Los sabios de la antigüedad, que experimentaron la visión del Alma, descubrieron la semilla de ésta en el yoga
Para cultivar una planta hacemos primero un agujero en la tierra,
retiramos las piedras y los hierbajos y ablandamos el suelo. Luego introducimos
la semilla en el suelo cubriéndola cuidadosamente con tierra blanda para que al
abrirse no la dañe el peso de la tierra.
Finalmente, regamos un poco la semilla y esperamos a que germine y crezca. Después de uno o dos días, la semilla se abre en forma de brote y empieza a crecerle un tallo. Luego el tallo se divide en dos ramas y echa hojas. Crece continuamente formando un tronco y produce ramas cargadas de hojas que se abren en diversas direcciones.
Finalmente, regamos un poco la semilla y esperamos a que germine y crezca. Después de uno o dos días, la semilla se abre en forma de brote y empieza a crecerle un tallo. Luego el tallo se divide en dos ramas y echa hojas. Crece continuamente formando un tronco y produce ramas cargadas de hojas que se abren en diversas direcciones.
EL YOGA Y EL ÁRBOL |
De forma similar, el árbol del sí mismo necesita cuidados. Los sabios de
la antigüedad, que experimentaron la visión del Alma, descubrieron la semilla
de ésta en el yoga. Dicha semilla presenta ocho segmentos, los cuales, a medida
que crece el árbol, dan origen a los ocho miembros del yoga.
La raíz del árbol es el yama, que comprende cinco principios: ahiṁsā (no
violencia), satya (amor a la verdad),asteya (hallarse libre de avaricia),
brahmacharya (control del placer sensual) y aparigraha (hallarse libre de
codicia y de la posesión más allá de las propias necesidades). La observancia
de yama disciplina los cinco órganos de acción, a saber, los brazos, las
piernas, la boca, los órganos de procreación y los órganos de excreción.
Naturalmente, los órganos de acción controlan los órganos de percepción y la mente: si la intención es causar daño, pero los órganos de acción se niegan a hacerlo, el daño no se llevará a cabo. Así pues, los yoguis comienzan por el control de los órganos de acción. Yama es por tanto la raíz del árbol del Yoga.
Naturalmente, los órganos de acción controlan los órganos de percepción y la mente: si la intención es causar daño, pero los órganos de acción se niegan a hacerlo, el daño no se llevará a cabo. Así pues, los yoguis comienzan por el control de los órganos de acción. Yama es por tanto la raíz del árbol del Yoga.
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A continuación viene el tronco, comparable a los principios que componen
niyama. Estos son śaucha (limpieza), santoṣa (contento), tapas (ardor), svādhyāya
(estudio del sí mismo) e Īśvara praṇidhana (entrega de uno-mismo). Estos cinco
principios de niyama controlan los órganos de percepción: los ojos, los oídos, la nariz, la lengua y la piel.
Del tronco del árbol surgen varias ramas. Una crece muy larga, otra de
lado, otra en zigzag, otra recta… etcétera. Estas ramas son las āsanas, las
diversas posturas que armonizan las funciones físicas y fisiológicas del cuerpo
con el modelo psicológico de la disciplina yóguica.
De las ramas crecen las hojas, cuya interacción con el aire suministra
energía a todo el árbol. Las hojas absorben el aire exterior y lo conectan con
las partes internas del árbol. Se corresponden con prāṇāyāma, la ciencia de la
respiración, que conecta el macrocosmos con el microcosmos y viceversa. Nótese
cómo, en posición invertida, los pulmones representan un árbol. A través del prāṇāyāma,
los sistemas respiratorio y circulatorio son conducidos a un estado de armonía.
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El dominio de āsanas y prāṇāyāma ayuda al practicante a desligar la
mente del contacto del cuerpo, lo que conduce automáticamente a la
concentración y la meditación. Las ramas del árbol se hallan todas cubiertas
por una corteza. Sin la protección de la corteza, el árbol sería carcomido por
los gusanos.
Esa cubierta preserva la energía que fluye dentro del árbol desde las hojas a la raíz. Así, la corteza se corresponde con pratyāhāra, el viaje de los sentidos hacia adentro desde la piel al núcleo del ser.
Esa cubierta preserva la energía que fluye dentro del árbol desde las hojas a la raíz. Así, la corteza se corresponde con pratyāhāra, el viaje de los sentidos hacia adentro desde la piel al núcleo del ser.
Dhāraṇā es la savia del árbol, el jugo que transporta la energía en su
viaje hacia el interior. Dhāraṇā es concentración: enfocar la atención en el
núcleo del ser.
El fluido del árbol, o savia,
conecta la última punta de las hojas con los extremos de la raíz. La
experiencia de esta unidad del ser desde la periferia hasta el centro, donde el
observador y lo observado son uno, se alcanza en la meditación. Cuando el árbol
está sano y el suministro de energía es excelente, brotan de él flores. Así dhyāna,
la meditación constituye la flor del árbol del Yoga.
Finalmente, cuando la flor se transforma en un fruto, éste se denomina
samādhi. Al igual que la esencia del árbol se halla en el fruto, así también la
esencia de la práctica del yoga está en la libertad, el equilibrio, la paz y la
beatitud de samādhi donde el cuerpo, la mente y el alma se unen y se funden con
el Espíritu Universal.
Fuente: Texto: “El árbol del yoga” BKS Iyengar