desdicha misma no podrá sentir que es desdicha. Alguien
más es necesario, alguien que haya conocido estados de dicha. Sólo alguien así
puede darse cuenta de la desdicha.
La enfermedad no puede sentirse a sí misma como enfermedad, sólo la
salud puede sentir a la enfermedad como enfermedad. Recuerda eso.
¿Quién se ha dado cuenta de que «Soy superficial, soy falso y no parece
haber profundidad en mí»? ¿Quién es éste? Este testigo eres tú. Éste es tu
centro; tu centro está surgiendo del caos de tu personalidad. Éste es un gran
momento, un momento de grandes bendiciones: no le pierdas la pista. Por
doloroso que sea el viaje, uno tiene que pasar por él porque el final es
totalmente dichoso.
Éste es el sacrificio que tiene
que hacer todo sannyasin: el sacrificio de lo falso en el altar de lo real.
Osho |