Yo afirmo que no hay ni podrá haber ningún Superyo, ni Dios, ajeno a esta vida.
Una mañana temprano, antes de la salida del sol, un pescador fue al río.
Cerca de la orilla sintió algo debajo de sus pies, y descubrió que era una
pequeña bolsa con piedras. Recogió la bolsa y echando la red a un lado, se
acuclilló a la orilla del agua, esperando la salida del sol. Estaba esperando
la luz del día para iniciar su trabajo diario. Perezosamente, cogió una piedra
de la bolsa y la lanzó al agua. «Plop», se oyó en el agua. Entretenido con el
sonido lanzó otra piedra. Al no tener otra cosa que hacer, siguió lanzando las
piedras, una por una...
Poco a poco el sol se levantó. Llegó la luz. Ya para entonces había
lanzado todas las piedras, excepto una. La última piedra estaba en su palma. Su
corazón casi le falló cuando, a la luz del día, vio lo que tenía en la mano.
¡Era una piedra preciosa! En la oscuridad, había arrojado muchas de ellas.
¡Cuánto había perdido sin darse cuenta! Lleno de remordimientos, se maldijo a
sí mismo, sollozó, lloró y casi enloqueció de pesar.
Por accidente, se había encontrado con una gran riqueza que podría
haberle proporcionado un extraordinario bienestar en su vida. Pero sin darse
cuenta, la había perdido en la oscuridad. Y sin embargo, era afortunado, pues
aún le quedaba una gema: la luz había llegado antes que arrojara la última
«piedra». En general, la mayoría no es ni siquiera tan afortunada.
La oscuridad te rodea por todos lados, el tiempo se va consumiendo, el
sol no ha salido aún y ya hemos desperdiciado todas las gemas de la vida. La
vida es un gigantesco tesoro, y el hombre no hace otra cosa que desperdiciarla. Cuando nos damos cuenta de la importancia de la vida, ya se nos ha escurrido
entre los dedos. Los secretos, los misterios, la felicidad, la liberación, el
paraíso: todo lo hemos perdido. Hemos malgastado la vida.
En los próximos tres días, tengo la intención de hablar acerca de los
tesoros de la vida. Es difícil instruir a la gente que trata a la vida como a
una bolsa de piedras. Esta gente se irritará si les señalas el hecho de que lo
que están arrojando no son piedras, sino joyas. Se enfurecerán. No debido a que
lo que se les dice sea falso, sino porque se les demuestra su insensatez,
porque se les recuerda lo que han perdido. Sus egos hacen su aparición. Se
enfadan.
Sin embargo, sin importar lo que se haya perdido hasta ahora, si aún
queda un poco de vida, si sólo queda una «piedra», tu vida aún puede ser
salvada. Nunca es demasiado tarde para aprender. Incluso uno podría
beneficiarse. Y especialmente en la búsqueda de la Verdad, nunca es tarde; no
hay motivo para sentirse derrotado.
Pero, debido a nuestra ignorancia, en medio de la oscuridad, hemos dado
por sentado que la bolsa de la vida no es otra cosa más que una colección de
piedras. Los débiles de corazón han aceptado la derrota antes de hacer un
esfuerzo en la búsqueda de la Verdad.
Para empezar, deseo advertirles en contra de la trampa del fata-lismo,
contra el engaño de la certeza del fracaso. La vida no es un montón de arena y piedras.
Si tienes la actitud correcta para verlo, encontrarás muchas cosas buenas en la
vida. Encontrarás en ella una escalera para llegar a Dios.
En nuestro cuerpo hecho de sangre, de carne y de huesos, existe algo,
alguien que se halla separado de estas cosas. No guarda ninguna relación con la
sangre, con la carne y los huesos. Está allí, aun en el cuerpo físico, que nace
hoy y muere mañana. Es inmortal. No tiene ni principio ni fin. Esto, lo que no
tiene forma, se encuentra en el centro mismo de cada uno de nosotros. Desde la
oscuridad de tu ig-norancia, te apremio a que busques esa llama imperecedera.
La llama inmortal se halla oculta tras el humo mortal y por esto no
podemos ver la luz. Vemos el humo y retrocedemos. Algunos, los más valerosos,
buscan un poco más, pero sólo en medio del humo. Y es así que no pueden llegar
tampoco a la llama, a la fuente de la Iluminación.
¿Cómo realizar el viaje hacia esta llama oculta detrás del humo, hacia
el Yo dentro del cuerpo? ¿Cómo podemos realizar al SuperYo, lo Universal, que
se halla camuflado, oculto en la naturaleza?
Hablaré acerca de ello en tres etapas.
En primer lugar, nos hemos cubierto con tales prejuicios, con ideas
infiltradas y pseudo-filosofías, que nos hemos imposibilitado el ver la verdad
desnuda. Disponemos de hipótesis de lo que la vida es, sin saber, sin buscar,
sin sentir curiosidad. Se nos ha enseñado durante miles de años que la vida no
tiene sentido, que la vida es inútil, que la vida es sufrimiento. Se nos ha
hipnotizado para que creamos que nuestra existencia es inútil, carente de
propósito, pesarosa. La vida ha de ser despreciada, debiera ser pasada por
alto. Se nos ha recitado esto una y otra vez, y es así que ahora sentimos que
la vida no es más que un gran caos, una fuente de sufrimiento.
Es a causa de este menosprecio por lo que el hombre ha perdido todo
encanto, alegría y amor. El hombre se ha transformado en un bulto informe. El
hombre se ha convertido en un turbulento mar de pesadumbre. Y uno no ha de
asombrarse de que, debido a estas erróneas ideas, el hombre haya dejado de
intentar reflexionar sobre sí mismo. ¿Por qué deberíamos buscar la belleza en
un bulto repug-nante? Y cuando creemos firmemente que la vida es sólo para ser
atravesada, para ser aguantada, ¿qué sentido tiene aceptarla, purificarla y
hacerla más hermosa? Creemos que todo esfuerzo es inútil.
Nuestra actitud hacia la vida es similar a la del hombre que se instala
en la sala de espera de una estación de ferrocarril; como la de un viajero que
utiliza la sala de espera. Este hombre sabe que se ha detenido aquí por un
rato. Deberá irse pronto. Por tanto, ¿qué importancia tiene esta sala de
espera? Ninguna en absoluto. No tiene significado. Tira diversos objetos al
suelo, escupe, la ensucia. Es des-cuidado. No le interesa esmerarse en su
comportamiento; después de todo, deberá irse al cabo de un rato, al oír el
tañido de la campana. Del mismo modo consideramos la vida como una residencia
temporal.
La tendencia general es preguntar porqué se ha de preocupar uno en
buscar la verdad y la belleza en la vida. Pero quisiera enfatizar que esta vida
llegará a su fin a su debido momento, y entonces no habrá posibilidad de huir
de la «verdadera» vida. Podemos cambiar esta casa, este lugar; pero la esencia
de nuestra vida permanecerá con nosotros. Y éste es nuestro Yo, con una Y
mayúscula. No existe forma alguna de deshacerse de él.
Somos moldeados por lo que hacemos. En último término, nuestros actos
nos moldean, para bien o para mal. Modifican y dan forma a la vida y moldean el
alma. Lo que hagamos con nuestra vida y cómo vivamos determinará nuestro
desarrollo futuro. Nuestra actitud hacia la vida guiará el camino de nuestra
alma: cómo evolucionará, qué misterios, hasta ahora inexplorados, descifrará.
Si el hombre fuera consciente de que su actitud hacia la vida conforma su
futuro, descartaría de inmediato el pesimista punto de vista según el cual la
vida es discordante, inútil, carente de significado. Entonces, podría darse
cuenta de la falsedad de la creencia de que la vida es pesarosa, de que no
existe un esquema para las cosas. Entonces, podría descubrir que todo lo que se
opone a la vida es irreligioso.
Sin embargo, en nombre de la religión se nos ha enseñado la negación de
la vida. La filosofía de la religión ha estado orientada hacia la muerte, no
hacia la vida. Predica que aquello que se halla después de la vida es
importante, mientras que aquello que se halla antes de la muerte no tiene
significado. Hasta ahora, la religión ha reverenciado la muerte, pero no ha
mostrado respeto alguno por la vida. En ninguna parte encontraremos la
aceptación jubilosa de las flores y frutos de la vida, pero sí la hallaremos
impregnada de un obstinado apego a las flores muertas. ¡Nuestras vidas son loas
en las tumbas de flores muertas!
La especulación religiosa siempre se ha concentrado en el otro lado de
la muerte: en el paraíso, en el moksha, en el nirvana, como si no le interesara
lo que ocurre antes de la muerte. Os quiero pregun-tar, si sois incapaces de
vivir con lo que hay antes de la muerte, ¿cómo podréis arreglároslas con lo que
hay después de la vida? ¡Será casi imposible! Si no podemos beneficiarnos con
lo que hay aquí, antes de la muerte, no podremos prepararnos o capacitarnos
para lo que vendrá después de ella. La preparación para la muerte debe hacerse
durante la vida. Si existe otro mundo después de la muerte, también allí nos
veremos enfrentados a aquello que hemos experimentado en esta vida. No existe
forma de sustraerse a estos efectos, a pesar de lo que se proclama para
descalificar esta existencia y renunciar a esta vida.
Yo afirmo que no hay ni podrá haber ningún Superyo, ni Dios, ajeno a
esta vida. También afirmo que amar la vida es la sadhana, el camino que le
lleva a uno hasta Dios. La verdadera religión consiste en aprovechar la vida
misma. Realizar la Verdad Suprema de la vida es el primer paso prometedor para
lograr la total liberación. Aquel que se pierda la vida se perderá todo lo
demás.
Tantra Yoga Meditación |
Pero la tendencia de la religión ha sido exactamente la opuesta:
abandonar la vida, renunciar al mundo. La religión no aconseja la contemplación
de la vida, no prepara para dirigir la propia vida, no te dice que lo único que
determina tu vida es la forma en que la vivas, sino que dice que si la vida te
parece desalentadora, es debido a que la percibes en forma impura. La vida
puede llenarte de felicidad si conoces la forma apropiada de vivirla.
Yo llamo a la religión, el arte de vivir. La religión no es la
disolución de la vida, sino un medio para explorar profundamente los misterios
de la Existencia. La religión no consiste en volverle la espalda a la vida,
sino en enfrentarla directamente. La religión no es escapismo, es abrazar la
vida de forma total. Es la realización total de la vida.
Como consecuencia directa de esas fundamentales ideas erróneas de la
religión, sólo los ancianos se interesan en ella. Sólo verás ancia-nos en los
lugares de Dios: en los templos, en las iglesias, en las gurudwaras, en las
mezquitas. ¡No verás jóvenes allí! No verás niños allí. ¿Por qué? Sólo existe
una explicación. Nuestra religión se ha convertido en la religión de las
personas de edad avanzada. Es para aquellos que se hallan al final de sus
vidas, para aquellos acosados por el miedo al muerte, para aquellos que están
llenos de ansiedad por lo que acontece tras la muerte.
¿Cómo puede iluminar la vida una religión que se basa en la filosofía de
la muerte? Tras cinco mil años de enseñanzas religiosas, esta Tierra va de mal
en peor. Aun cuando a este planeta no le faltan templos, mezquitas, iglesias,
sacerdotes, maestros, ascetas y demás gente similar, la gente aún no se ha
vuelto religiosa. Esto se debe a que la religión tiene una base falsa. La vida
no se halla en los cimientos de la religión. La religión está concebida en
torno a la muerte. No es un símbolo metafórico, sino la lápida de un
cementerio. Esta religión desviada no puede revitalizar la vida...
¿Cuál es la causa de todo esto?
En estos tres días hablaré acerca de la religión de la vida, la religión
de la fe viva y de un principio elemental que al hombre común nunca se le anima
a descubrir; ni siquiera se le dice nada al respecto. En el pasado se ha hecho
todo lo posible para ahogar esta ley básica de la vida, para acallar esta
verdad. Y el resultado de este grave error se ha convertido en una enfermedad universal.
¿Cuál es el elemento central en la vida común del hombre? ¿Dios? No. ¿El
alma? No. ¿La verdad? No. ¿Qué hay en el núcleo del hombre? ¿Cuál es la
urgencia fundamental que surge de las profundidades del hombre común, en la
vida del hombre medio, del hombre que nunca medita, que nunca busca su alma,
que nunca emprende un peregrinaje? ¿Devoción? No. ¿Oración? No. ¿La liberación?
No. ¿El nirvana? No, en absoluto.
Si intentamos descubrir el impulso más fuerte del hombre común, si
buscamos la fuente de la fuerza que anima la vida, no encontraremos ni la
devoción a Dios, ni la oración, ni la sed por conocer. Encontraremos allí algo
diferente, algo que está siendo arrinconado en el olvido, algo que nunca es
enfrentado conscientemente, que nunca es evaluado. ¿Qué es ese algo? ¿Qué
encontrarás si diseccionas, si analizas el núcleo del hombre? ¿Ese «algo» que
resplandece en el interior del hombre?
Dejando de lado al hombre y concentrándonos en el reino animal o en el
reino vegetal, ¿qué encontraremos en el núcleo de todo? Observando las
actividades de una planta, ¿qué encontramos allí? ¿Adónde conduce su
crecimiento? Toda su energía se dirige a producir una nueva semilla. ¡Todo su
ser está ocupado en producir una nueva semilla! ¿Qué está haciendo un pájaro? ¿Qué
está haciendo un animal? Si observamos en profundidad las actividades de toda
la Naturaleza, encontraremos un solo proceso desarrollándose plena-mente. Y
este proceso es el de la «creación continua», la procreación, el proceso de
crear nuevas y diferentes formas de ser. Las flores tienen semillas; los frutos
tienen semillas. ¿Cuál es el destino de la semilla? La semilla crecerá y se
convertirá en una planta, en una flor, en un fruto, en una nueva semilla y así
sucesivamente, y el ciclo se repetirá... El proceso de procreación es eterno.
La vida es una fuerza que está continuamente regenerandose a sí misma. La vida
es creatividad, es un proceso de autocreación.
Lo mismo es válido en el caso del hombre. A esta pasión, a este proceso,
lo hemos bautizado con el nombre de «sexo». También se le llama lujuria. De
allí han surgido otros nombres. Se ha transformado en un insulto. Y el acto
mismo de desacreditarlo ha contaminado el ambiente.
Y entonces, ¿qué es esta lujuria? ¿Qué es esta pasión? ¿Qué es esa
fuerza llamada «sexo?»
Desde tiempos inmemoriales, las olas del mar vienen, una tras otra y se
estrellan contra la playa. Las olas vienen, se rompen y desa-parecen.
Nuevamente vienen, empujan, luchan, se dispersan y vuelven a su estado
anterior. La vida tiene una necesidad interna de progresar, de ir hacia
adelante. Estas olas del mar, estas olas de la vida, tienen en sí una
inquietud. Existe un continuo esfuerzo en pos de algo. ¿Cuál es su propósito?
Es un deseo intenso por lograr una mejor posición, es una pasión por alcanzar
alturas más elevadas. Detrás de esta energía interminable, la vida lucha por
alcanzar una buena vida, la vida se esfuerza por alcanzar una existencia mejor.
No hace mucho, sólo unos pocos miles de años, que el hombre apareció
sobre la Tierra. Antes de eso, sólo había animales en ella. No hace tanto
tiempo que los animales comenzaron a existir. Antes de eso, hubo un tiempo en
el cual no había animales; sólo plantas. Y tampoco las plantas han estado en
este planeta desde hace mucho. Antes que ellas aparecieran, sólo había rocas,
montañas, ríos y océanos.
¿Y con qué motivo se hallaba inquieto este mundo de rocas, de montañas,
de ríos y de océanos? Estaba luchando por producir plan-tas. Poco a poco, las
plantas aparecieron en la existencia. La fuerza vital se manifestó en una nueva
forma. La tierra se cubrió de vegetación. Siguió produciendo vida, procreó.
Surgieron las flores, las frutas. Pero las plantas se sentían intranquilas. No
se hallaban sa-tisfechas consigo mismas. El impulso interno las llevaba a algo
más elevado. Estaban ansiosas de producir animales y aves. Entonces aparecieron
los animales y las aves y ocuparon este planeta durante muchísimo tiempo. Pero
no había ningún hombre a la vista. El hombre estuvo siempre allí, implícito en
los animales, esforzándose por nacer... Y entonces, en su momento, apareció el
hombre.
Y ahora, ¿en qué situación se encuentra el hombre? El hombre está
esforzándose incesantemente para crear nueva vida. A esta ten-dencia la hemos
llamado sexo; la llamamos «la pasión de la lujuria.» ¿Cuál es la dimensión, el
significado de esta «lujuria»?
Este impulso básico se dirige a crear, a producir nueva vida. La vida no
desea extinguirse. Pero, ¿para qué? ¿Es posible que ese hombre esté intentando
crear un hombre mejor, una forma de vida más elevada que él mismo? ¿Es acaso
cierto que la fuerza de la vida se halla a la expectativa de un ser que es
mucho mejor que el hombre mismo? Sabios, desde Nietzche hasta Aurobindo, de
Patanjali a Bertrand Russell, han alimentado un sueño en lo más profundo de sus
corazones, un sueño en el cual aparece un hombre superior a sí mismo. Un
superhombre. Se han estado preguntando cómo puede ser producido otro ser, mejor
que el hombre actual.
Sin embargo, desde hace miles de años hemos condenado deliberadamente
este impulso de procrear. En vez de aceptarlo, hemos abusado de él. Le hemos
desacreditado hasta relegarlo al escalafón más bajo. Lo hemos ocultado y hemos
simulado que no existe, como si no hubiera espacio para él en la vida, como si
no cupiera en la disposición de las cosas.
La verdad es que no existe nada tan vital como este impulso, al que
debiera adjudicársele el lugar que legítimamente le corresponde. Ocultándolo y
pisoteándolo, el hombre no se ha liberado. Al contrario; el hombre se halla
ahora en una situación más enredada y peor que antes. La represión ha producido
el resultado opuesto al esperado.
Alguien está aprendiendo a ir en bicicleta. El camino es grande y ancho,
pero si hay una pequeña roca a un lado del camino, el hom-bre teme estrellarse
contra la roca. Existe un uno por ciento de pro-babilidades de que choque
contra esa piedra. Aun un ciego tiene las probabilidades totalmente a su favor
en cuanto a pasar sano y salvo. Sin embargo, debido al temor a la roca, el
hombre se concentra sola-mente en ella. La roca cobra importancia en su
conciencia y el camino desaparece de su vista. Se halla hipnotizado, es atraído
por esa roca y finalmente se estrella contra ella. Un novato choca contra
aquello -una roca o un poste de energía eléctrica- de lo cual intenta, por
todos los medios, salvarse. Y sin embargo, el camino era grande y amplio, ¿cómo
se las arregló este hombre para accidentarse?
Según el psicólogo Coué, la mente corriente se halla gobernada por la
«Ley del Efecto Contrario». Nos estrellamos contra aquello que deseamos evitar,
pues el objeto del miedo se transforma en el centro de nuestra conciencia. Del
mismo modo, el hombre ha estado intentando, durante los últimos cinco mil años,
salvarse del sexo y la consecuencia de ello es que se enfrenta con el sexo en
todas sus formas, en todos los rincones de su vida. La ley del efecto contrario
ha sometido el alma del hombre.
¿No te has dado cuenta de que la mente es atraída, es hipnotizada por
aquello que intenta eludir? La gente que enseñó al hombre a estar en contra del
sexo es totalmente responsable del hecho de que la mente humana esté llena de
sexo. La sexualidad exacerbada del hombre se debe a enseñanzas pervertidas.
Hoy en día, nos sentimos temerosos de hablar acerca del sexo. ¿Por qué
sentimos un «temor moral» frente a este tema? Eso se debe a la suposición de
que el hombre se volverá más sexual si habla de sexo. Esta idea es totalmente
errónea; después de todo, existe una amplia diferencia entre «sexo» y
«sexualidad» Nuestra sociedad sólo se verá liberada del fantasma del sexo si
desarrollamos el valor nece-sario para hablar acerca del sexo en forma racional
y sana.
Sólo podremos trascender el sexo si lo comprendemos en todos sus
aspectos. No puedes liberarte de un problema si cierras los ojos ante él. Aquel
que cree que el enemigo desaparecerá si cierra los ojos, está loco. En el
desierto, el avestruz piensa de la misma manera. Entierra su cabeza en la arena
y cree que, al no poder ver al enemigo, el enemigo no está allí. Este tipo de
lógica es perdonable en el caso de un avestruz, pero en el caso del hombre,
resulta imperdonable.
El hombre no se ha comportado mejor que un avestruz en el caso del sexo.
Cree que el sexo se desvanecerá si lo ignora, si cierra sus ojos. Si milagros
como ésos ocurrieran, la vida sería fácil, sería muy fácil vivir en el mundo.
Sin embargo, desgraciadamente, nada desa-parece con sólo cerrar los ojos. Al
contrario: ésta es la prueba de que le tememos, de que su atracción es más
poderosa de lo que podemos resistir. Cerramos nuestros ojos porque nos damos
cuenta de que no podemos reprimirlo.
Cerrar los ojos es señal de debilidad, y la Humanidad entera es la
culpable. El hombre no sólo ha cerrado abiertamente los ojos frente al sexo,
sino que, además, con ello se ha involucrado en una innumerable cantidad de
conflictos internos. Las devastadoras con-secuencias de esto son demasiado bien
conocidas como para enu-merarlas. El noventa y ocho por ciento de los enfermos
mentales -los neuróticos- lo están debido a la represión del sexo. La causa del
noventa y nueve por ciento de las histerias y enfermedades similares que sufre
la mujer, son desórdenes sexuales. La causa principal del miedo, la duda y la
ansiedad -la tensión del hombre contemporáneo- es la presión de la pasión, de
la lujuria. El hombre le ha dado la espalda a una urgente y poderosa necesidad.
Sin intentar comprenderla, nuestros ojos se han cerrado debido al miedo, y las
consecuencias de esto han sido demoledoras.
Para comprender esto, el hombre necesita solamente revisar su
literatura, el espejo de su mente. Si un hombre de la Luna o Marte viniera aquí
y revisara nuestra literatura, leyera nuestros libros y poesía, viera nuestras
pinturas... se sorprendería. Se preguntaría por qué todas nuestras artes y
literatura giran sólo en torno al sexo.
¿Por qué todas las poesías, todas las novelas, todas las revistas e
historias del hombre se hallan saturadas de sexo? ¿Por qué hay una fotografía
de una mujer semidesnuda en todas las portadas de las revistas? ¿Cómo es que
todas las películas hechas por el hombre se desarrollan en torno a la lujuria y
la pasión?
Se quedaría perplejo. Este visitante extraterrestre se preguntaría
porqué el hombre no piensa en nada más que en el sexo. Se hallaría doblemente
confundido si se encontrara con un hombre y hablara con él, pues éste se
esforzaría mucho por darle la impresión de que no tiene nada que ver con la
existencia del sexo. Y viceversa: el hombre hablaría acerca de Dios, del
paraíso, de la liberación,... No diría una palabra acerca del sexo, aun cuando
todo su ser se hallara repleto de ideas respecto al sexo. El extraterrestre se
quedaría estupefacto al darse cuenta de que el hombre ha inventado innumerables
artificios para satisfacer ese deseo sobre el cual no menciona una palabra.
La religión orientada hacia la muerte ha llenado de sexo la mente del
hombre. También ha pervertido al hombre desde otro ángulo. ¡Y eso en nombre de
elevados ideales! Le muestra el pináculo dorado del celibato- el brahmacharya -
pero no da ninguna indicación para colocar el pie en el primer peldaño, para
comprender la base, para comprender el sexo.
En primer lugar, debiéramos aceptar y comprender al sexo, el im-pulso
fundamental, y sólo entonces podríamos esforzarnos por trascenderlo, por sublimarlo,
que es el modo para alcanzar la etapa del celibato. Sin comprender,en todas sus
formas y facetas, esta fuerza de vida fundamental , todos los esfuerzos por
restringirla o suprimirla convertirán al hombre en un loco enfermo e
incoherente. Pero no nos concentramos en esta enfermedad principal y hablamos
de los altos ideales del celibato. El hombre nunca ha estado tan enfermo, tan
neurótico, nunca ha sido tan infeliz ni tan desgraciado. El hombre está
pervertido. Está envenenado desde sus mismas raíces.
En cierta ocasión pasaba frente a un hospital. Leí en un cartel: «Aquí
fue tratado un hombre picado por un escorpión. Fue curado y dado de alta el
mismo día».
Otro aviso decía: «Un hombre fue mordido por una serpiente. Fue tratado
y regresó a su hogar sano y salvo después de tres días».
Un tercer informe decía: «Un hombre fue mordido por un perro rabioso.
Está sometido a tratamiento desde hace diez días y muy pronto se recobrará».
Aparecía también un cuarto informe: «Un hombre fue mordido por un
hombre. Eso ocurrió hace muchas semanas. Se halla inconsciente y es muy poco
probable que se recupere.»
Me quedé sorprendido. ¿Es acaso posible que la mordedura de un hombre
sea tan venenosa?
Si somos observadores, llegaremos a concluir que el hombre ha acumulado
en sí mismo gran cantidad de veneno. Quizás sea debido a los «médicos
charlatanes», pero el motivo más importante es la negativa a aceptar aquello
que es natural en el hombre, aquello que constituye su ser fundamental. Hemos
intentado, en vano, frenar y aniquilar sus impulsos innatos. No se hace intento
alguno por trans-formar, por elevar esos impulsos. Nos hemos obligado, en forma
equivocada, a controlar esa energía. Esa energía está hirviendo y presionando,
como lava derretida, desde nuestro interior. Si somos descuidados, esa energía
puede desbordar al hombre en cualquier momento. ¿Saben entonces qué es lo
primero que ocurre cuando dicha energía encuentra el menor resquicio?
Lo aclararé mediante un ejemplo. Un aeroplano sufre un accidente. Tú te
encuentras en las cercanías y corres hacia el lugar. ¿Cuál será la primera
pregunta que te vendrá a la mente al ver un cuerpo entre los restos? ¿Será
acaso «¿Es esta persona hindú o musulmana?» ¡No! «¿Es esta persona india o
china?» ¡No!
En una fracción de segundo, lo primero que tratarás de saber es si es un
hombre o una mujer. ¿Sabes por qué esa es la interrogante que te viene primero
a la cabeza? Es el sexo reprimido el que te hace tan consciente de la
diferencia entre hombre y mujer. Es posible que olvides el nombre, rostro o
nacionalidad de un hombre. Si te he cono-cido, puede que olvide tu nombre, tu
rostro, tu casta, tu edad, tu clase social; en resumen, todo respecto a ti.
Pero uno nunca olvida el sexo de una persona, nunca olvidas si esa persona era
hombre o mujer. ¿Has tenido alguna vez alguna duda respecto a si la persona con
que te encontraste -por decir, el año pasado en un tren con destino a Delhi-
era un hombre o una mujer?
¿Por qué? Si olvidas todo respecto a una persona, ¿por qué no puedes
olvidar eso? Eso se debe a que la conciencia del sexo se halla firmemente
enraizada en nuestra mente, en nuestro proceso de pen-samientos. Se halla
siempre presente, siempre está activa.
Nuestra sociedad, nuestro mundo, nunca podrá ser sano mientras exista
esta cortina de hierro, esta distancia entre hombre y mujer. El hombre no podrá
estar en paz consigo mismo mientras este fuego ardiente se halle en su interior
y se halle sentado sobre él. Debe luchar por reprimirlo todos los días, a cada
instante. Este fuego nos quema, nos carboniza; pero aun así no estamos
dispuestos a encararlo, a examinarlo.
¿Qué es este fuego? No es un enemigo, sino un amigo. ¿Cuál es la
naturaleza de este fuego? Quiero deciros que una vez que lo conozcamos, dejará
de ser un enemigo; se transformará en un amigo. Si comprendiéramos este fuego,
no nos quemaría. Podría calentar nuestras casas, podría cocinar para nosotros y
también podría transformarse en un amigo para toda la vida. El rayo ha
relampagueado en el cielo desde hace millones de años. A veces, también ha
caído provocando la muerte de seres humanos. Nunca nadie pensó que algún día
esta misma energía haría funcionar nuestros ventiladores e iluminaría nuestras
casas. Nadie conocía estas posibilidades en aquel entonces. Hoy en día, esa
electricidad se ha transformado en nuestra amiga. ¿Cómo? Si hubiéramos cerrado
los ojos al respecto, nunca habríamos descifrado sus secretos; nunca la
habríamos utilizado. Podría haber seguido siendo nuestro enemiga y el objeto de
nuestro temor. Pero el hombre adoptó una actitud amistosa a ese respecto. El
hombre se propuso comprenderla conocerla, y lenta, lentamente, se desarrolló
una amistad duradera. Hoy nos sería difícil arreglárnoslas sin esa
electricidad.
El sexo en el interior del hombre, su líbido, es más vital que el rayo.
Un minúsculo átomo de materia pudo aniquilar la ciudad entera de Hiroshima, con
cerca de cien mil habitantes. ¡Pero un átomo de la energía sexual del hombre
puede crear un nuevo ser humano vivo! El sexo es más poderoso que la bomba
atómica. ¿Nunca has reflexionado acerca de las infinitas posibilidades de esta
fuerza y de cómo podemos transformarla en pro de una mejor Humanidad? Un
embrión de hombre puede ser responsable de un Gandhi, de un Mahavira, de un
Buda, de un Cristo. De él puede desarrollarse un Einstein, un Newton. Un germen
infinitamente pequeño de energía sexual tiene en sí, inmanifestada, una
imponente personalidad como la de Gandhi.
Pero no estamos dispuestos a comprender al sexo. Hasta hablar de ello en
público nos exige un tremendo valor. ¿Qué tipo de temor se ha apoderado de
nosotros para que no nos hallemos dispuestos a comprender a esta fuerza que ha
dado origen al mundo entero? ¿Qué es este miedo? ¿Por qué estamos tan
alarmados? La gente se escandalizó cuando hablé acerca de esto en mi última
reunión en Bombay. Recibí muchas cartas airadas que me pedían que no hablara en
esta forma, que no hablara en absoluto de este tema. Yo me pregunto: ¿Por qué
uno no debería discutir este tema? Puesto que este impulso ya es inherente en
nuestro interior, ¿por qué no hemos de conocerlo? A menos que conozcamos su
comportamiento, a menos que lo analicemos, ¿cómo podemos esperar elevarlo a un
nivel superior? Al comprenderlo, podremos transformarlo, podremos conquistarlo,
podremos sublimarlo; pero sin comprenderlo, moriremos sin haber logrado
liberarnos de él.
Lo que yo afirmo es que aquellos que prohíben charlas sobre el sexo han
reemplazado su energía sexual por humildad. Aquellos que se encuentran
asustados y que, por tanto, se han convencido a sí mismos de que son
«inocentes» respecto al sexo, son lunáticos, y han conspirado para convertir al
mundo en un gran manicomio.
La religión se ocupa de transformar la energía del hombre. La religión
intenta comprender al ser interno del hombre, sus aspiraciones e impulsos, de
la mejor forma posible. También es cierto que la religión debiera guiar al
hombre de lo inferior a lo superior, de la oscuridad a la luz, de lo irreal y
lo real, a lo eterno desde lo efímero.
Pero para llegar a alguna parte, uno debe comenzar desde el punto de
partida. Debemos partir desde donde estamos. Por lo tanto, resulta imperativo
saber primero acerca de «este» lugar, y por el momento, «esto» es más
importante que el lugar al que queremos llegar. En este contexto, el sexo es un
hecho, el fundamento, la realidad, el punto de partida. Mientras que Dios...
Dios está lejos de aquí. Sólo podremos alcanzar la verdad de Dios si
comprendemos el punto de partida. De otra forma, ni siquiera podremos movernos
un ápice. Estaremos perdidos, seremos un carrusel que no va a ninguna parte.
Cuando les hablé en nuestra primera reunión, pude percibir que no
estamos preparados para enfrentarnos a las realidades de la vida... Entonces,
¿qué podemos hacer? ¿Qué podemos alcanzar? Entonces, toda la alharaca acerca de
Dios y el alma es sólo una convicción vacía. Pura charla hueca.
Sólo conociendo la realidad podremos elevarnos sobre ella. Y en
realidad, el conocimiento es trascendencia. En primer lugar, debiéramos
comprender algo correctamente: el hombre nace del sexo. Todo su ser es el
producto de prácticas sexuales, y se halla lleno de la energía del sexo. La
energía de la vida es la energía del sexo.
¿Qué es esta energía sexual? ¿Por qué es el sexo algo que condi-ciona
tanto nuestras vidas de una forma tan poderosa? ¿ Por qué satura nuestro ser en
forma tan total? ¿Por qué giramos en torno a él hasta el final? ¿Dónde se halla
la fuente de esta tendencia?
Los sabios y los profetas la han degradado desde hace miles de años,
pero el hombre no se ha dejado impresionar. Hace mucho tiempo que predican que
debemos derrotarlo, que hemos de expulsar sus pensamientos y deseos, que nos
hemos de liberar de esta «ilusión». Y sin embargo, el hombre no ha logrado
romper los grilletes. Esto no puede lograrse así como así. La forma de hacerlo
es errónea.
Cada vez que me he encontrado con prostitutas, nunca hablaban de sexo.
Preguntaban acerca del alma y de Dios. También me encuentro con monjes y
ascetas. Siempre que nos encontramos solos, lo único que preguntan es acerca
del sexo. Me sorprendió el darme cuenta de que la conciencia de los ascetas
parece estar aprisionada por el sexo, aun cuando ellos siempre predican contra
él. Sienten curiosidad y están inquietos. Tienen este complejo mental aun
cuando sermonean respecto a la religión y a los instintos animales del hombre.
Y eso es natural, porque no hemos deseado o intentado comprender este
problema. No nos hemos preguntado: ¿A qué se debe esta gran atracción hacia el
sexo?
¿Quién te enseña acerca del sexo? El mundo entero se halla en contra de
que se enseñe. Los padres sienten que a sus hijos no se les debiera permitir
conocerlo. Los profesores tienen la misma actitud. Las escrituras también
afirman eso. No existe ninguna escuela o universidad que enseñe el tema del
sexo. Todas las instituciones educacionales prohíben el conocimiento respecto a
esto. Pero sin embargo, en algún momento de la adolescencia, el hombre
encuentra por sí mismo que todo su ser, su prana, se halla repleto de la
ansiedad del sexo. En ese momento, todas las precauciones adoptadas durante
siglos fracasan y el sexo se lleva la victoria.
¿Cómo es que esto ocurre? Se predica el amor por la verdad y la verdad
del amor... pero esto no perdura, su vulnerabilidad queda comprobada.
Esta es una prueba concluyente de que el sexo se halla enraizado
firmemente en el centro de nuestro ser. Pero ¿dónde se halla el anclaje? ¿Dónde
se halla el centro de esta gravitación natural que es tan poderosa y tan
profunda? Ahí reside el misterio y es necesario reconocerlo si deseamos
superarlo.
En realidad, básicamente lo que sentimos como atracción sexual no es la
atracción del sexo, pues después de cada orgasmo el hombre se siente drenado,
deprimido; se siente dolido, acongojado, amargado, y se propone evitar este
proceso en el futuro. Así que ¿de dónde proviene este estado de ánimo? Esto se
debe a que el deseo apunta a otra cosa, y no únicamente a la gratificación
física.
Comúnmente el hombre no establece contacto con lo más profundo de su ser
en el grado en que lo logra en la consumación de un acto sexual. En el curso
cotidiano de la vida, en la rutina diaria, el hombre experimenta una variedad
de experiencias: compra, hace negocios, se gana la vida; pero una relación
sexual le revela la más profunda de las experiencias. Y este suceso incluye una
dimensión religiosa profunda. El hombre se extiende más allá de sí mismo, se
trasciende a sí mismo.
Dos «cosas» le ocurren allí. En primer lugar, el ego se esfuma durante
la unión sexual: se crea la ausencia del ego. Por un instante, no hay un «yo»,
por un instante uno no se recuerda a sí mismo. ¿Sabes acaso que el «yo» también
se disuelve totalmente en la experiencia religiosa? ¿Sabes que el ego se
disuelve en la nada? En forma similar, durante la experiencia sexual el ego se
disuelve; el orgasmo es un estado en el que el ego es aniquilado.
El segundo elemento en la experiencia del sexo es que, por un instante,
el tiempo se desvanece; aparece la ausencia de tiempo. Acerca del samadhi,
Jesucristo dijo: «El tiempo ya no existirá». En el orgasmo, el sentido del
tiempo no existe. No hay pasado, no hay futuro, sólo el momento presente. El
presente no forma parte del tiempo. El presente es la eternidad.
Esta es la segunda razón por la cual el hombre se halla loco por el
sexo. El anhelo no es el de un hombre por el cuerpo de una mujer o viceversa.
La pasión apunta a otra cosa: hacia la ausencia de ego, la ausencia de tiempo.
Este clímax perdura durante sólo un instante; pero para obtenerlo, el
hombre pierde una cantidad considerable de energía vital y posteriormente
lamenta su pérdida. En algunos animales, el macho muere después de tener sólo
una relación sexual. Cierto insecto afri-cano puede hacerlo sólo una vez; la
energía se agota y él muere durante el acto. Y no es que el hombre no sepa que
el acto sexual disminuye su poder y reduce su energía, y que con ello se acerca
a la muerte. El hombre lamenta su indulgencia consigo mismo, pero muy pronto se
apasiona nuevamente. Con seguridad que existe un significado mucho más profundo
en su patrón de conducta que el que aparece a simple vista.
En la experiencia sexual existe un nivel más sutil que la mera rutina
física. Un nivel que es, en esencia, religioso. Debiéramos tratar de comprender
esta experiencia. Si no logramos comprender el significado de esta experiencia,
viviremos, creceremos y moriremos sólo en el sexo.
Tantra Yoga Meditación |
El rayo brilla en las noches oscuras, pero la oscuridad de la noche no
es el rayo. La única relación entre los dos, la base, es que el rayo brilla
solamente por la noche, sólo en la oscuridad. Y lo mismo resulta cierto
respecto a la experiencia sexual. La realización, la efervescencia, brilla
durante el sexo, pero ese fenómeno no es el sexo en sí. Aun cuando se halla
asociado con él, esta asociación no es exclusiva del sexo. El rayo que brilla
en el momento del orgasmo trasciende al sexo, proviene del más allá. Si podemos
captar esta experiencia del más allá, podremos elevamos por encima del sexo;
sino, no lo lograremos.
Pero aquellos que se oponen ciegamente al sexo no pueden apreciar el
fenómeno desde una perspectiva apropiada. Nunca podrán analizar la causa de
este deseo insaciable, esa ansia de sexo. Lo que deseo enfatizar es que este
fuerte anhelo recurrente por el sexo apunta, en realidad, al logro momentáneo
del samadhi, y que te podrías liberar del sexo si pudieras obtener el samadhi
sin necesidad del sexo. Si a un hombre que compra un artículo determinado
-digamos, por mil rupias- se le informa que puede obtenerlo de forma gratuita,
ningún hombre en sus cabales iría al mercado a comprarlo tan caro. Si un hombre
pudiera obtener el mismo éxtasis que obtiene en el sexo, a través de algún otro
medio, y en una medida superior, su mente deja-ría automáticamente de dirigirse
hacia el sexo. Su mente comenzaría a correr en otra dirección.
El hombre tuvo su primera realización del samadhi a través de la
experiencia sexual. Sin embargo, este asunto implica un alto, un muy alto
precio. Y nuevamente, no durará más de un instante. Regresamos a la situación
original después de un clímax momentáneo. Durante un segundo, alcanzamos un
plano diferente de la Existencia. Durante un segundo escalamos un clímax de
inmensa satisfacción. El impulso es hacia la cima, pero apenas hemos comenzado
cuando ya hemos caído por la ladera. Una ola aspira a elevarse hacia el cielo.
Apenas logra elevarse y sobresalir del agua, cuando ya comienza a caer. Del
mismo modo, en pos de ese éxtasis, de ese goce, de esa realización, de tiempo
en tiempo acumulamos energía y comenzamos a ascender nuevamente. Pero fracasamos
igual que siempre. Casi tocamos ese plano más sutil, ese ámbito más elevado, y
luego retrocedemos a nuestra posición original... pero con una cantidad
considerablemente menor de poder y energía.
Mientras la mente del hombre permanezca inmersa en el flujo del sexo, ascenderá y descenderá continuamente. La vida es un requerimiento fuerte y continuo hacia la ausencia de ego, hacia la ausencia de tiempo, ya sea de forma consciente o inconsciente. El deseo intenso del ser es conocer el yo verdadero, conocer la Verdad, conocer la Fuente Original que es eterna, que es infinita; unirse con aquello que se halla más allá del tiempo, puro; alcanzar la ausencia de ego.
Mientras la mente del hombre permanezca inmersa en el flujo del sexo, ascenderá y descenderá continuamente. La vida es un requerimiento fuerte y continuo hacia la ausencia de ego, hacia la ausencia de tiempo, ya sea de forma consciente o inconsciente. El deseo intenso del ser es conocer el yo verdadero, conocer la Verdad, conocer la Fuente Original que es eterna, que es infinita; unirse con aquello que se halla más allá del tiempo, puro; alcanzar la ausencia de ego.
Para saciar este deseo interno inconsciente del alma, el mundo está
girando en torno al eje del sexo. Pero ¿podemos acaso alcanzar, comprender y
desarrollar una relación con esa realización si negamos la existencia de esta
realidad interna y natural del hombre? Si nos oponemos al sexo en forma
vehemente, tal como lo hacemos, el sexo se transforma en el centro de la
conciencia. No podemos liberamos, sino que quedamos atados a él. La ley del
Efecto Opuesto comienza a operar: quedamos atados a él, queremos huir de él; y
cuanto más tratemos de liberarnos de él, más nos enredaremos en él.
Un hombre estaba muy enfermo: la enfermedad consistía en que se sentía
muy hambriento. La realidad era que no estaba enfermo en absoluto.
Había leído que la negación de la vida era el camino hacia la
liberación. Había leído que ayunar era religioso y que comer era pecado.
También se le había dicho que comer algo representaba violencia y que esto iba
en contra de los postulados de la no-violencia.
Cuanto más pensaba en el comer como un pecado, más reprimía el hambre. Y
en igual medida, el hambre se imponía. Solía ayunar durante tres o cuatro días,
y luego comía cualquier cosa, todo lo que encontraba, como un glotón. Se sentía
muy arrepentido después de comer por haber roto su compromiso. Además, el
sobrealimentarse y el comer indiscriminadamente producen sus propias consecuencias.
Y luego, para expiar su falta, venía otra ronda de ayuno y, nuevamente, después
de un tiempo, volvía a comer.
Finalmente decidió que no era posible seguir el camino correcto
permaneciendo en su casa. Renunció al mundo, se fue a la selva, ascendió a una
colina y halló un lugar solitario para quedarse. En su casa, su familia se
entristeció, pero su esposa, pensando que en su retiro podría haber superado la
enfermedad de comer, le envió un ra-mo de flores deseándole una pronta
recuperación y un pronto regreso. El hombre envió una nota de agradecimiento:
«Muchas gracias por las flores, estaban deliciosas»
Se había comido esas flores. No podemos ni imaginarnos a un hombre
comiendo flores en vez de alimento, pues no hemos practicado el sadhana del
ayuno como ese hombre. Por supuesto, aquellos que son adictos al comer podrán
comprender muy bien la situación. Sin embargo, en mayor o menor grado, todo el
mundo se halla confinado al sexo
Habiendo iniciado una guerra en contra del sexo, es difícil saber lo que
el hombre ha provocado. ¿Acaso la homosexualidad existe en alguna otra parte
que en la mal llamada sociedad «civilizada» del hombre? Los aborígenes que
permanecen en lugares apartados de la civilización no pueden imaginarse
siquiera que un hombre pueda unirse sexualmente con otro hombre. Yo he vivido
con tribus, y cuando les dije que la gente civilizada practicaba esto también,
se quedaron pasmados. No podían creerlo. Pero en Occidente existen clubs de
homosexuales. Y existen asociaciones que sostienen que es antidemocrático
prohibirlo, si hay tantos que la practican. Declaran que la persecución de los
homosexuales por la ley constituye una violación de los derechos humanos
fundamentales, que es la imposi-ción de la mayoría sobre una minoría. Esta
mentalidad - el nacimiento de la homosexualidad - es consecuencia de la guerra
en contra del sexo.
La prostitución también se halla en directa proporción con la
civilización de nuestra sociedad. ¿Alguna vez has reflexionado acerca de la
prostitución como institución? ¿Puedes encontrar una prostituta en las zonas
tribales montañosas? ¿En los poblados apartados? Es imposible. Esa gente no
puede siquiera imaginarse que existan mu-jeres que vendan sus virtudes, que
forniquen a cambio de una re-muneración. Sin embargo, este tráfico ha crecido
con el «avance» de la civilización del hombre. Es un acto similar al comer
flores. Aún más asombrados estaremos si examinamos las demás perversiones del
sexo, si analizamos todas sus repulsivas manifestaciones.
¿Qué le ha pasado al hombre? ¿Quiénes son los responsables de estas
desviaciones corruptas y repulsivas? Aquellos que le han enseñado al hombre a
reprimir el sexo en vez de comprendelo, ésos son los responsables. Es debido a
la represión por lo que la energía del sexo está fluyendo por canales que no le
corresponden. La socie-dad humana entera se ha vuelto enferma y es desdichada.
Si existe la intención de modificar a esta sociedad infectada de cáncer,
resulta esencial aceptar que la energía del sexo es divina, que la atracción del
sexo es en esencia religiosa. ¿Por qué es tan poderosa entonces la atracción
del sexo? De seguro que es poderosa, pero si logramos comprender el fundamento
básico del sexo, podremos elevar al hom-bre por encima del sexo. Y sólo
entonces el mundo de Rama podrá emerger del mundo de Kama, solamente entonces
podrá surgir un mundo de compasión desde el mundo de la pasión.
Fui con unos amigos a Khajuraho a ver el templo mundialmente famoso. La
pared más externa del templo, la periferia, está adornada con escenas de actos
sexuales, en las más variadas posturas. Existen esculturas mostrando diferentes
posturas, todas ellas posturas sexuales. Mis amigos preguntaban porqué estaban
allí esas esculturas decorando el templo.
Les expliqué que los arquitectos que construyeron esos templos eran
gente realmente inteligente. Creían que la pasión sexual se encuentra en la
circunferencia exterior de la vida. Aquellos que se hallaban aun enredados en
el sexo no tenían derecho a entrar en el templo.
Entramos. No había ningún ídolo representando a Dios en su interior. Mis
amigos se sorprendieron al no hallar estatuas dentro. Les dije que en el muro
externo de la vida existen la lujuria y la pasión, mientras que el templo de
Dios está adentro. Aquellos que aún se hallan embrujados por la pasión, por el
sexo, no pueden entrar al in-terior del templo de Dios. Aún se hallan rondando
en torno a la pared exterior.
Los constructores de este templo eran gente muy sensata. Este era un
centro de meditación. La sexualidad se halla en la superficie, en torno a toda
la circunferencia externa, y la quietud se halla en el núcleo, en el centro.
Ellos solían decir a los aspirantes que meditasen sobre el sexo, que primero
reflexionaran a fondo sobre las escenas sexuales del muro exterior. Cuando uno
había comprendido esto por completo y se hallaba seguro de que la mente se
había liberado del sexo, entonces podía entrar. Sólo entonces uno podía encarar
a Dios adentro.
En nombre de la religión, sin embargo, hemos destruido la posibilidad de
comprender el sexo. Le hemos declarado la guerra a nuestro instinto
fundamental. La norma nos dicta que no miremos al sexo, que cerremos los ojos y
entonces, irrumpamos a ciegas en el templo de Dios. Pero, ¿puede alguien llegar
a algún lado con los ojos cerrados? Aun si llegas adentro con los ojos
cerrados, no podrás ver a Dios. ¡En lugar de eso, verás aquello de lo cual
estás huyendo!
Quizás algunos crean que hago propaganda del sexo. Por favor decídles
que no me han entendido en absoluto. Hoy en día, es difícil hallar en la faz de
la tierra un enemigo del sexo más enconado que yo. Si dedican una atención
imparcial a lo que digo, será posible liberar al hombre del sexo. Esa es la
única posibilidad de lograr una humanidad mejor. Los pundits que creen ser
enemigos del sexo no son más que, en cierta forma, propagandistas del sexo. Han
creado una fascinación en torno al sexo. La oposición enconada ha creado una
insensata atracción.
Un hombre me dijo que no se interesaba en nada que no fuera reprobable,
que no fuera objeto de controversia, que no fuera ofensivo. Como bien sabemos,
la fruta robada es siempre más dulce que la que compramos en la tienda. Es por
eso que nuestra propia esposa no es tan dulce como parece ser la mujer del
vecino. La otra es como una fruta robada, algo prohibido. Al sexo le hemos
otorgado el mismo estatus. Es tentador. Se le ha adornado con una capa tan
intensa de mentiras que ha creado una atracción inmensa para nosotros. Bertrand
Russell ha escrito que en la Era Victoriana, cuando era un niño, las piernas de
las damas nunca debían ser vistas en público. Las ropas que vestían barrían el
suelo, cubriendo los pies por completo. Si, por casualidad, un sólo dedo del
pie de una mujer se hacía visible, el hombre se lo comía con los ojos.
Despertaba la pasión.
Agrega Russell que, hoy en día, las mujeres andan medio des-nudas. Sus
piernas están enteramente a la vista, pero que esto no nos afecta demasiado.
Eso prueba que, cuanto más ocultamos algo, más curiosidad nos produce. Así
pues, la primera etapa para liberar al mundo de la sexualidad es permitirles a
los niños permanecer des-nudos el mayor tiempo posible en sus hogares. Es
recomendable permitir a los niños -niños y niñas - jugar desnudos, tanto como
les sea factible, de modo que se familiaricen muy bien con el cuerpo del otro,
de modo que el día de mañana no surja ninguna necesidad en ellos de pellizcar,
empujar o arrimarse al otro en las calles. Y entonces ya no será necesario
imprimir fotos de desnudos en ningún libro. Debieran familiarizarse con el cuerpo
del otro, de modo que en el futuro no surja ningún tipo de atracción
pervertida.
Pero el mundo hace todo lo contrario. La gente que ha cubierto y
ocultado su cuerpo le ha, inadvertidamente, otorgado tanto atractivo que aunque
se ha apoderado de nuestras mentes, no hemos sentido todo su impacto.
Los niños debieran permanecer desnudos, debieran jugar desnudos durante
largo tiempo, de modo que ninguna semilla de locura les infectara por el resto
de sus vidas.
Sin embargo, la enfermedad está allí y sigue empeorando. Po-demos
observar la presencia de la enfermedad en la enorme cantidad de literatura
obscena que se está publicando actualmente. La gente la lee escondiéndola entre
las cubiertas del Gita o la Biblia. Gritamos que los libros obscenos debieran
ser prohibidos, pero nunca nos detenemos a pensar: ¿de dónde salen los hombres
que los leen? Pro-testamos en contra de que se cuelguen fotos de desnudos en
las pare-des, pero nunca nos detenemos a preguntamos porqué se los exhibe.
El sexo es natural, pero la sexualidad es el producto de las enseñanzas
en contra del sexo. Si estas enseñanzas y sermones no-científicos fuesen
llevados a la práctica, el alma del hombre estaría totalmente repleta de
sexualidad. Casi lo han logrado. Pero, gracias a Dios, estos profesores no
tienen mucho éxito en cuanto a enseñar a los hombres. Y, debido a su fracaso,
el hombre ha logrado salvar algo de su conciencia y de su poder de
discriminación. Si un hombre comprende correctamente al sexo, podrá elevarse
por encima de él. Debe elevarse y es necesario elevarse por encima de él.
En realidad, todos nuestros esfuerzos han producido resultados
equivocados porque no hemos entablado amistad con el sexo, sino que le hemos
tratado como a un enemigo. Hemos utilizado la represión y no la comprensión
para tratar los asuntos sexuales. Cuanto mayor sea la comprensión, más alto
podrá elevarse el hombre. A menor comprensión, mayor será el esfuerzo por
suprimir el sexo, y las consecuencias de la represión nunca son fructíferas,
nunca son agradables, nunca son sanas.
El sexo es la energía más vital del hombre y no debiera constituir un
fin en sí mismo. El sexo debiera guiar al hombre hacia su alma. El objetivo es:
desde la lujuria a la luz.
El sexo debe ser comprendido para alcanzar el celibato. Conocerlo es
liberarse de él, trascenderlo. Incluso después de una vida entera de
experiencia sexual, un hombre no es capaz de darse cuenta de que en una
relación sexual existe una experiencia de samadhi, un vistazo a la
superconsciencia. Eso constituye la fuerza magnética, la atracción suprema. Es
el llamado magnético de lo Sublime. Debes conocer y meditar acerca de esta
visión momentánea. Debes enfocar tu consciencia en ello, ¡sobre eso que nos
atrae tan tremendamente!
Existen formas más sencillas de lograr exactamente la misma experiencia.
La meditación, el yoga y la oración en grupo son otras alternativas, pero sólo
el recurso del sexo atrae al hombre con tanta intensidad. ¿Por qué? ¡Es muy
necesario reflexionar acerca de estas diversas formas que te podrían guiar al
mismo objetivo!
Un amigo me escribió, diciéndome que el tema que yo estaba tratando
resultaba muy embarazoso. Me pedía que imaginara la incómoda posición de una
madre sentada con su hija en el auditorio. Me pedía que pensara en una madre
que asistiera a mi charla acompañada de su hijo. Más adelante, me aconsejaba
que este tipo de tema no fuera discutido delante de todo el mundo. Le respondí
que había perdido el juicio, que sus objeciones no tenían fundamento. Si una
madre fuera sensata, debiera, a su debido tiempo, relatarle a su hija sus
experiencias con el sexo, antes que ésta resbalara a las regiones bajas del
sexo, antes de que se perdiera en los caminos desconocidos, inmaduros y
pseudo-científicos del sexo. Si un padre fuera lo suficientemente sensato como
para asumir su responsabilidad, debería discutir libremente el tema con su hijo
e hija para prevenirles en contra de los escollos más comunes, para salvar sus
vidas de una posible perversión en el futuro.
Pero lo irónico de la situación es que ni el padre ni la madre han
tenido ninguna experiencia profunda y consciente en este plano. Ellos mismos no
se han elevado por encima del nivel del sexo físico, y es así que, debido a su
propia experiencia, temen que sus hijos también se queden atascados en el mismo
nivel. Pero yo te pregunto, ¿Alguien te guió? Tú te enredaste por ti mismo. Y
tus hijos también se enre-darán. Será una repetición en la segunda generación y
en las poste-riores. ¿No es acaso posible que si se les explica, se les enseña
y se les permite pensar libremente, se salven por sí mismos de desperdiciar su
energía? Puede que no la desperdicien, puede que la transformen.
Todos hemos visto carbón muchas veces. Los científicos afirman que en un
lapso de unos pocos miles de años, el carbón se transforma en diamante. Un
diamante es la forma transformada de un pedazo de carbón. El diamante es sólo
carbón.
Quisiera deciros que el sexo es carbón, mientras que el brahmacharya -el
celibato- es un diamante. El celibato es una nueva forma de sexo. Es la
transformación del sexo; es carbón que ha sido sometido a un proceso
determinado y, creedme, no hay antagonismo entre los dos extremos. Y además, un
enemigo del sexo no puede alcanzar el brahmacharya.
Ahora bien, ¿qué queremos decir con brahmacharya, con celi-bato? Es la
charya de Brahma; una comunión con Dios. Significa alcanzar la experiencia
divina, vivir a Dios. Es totalmente posible transformar la energía en esta
dirección mediante la comprensión consciente.
La próxima vez tengo la intención de hablaros acerca de cómo puede
lograrse la transformación, de cómo la experiencia de Kama, la lujuria, puede
ser sublimada para convertirse en Rama, la luz. Deseo que escuchéis con
atención, de modo que no me malinterpretéis... Y cualquier pregunta que surja
en vuestras mentes, por favor formuladla con honestidad y enviadla por escrito,
de modo que pueda hablaros con claridad respecto a ellas en el curso de los
próximos dos días... No es necesario, ni existe motivo alguno para ocultar
ninguna pregunta que surja en vuestras mentes; que oculte la Verdad de la
vida.Tampoco es necesario huir de nada. La Verdad es Verdad, ya sea que
cerremos los ojos frente a ella o no lo hagamos. Sólo aquél que tiene el valor
de enfrentarse a la Verdad es un hombre religioso. Aquellos que son débiles,
cobardes y no poseen la suficiente reso-lución para enfrentarse a los hechos de
la vida, no se les puede ayudar a convertirse en hombres religiosos.
Os invito, en los días venideros, a reflexionar acerca de esto, pues no
se puede esperar de los antiguos profetas y sabios que hablen acerca de ello.
Quizás tampoco vosotros os halléis acostumbrados a oír charlas como éstas.
Vuestras mentes pueden reaccionar con temor, pero os insto a ser pacientes y a
escuchar con objetividad. Es posible que la comprensión del sexo pueda
conduciros al templo del alma.
Fuente: Segunda Charla
Gowalia Tank Maidan