El canto y la danza son con certeza el lenguaje de la alegría, pero tú puedes aprender el lenguaje sin saber qué es la alegría.
Mientras Confucio vagaba por el monte T’ai, vio a Jung
Ch’i Ch’i caminando por el páramo de Ch’ang, con un tosco abrigo de piel y una soga en torno a la cintura, cantando mientras tocaba el laúd.
-Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría? –preguntó Confucio.
-Tengo muchas alegrías. Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. Ésta es mi primera alegría. Hay personas que nacen y no viven un día o un mes, que nunca han abandonado los pañales, pero yo he pasado ya de los noventa. Ésta es mi alegría. La pobreza es común a la humanidad, y la muerte es el final. Así pues, siendo parte del común de la humanidad, y a la espera de mi final, ¿qué sentido tiene preocuparse?
-¡Qué bien! –dijo Confucio-. He aquí un hombre
que sabe cómo consolarse.
Esta parábola es hermosa, y no sólo hermosa sino muy sutil. Si la miras sólo superficialmente, no te darás cuenta del significado. Las parábolas taoístas no son superficiales. Son muy profundas; hay que penetrar en ellas, mirarlas y meditar sobre ellas, sólo entonces conocerás su verdadero significado. Superficialmente, parece como si esta parábola estuviera a favor de Confucio; superficialmente, parece como si la parábola estuviera diciendo que Confucio es sabio. En realidad es precisamente lo contrario.
Hay una oposición enorme, diametral, entre la actitud taoísta y la actitud del confucionismo. Confucio está lo más lejos posible de la visión taoísta. Confucio cree en la ley, Confucio cree en la tradición, cree en la disciplina, Confucio cree en el carácter, en la moralidad, en la sociedad, en la educación. El Tao cree en la espontaneidad, en la individualidad, en la libertad. El Tao es rebelde; Confucio es muy conformista.
El taoísmo es el inconformismo más profundo que se ha desarrollado en el mundo, en cualquier época de la historia; esencialmente es una rebelión. A tal punto ha sido una rebelión, que los místicos taoístas Lao Tzu, Chuang Tzu y Lieh Tzu no hacen más que ridiculizar la actitud del confucionismo. Ésta es una parábola sobre la ridiculez. Lo entenderás cuando te lo explique. Su ridiculez también es muy sutil, no evidente. Primero comprendamos el sentido superficial.
“Mientras Confucio vagaba por el monte T’ai, vio a Jung Ch’i Ch’i caminando por el páramo de Chiang, con un tosco abrigo de piel y una soga en torno a la cintura, cantando mientras tocaba el laúd.”
El canto, la música, la danza, es el lenguaje de la alegría, de la felicidad. Es la expresión de una persona que no es desgraciada. Pero puede que sea sólo en apariencia, puede que sólo sea una proyección, puede que sólo sea cultivada. En lo profundo, la situación puede ser precisamente la contraria. A veces pasa que tú sonríes porque las lágrimas acuden a tus ojos, y si no sonríes empezarán a rodar por las mejillas. A veces tú mantienes una actitud, una pose cultivada, una máscara de felicidad, porque ¿qué sentido tiene mostrarle tu infelicidad al mundo? A eso se debe que la gente parezca tan feliz. Todo el mundo piensa que él es la persona más feliz del más infeliz del mundo, porque conoce su realidad, y sólo las poses de los otros, las poses cultivadas. Por eso el mundo piensa en lo más profundo: “Soy la persona más desgraciada; además ¿por qué lo soy cuando todo el mundo se siente tan feliz?”.
El canto y la danza son con certeza el lenguaje de la alegría, pero tú puedes aprender el lenguaje sin saber qué es la alegría. La humanidad ha hecho esto: las personas han aprendido a hacer gestos, gestos vacíos.
Pero Confucio se engaña. Dice: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”. La máscara ha engañado a Confucio; puede que el hombre esté contento, puede que no lo esté. Se tiene que mirar al hombre directamente; su naturaleza, no su expresión. La expresión puede ser falsa: las personas tienen expresiones aprendidas. Algunas veces… ¿lo has observado? Alguien sonríe; en los labios hay una hermosa sonrisa, pero mira a los ojos, y los ojos dirán justamente lo contrario. Alguien te dice una cosa: “Te amo”. Pero mírale a la cara, a los ojos, a la vibración misma de la persona, y ¡parecerá que te odia! Pero sólo por cortesía te dirá: “Te amo”.
Confucio miraba sólo la apariencia: esto es lo primero que debe recordarse. Además, se engañó; se engañó hasta tal punto, que llamó al hombre “maestro”. Le dice: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?
Ahora bien, una vez más, la alegría no tiene motivo, no puede tener un motivo. Si la alegría tuviera un motivo entonces no sería alegría en absoluto: sólo se puede gozar sin motivo, sin causa. Una enfermedad tiene un motivo, pero ¿la salud? La salud es natural. Si le preguntas al doctor: “¿Por qué estoy saludable?”, él no podrá responderte. Si vas al doctor y le dices: “¿Por qué estoy enfermo?”, él te puede responder, porque la enfermedad tiene una causa. Él puede diagnosticar tu caso y encontrar la razón de tu enfermedad; pero nadie ha sido aún capaz de hallar el motivo por el cual una persona es saludable. La salud es natural, la salud es lo adecuado. La enfermedad es lo no adecuado, la enfermedad indica que algo ha estado mal. Cuando todo está bien, uno se siente saludable. Cuando uno está en armonía con el todo, uno se siente saludable. No existe un motivo para ello. No obstante, Confucio preguntó: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”.
Lieh Tzu bromea otra vez sobre Confucio; se trata de gente muy sutil. Está diciendo que toda la actitud equivocada del confucionismo se ubica allí, en la misma pregunta. Confucio piensa que la alegría tiene motivos. La alegría no puede tener motivo alguno. La alegría existe, simplemente, sin explicación, es inexplicable. Cuando está, está; cuando no está, no está.
Cuando no está, puedes encontrar los motivos por los que no está, pero cuando está no puedes encontrar los motivos por los que está, y si puedes encontrar los motivos por los que está, tu alegría es entonces cultivada, no es real, no es auténtica, no es verdadera. No está fluyendo de lo más profundo de tu ser; tú sólo la estás manejando, la estás manipulando, la estás fingiendo. Cuando la alegría es un gozo fingido, puedes encontrar el motivo. No obstante, cuando la alegría es verdadera, es tan misteriosa, tan primaria, que no puedes encontrar un motivo.
Si le preguntas a un buda: “¿Por qué estás feliz?”, él se encogerá de hombros. Si le preguntas a Lao Tzu: “¿Por qué estás dichoso?”, te dirá: “No preguntes. En vez de preguntar por qué estoy dichoso, averigua por qué tú no lo estás”.
Es algo que se parece a un pequeño manantial en la montaña: cuando no hay obstáculos, el manantial fluye; cuando hay rocas en medio, no puede fluir. Al remover las rocas no estás creando un manantial, sólo remueves lo negativo, sólo remueves el obstáculo; el manantial ya existía, pero no podía fluir a causa de las rocas. Cuando quitas las rocas no estás creando el manantial, el manantial ya estaba allí. Al quitar las rocas has quitado lo negativo, el obstáculo; entonces el manantial fluye. En consecuencia, si alguien pregunta: “¿Por qué fluye el manantial?”. Pues porque está allí; por eso es que fluye. Si no está fluyendo entonces hay una causa. Deja que esto penetre en ti profundamente, porque éste también es tu problema.
Nunca te preguntes por qué eres feliz, nunca preguntes por qué uno es dichoso, de otra manera habrás hecho una pregunta equivocada.
Confucio está preguntando algo, y al preguntarlo muestra sus presuposiciones; Confucio cree que todo tiene una causa. Si todo tiene una causa, entonces sólo puede existir la ciencia. Entonces no queda posibilidad para lo religioso, porque la ciencia es una investigación sobre la relación causa-efecto, una investigación sobre la causalidad. Así es toda actitud científica: dice que al existir algo, debe tener una causa; puede que la conozcas puede que no, pero la causa tiene que existir. Si no la conocemos hoy, la conoceremos mañana o pasado mañana, pero la causa tendrá que ser conocida, porque debe haber una causa. Ésta es la actitud científica: todo puede ser reducido a una causa.
¿Cuál es entonces la actitud religiosa? La actitud religiosa dice que nada puede ser reducido realmente a su causa. Lo que puede ser reducido no es esencial. Lo esencial es, simplemente; existe sin causa alguna: es un misterio. Éste es el significado de misterio: lo que no tiene causa.
Confucio está haciendo una pregunta de acuerdo a sus presuposiciones, de acuerdo con su filosofía: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”.
¿Por qué lo pregunta? Porque si se conoce el motivo, otros también pueden cultivarlo. Si alguien dice: “Al ponerme de cabeza me vuelvo muy pacífico”, tú también te pones de cabeza y te vuelves pacífico. Alguien dice: “Soy feliz porque he renunciado al mundo” y tú entonces también renuncias al mundo y llegas a ser feliz. La felicidad se vuelve, por consiguiente, algo que puede ser manipulado.
Así es la gente: unos imitan a otros y, en realidad, la felicidad no tiene motivo. El día que entiendas esto podrás ser feliz en cualquier momento. Si existe una causa, entonces la causa llevará un tiempo. Tendrás que practicar, tendrás que practicar mucho. La actitud radical del Tao en su conjunto expresa que tú puedes ser feliz en este momento.
¿Esto qué quiere decir? Quiere decir que no existe el motivo, así que no hace falta practicar. Es sólo un asunto de aceptarlo, ya está presente si lo aceptas. Si no lo aceptas, actúas como la roca; si lo aceptas, la roca queda removida. Es sólo cuestión de aceptarlo. Dios está ahí, tú lo aceptas; eso es todo. Si no lo aceptas, él no entrará porque no puede destruir tu libertad, él protege tu libertad. Si tú dices no, él no va a entrar en tu ser. Si en tu puerta está escrito que no se acepta a nadie sin tu permiso, él esperará. Él ni siquiera va a pedirte permiso; simplemente esperará, porque incluso al pedirte permiso está interfiriendo en tu libertad. Él esperará. Él no hará sonar el timbre; simplemente esperará. Dios está en todas pares, esperando, y espera muy silenciosamente… por eso no se siente su presencia, parece casi ausente. ¿No lo ves? Dios parece ser la mayor ausencia en el mundo. Por eso pueden existir los ateos, y pueden decir: “¿Dónde está tu Dios? Nosotros no vemos nada”. Él no interfiere en absoluto; él te permite una libertad total y la libertad total implica ir contra Dios.
Tu naturaleza está en la dicha. Tú estás hecho del ingrediente llamado dicha. No obstante, tienes que admitirlo, tienes que relajarte, tienes que soltarte; no existen los motivos, sólo es necesario soltarse. En consecuencia, teóricamente, te puede suceder en este preciso momento; no se debe desperdiciar una fracción de segundo. Si hay una causa, entonces… entonces será necesario un largo tiempo y, aun así, uno nunca sabe: puede que tengas éxito, puede que no.
Capta la diferencia entre la actitud hinduista y la actitud taoísta. Los hinduistas, los jainistas, los budistas, todos ellos dicen que el karma de vidas pasadas se tiene que limpiar. Mucho es lo que se tiene que hacer, se necesita una gran disciplina; sólo entonces tendrás la posibilidad de lograrlo. Ashtavakra, Lao Tzu, Bodhidharma, Lin Chi, todos ellos dicen que no se necesita nada, sólo que lo aceptes. Relájate, acéptalo y en este mismo momento empezará a fluir en ti.
Confucio dice: “Maestro, ¿cuál es el motivo de su alegría?”. Dígame cómo lo ha logrado. Dígame cuál fue su proceso, qué metodología siguió, qué principios qué disciplinas, qué escrituras. ¿Cómo lo ha logrado? Ahora Confucio se muestra codicioso. Quiere alcanzar el mismo estado, en el que cantar es natural y la música fluye y uno celebra. Él está tremendamente impresionado con este hombre porque iba “con un tosco abrigo de piel y una soga en torno a la cintura, caminando mientras tocaba el laúd”.
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Un hombre pobre no tiene nada que motive su felicidad, no tiene por qué sentirse feliz. Si estuviera amargado sería comprensible; si estuviera deprimido sería comprensible. Confucio habría pasado delante de él sin notar siquiera su existencia. Pero este hombre pobre que no tiene nada, con una soga en torno a la cintura, ¿está cantando? ¿Canta una canción de amor? ¿Y toca el laúd? Confucio está impresionado, magnetizado, pero hace una pregunta equivocada.
Un taoísta no hará jamás una pregunta semejante. La alegría existe, sencillamente existe. No tiene ningún motivo, de ahí que no sea posible encontrar un método, sólo la comprensión.
El hombre dijo: “Tengo muchas alegrías”.
Si tienes muchas alegrías, no has entendido qué es la alegría, porque sólo hay una alegría. No puede haber muchas. Puede haber muchas enfermedades, pero no puede haber muchas “salubridades”. Tú puedes tener tu enfermedad, yo puedo tener la mía y alguien más la suya; no obstante, si yo estoy saludable y tú estás saludable y alguien más está saludable, ¿cuál es la diferencia? ¿Puedes hacer una distinción entre mi salud y la tuya? No hay ninguna posibilidad; la salud es universal, y la enfermedad es personal. La enfermedad proviene del ego, la salud no proviene del ego. La enfermedad proviene del cuerpo, de la mente; la salud proviene del más allá, y el más allá es uno. Mi cuerpo difiere del tuyo; naturalmente yo tendré una enfermedad diferente, tú tendrás una enfermedad diferente, pero ¿la salud? La salud es una, simplemente: tiene el sabor, siempre el mismo sabor, eternamente el mismo.
Alguien le preguntó al Buda: “¿Qué sabor tiene tu estado búdico?”. Él dijo: “Ve y saborea el mar, saboréalo por todas partes; por esta orilla, por cualquier orilla o en cualquier playa. O ponte en medio del océano y saboréalo, o ve a la otra orilla y siempre encontrarás el mismo sabor, el mismo sabor salado. El estado búdico tiene un sabor”. Todos lo que se han convertido en budas han llegado al mismo sabor. La salud tiene el mismo sabor. Si un niño es saludable, un joven es saludable, un anciano es saludable, todos tienen también un mismo sabor. Si una mujer es saludable y un hombre es saludable tendrán el mismo sabor.
No obstante, las enfermedades son diferentes. En la actualidad, la ciencia médica afirma que incluso cuando dos personas sufren de la misma enfermedad, las dos enfermedades no son las mismas. Sucede en consecuencia que si padeces una enfermedad –a lo mejor tuberculosis- y tu esposa sufre la misma enfermedad, las mismas medicinas no servirán para los dos. Tú necesitas una medicina y tu esposa necesita otra clase de medicina. Por eso se necesita un médico; de otra manera con el farmacéutico será suficiente. Si se ha decidido que para la tuberculosis hace falta esta medicina, entonces ¿qué necesidad hay de ver al médico? El farmacéutico puede suministrarla.
En la actualidad, cada vez más, debido a que la ciencia médica está profundizando en el fenómeno de la salud y la enfermedad, se están dando cuenta de que cada enfermedad lleva consigo una personalidad: va con la persona. Por tanto, dicen: no trates la enfermedad, trata a la persona. No te preocupes demasiado por la enfermedad. Mira a la persona, a su personalidad en conjunto, su forma de vida, sus actitudes, sus pautas de comportamiento. Míralos y entonces encontrarás que el nombre “tuberculosis” puede ser el mismo, porque sería muy difícil tener nombres separados para cada cosa, pero cada tuberculoso sufre de una manera diferente y se hace necesario que su tratamiento sea distinto al de los demás.
Las enfermedades son personales, pero ¿la salud? La salud es impersonal, universal. Lo mismo la alegría. La infelicidad es una enfermedad; la alegría es salud, bienestar. Ahora bien, Confucio ha hecho una pregunta equivocada y ha provocado una respuesta equivocada. Además, obviamente, el hombre no sabe nada sobre la alegría. Él dice: “Tengo muchas alegrías”, dice muchas.
¿Muchas? Entonces algo no está bien. La alegría es una. Cuando dices que tienes muchas alegrías no sabes lo que es la alegría. Puede que hables de placeres, puede que hables de tus llamados “momentos de felicidad”, que en realidad no son momentos de felicidad, sino de menor infelicidad. Una persona es muy infeliz; entonces un día se siente menos infeliz y dice: “Me siento muy feliz”. Esto es simplemente relativo; esa persona no sabe qué es la felicidad.
Sólo conoces algunas veces una infelicidad muy intensa, y otras veces una infelicidad menos intensa. Cuando no es tan intensa dice: “Me siento feliz”. Tú puedes observarlo en ti mismo. ¿has sabido alguna vez lo que es la felicidad? ¿Conoces su sabor? Tú sólo has conocido diferentes estados de infelicidad.
Algunas veces la infelicidad es tan grande que se hace insoportable. Algunas veces es soportable, controlable, la puedes tolerar. Pasas de menos infelicidad a más infelicidad, de más infelicidad a menos infelicidad, pero no sabes lo que es la felicidad, porque una vez sabes lo que es, entonces no es necesario en absoluto ser infeliz, porque tienes la clave. Puedes abrir esa puerta cada vez que decidas abrirla. No obstante, tú no puedes abrir la puerta de la felicidad; esto simplemente te indica que no tienes la clave. Tú sólo conoces los estados relativos del mismo fenómeno: algunas veces está muy oscuro y no puedes ver en absoluto, otras veces no está tan oscuro, hay penumbra; pero tú no conoces la luz. La luz no es un estado relativo de oscuridad, la luz no es menos oscuridad. Recuerda: la luz es una clase totalmente diferente de energía; no tiene nada que ver con la oscuridad. La luz y la oscuridad no pueden existir juntas en la misma habitación. La luz es algo positivo, la oscuridad es algo negativo; la infelicidad también lo es.
El hombre dijo: “Tengo muchas alegría. Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. Ésta es mi primera alegría”.
Aparentemente esto parece muy significativo, atrayente. Porque satisface al ego humano. El ser humano siempre ha pensado de sí mismo que es la creación suprema de la existencia. El ser humano siempre ha pensado que casi es Dios, y se siente muy feliz. No obstante, ¿cómo puede ser posible la felicidad con un ego? La infelicidad viene con el ego. Y éste es uno de los mayores argumentos del egoísta: el hombre casi es Dios, y esto lo decimos solamente para ser corteses. En el fondo sabes que Dios es casi como tú.
La idea misma del “yo” lleva consigo una implicación de ser el primero, siendo lo demás secundario. Friedrich Nietzche es más sincero que muchos otros; él dice: no puedo admitir que Dios exista porque entonces quedo en segundo lugar y no puedo quedar en segundo lugar. No acepto mi posición de segundón. Si Dios existe, entonces yo siempre seré secundario. No importa cuánto crezca o a dónde llegue, seré secundario, nunca seré primario, el primero. Esto no es aceptable así que dice: “Dios ha muerto y el hombre es libre”. Dios es esclavitud. Él es consistente, en cierta manera. Digo “en cierta manera”, porque en el fondo todo el mundo lo piensa así: cada ego quiere ser el primero.
Aunque seas un gran devoto, una presunta gran persona “religiosa”, a cada momento estás tratando de manipular a Dios a tu conveniencia. “¡Cumple con mi voluntad!”. Esto es todo lo que implican tus oraciones: “¡Hazlo como yo quiero. Escúchame”. Todo tu esfuerzo consiste en convertir a Dios en tu sirviente. Le llamas “Señor”, “Maestro”, pero eso sólo es un soborno; tú estás tratando de manipularlo. Tú dices: “Yo no soy nadie. Tú lo eres todo”, pero en el fondo tú sabes quién es quién. En realidad, incluso cuando luchas por tu Dios, lo haces por tu Dios. Incluso cuando te sacrificas en algún pedestal, en algún altar, es por tu Dios por el que te sacrificas. Cuando te inclinas ante una imagen de Dios en un templo, o en una mezquita, o en una iglesia, lo haces ante la imagen que has creado, lo haces ante tu Dios. Te inclinas ante tu propia creación. Te inclinas ante un espejo. Te ves reflejado allí y dices: “¡Qué hermoso!”. Si un cristiano dice cómo es Cristo de hermoso, si un hinduista dice cómo es Krishna de hermoso, si un budista dice cómo es el Buda de hermoso, el budista no aceptará que Cristo es hermoso; eso no satisface a su ego. El cristiano no aceptará que el Buda es hermoso; eso no satisface a su ego. El hinduista no puede creer que Cristo o Mahoma, o Moisés sean hermosos; esto no satisface a su ego.
Recuerda: nosotros estamos satisfaciendo a nuestros egos de todas las maneras posibles: abiertas o sutiles, directas o indirectas. Y una persona realmente religiosa es la que sabe esto, la que toma consciencia de esto, y en este estado de consciencia el ego desaparece.
Una persona verdaderamente religiosa no tiene idea de quién es superior. Una persona religiosa no puede decir: “Soy superior a un árbol, soy superior a un animal, soy superior a un pájaro”. Una persona religiosa no puede decir: “Soy superior”. Una persona religiosa tiene que saber que “yo no soy”, y en esa experiencia de “yo no soy” fluye la alegría. Se ha removido la roca.
Ahora bien, este hombre dice: “Tengo muchas alegrías. Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble…”.
¿Por qué? ¿Por qué la humanidad es lo más noble? Si contemplamos la historia humana, la humanidad parece ser lo más innoble. Mira a los animales: ellos no han sido tan violentos, tan terribles, no han estado tan locos. ¿Has visto alguna vez a un animal convertirse en político, que trate de ser el presidente de un país? Ellos no están locos. Ellos viven naturalmente, ellos mueren naturalmente. Los animales salvajes nunca enloquecen. Algunas veces enloquecen cuando se les obliga a vivir en un zoológico; el zoológico es una creación humana. Los animales no se suicidan nunca, pero algunas veces se suicidan en el zoológico. En el zoológico se vuelven peligrosos y algunas veces asesinos. Sí, los animales matan, pero matan cuando quieren comer. El hombre mata sin razón. El hombre va a una región salvaje, mata un tigre y dice: “Esto es un juego. Esto es “diversión”. Iba de safari”. ¿Has escuchado alguna vez que un león se vaya de safari? Los leones nunca se van de safari. Si un león tiene hambre mata, por supuesto, pero esto es algo natural en él.
Una vez me contaron la siguiente historia.
Una vez un león y un zorro entraron en un restaurante. Se sentaron y a continuación el zorro pidió, pero pidió sólo para uno. El camarero preguntó entonces:
-¿Desea algo para su amigo?
El zorro contestó:
-¿A usted que le parece? ¿Cree que si él tuviera hambre yo estaría sentado aquí?
Él no tiene hambre; eso es seguro. Cuando los animales tienen hambre, matan, pero no matan por jugar, no matan por diversión; no están interesados en el hecho de matar. Por supuesto tienen interés por la comida; no hay nada erróneo en ello. El hombre mata sin razón alguna. Los animales no matan por ideologías; no dicen “Yo soy comunista y tú eres capitalista. Te mataré”. No dicen: “Soy un fascista y tú un comunista, así que te voy a matar”. Ellos no tienen ninguna ideología, ni matan porque sean cristianos o hinduistas o mahometanos.
El hombre mata con cualquier excusa, con cualquier excusa, la que sea. Los hinduistas pueden matar a los mahometanos, los mahometanos pueden matar a los hinduistas, los cristianos pueden matar a los mahometanos y los budistas, etc. ¿Y por qué? Por doctrinas abstractas, por principios; y nadie está dispuesto a vivir por esas doctrinas, pero todo el mundo está dispuesto a matar a otros por esas mismas doctrinas. Si alguien ofende la Biblia, el cristiano está dispuesto a matarlo, y si le preguntas: “¿Vives según tu Biblia?”, te responderá: “Es muy difícil”. No le interesa vivirla, a nadie le interesa vivirla, pero si se trata de matar, entonces todo el mundo se muestra muy interesado.
A lo largo de los siglos, en tres mil años, ha habido cinco mil guerras. No, ningún animal es tan innoble; los animales tienen una nobleza natural. El hombre es muy astuto.
No obstante, el hombre dijo: “… la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. Ésta es mi primera alegría”. Esto no es alegría. Es el pacer proveniente de sentirse egoísta, de “ser alguien”. Y recuerda: esto no te llevará a la verdadera felicidad, porque en el fondo hay comparación. Si te estás sintiendo superior, en algún momento te podrías sentir inferior.
Una vez escuché a un hombre religioso, a un santo, a un santo muy conocido en la India, dar esta enseñanza a sus discípulos: “busca siempre a las personas que no tengan tanto como tú, y te sentirás muy feliz. Si tienes casa busca siempre a personas que no tengan casa”. Naturalmente, te sentirás muy feliz. “Si tienes un sólo ojo, busca a las personas que están ciegas… te sentirás feliz”. Pero ¿qué clase de felicidad es esa? ¿Y qué clase de religiosidad es esa? Además, no puedes prescindir de la otra cara de la moneda. Tú tienes un ojo; cuando miras a una persona ciega, te sientes feliz. Pero si te encuentras con una persona que tiene dos ojos hermosos, entonces ¿qué harás? Te sentirás infeliz.
En lo que llamas “felicidad”, la infelicidad está implícita.
No, a través de la comparación nadie llega a la alegría. La alegría es un estado no comparativo. No compares.
Una vez me contaron la siguiente historia:
El padre va con su vástago a ver un espectáculo que presenta a cincuenta de las más audaces artistas del desnudo que hay en el país.
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! –exclama el padre durante la presentación.
-Qué sucede, papá, ¿no te gusta el espectáculo?
–pregunta el hijo.
-Claro que sí –le responde-. Es que estaba pensando en tu madre.
Si comparas, tu comparación va a crear problemas. Recuérdalo: la alegría no surge de la comparación; nunca. No obstante el hombre dice: “Tengo muchas alegrías. Entre las innumerables cosas que engendró el cielo, la humanidad es lo más noble, y tengo la suerte de ser humano. Ésta es mi primera alegría”.
Como alegría no es mucho. No es más que un estímulo para el ego: te sientes bien, te sientes superior; pero una persona que necesita ser superior para sentirse bien, es una persona que lleva un volcán en su interior. Una persona que tiene que ser superior para sentirse feliz está sufriendo en el fondo de un complejo de inferioridad. Sólo una persona inferior piensa en términos de superioridad. Una persona real, una persona auténtica, no es superior ni inferior; simplemente es única; nadie es menos que ella y nadie es más que ella.
Toda la existencia es igual. Los árboles y las rocas, los animales, los pájaros, los hombres, las mujeres y Dios; todos compartimos la totalidad de la existencia en igualdad de términos. Cuando ves esta tremenda igualdad, esta unicidad, te sientes alegre; y tu alegría no tiene motivo, es inmotivada.
“Hay personas que nacen y no viven un día o un mes, que nunca han abandonado los pañales, pero yo he pasado ya de los noventa. Ésta es mi alegría”.
Compara… Algunos han muerto al nacer, algunos eran jóvenes y murieron; este hombre está comparando: “Tengo noventa años, he vivido mi vida, entonces ¿por qué sentirse desgraciado? Soy feliz; he vivido más que otros”. Pero y si esos otros no hubieran muerto, entonces ¿qué? Si él estuviera solo en el mundo, ¿sería entonces feliz? Piénsalo. Todo el mundo desparece, sólo queda este hombre. No hay animales, no hay pájaros, ni rocas; él no puede compararse ni puede llamarse “hombre superior”. No hay jóvenes muriendo, no hay niños muriendo; él no puede compararse diciendo que ha vivido hasta los noventa años. Si se quedara solo, ¿sería feliz? Toda su felicidad desaparecería porque le viene de las comparaciones.
El Tao dice: si estás solo, absolutamente solo y tu felicidad se mantiene inalterable, entonces lo has conseguido; de otra manera no lo has conseguido.
Una felicidad comparativa es una pseudofelicidad. “Yo tengo un automóvil grande, tú no. Me siento feliz porque tú no lo tienes. Esto es una tontería. ¿cómo puedo sentirme feliz porque no tienes un automóvil? “Yo tengo una casa muy grande y tú no la tienes, por tanto me siento feliz”. Esta felicidad parece más basada en hacer a los otros infelices que en hacer que uno sea feliz. “Tú no tienes un automóvil, tú no tienes una buena casa. Estoy feliz porque tú eres desgraciado”. Observa la lógica de ello; su matemática es simple: “Soy feliz cuando la gente es desgraciada, así que cuanto más gente desgraciada exista, más feliz seré. Si el mundo entero se vuelve un infierno, seré muy feliz”. Ésta es la lógica, y se lo que ha estado haciendo el hombre.
En Calcuta, solía alojarme en una casa, la casa más hermosa de la ciudad. Y el dueño estaba locamente enamorado de su casa. Era una mansión de mármol, realmente hermosa, construida con gusto, con un sabor muy aristocrático; algo imposible en Calcuta, y él los tenía. Sentía realmente un profundo amor por su casa, y cada vez que yo lo visitaba me llevaba a la piscina, al jardín, al césped. Me enseñaba esto y aquello, las mejoras que había hecho desde la última vez que había estado allí. Pero la última vez que fui estaba muy triste.
-¿Qué sucede? No me has llevado a ninguna parte. ¿no has hecho nada nuevo? –le pregunté.
-He perdido todo interés en la casa. ¿No te has dado cuenta de que aquí al lado mi vecino ha construido una que es mucho mejor? Hasta que no pueda construir una casa mejor que esa seguiré estado triste –me explicó.
Bien, este hombre tenía la misma casa, pero su felicidad había desparecido.
¿Qué tiene que ver tu felicidad con tu vecino? Si él ha construido una casa más grande ¿cómo puede esto preocuparte? Además, ¡tu casa sigue siendo la misma! Y tú ya no eres feliz. Le dije: “Desde luego una cosa es cierta: no era por tu casa que estabas feliz. Estabas feliz por la pobre casa del vecino”.
Observa. Observa siempre. Estar feliz cuando alguien es desgraciado es una conducta violenta. Así es como las personas empiezan a coger el rumbo equivocado, volviéndose opresores, volviéndose explotadores, volviéndose peligrosos. Son una maldición para el mundo, siempre se rigen por la misma lógica.
Lo que este hombre está diciendo es: “Soy más feliz que los otros. Date cuenta: mucha gente ha muerto cuando era joven y yo todavía estoy vivo, saludable y ya tengo noventa años. Ésta es mi alegría”.
“La pobreza es común a la humanidad, y la muerte es el final. Así pues, siendo parte del común de la humanidad, y a la espera de mi final, ¿qué sentido tiene preocuparse? Ahora está diciendo: “Casi todos los seres humanos son pobres, por tanto ésta es la norma, ser pobres; y, naturalmente, todo el mundo va a morir, por tanto yo voy a morir. Soy pobre, voy a morir, todo el mundo va a morir, todos los demás son pobres, así que ¿por qué estar triste? Por eso estoy feliz”.
Esto no es felicidad. “¡Qué bien!”, dijo Confucio… Confucio se quedó muy impresionado, dijo: “¡Qué bien! He aquí un hombre que sabe cómo consolarse”.
Sin embargo, con esta frase Lieh Tzu ha hecho una jugada. Él dice que Confucio se quedó muy impresionado, y que dijo: “¡Qué bien! He aquí un hombre que sabe cómo consolarse”, pues para Confucio estar satisfecho en la vida es la meta, consolarse es la meta. Pedir más, dice Confucio, es pedir lo imposible. Esto es lo que un hombre puede lograr y este hombre sabe cómo consolarse; además es feliz y está cantando.
Sin embargo, para los taoístas consolarse es algo negativo, no es satisfacción. La satisfacción no tiene nada que ver con la consolación; la satisfacción abarca una dimensión totalmente diferente. Trata de comprenderlo. La consolación implica, de alguna manera, que uno racionaliza una situación intentando no estar preocupado, intentando no estar muy inquieto, creando amortiguadores a su alrededor. Gurdjieff solía llamarlos amortiguadores; todo el mundo crea amortiguadores alrededor de sí mismo para no chocar tanto con la vida.
En los trenes se usan amortiguadores así como los automóviles, a fin de que si vas por una carretera montañosa –y la vida es una vía montañosa- no vayas dando tumbos. Estos amortiguadores son como muelles. Si la carretera tiene baches, los muelles, los amortiguadores disminuyen el efecto del golpe; éste no te llega.
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Las llamadas filosofías de consolación son amortiguadores. Al darte cuenta de que eres pobre, te viene una gran tristeza y creas el amortiguador: “Hay mucha gente pobre, millones de personas son pobres, por tanto, ¿de qué sirve preocuparse? Así son las cosas”. Ya has creado un amortiguador.
Estás enfermo; aparece la infelicidad; vas al hospital a que te visiten, miras a la gente, y te sientes muy feliz. Has creado un amortiguador: por lo menos no estás tan enfermo como otros. Has perdido una pierna; un poco más adelante, en la calle, ves a un mendigo que ha perdido ambas piernas y te consuelas. Éstos son amortiguadores. Miras siempre a aquellos que ni siquiera tienen lo que tú tienes. De esta manera la vida se vuelve menos impactante, vives más confortablemente, más convenientemente y no te ves afectado. Poco a poco, los amortiguadores crean tal distancia entre tú y la vida que ya no te afecta nada. Vives encapsulado dentro de tus amortiguadores, de tus filosofías, de tus consuelos. La vida termina un día; te puedes consolar: todo el mundo tiene que morir, no es algo que esté aconteciendo especialmente para ti, la existencia no es especialmente desagradable contigo, es algo que le sucede a todo el mundo. O puedes empezar a creer en la teoría de la reencarnación, en que tú nacerás mientras el alma es eterna; de nuevo, un amortiguador. O puedes pensar que sólo el cuerpo muere, y ¿qué es el cuerpo? Nada más que huesos, médula, carne, sangre: nada que valga la pena, es algo inútil, una bolsa de basura, así que déjalo morir. En cambio tu alma pura va a existir para siempre; se ha creado un amortiguador.
Estos amortiguadores no te permiten ver lo que es la realidad; son una manera de consolarte. Sin embargo, Confucio cree que el consuelo es lo último: cuando un hombre se puede consolar, conoce el arte de la vida. En esto, según piensa Confucio, consiste todo el arte de la vida: en vivir en este mundo miserable comparativamente en calma, no demasiado agobiado comparativamente. Sí, existe la desgracia, pero uno se puede proteger de ella creando concepciones, racionalizaciones. Y la humanidad ha ido pasando de una racionalización a otra, pero siempre encuentra una nueva.
Por ejemplo, en Oriente existe una racionalización muy antigua; si eres infeliz, dicen, es porque has hecho algo equivocado en tu vida anterior. Algo ha funcionado mal en tu pasado, has creado un mal karma; por tanto, eres infeliz. Las cosas tienen ahora una explicación; por tanto, uno tiene que sufrir. Ya sembraste; ahora estás cosechando.
Me han contado de un hombre que era un sastre muy bueno.
Lo pillaron robando y lo condenaron a dos años de prisión. El alcalde del pueblo fue a verlo porque era el mejor sastre del pueblo, y todo el pueblo padecía por su ausencia; el alcalde también apreciaba mucho a este sastre. Cuando fue a verlo a la cárcel, lo encontró dando algunas puntadas, cosiendo algo, el viejo hábito; además, ¿qué otra cosa podía hacer? El alcalde entonces le preguntó: “Así que, según veo, ¿estás cosiendo algo?”.
Y el sastre respondió: “No señor, estoy cosechando”.
Toda la filosofía del karma dice que tú has sembrado y ahora estás cosechando; tú ya lo has hecho, por tanto, ésta es una consecuencia natural. Te da consuelo. Nadie, por consiguiente, está haciendo algo injusto contigo. Dios no es injusto, el destino no es injusto, el mundo no es injusto, la sociedad no es injusta; es tu propio karma, ¿qué se puede hacer? Uno tiene que pasar por ello y mantener la propia ecuanimidad, el propio equilibrio. Y no vuelvas a hacer tal cosa, o sufrirás otra vez en la próxima vida. Así que esto es lo único que se puede hacer: no puedes cambiar el pasado, pero puedes hacer algo con el futuro… un hermoso consuelo.
Esto ha ayudado a que en Oriente continúe la pobreza, la miseria. Ha ayudado a que en Oriente continúe la fealdad, la enfermedad, la falta de higiene. Ha servido para que los orientales se consuelen a sí mismos, y ese consuelo se ha transformado en un tremendo letargo. Todo lo que hace falta es cuidarse del futuro. Por tanto, el pasado se tiene que aceptar y el futuro se tiene que temer, eso es todo. No obstante, aun en la pobreza, en la miseria, los orientales parecen más felices que los occidentales. ¿Por qué? Los orientales tienen un bello amortiguador, un fuerte amortiguador para protegerse.
Ahora bien, cada sociedad tiene que crear estos consuelos de diferentes maneras. Hoy en día el psicoanálisis es uno de los procesos que dan más consuelo a los occidentales. Cuando vas al psicoanalista, él le achaca toda la responsabilidad a tu madre; tú te sientes aliviado y dices:
“Entonces, ¿qué puedo hacer?”. Tú no puedes cambiar a tu madre, como tampoco puedes cambiar tu pasado. Tu madre es tu pasado, ¿qué le vas a hacer? La próxima vez ¡pon un poco más de atención! No entres en ningún útero, eso es todo. Es algo que ya ha pasado: tú fuiste engendrado por una madre con tales y tales características y ella te ha estropeado la vida, por tanto, tú no eres responsable; te puedes sentir bien. Simplemente ha ocurrido una calamidad, y lo hecho, hecho está: acéptalo. Después de muchos años de psicoanálisis se te prepara simplemente para aceptar, te hacen consciente de que las cosas han sido de esta manera y de que nada se puede hacer. Todas sus explicaciones son racionalizaciones y las tienen para todo: si tienes alguna pregunta, ellos tienen una respuesta.
Si fumas, ellos te explican por qué fumas. Tu madre debió de haberte destetado antes de lo que deseabas, por tanto, ahora fumas. Así que tú no eres responsable, ¿qué se podía hacer? Tu madre te destetó, ahora el cigarrillo es su seno sucedáneo, y sí que lo es un poco. ¡Se han encontrado explicaciones muy agudas! Parece que lo es un poco, porque del seno fluye leche tibia y del cigarrillo fluye humo tibio. Hay entonces una cierta similitud; además, tú aguantas un cigarrillo de la misma forma que aguantas un seno en tu boca.
Ahora, cuando se trata de ellos mismos, entonces hay problemas. Se dice que Freud solía explicarlo todo por medio del sexo: para cualquier cosa que tú hicieses, él podía encontrar la explicación sexual. Si te soñabas escalando una montaña, eso era sexual: estabas escalando a una mujer. Si en tu sueño conducías rápido, eso no era nada más que algo sexual: querías penetrar a una mujer rápidamente. Él encontraba todas las explicaciones a través del sexo. Así como en Oriente se encontraron todas las explicaciones a través del alma y se llegó a un proceso muy consolador. Freud lo concibió todo a través del sexo.
No obstante, algunas veces tuvo dificultades. Él mismo fue un fumador empedernido, así que una vez alguien le preguntó:
-¿Cómo se puede explicar que fumes cigarros?
-Algunas veces puede que un cigarro no sea más que un cigarro y nada más que un cigarro –contesté él.
El discípulo por supuesto no quedó satisfecho así que le dijo a los otros discípulos: “Eso demuestra simplemente que ha habido una racionalización por parte de Sigmund Freud sobre su manera de fumar cigarros”.
Freud quería protegerse. Ahora bien, sería demasiado pensar que tenía algún complejo oculto tras su hábito. Todo el mundo tiene un complejo, así que todo el mundo tiene que admitir el consuelo de que debido a este complejo… Pero Freud no podía tener este complejo, porque era perturbador para él saber que “Soy el psicoanalista, el más importante de todos los tiempos, el fundador del psicoanálisis, estoy fumando y se lo que es”. Así que dice: “A veces un cigarro es un cigarro”.
Esta firma de explicar las cosas se ha vuelto muy común en Occidente. Ha tomado proporciones casi catastróficas. El psicoanálisis siempre está intentando averiguar el “por qué” de cada cosa, como si al saber el “por qué”, todo se resolviera. ¿Por qué eres infeliz? Ve al psicoanalista que él encontrará una respuesta. Tu padre fue así, tu madre fue así, tu infancia fue así, ésta es la razón, y tú llegas a alegrarte. Llegas a alegrarte porque ahora ya tienes la racionalización.
Me han contado el chiste sobre psiquiatras más corto posible. Escúchalo, es muy corto. ¡Pon atención!
Un hombre le pregunta a otro:
-¿Eres psiquiatra?
-¿Por qué lo preguntas? –dice el otro hombre.
Y el primero contesta:
-¿Así que eres psiquiatra!
“¿Por qué?”; un continuo “¿por qué?”, como si el “por qué” fuera a resolver algo cuando simplemente pospone, lleva el mismo problema un poco más lejos; no obstante, el “por qué” se puede volver a preguntar. Los hinduistas dicen que tú hiciste algo equivocado en una vida pasada.
Pregunta por qué, y entonces tendrán que ir a otra vida pasada. Tú preguntas entonces por qué y el mahatma se enojará mucho y dirá: “¡Para! Te has pasado de los límites. Éstas son cosas para experimentar, no para preguntar por ellas”. Qué sentido tiene decir: “He hecho algo equivocado en mi vida pasada. ¿Por qué? Luego eso significa que hice también algo malo en otra vida. ¿Por qué? ¿Por qué algo equivocado en mi primera vida?”. Es inútil. Pero si en Oriente la religión se volvió un consuelo, en Occidente está pasando lo mismo con el psicoanálisis: éste se está convirtiendo en un consuelo.
El psicoanálisis es casi una compulsión obsesiva por analizar todas y cada una de las cosas y por encontrar la causa de ellas. En Estados Unidos, particularmente, se ha vuelto casi una neurosis colectiva; todo el mundo va al psicoanalista o al psiquiatra; cualquiera que pueda permitírselo. Los que no visitan al psiquiatra son los pobres, los que no pueden permitírselo. Cuando las señoras se encuentran en los clubes, hablan de su psiquiatra, de lo que han dicho y de lo profundo que es su análisis. Y todo queda reducido al denominador más bajo. Si le preguntas al psicoanalista: “¿Cuál es la causa de que exista este loro?”, él dirá: “El lodo”. Si tienes experiencias espirituales, ¿cuál es la causa? Él dirá el sexo, al lodo, al denominador más bajo.
Pero estas cosas ayudan en cierta forma. Si te das cuenta de que todos estos mahatmas que experimentan samadhi no experimentan otra cosa que la sexualidad, la sexualidad sublimada, te tranquilizas. Entonces ya no tienes que preocuparte por eso, no tienes necesidad de buscarlo; no es más que sexualidad sublimada, y tú estás bien donde estás. Si el Buda logró la felicidad, esto no es más que una fantasía sexual, así que no hay nada equivocado: puedes seguir leyendo tu Playboy y disfrutar de tus fantasías sexuales, porque la experiencia de Buda no fue otra cosa que una fantasía sexual sublimada. Consuelos…
Me han contado un relato de la Segunda Guerra Mundial, que trata sobre un cura que predicaba una y otra vez a las tropas sobre la predestinación.
El cura les decía a los soldados que no se preocuparan por su futuro o su destino en el campo de batalla, porque si estaban predestinados a morir la bala daría en el blanco, sin importar donde estuvieran. O, por otro lado, si tenían que salvarse, ninguna bala les tocaría.
Un poco más tarde, en el calor de la batalla, con las balas silbando a su alrededor, el cura se arrimó corriendo al árbol mayor y más cercano. Un soldado que se ocultaba detrás de él le preguntó al cura por los sermones sobre la predestinación y la razón por la cual él mismo buscaba ahora refugio. “No has entendido del todo los principios y teorías sobre la predestinación” –replicó el cura-. “Yo estaba predestinado a correr y a esconderme detrás de este árbol.”
Explicaciones y más explicaciones… consuelos ingeniosos… sitios para ocultarse.
La vida se tiene que enfrentar. Es áspera; produce mucho dolor, pero el dolor se tiene que enfrentar. Hay infelicidad: se tiene que enfrentar, hay que pasar por ella sin explicaciones y sin consuelos. Si puedes vivir tu vida sin teorizar sobre ella, directamente, inmediatamente, momento a momento, un día, llegarás a esa fuente de gozo que no es consuelo, que es contentamiento. ¿Y cuál es la diferencia? Contentamiento es un estado positivo de tu ser, el consuelo es simplemente negativo. Tengo un ojo; otros ni siquiera tienen uno, eso me consuela. Soy desgraciado; hay otros que son todavía más desgraciados, eso me consuela. Soy joven; otros ya están viejos, eso me consuela. Estoy viejo, otros han muerto jóvenes, eso me consuela. Consolaciones y consolaciones, pero todas vacías.
Confucio cree en el consuelo. Lieh Tzu cree en el contentamiento y la diferencia entre ambas posturas se tiene que recordar. La satisfacción llega sólo cuando no comparas, cuando simplemente estás dentro de ti mismo, totalmente contigo mismo, centrado, arraigado. Y al estar en tu ser, te das cuenta de repente de que el todo es tuyo y de que tú eres parte del todo; no estás separado. El ego ha desaparecido, te has vuelto universal. En ese momento hay un gran contentamiento, una gran bendición, pero esa bendición, ese contentamiento no viene de una racionalización, viene de una realización: ésa es la diferencia.
El consuelo es una racionalización, el contentamiento es una realización.
Por tanto, hay tres estados mentales: el descontento, que es un estado de comparación; te comparas con los que tienen más que tú, entonces surge el descontento. Alguien tiene un hermoso automóvil y tú vas a pie, eres un peatón, entonces estás descontento. El segundo estado es el consuelo. Eres un peatón y ves a un mendigo que no tiene pies: te comparas con alguien que tiene menos que tú, pero de todas maneras te comparas. El descontento es una cara de la moneda; el consuelo, el mal llamado “contentamiento” es la otra cara de la misma moneda. Y el nombre de la moneda es “comparación”. Cuando te deshaces de la moneda por completo, del consuelo y el descontento, de todo, entonces te encuentras de pronto en un estado de no comparar. Éste es el verdadero contentamiento. Entonces no haces comparaciones sobre quién tiene más, quién menos. En realidad no es ya un asunto de tener, es un asunto de ser. El tener nunca ayuda. Puedes tener todo lo que desees, pero nadie ha realizado su vida poseyendo.
Ahora bien, hay tres tipos de personas: los que poseen, los mundanos y los que renuncian, los no mundanos. Los primeros y los segundos no se oponen entre sí, aunque así lo parezca. Los primeros creen que al poseer más obtendrás la felicidad, los otros creen que al no poseer más obtendrán la felicidad, pero ambos creen en el poseer. El tercer tipo es de una dimensión totalmente diferente: la del ser; ni poseer ni no poseer.
Éste es el sentido que le doy al sannyas. No seas mundano, no seas no mundano. No te compares con los que poseen más, no te compares con los que poseen menos. No te compares. Simplemente se como eres… admite tu estado de ser. Se, y ese estado de ser traerá una tremenda alegría, y esa alegría será una, no muchas, y esa alegría no tendrá motivo alguno, será inmotivada, será simplemente como la salud, como el bienestar.
Había una vez un hombre solitario y desgraciado. Se dirigió a Dios diciéndole:
-Dios mío, envíame una hermosa mujer; estoy muy solo, necesito compañía.
Dios se echó a reír y le dijo:
-¿Y por qué no una cruz?
El hombre le contestó muy enojado:
-¡Una cruz! ¿Para qué? ¿Tengo aspecto de querer suicidarme? Sólo quiero una mujer hermosa.
Le fue concedida entonces una mujer hermosa, pero pronto se volvió todavía más desgraciado que antes. La mujer era un martirio constante.
Él volvió a rezar nuevamente diciendo:
-Dios mío, envíame una espada.
Su plan consistía en matar a la mujer y liberarse de ella; anhelaba poder regresar otra vez a los agradables viejos tiempos.
Pero Dios se echó a reír nuevamente y le dijo:
-¿Y la cruz, qué? ¿Te la envío ahora mismo?
El hombre se puso furioso y le dijo:
-¿No crees que esta mujer ha sido más que una cruz? Por favor, envíame sólo una espada.
Así que apareció la espada. Mató a la mujer, fue descubierto y se le condenó a ser crucificado. Le rezó a Dios y le dijo mientras reía a carcajadas:
-Perdóname, Dios mío, por no haberte escuchado. Tú hablaste de enviar esta cruz desde el propio comienzo. Si te hubiera escuchado me habría ahorrado muchos problemas innecesarios.
El mundo, el otro mundo, la vida de matrimonio y la vida del monje… tantas complicaciones. Si escuchas al Tao, entonces el mensaje es muy simple. Permanece arraigado en tu ser y te salvarás de todos los problemas que trae el poseer y de todos los problemas que trae el no poseer. Tú simplemente se. Ser es la meta del Tao.
Y se debe entender una cosa más: siendo, tú ya eres. No hay un llegar a ser; no tienes que llegar a ser; lo que es ya está ahí, lo llevas dentro de ti. Sólo debe permitírsele que se abra para que el perfume se libere al viento, y ésta es la verdadera canción, el gozo.
El hombre iba cantando, pero el canto era aparente, nada más; provenía del consuelo, no era un canto verdadero. El hombre tocaba un instrumento, pero la música no era de verdad, porque la verdadera música viene únicamente cuando estás profundamente arraigado en ti mismo. Entonces tú te conviertes en el instrumento y el todo toca en él.
Recuerda, si buscas consuelo lo encontrarás, pero es una falsa moneda, confortable, conveniente, es como una droga. Empiezas a beber pero continúas siendo infeliz. La desdicha no cambia, pero al beber empiezas a olvidarte de ella. El consuelo es una especie de intoxicación; además, nada cambia, porque la puerta que lleva a la desdicha permanece abierta; tú sigues comparando. La comparación es la causa fundamental de la desdicha. Al no ser comparativo, al no ser ni más alto ni más bajo, al ser tú mismo simplemente, al no pensar en relación con otros, al pensar sólo en términos de tu tremenda soledad, llegas a ser feliz.
Una vez me contaron una historia:
Había una mujer que tenía un cuerpo extraordinario. Era deliciosa, bien desarrollada, tenía las medidas perfectas. Pero con todos estos dones contrajo una neurosis a causa de los mirones.
-¿Qué medidas tomas para evitar la calamidad? –le preguntó su psiquiatra.
-Pues mantengo las persianas bajadas, pongo barrotes en las ventanas y siempre me desnudo detrás de una mampara.
-¿Y cómo consigues impedir que los chicos miren a través del ojo de la cerradura?
-Pues dejo la puerta abierta.
Efectivamente, si dejas la puerta abierta, nadie puede espiar por el ojo de la cerradura, pero la puerta está abierta, ¿entonces de qué sirve? El consuelo es así: como la puerta que permanece abierta, porque el consuelo depende de la comparación, y la infelicidad también depende de la comparación. Por tanto, la puerta está abierta, pero tú llegas a estar cada vez más intoxicado con el consuelo, cada vez más sofocado con tus propias teorías, con tus racionalizaciones, cada vez más aislado. Oculto detrás de tus amortiguadores, no te encuentras con la vida. Deja la comparación.
Ahora bien, esta parábola, si se lee ordinariamente, te dejará la impresión de que Lieh Tzu no está diciendo nada en contra de Confucio. Ésta es la forma que tienen los taoístas de decir las cosas; son personas muy sutiles. Lieh Tzu no ha pronunciado una sola palabra en contra de Confucio, pero ha demolido toda la filosofía confuciana. En consecuencia, cuando leas estas parábolas vas a ver que no son simples. Simples lo son, en cierta forma, pero muy profundas. Tienes que sumergirte a fondo, tienes que excavar, tienes que adentrarte en ellas y conocer la diferencia entre disciplina y espontaneidad.
Si algo viene de la disciplina, el Tao está en su contra. Si algo viene de la espontaneidad, el Tao está a su favor. El Tao es espontaneidad, el Tao es “lo que es”, el Tao es una aceptación tremenda de lo que hay. Y en esa aceptación uno florece. Osho
Osho Tao |
Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
Fuente: oshogulaab.com