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El Arte Del Manejo De La Espada - Zen - Osho

El Secreto Esencial



Yagyu Tajima no Kami Munenori era profesor del shogun
en el arte del manejo de la espada.
Uno de los guardas personales del shogun fue un día a
Ta­jima no Kami pidiendo ser adiestrado en el arte de la
Espada.
«Como he podido observar, tú mismo pareces ser un maes­tro de
este arte -dijo el profesor-. Por favor, dime a qué es­cuela
 perteneces antes de que entremos en una relación de profesor
y pupilo».
El guarda dijo: «No pertenezco a ninguna escuela, nunca
estudié el arte».
«De nada sirve que intentes engañarme -dijo el profesor-.
Mi ojo juicioso es infalible».
«Siento desafiarle, su señoría -dijo el guarda-, pero
real­mente no sé nada».
«Si tú lo dices, debe de ser verdad, pero estoy seguro de
que eres maestro en algo, así que háblame de ti».
«Hay una cosa -dijo el guarda-. Cuando era un niño pen­sé que
un samurai nunca debería tener miedo a la muerte, me esforcé
 por resolver
el problema, y ahora el pensamiento de la muerte
ha dejado de preocuparme».
«¡Eso es! -exclamó el profesor-. El secreto esencial del
arte de la espada consiste en haberse liberado de la idea de
la muerte. No necesitas ninguna enseñanza técnica, tú ya eres
un maestro».


 El océano no sólo está oculto tras las olas, también se mani­fiesta a sí mismo en las olas. Está tanto en la superficie como en la profundidad. La profundidad y la superficie no son dos cosas separadas, son dos polaridades del mismo fenómeno. El centro forma parte de la circunferencia; está tanto en la circunferencia como en el centro.

 Lo divino no es sólo lo oculto, también es lo manifiesto. Lo divino no es sólo el creador, también es la creación. Está tanto en este mundo como lo está en el otro.

 Precisamente la otra noche, un nuevo sannyasin me preguntó: «Osho, ¿puedes mostrarme la forma de lo divino?». Le dije: «To­das las formas son divinas. No he visto ni una sola forma que no sea divina. Toda la existencia es divina, no la dividas en profana y sagrada».  
    
 ¿Qué es lo que estoy haciendo todo el tiempo? Mostrar la for­ma divina. ¿Qué es lo qué estás haciendo tú? Mostrar la forma di­vina. ¿Qué es lo que está sucediendo en toda la existencia? Lo di­vino está extendido por todas partes. Tanto en lo pequeño como en lo grande; tanto en una brizna de hierba como en una estrella remota.

 Pero la mente piensa en dualidades. Piensa que Dios está oculto, así que trata de negar lo manifiesto y busca lo oculto.

 Ahora bien, así te estás creando a ti mismo un conflicto innece­sario. Dios está aquí, ahora tanto como en cualquier otro lugar. Dios está tanto en el buscador como en lo buscado. Se está mani­festando a sí mismo. Por eso digo que el océano está en las olas. Profundiza en las olas, profundiza en la forma, y encontrarás lo sin forma.

 Que tú no puedas verlo no significa que Dios no esté mani­fiesto, sólo significa que todavía estás ciego. Todavía no tienes los ojos que pueden ver lo obvio. Dios es lo obvio. Y lo mismo sucede en todos los niveles del ser: quienquiera que seas, vas irradiándolo a tu alrededor. No puedes ocultarlo. Nada, absoluta­mente nada, puede ocultarse. Hay un dicho Zen: «Todo está tan claro como la luz del día, no importa que esté escondido desde la antigüedad». Pero para ti no todo está tan claro como la luz del día. Eso no significa que la luz del día no exista; simplemente significa que tienes los ojos cerrados. Abre los ojos un poquito y la oscuridad comenzará a desaparecer. Abre los ojos dondequie­ra que estés e inmediatamente serás capaz de ver la profundidad de la existencia. Una vez que tus ojos se hayan abierto, todo se volverá transparente.

 Cuando me miras, solamente ves la superficie, las olas. Cuan­do me oyes, sólo escuchas las palabras, no el silencio que se oculta tras ellas. Ves exactamente aquello que no vale la pena y te pierdes todo aquello que tiene valor e importancia. Cuando yo te miro, no es la forma, no es la imagen que tú ves en el espejo. Cuando te miro, te veo a ti.

 Y estás mostrándote a ti mismo en cada uno de tus gestos, en cada uno de tus movimientos. Tu forma de caminar, tu forma de hablar, tu forma de permanecer en silencio sin hablar, tu forma de comer, tu forma de sentarte; todo ello te está poniendo de mani­fiesto. Cualquier persona perceptiva será capaz de ver si tu inte­rior está oscuro o si has encendido la llama.

 Es tan fácil como cuando pasas delante de una casa por la no­che, una noche oscura, y la casa está iluminada en su interior. ¿Hay acaso algún problema en saber si está iluminada? No, porque pue­des ver la luz saliendo por las ventanas y las puertas. Si, por el con­trario, la casa está oscura y no hay ninguna luz alumbrando en su interior, entonces, por supuesto, te das cuenta. Es obvio.

 Lo mismo está sucediendo contigo: en cada momento estás mostrando todo lo que eres. Muestras tu neurosis, también tu ilu­minación. Muestras tu meditación, también tu locura. No puedes ocultarlo. Todos los esfuerzos por ocultarte son inútiles. Son es­túpidos, ridículos.  

 Leí un libro de Edmund Carpenter. Él estuvo trabajando en Borneo, en un proyecto sociológico de investigación. Escribe: «En una pequeña ciudad en Borneo, me encontré escribanos pro­fesionales sentados tras ventanas abiertas, leyendo y escribiendo. Como la gente es analfabeta y no saben ni leer ni escribir, ni sus cartas, ni sus documentos, ni nada, necesitan la ayuda de lectores y escritores profesionales. Y me quedé muy sorprendido al ver que uno de ellos se tapaba los oídos con los dedos mientras leía en voz alta. Pregunté el motivo y me dijeron que lo hacía a peti­ción del cliente que ¡no quería compartir su carta con el lector!».

 ¡Por eso el lector se tapaba los oídos con los dedos y leía la carta en voz alta!
Pero esto es lo que está sucediendo en la vida de todo el mun­do. Tú sigues escondiéndote, pero todo está siendo declarado constantemente en voz alta. Todo está siendo emitido, eres una emisora con programación ininterrumpida. Incluso mientras es­tás durmiendo sigues emitiendo. Si un Buda te viene a ver mien­tras duermes, se dará cuenta de quién eres. Incluso durante el sueño estás hablando, haciendo gestos, caras, movimientos. Y to­das esas cosas dicen algo de ti, porque el sueño es tuyo y lleva inevitablemente tu firma.

 Si uno se vuelve un poco alerta, deja de ocultarse. Es inútil, es ridículo. Entonces uno simplemente se relaja. Al ocultarte te mantienes tenso, constantemente asustado de que alguien pueda saber algo de ti. Nunca te expones, nunca vives desnudo... quie­ro decir espiritualmente. Nunca vives desnudo, siempre estás asustado. Este miedo te atenaza, te paraliza.

 Una vez que entiendes esto, todo se manifestará irremisible­mente -ya se está manifestando-; el centro está llegando a la cir­cunferencia en cada momento, el océano está en el ondular de las olas y la divinidad está en todas partes, diseminada en toda la existencia y tú estás diseminado en todas tus actividades, no tie­ne sentido ocultarse. Desde la antigüedad nunca ha habido nada oculto; todo es tan claro como la luz del día, entonces ¿por qué preocuparse?

 Cuando uno se relaja, la ansiedad, la tensión, la angustia, de­saparecen. De repente te haces vulnerable, ya no estás cerrado. De repente estás abierto, de repente te vuelves receptivo. Y esto es lo que tienes que comprender: que cuando te hayas expuesto ante los demás sólo entonces te expondrás ante ti mismo. Si te es­tás ocultando a los demás, todo lo que les estés ocultando irá des­cendiendo poco a poco al sótano de tu mente inconsciente. Los demás no lo sabrán y poco a poco tú también te olvidarás de ello.

 Pero siempre que entras en la visión de un hombre perceptivo, todo es revelado. Ésta es una de las razones básicas por las que, en Oriente, la relación entre un discípulo y un maestro es tan va­lorada: porque el maestro es como un rayo de luz, como unos ra­yos X, y el discípulo queda expuesto. Y cuanto más penetra y sabe el maestro sobre del discípulo, más consciente se hace el discípulo cada vez de sus propios tesoros ocultos.

 Tratando de ocultarse de los demás, se ha hecho tan experto en esconderse, que también se esconde de sí mismo.

 No sabes mucho de ti mismo. Sólo conoces una parte de ti, la punta del iceberg. Tu conocimiento sobre ti mismo es muy limi­tado; no sólo limitado, ¡es casi irrelevante! Es tan parcial, es tan fragmentario que, a menos que lo pongas dentro de un contexto, con todo tu ser, no tiene sentido. Es casi un sinsentido.

 Por eso continúas viviendo sin conocerte a ti mismo. ¿Y cómo puede uno vivir sin conocerse a sí mismo? Y sigues proyectando cosas en los demás que no tienen nada que ver con ellos; podrían ser fuerzas ocultas en tu interior. Pero no sabes que están ocultas en tu interior y las proyectas en los demás. Alguien te parece un egoísta: quizás eres tú el egoísta y estas proyectando. Alguien te parece muy enfadado: la rabia podría estar en tu interior y el otro no ser más que una pantalla; y eres tú el que está proyectando.

 A menos que te conozcas exactamente, no serás capaz de sa­ber qué es real y qué es proyección. Y no serás capaz de saberlo de otros tampoco. El autoconocimiento se convierte en la puerta de todo el conocimiento; es su base. Sin estos cimientos todo el conocimiento es sólo aparente; en lo más profundo es ignorancia.

 He escuchado una anécdota.

  La señora Jones, muy preocupada, fue a consultar a un psi­quiatra:
-Mi marido -dijo-, está convencido de que es un pollo. No para de dar vueltas rascándose constantemente y duerme en una barra larga de madera que ha colocado a modo de percha.
-Ya veo -dijo el psiquiatra pensativo-. ¿Y cuánto tiempo lle­va su marido sufriendo esta fijación?
-Ahora hace casi dos años.
El psiquiatra frunció ligeramente el entrecejo y dijo:
-Pero ¿por qué ha esperado hasta ahora para buscar ayuda? La señora Jones se sonrojó y dijo:
-¡Ah, bueno, estaba tan bien tener un suministro regular de huevos!

 ¡Esta mujer es una neurótica! Se cree que su marido es el neu­rótico: siempre que pienses algo sobre otra persona, observa. No tengas prisa, primero mira dentro de ti. La causa podría estar en tu interior. Pero no te conoces a ti mismo y por eso sigues con­fundiendo las realidades externas con tus propias proyecciones. Es imposible conocer nada real a menos que antes te hayas cono­cido a ti mismo. Y la única manera de conocerse uno mismo es vivir una vida vulnerable, abierta. No vivas en una celda cerrada. No te ocultes detrás de tu mente, sal afuera.

 Una vez que sales afuera, te irás haciendo consciente poco a poco de millones de cosas que hay en ti. No eres un apartamento de una sola habitación, tienes muchas habitaciones: eres un pala­cio. Pero te has acostumbrado a vivir en la entrada y te has olvi­dado completamente del palacio. Existen muchos tesoros ocultos en ti y estos tesoros te están constantemente llamando, invitán­dote. Pero estás casi sordo.


Zen
Zen

 Hay que romper esta ceguera, esta sordera, esta insensibilidad, y nadie más que tú puede hacerlo. Si alguien ajeno a ti lo intenta, te ofenderás, sentirás que se están entrometiendo. Sucede cada día: si intento ayudarte, sientes que te he invadido. Si intento decirte algo verdadero de ti, te ofendes, te sientes humillado, te sientes he­rido, tu orgullo se hiere. Quieres escuchar cómo cuento mentiras sobre ti; quieres escuchar algo que ayude a la imagen fija que tie­nes de ti mismo. Tienes una imagen dorada de ti mismo que es fal­sa. Hay que romperla en pedazos, porque una vez desecha, la rea­lidad emergerá. Y si no acabas con ella seguirás aferrándote.

 Crees que eres religioso, te crees un gran buscador: tal vez no seas religioso en absoluto, podrías sencillamente tener miedo a la vida. En tus templos y en tus iglesias, se ocultan los cobardes, con miedo a la vida. Pero aceptar que uno tiene miedo a la vida es muy humillante, por eso no dicen que tienen miedo a la vida, sino que han renunciado: «La vida no vale nada. La vida es sólo para las mentes mediocres». Han renunciado a todo por Dios; es­tán buscando a Dios. Pero observa ...están temblando. Están re­zando de rodillas, pero su oración no es de amor, su oración no es de celebración, su oración no es una fiesta; su oración nace del miedo. Y el miedo lo corrompe todo, nadie puede dirigirse a Dios a través del miedo.

 Tienes que acercarte a la verdad a través de la valentía. Pero si estás escondiendo tu miedo detrás de la religiosidad, entonces será muy difícil acabar con él. Eres avaricioso, miserable, pero sigues contando que vives una vida muy sencilla. Si te estás ocul­tando tras una racionalización sobre la sencillez, entonces te será muy difícil darte cuenta de que eres un miserable. Un miserable se equivoca tremendamente porque la vida es para aquellos que comparten, la vida es para aquellos que aman, la vida es para aquellos que no están demasiado aferrados a las cosas, porque entonces se hacen disponibles a las personas.

 Aferrarse a un objeto es aferrarse a algo que está por debajo de ti. Y si te sigues aferrando a objetos que están por debajo de ti, ¿cómo puedes subir alto? Es como si estuvieras aferrándote a unas rocas y tratando de volar en el cielo. O como si estuvieras llevando rocas en la cabeza e intentaras subir al Everest. Tienes que tirarlas, tienes que tirar esas rocas. Tendrás que aligerarte.

 Edmund Hillary, el primer hombre que alcanzó la cima del Everest, dice en su autobiografía: «A medida que nos íbamos acercando, tuve que dejar cada vez más cosas detrás. En el últi­mo momento, tuve que dejarlo casi todo, porque todo se había convertido en una gran carga».

Cuanto más alto subas, más ligero necesitas estar. Por eso un miserable no puede subir muy alto. Un miserable no puede volar alto en el amor, o en la oración, o en la divinidad. Se queda pe­gado a la tierra, permanece casi enraizado en la tierra. Los árbo­les no pueden volar. Si quieres volar, necesitas estar desarraiga­do. Necesitas ser como una nube blanca; sin raíces en ninguna parte; un viajero.

 Pero puedes ocultar lo mísero de tu ser. Puedes ocultar tus en­fermedades detrás de bonitas palabras y bondadosos términos. Pue­des ser muy articulado y muy racional. Hay que romper todo esto.

 Y si sigue ocultándote, entonces no sólo ocultas tus enfermeda­des, también ocultas tus tesoros. Este esconder se convierte en una fijación, se convierte en un hábito, en una obsesión. Pero créeme, delante de un hombre perceptivo, delante de un maestro que se ha conocido a sí mismo, serás completamente radiografiado. No te puedes ocultar de alguien que tiene ojos. Te puedes esconder de ti mismo, te puedes esconder del mundo, pero no te puedes esconder de alguien que ha conocido lo que es la claridad, lo que es la per­cepción.

 Para un hombre así, estás totalmente en la superficie.
He escuchado la historia de una pareja americana que pasea­ba a lo largo de las orillas del Sena, a la sombra de Notre Dame.    

 Él estaba absorto, en silencio. Ella dijo por fin:
-¿Qué estás pensando cariño?
-Estaba pensando, querida, que, si nos pasara algo a alguno de los dos, me gustaría pasar el resto de mi vida en París.

 Puede que él no se de cuenta de lo que está diciendo, tal vez lo diga con absoluta inconsciencia. Déjame que lo repita. Él dice: «Estaba pensando, querida, que, si nos pasara algo a alguno de los dos, me gustaría pasar el resto de mi vida en París». Quiere que su mujer muera a pesar de que no lo está diciendo claramen­te. Pero lo ha dicho.

 Continuamente estamos emitiendo, de muchas maneras. Hace sólo unos días, el presidente norteamericano dio una fiesta en honor del embajador egipcio en los Estados Unidos. Pero cuando estaba haciendo los brindis se le olvidó completamente y algo de su subconsciente emergió -"le traicionó la lengua", decimos; pero no es sólo que la lengua le taicion~. Levantó su vaso y dijo: «En ho­nor de la gran nación de Israel». ¡A los egipcios! Entonces por su­puesto trató de arreglarlo, de componerlo; pero era demasiado tarde. En el fondo, quería que Israel venciera a los egipcios; desde su sub­consciente ese deseo subió a la superficie, emergió.

 Sucedió en una fiesta. Un invitado, un hombre muy tímido murmuró a su anfitriona cuando se marchaba: «La comida estaba deliciosa, lo que quedaba de ella». Dándose cuenta de la expre­sión herida de la anfitriona, el invitado enrojeció y se apresuró a decir: «Ah, ah. Y había montones de comida».

 Éstas son afirmaciones inconscientes; te salen cuando no es­tás en guardia. Normalmente, estás en guardia. Por ello la gente está tan tensa, constantemente en guardia, protegiéndose. Pero hay momentos en que la tensión es demasiada y uno se relaja; uno tiene que relajarse, uno no puede estar en guardia las veinti­cuatro horas. En esos momentos, estas cosas salen a la superficie.

 Eres más autentico cuando has bebido un poco más de la cuenta y empiezan a salir a la superficie cosas de tu inconscien­te. Bajo la influencia del alcohol eres más auténtico de lo normal, porque el alcohol te hace bajar la guardia. Entonces empiezas a decir cosas que siempre quisiste decir, nada te preocupa y no es­tás tratando de causar buena impresión: estás siendo sencilla­mente auténtico. Los borrachos son gente hermosa, más verdade­ros, más auténticos. Es una ironía que sólo los borrachos sean auténticos.

 Cuanto más listo y astuto, más falso te vuelves. No te ocultes detrás del telón. Sal a la luz del sol. Y no tengas miedo de que tu imagen se vaya a hacer pedazos. Si te da miedo que se rompa, no vale la pena que la guardes. Es mejor que tú mismo la rompas. Coge un martillo y destrúyela.

 Esto es lo que significa ser un sannyasin: agarras un martillo en tus manos y destruyes tu vieja imagen. Y empiezas una nueva vida de cero, desde el principio otra vez, como si acabaras de na­cer. Es un renacimiento.

 Luego poco a poco, si te relajas, y si no estás demasiado preo.. cupado por tu imagen ante los demás, tu auténtico rostro, tu rostro original, aparece: el rostro que tuviste antes de nacer y el rostro que volverás a tener cuando te mueras; el rostro original, no la máscara cultivada. Con ese rostro original verás la divinidad en todos los lugares, porque con tu rostro original puedes reunirte con lo original, con la realidad.

Con una máscara, sólo te encontrarás con otras máscaras. Con una máscara, nunca podrá existir ningún diálogo con la realidad.

 Con una máscara, permaneces en la relación entre el "yo" y el "eso". La realidad permanece detrás. Cuando desaparece la más­cara y has regresado a casa, ocurre una tremenda transformación. La relación con la realidad ya no es de "yo-eso" es la de "yo-tú" Ese "tú" es la divinidad.

 La realidad adquiere una personalidad: tú aquí vuelves a la vida, la realidad allí vuelve a la vida. Siempre ha estado viva, sólo tú estabas muerto. Es como si hubieras tomado cloroformo: cuando regresas, y la influencia del cloroformo va desaparecien­do poco a poco, ¿cómo te sientes? Es una hermosa experiencia. Si nunca has estado en una mesa de operaciones, ve, ¡sólo por la experiencia! Durante unos instantes estás completamente en ninguna parte, y entonces emerge la consciencia. De repente, todo está vivo, nuevo. Estás saliendo del útero. Sucede exactamente lo mismo cuando decides vivir una vida auténtica. Entonces, por primera vez, entiendes que ahora has nacido. Hace sólo un mo­mento estabas pensando y soñando que estabas vivo, pero no lo estabas.

 Un gran matemático, Herr Gauss, estaba velando a su esposa enferma en el piso superior de su casa. Y mientras pasaba el tiem­po, se encontró dándole vueltas a un profundo problema matemático...

 La gente tiene surcos en sus mentes y se mueven en esos mis­mos surcos una y otra vez. Un matemático tiene un cierta mane­ra de funcionar. Su esposa se está muriendo, los médicos le han dicho que ésta va a ser su última noche, él estaba velándola; pero su mente comenzó a funcionar, siguiendo por supuesto su viejo patrón. Empezó a pensar en un problema matemático. Sólo fíjate: la esposa no estará ya más allí, es su última noche, pero la mente está fabricando una cortina con las matemáticas. Se ha ol­vidado por completo de su esposa; se ha ido, se ha ido muy lejos, de viaje.

 Mientras pasaba el tiempo se encontró empezando a darle vueltas a un profundo problema matemático. Sacó papel y lápiz y comenzó a dibujar diagramas. Un criado se le acercó y le dijo deferentemente: «Señor Gauss, su esposa se está muriendo». Y Gauss, sin levantar los ojos, dijo: «Sí, sí. Dígale que espere a que acabe» .

 Incluso las mentes más grandes son tan inconscientes como tú. En lo que respecta a consciencia, grandes, pequeñas y medio­cres, todas están en el mismo barco. Incluso las mentes más gran­des viven bajo el influjo del cloroformo.

 Sal de ahí, hazte más consciente, concentra tus fuerzas. Per­mite que una sola cosa se convierta en tu centro, en una constan­te acción de centrarte, y que esto sea el despertar, la consciencia. Sigue haciendo lo que estás haciendo, pero hazlo consciente­mente. Y poco a poco la consciencia se acumula y se convierte en una reserva de energía.

 Ahora la historia Zen.

 "Yagyu Tajima no Kami Munenori era profesor del shogun en
el arte del manejo de la espada.

 En el zen, y sólo en el Zen, ha sucedido algo de gran impor­tancia: y esto es, que no hacen ninguna distinción entre la vida ordinaria y la vida religiosa. En su lugar, han levantado un puen­te entre las dos. Y han empleado como métodos de meditación técnicas muy corrientes, como upaya. Esto tiene una importancia tremenda. Porque si no usas la vida ordinaria como método de meditación, tu meditación acabará convirtiéndose en algo esca­pista.  

 En la India ha sucedido y el país lo ha pagado caro. La mise­ria que ves por todos lados, la pobreza, su horrible fealdad, se debe a que la India siempre ha pensado que la vida religiosa es­taba separada  de la  vida  ordinaria.  Por  eso  las  gentes  que  se habían interesado por Dios renunciaron al mundo. Las gentes que se interesaron en Dios cerraron sus ojos, se sentaron en cuevas en los Himalayas y trataron de olvidar que el mundo existía. Inten­taron crear la idea de que el mundo es simplemente una ilusión, apariencia, maya, un sueño. Por supuesto, la vida ha sufrido mu­cho por culpa de esto.
Todas las grandes mentes de este país se volvieron escapistas, y el país quedó para los mediocres. Ninguna ciencia ni tecnolo­gía pudieron evolucionar.

 Pero en Japón, el Zen ha hecho algo muy hermoso. Por eso el Japón es el único país donde se encuentran el Este y el Oeste: en Japón la meditación oriental y la razón occidental se encuentran en profunda síntesis. El Zen ha creado allí toda esta situación. En la India no se puede concebir que el arte de la espada pudiera convertirse en upaya, un método de meditación, pero en Japón lo han hecho. Y veo que han aportado algo muy nuevo a la cons­ciencia religiosa.

Cualquier cosa puede convertirse en meditación, porque todo consiste en consciencia. Y por supuesto, en la esgrima se necesi­ta más consciencia que en cualquier otro lugar porque la vida está en juego constantemente. Cuando estás luchando con una espa­da, tienes que estar constantemente alerta; un solo momento de inconsciencia y se acabó. De hecho, un espadachín auténtico no funciona con su mente. No puede hacerlo, porque la mente nece­sita tiempo: piensa, calcula. Y cuando estás luchando con la es­pada, ¿dónde está el tiempo? No hay tiempo. Si pierdes una sola fracción de segundo pensando, el contrario no perderá esa opor­tunidad: su espada atravesará tu corazón o te cortará la cabeza.

 Por eso no es posible pensar. Uno tiene que funcionar desde la no-mente. Uno tiene simplemente que funcionar, porque el peli­gro es tan grande que no te puedes permitir el lujo de pensar. Para pensar necesitas una silla cómoda. Simplemente te relajas en ella y despegas en tus viajes mentales.

 Pero cuando estás luchando y tu vida está en peligro y la es­pada está brillando al sol, en cualquier momento, al más mínimo despiste, el contrario no perderá la oportunidad, te irás para siem­pre; ahí no existe espacio para que aparezca un pensamiento, uno tiene que funcionar desde el no-pensamiento. Esto es meditación.

 Si puedes funcionar desde el no-pensamiento, si puedes fun­cionar desde la no-mente, si puedes funcionar como una unidad orgánica total, no desde la cabeza; si puedes funcionar desde tus agallas... te puede suceder a ti también. Estás caminando una no­che y de repente una serpiente cruza el camino. ¿Qué haces? ¿Te sientas allí a pensar? No; saltas fuera del camino. De hecho no decides saltar: no piensas en un silogismo lógico: aquí hay una


 serpiente, y siempre que hay una serpiente hay peligro, por eso, ergo, debo saltar. ¡Esa no es la manera! ¡Simplemente saltas! La acción es total. La acción no está corrompida por el pensamien­to; viene desde el mismo centro de tu ser, no de la cabeza. Por su­puesto, cuando has saltado fuera del peligro te puedes sentar de­bajo de un árbol y pensar acerca de lo ocurrido. ¡Eso es otro asunto! Entonces te puedes permitir el lujo.

 La casa se incendia, ¿qué haces? ¿Piensas si tienes que salir o no afuera, ser o no ser? ¿Consultas las escrituras acerca si vas a hacer lo correcto o no? ¿Te sientas en silencio y meditas acerca de ello? ¡Simplemente sales de la casa! Y no te preocuparás de modales y etiquetas, te limitarás a saltar por la ventana.

 Hace sólo dos noches una chica entró aquí a las tres de la ma­ñana y comenzó a chillar en el jardín. Asheesh saltó de su cama, corrió; y sólo entonces se dio cuenta de que estaba desnudo. En­tonces regresó. Eso fue una acción desde la no-mente, sin ningún pensamiento: simplemente saltó de la cama, los pensamientos llegaron más tarde. El pensamiento siguió, detrás, rezagado. Él estaba por delante del pensamiento. Por supuesto, lo pilló de modo que perdió una oportunidad. Se habría convertido en un sa­tori, pero regresó y se puso su túnica. ¡Falló!

 El arte del manejo de la espada se convirtió en una de las upa­yas, una de las metodologías básicas, porque el tema en sí mismo es tan peligroso que no permite pensar. Te puede llevar hacia una manera diferente de funcionar, un tipo distinto de realidad, una realidad separada. Sólo conoces una manera de funcionar: pri­mero pensar y después actuar. En la esgrima, un tipo diferente de existencia se abre para ti: primero actúas y luego piensas. El pen­sar no es ya prioritario, y ésta es la belleza: cuando pensar no es prioritario, no te puedes equivocar.

 Has escuchado el proverbio: "Errar es humano". Sí, es ver­dad; errar es humano porque la mente humana es propensa a errar. Pero cuando funcionas desde la no-mente ya no eres huma­no, eres divino, y entonces no existe posibilidad de error. Porque la totalidad nunca se equivoca, sólo la parte se equivoca. La divi­nidad nunca se equivoca, no puede hacerlo. Es la totalidad. Cuando empiezas a funcionar desde la nada, sin silogismos, sin pensamiento, sin conclusiones -por supuesto tus conclusiones son limitadas, dependen de tu experiencia y tú puedes errar, pero cuando pones a un lado tus conclusiones, estás poniendo a un lado también tus limitaciones-, entonces funcionas desde tu ser ilimitado y nunca te equivocas.



Osho
Osho


 Se cuenta que ha habido ocasiones en Japón en que se han en­frentado dos adeptos del Zen que habían alcanzado el satori a tra­vés del manejo de la espada. No podían ser derrotados. Ninguno podía salir victorioso porque ninguno podía errar. Antes de que uno atacara, el otro había hecho los preparativos para defenderse. Antes de que la espada del contrario fuera a cortarle la cabeza, él se había preparado ya para contrarestar el ataque. Y lo mismo su­cedía con sus arremetidos. Dos personas que han alcanzado el sa­tori pueden seguir luchando durante años, pero es imposible, no pueden errar. Nadie puede ser derrotado y nadie puede salir vic­torioso.

 Yagyu Tajima no Kami Munenori era profesor del shogun en
el arte del manejo de la espada.

 Uno de los guardas personales del shogun fue un día a Taji-
ma no Kami pidiendo ser adiestrado en el arte de la espada
«Como he podido observar, tú mismo pareces ser un maestro
en este arte -dijo el profesor».

 “Como he podido observar...” dijo el maestro. En la India, cuando vivía el Buda, uno de sus contemporáneos fue Mahavira. Entre los discípulos de ambos ha existido desde entonces una discusión. La discusión es acerca de la consciencia de la persona iluminada. Los seguidores de Mahavira, los jainas, dicen que cuando una persona se ha iluminado, siempre conoce todo sobre el pasado, el presente y el futuro. Se ha vuelto omnisciente, lo sabe todo. Se ha convertido en un espejo de toda la realidad.

 Los seguidores del Buda dicen que esto no es así. Dicen que es capaz de conocer cualquier cosa si observa. Si trata de focali­zarse en cualquier cosa, será capaz de saber todo acerca de ella. Pero no sucede como dicen los seguidores de Mahavira, que afir­man que, se enfoque o no, él sabe.

 Para mí también, el punto de vista budista me parece mejor y más científico. De otra manera un hombre como Buda se volve­ría prácticamente loco. Imagínate: sabiéndolo todo sobre el pasa­do, el presente y del futuro. No, esto no me parece correcto. La actitud budista me parece más acertada: se ha vuelto capaz de co­nocer. Ahora, siempre que quiere utilizar esa capacidad, se enfo­ca, manda su rayo de luz. Coloca algo en el fluir de su meditación y ese algo le es revelado. De otra manera le sería imposible des­cansar. Aún durante la noche estaría continuamente conociendo,  conociendo el pasado, el presente y el futuro. Y no sólo el suyo, ¡el de todo el mundó! Solamente piensa su total imposiblidad. No, no es posible.

 «Como he podido observar...», dijo el maestro. El discípulo ha venido y ha pedido ser enseñado en el arte del manejo de la es­pada. El maestro dijo: «Como he podido observar...». Él enfoca su rayo de luz, su antorcha, hacia el discípulo. Ahora su discípulo está bajo su meditación. Él ve a través hasta que el discípulo se hace transparente. Eso es lo que sucede cuando llegas a un maes­tro: simplemente su luz te penetra hasta tu mismo centro.

 «...tú mismo pareces ser un maestro en este arte», dijo el pro­fesor».

 No pudo encontrar nada incorrecto en este hombre. Todo es­taba como tenía que estar, armonizado, vibrando. Este hombre era una hermosa canción, ya estaba realizado.

 «...Por favor, dime a qué escuela perteneces antes de entrar en
una relación de profesor y pupilo.»

 Esa es la relación más elevada del mundo, más grande que las relaciones amorosas, más grande que cualquier otra relación, porque la rendición tiene que ser total. Incluso en una relación amorosa, la rendición no es total, es parcial; el divorcio es posi­ble. Pero de hecho, si te has convertido alguna vez en discípulo de un maestro, si realmente te has vuelto un discípulo, si has sido aceptado, si te has rendido, entonces no existe la posibilidad del divorcio. No hay camino de vuelta, es un punto sin retorno. En­tonces las dos personas no están mas allí. Existen como una, dos aspectos de una, pero no son dos.

 Por eso el maestro dice: «Antes de que entremos en una rela­ción de profesor y pupilo, me gustaría saber dónde aprendiste este arte. ¿Cómo estás tan armonizado? Ya eres un maestro».

 El guardián dijo: «No pertenezco a ninguna escuela, nunca
estudié el arte».

«De nada sirve que intentes engañarme, -dijo el profesor-, tu
ojo juicioso nunca falla».

 Ahora, escucha esta paradoja: los ojos juiciosos aparecen sólo cuando has dejado atrás todos los juicios. En la meditación tienes que dejar todo juicio: que es bueno, que es malo; tienes que aban­donar toda división. Simplemente mira. Mira sin ningún juicio, sin ninguna censura, sin ninguna apreciación. No evalúas, sim­plemente miras. La mirada se vuelve pura.

 Cuando esta mirada te sucede y se ha convertido en algo inte­grado en tu ser, alcanzas una capacidad que nunca falla. Una vez que te has vuelto uno en tu interior y has ido más allá de la mo­ralidad, del dualismo -bueno y malo, pecado y virtud, vida y muerte, hermoso y feo-, una vez que has ido más allá del dualis­mo de la mente, alcanzas el ojo juicioso.

Ésta es la paradoja: tienes que abandonar todos los juicios, en ese momento alcanzas el ojo juicioso. Entonces nunca falla. Sim­plemente sabes que es así y no existe alternativa. No es una elección de tu parte, no es una decisión. Es una sencilla revelación de que es así.

 «De nada sirve que intentes engañarme -dijo el maestro-. Mi
ojo juicioso nunca falla».
«Siento desafiarle, su señoría -contestó el guarda-, pero real­-
mente no se nada».
«Si tú lo dices, debe de ser verdad, pero estoy seguro de que
eres maestro en algo...».

 Ahora este punto tiene que ser entendido: no hace ninguna di­ferencia respecto a la materia en qué eres maestro, el sabor de la maestría, el aroma es el mismo. Puedes convertirte en maestro de tiro al arco o en maestro en el manejo de la espada o en maestro de una ordinaria ceremonia del té, no hay diferencia. La única re­alidad es que te has vuelto un maestro. El arte ha entrado tan pro­fundamente en ti que ya no es un peso; el arte ha entrado tan pro­fundamente que ahora no tienes necesidad de pensar en él, forma parte de tu naturaleza.

 «...pero estoy seguro de que eres maestro de algo...». Quizás no seas un maestro en el manejo de la espada, pero eres un maestro, «por eso dime algo de ti».

 «Hay una cosa - dijo el guarda-. Cuando era un niño pensé que un
samurai nunca debería tener miedo a la muerte. Me esfor­cé en resolver
el problema, y ahora el pensamiento de la muerte ha cesado de
preocuparme».

 ¡Pero esto es todo de lo que trata la religión! Si la muerte no te preocupa, te has vuelto un maestro. Has probado algo de la inmor­talidad, esto es, algo de tu naturaleza más interior. Has conocido algo de lo eterno. Conocer la inmortalidad es todo el por qué de la vida: la vida es una oportunidad para conocer lo inmortal.

 «...ahora el pensamiento de la muerte ha cesado de preocuparme».
«¡Eso es! -exclamó el profesor-. El secreto esencial del arte de la
espada consiste en estar liberado de la idea de la muerte.


 No necesitas ninguna enseñanza técnica, tú ya eres un maestro».

 ...Porque cuando estás luchando con la espada, si tienes mie­do a la muerte, el pensamiento continuará.

 Ahora déjame que te diga una verdad básica: pensar surge del miedo. Todo pensamiento surge del miedo. Cuanto más asustado estás, más piensas. Siempre que no hay miedo, el pensamiento se detiene. Si te has enamorado de alguien, sabrás que hay momen­tos con tu amado o tu amante donde el pensamiento se detiene. Sentados a la orilla del lago, sin hacer nada, agarrados de las ma­nos, mirando la luna o las estrellas, o simplemente contemplando la oscuridad de la noche, a veces los pensamientos se detienen, porque no hay miedo. El amor disuelve el miedo igual que la luz disuelve la oscuridad.

 Si incluso durante un momento has estado enamorado de al­guien, habrás experimentado que el miedo desaparece y el pen­samiento se detiene. Con miedo, el pensamiento continúa. Cuan­to más asustado estás, más tienes que pensar, porque pensando crearás seguridad; pensando crearás una ciudadela a tu alrededor. Pensando te las ingeniarás o tratarás de ingeniártelas, para luchar.

 Un samurai, si tiene miedo a la muerte, no puede ser un sa­murai de verdad porque el miedo le hará temblar. Un pequeño temblor en su interior, un mínimo pensamiento y no será capaz de actuar desde la no-mente.

 Hay una historia.

 Un hombre en China se convirtió en el mejor arquero y le pi­dió al rey:
-Declárame como el arquero más grande del país. El rey esta­ba a punto de decidirse y satisfacer la petición cuando un viejo siervo del rey dijo:

 -Espera, señor. Conozco a un hombre que vive en el bosque y nunca viene a la ciudad; es un gran arquero. Deja que este joven vaya a verlo y aprenda de él por lo menos durante tres años. No sabe lo que está pidiendo. Es como un camello que todavía no ha cruzado una montaña. Los arqueros no viven en las capitales, los verdaderos arqueros viven en las montañas. Yo conozco uno y sé con seguridad que este hombre no es nada.

 Por supuesto, el hombre fue enviado. Él fue. No podía creer que hubiera un arquero mejor que él. Pero encontró al anciano y ¡lo era! Durante tres años aprendió de él. Entonces un día, cuan­do había aprendido todo, surgió en él este pensamiento: «Si mato a este anciano, seré el arquero más grande».

 El anciano había ido a cortar leña y cargándola sobre su cabeza. El joven se ocultó detrás de un árbol, esperándole para matarlo. Lanzó una flecha. El anciano agarró una maderita y la arrojó. Gol­peó la flecha y la flecha se volvió e hirió al joven profundamente.

El anciano se acercó a él, le quito el arco, y dijo:

 -Lo sabía. Sabía que un día u otro ibas a hacer esto. Por eso no te enseñé mi secreto; el único que me he guardado para mí. No hay necesidad de matarme, no soy un competidor. Pero una cosa debo decirte: mi maestro todavía vive y no soy nada comparado con él. Tendrás que ir y adentrarte en las montañas. Ese hombre tiene ciento veinte años, es muy viejo, pero mientras él esté vivo, nadie puede pretender, ni debe siquiera pensar en declararse el mejor arquero. Debes estar con él por lo menos treinta años. Y es muy viejo, de modo que ¡ve rápido! ¡Encuentra al anciano!

 El joven emprendió el viaje, ahora muy desesperado. Parecía imposible convertirse en el arquero más grande del país. Encon­tró al viejo. Era muy anciano, ciento veinte años, completamente encorvado, no podía ponerse derecho. Pero el joven se sorprendió porque no tenía arco, ni flechas con él. Y le preguntó:

 -¿Eres el anciano considerado el arquero más grande?
El hombre dijo:
-Sí.
-¿Pero dónde están el arco y las flechas?
El anciano contestó:
-Ésos son juguetes. Los arqueros auténticos no los necesitan una vez han aprendido el arte. Son simplemente estratagemas para aprender; una vez has aprendido, los tiras. Un gran músico tirará su instrumento porque ha aprendido lo que es la música. Desde ese momento cargar con el instrumento es una tontería, es infantil. Pero si realmente estás interesado en convertirte en un arquero, entonces ven conmigo.

 Lo llevó a un precipicio. Había una roca mirando el profundo valle. El anciano siguió por delante del joven y se paró justo en el mismo borde. Con un pequeño temblor se tambaleó hacia el va­lle. Llamó al joven para que se le acercara, y éste comenzó a su­dar y a temblar; era tan peligroso estar allí. A medio metro de allí dijo:
-No puedo acercarme tanto.
El anciano se echo a reír:
-Si tiemblas tanto de miedo, ¿cómo vas a ser un arquero? Pri­mero tiene que desaparecer el miedo totalmente, sin dejar ningún rastro detrás.

El joven dijo:

-¿Pero cómo puedo conseguirlo? Tengo miedo a la muerte.
-Abandona la idea de la muerte -contestó el anciano-. En­cuentra a alguien que pueda ensañarte qué es una vida inmortal y te convertirás en el arquero más grande; hasta entonces no podrás conseguirlo.

 El miedo crea el temblor. El miedo crea el pensamiento. El pensamiento es una especie de temblor interior. Cuando uno se vuelve firme, la llama de la consciencia permanece ahí, sin dis­traerse, sin temblar.

 «¡Eso es! - exclamó el profesor».
«El secreto esencial del arte de la espada consiste en haber­se liberado
de la idea de la muerte. No necesitas ninguna ense­ñanza técnica,
tú ya eres un maestro».

...Pero él no era consciente de su propia maestría. Él podría haber estado ocultando muchas otras cosas y por eso estaba ocul­tando sus tesoros también. Una vez expuesto a un maestro, se dio cuenta. Y el maestro le dijo: «No necesitas ninguna técnica. Ya eres un maestro».

 Y lo veo en ti, todo el mundo está llevando la inmortalidad en su interior. Podrías saberlo o podrías no saberlo -ése no es el asunto-, pero la estás llevando en tu interior. Ya está ahí, éste es el caso. Con sólo un poco de comprensión tu vida puede trans­formarse. Y entonces no hay necesidad de ninguna técnica. La re­ligión no es tecnología.

 Todo el mundo nace con un tesoro secreto, pero sigue vivien­do como si hubiera nacido mendigo. Todo el mundo nace empe­rador, pero continúa viviendo como un mendigo. ¡Realízalo! Y esta realización te llegará sólo si poco a poco abandonas tu mie­do a la muerte.  

 Por eso siempre que el miedo te llega, no lo contengas, no lo reprimas, no lo evites, no te ocupes con algo para poder olvidar­lo. ¡No! Cuando llegue el miedo, obsérvalo. Ponte cara a cara con él. Encáralo. Miralo profundamente. Asómate al valle del miedo. Por supuesto sudarás, temblarás, será como una muerte y tendrás que vivirlo muchas veces. Pero poco a poco, cuanto más claros se vuelvan tus ojos, cuanto más alerta esté tu consciencia, cuanto más enfocado estés en el miedo, éste desaparecerá como una niebla.  ­

 Y una vez que el miedo desaparece, algunas veces, incluso sólo por un momento, de repente eres inmortal.

 No hay muerte. La muerte es la ficción más grande que exis­te, es el mito más grande, -una mentira. Si por un solo momento puedes ver que eres inmortal, entonces no es necesaria la medita­ción: Entonces vive esa experiencia. Entonces actúa desde esa experiencia y las puertas de la vida eterna están abiertas para ti.

 Mucho se pierde por culpa del miedo. Estamos demasiado aferrados al cuerpo y seguimos creando más y más miedo por culpa de este apego. El cuerpo va a morir. El cuerpo es parte de la muerte, el cuerpo está muerto. Pero tú estás más allá del cuer­po. Tú no eres el cuerpo, eres lo incorpóreo. 

 Recuérdalo, realíza­lo. Despierta a esta verdad de que tú estás más allá del cuerpo. Tú eres el observador, el que ve. Entonces la muerte desaparece, el miedo desaparece, y ahí surge la tremenda gloria de la vida, lo que Jesús llama "vida abundante" o "el reino de Dios".
El reino de Dios está dentro de ti.


Osho
Osho


Basta por hoy.

Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
Fuente: www.oshogulaab.com