Autografía de un Yogui.
- Aquí estoy, Guruji. -Mi semblante avergonzado hablaba más elocuentemente que yo.
- Vamos a la cocina a buscar algo que comer. -La actitud de Sri Yukteswar era tan natural como si hubieran sido sólo horas y no días los que nos habían separado.
- Maestro, debo de haberte contrariado grandemente por mi súbita partida, con abandono de mis deberes; y he creído que estarías enojado conmigo.
- ¡No, claro que no! El enojo viene cuando se ha contrariado algún deseo. Yo no espero nada de los demás; así que sus acciones no pueden estar en oposición con mis deseos.
Yo no te ocuparía para mis propios fines; y sólo soy feliz en tu propia felicidad.
- ¡Señor, oímos hablar del amor divino en una forma vaga, pero, por primera vez, tengo un ejemplo concreto de él en tu angélico espíritu!. En el mundo, aun el mismo padre no perdona tan fácilmente a su hijo si éste deja el negocio de sus padres sin previo aviso.
Pero tú no has mostrado la más ligera contrariedad, aun cuando con mi marcha debo haberte causado grandes inconvenientes por todas las tareas que dejé detrás de mí.
Nos vimos uno al otro con ojos donde las lágrimas brillaban. Una oleada de bendición me cubrió. Yo sabía que el Señor, en la forma de mi guru, expandía los fuegos de mi corazón en incontenible marea de amor cósmico.
Pocos días después, por la mañana, entré a la salita solitaria del Maestro. Llevaba la intención de meditar, pero mi laudable objeto parecía estorbado por pensamientos reacios que revoloteaban como los pájaros ante el cazador.
“¡Mukunda!” La voz de Sri Yukteswar se oía desde un balcón del interior.
Me sentí tan rebelde como mis pensamientos: “El Maestro está siempre urgiéndome para que medite”, murmuré entre dientes. “No debería distraerme, puesto que sabe para qué he venido a su habitación”.
Volvió a llamarme y yo permanecí obstinadamente silencioso. A la tercera vez, su tono de voz era imperioso.
“Señor, estoy meditando”, contesté en tono de protesta.
“Ya sé cómo estás meditando” -dijo el Maestro en voz alta-; “con la mente conturbada como las hojas bajo el vendaval; ven acá”.
Descubierto y escurrido, fuí tristemente a su lado.
“Pobre muchacho, las montañas no pueden darte lo que tú quieres”. El Maestro me habló cariñosamente. Su mirada dulce y apacible era insondable. “El deseo de tu alma será cumplido”.
Rara vez usaba Sri Yukteswar acertijos para expresarse. Yo estaba sorprendido.
Entonces él me golpeó ligeramente, un poco arriba del corazón.
Mi cuerpo se inmovilizó completamente, como si hubiese echado raíces; el aliento salió de mis pulmones como si un pesado imán me lo extrajese. El alma y el cuerpo cortaron inmediatamente sus ligaduras físicas y un chorro flúido de luz salía de mí por cada poro.
Mi carne estaba como muerta y, sin embargo, en mi intensa lucidez me di cuenta de que nunca antes había estado tan vivo como en aquel instante. Mi sentido de identidad no estaba ya confinado únicamente a un cuerpo, sino que abarcaba todos los átomos circundantes. La gente de las distantes calles parecía moverse sobre mi propia y distante periferia. Las raíces de las plantas y de los árboles surgían bajo una tenue transparencia del suelo, y podía darme cuenta de la circulación interior de sus savias.
Toda la vecindad aparecía desnuda ante mí. Mi visión había cambiado en una vasta y esférica mirada, simultáneamente perceptiva. Al través de mi cabeza y por la nunca veía a los hombres caminar más allá de la calzada de Rai Ghat, y hasta advertí a una vaca blanca que lentamente ser acercaba. Cuando llegó frente a la entrada de la ermita, pude verla con los ojos físicos; y cuando dió la vuelta tras la barda de ladrillos, todavía la miraba claramente.
Todos los objetos dentro del radio panorámico visual temblaban y vibraban como si fueran películas del cine. Mi cuerpo, el de mi Maestro, el patio con sus pilares, los muebles, el piso, los árboles, la luz del sol, se veían de vez en cuando como violentamente agitados mientras se fundían en un mar de luz, así como los cristales de azúcar en un vaso de agua se diluyen al ser batidos.
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Un mar de gozo cayó sobre las riberas sin fin de mi alma. Entonces comprendí que el espíritu de Dios es inagotable Felicidad. Su cuerpo es un tejido de luz sin fin. Un sentimiento de gloria creciente brotaba de mí y comenzaba a envolver pueblos y continentes, la tierra toda, sistemas solares y estelares, las nebulosas tenues y los flotantes universos. Todo el cosmos, saturado de luz como una ciudad vista a lo lejos en la noche, fulgía en la infinitud de mi ser. Los preciosos contornos globales de sus masas se esfumaban algo en los extremos más lejanos, y aun allí podía ver la suave radiación nunca disminuída. Era indescriptiblemente sutil; mientras que las figuras de los planetas parecían formadas de una luz más densa.
La divina dispersión de rayos luminosos provenía de una Fuente Eterna, resplandeciendo en galaxias, transfiguradas en inenarrables auras. Una y otra vez vi estas fulgencias creadoras condensarse en constelaciones y luego resolverse en hojas de transparentes llamas. Por medio de una rítmica reversión, sextillones de mundos se transformaban en diáfano lustre; y el fuego se convertía en firmamento.
Conocí el centro del Empíreo como un punto de percepción intuitiva en mi corazón. El esplendor irradiaba desde mi núcleo intimo hacia cada parte de la estructura universal.
El feliz “amrita”, el néctar de la inmortalidad, corría al través de mí con fluidez de azogue.
Escuché resonar la creativa voz de Dios como “AUM”1, la vibración del Motor Cósmico.
De repente, el aliento volvió a mis pulmones. Con desilusión casi insufrible, me dí cuenta de que mi infinita inmensidad se había perdido. Una vez más estuve confinado a la humillante limitación de una caja corporal, no tan cómoda para el Espíritu. Como un hijo pródigo, había huído de mi hogar macrocósmico, encarcelándome a mí mismo en un estrecho microcosmo.
Mi guru seguía inmóvil delante de mí, y mi primer intento fue arrojarme a sus santos pies en acto de gratitud por aquella experiencia en la conciencia cósmica, que tan larga y apasionadamente había buscado. Pero él me detuvo de pie y me dijo, lleno de calma y sin presunción: “No debes embriagarte con el éxtasis. Mucho trabajo hay para ti en el mundo todavía.
Ven, vamos a barrer el piso del balcón; luego caminaremos por el Ganges”.
Traje una escoba; inferí que mi Maestro estaba enseñándome el secreto de vivir una vida equilibrada. El alma debe abrazarse a los abismos cósmicos mientras el cuerpo cumple sus obligaciones cotidianas. Cuando más tarde estuvimos ya listos para nuestro paseo, todavía me sentí en trance, en un rapto inefable. yo veía nuestros cuerpos como dos retratos astrales, moviéndose sobre un camino a lo largo del río cuya esencia parecía de purísima luz.
“Es el Espíritu de Dios el que activamente sostiene cada forma y fuerza del universo; sin embargo, El es trascendental y reposa apartado en el beatífico e increado vacío más allá de los vibratorios mundos de los fenómenos”, me decía el Maestro. “Los santos que realizan su divinidad estando aún en la carne, experimentan una parecida doble existencia. Conscientemente dedicados a trabajos terrenos, permanecen, sin embargo, sumergidos en interna beatitud. El Señor ha creado a todos los hombres del ilimitado gozo de su Ser. Aun cuando están dolorosamente aprisionados en el cuerpo, no obstante Dios espera que las almas hechas a Su Imagen puedan al final elevarse más allá de la identificación de los sentidos y se reúnan con El”.
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Un Maestro concede la divina experiencia de la conciencia cósmica cuando su discípulo, por medio de la meditación, ha fortalecido su mente a un grado en que las inmensas perspectivas no le anonadan. Tal experiencia no puede ser obtenida por la sola voluntad del intelecto, ni por la mente más amplificada. Solamente por un adecuado desenvolvimiento en la práctica de la yoga y por la vivencia devocional (bhakti), esfumado todo vapor de tristeza, ausentes de las auroras de la vana alegría se fue el espejismo del sensorio miraje.
Amor, odio, salud, enfermedad, vida, muerte, murieron, sombras falsas, en la pantalla dual.
Olas de risa, abismos de sarcasmo, remolinos melancólicos, se mezclaron en el vasto mar de la felicidad.
Acallada ha quedado la tormenta de Maya por la varita mágica de la honda intuición.
El Universo, sueño olvidado, subconscientemente acecha listo para invadir mi recién despierta memoria divina.
Vivo fuera de la sombra cósmica que no puede existir sin mí; aunque el océano existe sin las olas, éstas no pueden subsistir sin él.
Sueños y despertares, los profundos estados de Turia, presente, pasado y futuro no son ya para mí sino un eterno presente y un devenir por todo.
Planetas, estrellas, polvos de estrellas, tierra, erupciones volcánicas de cataclismos finales, hornazas de creación futuras, glaciares de rayos X, inundación de electrones ardientes, pensamientos de todos los hombres, pasado, presente, porvenir cada hoja de hierba, yo mismo, la humanidad, toda partícula de polvo universal, ira, codicia, bien y mal, salvación y lujuria, todo lo transmuté, todo lo asimilé en el vasto océano de sangre de mi propio único Ser.
Rescoldos de alegría que avivara mi celo encegueciendo mis llorosos ojos, ardieron en llamas inmortales de dicha, consumiendo mis lágrimas, mis límites, mi todo.
Tú eres yo, yo soy Tú, ¡Cognoscente, Conocedor, Conocido, todo Uno! ¡tranquila, inalterable emoción, eternamente viviente, paz [siempre nueva! gozoso más allá de toda expectación imaginada, ¡Samadhi feliz! No en inconsciente estado o anestesia mental sin regreso voluntario, Samadhi extiende mi reino consciente más allá de los límites de mi marco mortal al más lejano límite de la eternidad, donde Yo, el Mar Cósmico, contemplo al pequeño yo flotando en mí.
Ni el gorrión, ni el grano de arena pasan o caen fuera de [mi visita.
Todo el espacio flota como témpano en mi océano mental, Colosal recipiente, Yo, de todo cosa hecho, por la profunda, larga y sedienta meditación enseñada por [el Maestro, viene este celestial Samadhi.
Los móviles murmullos de los átomos se oyen; ¡la oscura tierra, las montañas y los valles, se licúan y mezclan! ¡fluyentes océanos tórnanse vapores de nebulosas! AUM sopla sobre vapores, abriendo prodigiosamente sus velos.
Los océanos aparecen revelados en luminosos electrones.
Hasta que al fin el sonido del tambor cósmico desvanece las materiales luces en rayos eternos de la omnipenetrante felicidad.
De alegría vine, por la alegría vivo, y en sagrada alegría me [confundo.
Océano de la mente, bebo todas las olas de la creación.
Los cuatro velos de sólidos, líquidos, vapores y luz, se elevan libres.
Yo mismo en todo, entro en el gran Yo Mismo; Partieron para siempre las ágiles y cintilantes sombras de la [mortal memoria.
Integro en mi cielo mental, abajo adelante y muy alto arriba.
La Eternidad y yo, un rayo unido.
Una pequeña burbuja de risa, yo me he vuelto el mismo Mar de la Alegría.
Sri Yukteswar me enseño cómo lograr esta bendita experiencia a voluntad, y también cómo transmitirla a otros si sus canales intuitivos están desarrollados. Por meses entré en esa extática unión, comprendiendo así por qué los Upanishads dicen que Dios es “rasa”, “gozo”. Sin embargo, un día le llevé un problema a mi Maestro.
“Yo quiero saber, Señor, cuándo encontraré a Dios”.
“Ya lo has encontrado”.
“Oh, no, Señor, yo no lo creo así”.
Mi guru sonreía. “¡Estoy seguro de que tú no estás esperando a un venerable personajes, adornando un trono, en algún antiséptico rincón del cosmos! Veo, sin embargo, que tú te imaginas que la posesión de poderes milagrosos es el conocimiento de Dios. Uno puede poseer todo el universo y hallar, no obstante, que el Señor le elude. El desenvolvimiento espiritual no se mide por los poderes externos, sino únicamente por la profundidad de su dicha en la meditación.
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“¡Qué pronto nos hastiamos de los placeres mundanos! El deseo por cosas materiales no tiene límites; el hombre nunca está completamente satisfecho, y persigue una meta tras otra. El “algo más” que busca es El, el Señor, que únicamente puede proporcionarle el gozo imperecedero.
“Los deseos externos nos sacan del Jardín del Edén interno, ofreciéndonos falsos placeres que únicamente remedan la felicidad del alma, El paraíso perdido es vuelto a ganar rápidamente al través de la meditación. Como Dios es la “Eterna Novedad inanticipada”, jamás nos cansamos de El. ¿Podremos saciarnos de bendiciones, deliciosamente variadas al través de la eternidad?”.
“Ahora entiendo, Señor, por qué los santos dicen de Dios que es inalcanzable. Ni aun la vida eterna puede bastar para apreciar a Dios”.
“Eso es cierto; pero también El está siempre cerca y querido. Después de que la mente ha sido purificada por medio de Kriya Yoga de los obstáculos sensorios, la meditación proporciona una doble prueba de Dios. La eterna alegría es una evidencia de su existencia, que nos penetra hasta los átomos. Y también en meditación uno encuentra su guía instantánea, su adecuada respuesta a cualquier dificultad”.
“Yo creo, guruji, que tú has resuelto mi problema -y le sonreí agradecido-. Ahora me doy cuenta de que he realizado a Dios porque cuando el gozo de la meditación ha vuelto subconscientemente durante mis horas de actividad, he sido sutilmente dirigido para adoptar el curso correcto en todo, aun en sus detalles”.
“La vida humana está sobrecargada de tristeza, hasta que no sabemos cómo armonizarnos con la Voluntad Divina, cuyo curso perfecto es con frecuencia desconcertante para la inteligencia egoísta. Dios lleva la carga del cosmos; El único amente puede dar un consejo certero”.
Aqui te dejo dos vídeos que lo quiero compartir con vos uno es sobre Swami Kriyananda discípulo directo de Paramahansa Yogananda y otro vídeo sobre Kriya Yoga, espero que te sirva de algo para un mayor crecimiento espiritual. Namaste!
Fuente: Texto Autografía de un Yogui. Capitulo XIV
Fuente: Video www.youtube.com
Fuente: Video www.youtube.com
Fuente: Yogananda/ es.wikipedia.org