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Unión Mística - Osho

EL CAMINO SUFI


Puliendo el Espejo del Corazón


Hola! Aquí te presento este artículo Unión Mística Sufí armé extrayendo la información de Osho que a mi criterio era importante para estos tiempos, sobre todo si nunca has leído Mística y te interesarías saber algo o quizás Iluminarte. Mi intención es que te sirva como guía para tu Espiritualidad y lo acompañes con el Yoga si así quisieras y tomes conciencia del conocimiento que nos brinda Osho. Namaste !


Primera Parte:

Tratamos de razonar nuestro camino hacia él:
no funcionó;
pero en el momento en que nos rendimos,
ningún obstáculo quedó.

El se presentó a nosotros por bondad:
¿De qué otro modo podríamos haberlo conocido?
La razón nos llevó hasta la puerta;
pero fue su presencia la que nos hizo entrar.

Pero, ¿cómo podrás nunca conocerlo
mientras seas incapaz de conocerte?

Uno por uno es uno,
ni más, ni menos:
el error comienza con la dualidad;
la unidad no conoce el error.

El camino que debes recorrer tú mismo
consiste en pulir el espejo de tú corazón.
No es con rebelión y discordia
como se pule el espejo del corazón,

liberándolo de la herrumbre
de la hipocresía y incredulidad.
Tu espejo es pulido por tu certeza:
por la pureza sin aleación de tu fe.

Libérate de las cadenas que has forjado a tu alrededor;
Pues serás libre cuando estés libre de la arcilla.
El cuerpo es oscuro, el corazón brilla radiante;
El cuerpo es mero abono, el corazón es un jardín florido.

Flor de Loto
Flor de Loto 


Hakim Sanai: para mí este nombre es tan dulce como la miel, tan dulce como el néctar. Hakim Sanai es único, único en el mun­do del Sufismo. Ningún otro Sufi ha sido capaz de alcanzar tal al­tura y de esperar una penetración de tal profundidad. Hakim Sanai ha sido capaz de hacer casi lo imposible.

Si tuviese que rescatar sólo dos libros de todo el mundo de los místicos, entonces los dos libros serían estos: uno sería del mundo del Zen, el camino de la consciencia: el Hsin Hsin Ming de Sosan. He ha­blado de él; contiene la quintaesencia del Zen, del camino de la consciencia y la meditación. El otro libro sería el Hadiqatu'l Haqiqat de Hakim Sanai: El Jardín amurallado de la Verdad; en pocas palabras, El Hadiqa: El Jardín. Éste es el libro en el que entraremos hoy.

El Hadiqa es la fragancia esencial del camino del amor. Así co­mo Sosan fue capaz de capturar el alma misma del Zen, Hakim Sa­nai fue capaz de capturar el alma misma del Sufismo. Libros así no son escritos, nacen. Nadie los puede componer. No son fabricados en la mente, por la mente; vienen del más allá... son un regalo. Na­cen tan misteriosamente como nace un niño, un pájaro o florece una rosa. Nos llegan, son regalos.

Entonces, primero entraremos en el nacimiento misterioso de este gran libro El Hadiqa, El Jardín. La historia es tremendamente hermosa.

El Sultán de Ghazna Bahramshah avanzaba con su gran ejército hacia la India en un viaje de conquista. Hakim Sanai, un famoso poeta de la corte, también estaba con él, acompañándolo en este viaje de conquista. Llegaron al lado de un gran jardín, un jardín amurallado.
Ése es el significado de firdaus: el jardín amurallado. Y de firdaus viene la palabra «paradise» (paraíso) en inglés.

Estaban apurados; el Sultán avanzaba con un gran ejército a conquistar India. No tenía tiempo. Pero sucedió algo misterioso y tuvo que parar, no hubo modo de evitado.
El sonido de un canto proveniente del jardín captó la atención del Sultán. Él era un amante de la música pero nunca había oído nada como esto. Tenía grandes músicos en su corte y grandes can­tantes y bailarines, pero nada que pudiera compararse a esto. El so­nido del canto, la música y la danza. .. lo había escuchado sólo des­de afuera pero tuvo que dar a su ejército la orden de detenerse.

Era tan extático. El sonido mismo de la danza, de la música y del canto era psicodélico, como si se vertiese vino dentro de él: el Sultán se embriagó. El fenómeno no parecía ser de este mundo. Ciertamente había en él algo del más allá: algo del cielo tratando de alcanzar la tierra, algo de lo desconocido tratando de comunicarse con lo conocido. Él tuvo que detenerse para escuchar esto.

Había éxtasis en ello, tan dulce y sin embargo tan doloroso: des­garraba el corazón. Él quería seguir adelante, estaba apurado; debía llegar pronto a India, aquel era el momento óptimo para conquistar al enemigo. Pero no había manera. En el sonido había un magnetis­mo tan fuerte, extraño e irresistible que a pesar suyo tuvo que entrar al jardín.

Era Lai-Khur, un gran místico Sufi, pero conocido por las masas sólo como un borracho y un loco. Lai-Khur es uno de los nombres más grandes en toda la historia del mundo. No se sabe mucho acer­ca de él; la gente como él no deja muchas huellas tras de sí. Excep­to esta historia, nada ha sobrevivido. Pero Lai-Khur ha vivido en la memoria de los Sufis a través de las épocas. Él siguió rondando en el mundo de los Sufis porque nunca más se vio un hombre como él.

Estaba tan ebrio que la gente no estaba equivocada al llamarlo borracho. Estaba ebrio las veinticuatro horas, ebrio de lo divino. Caminaba como un borracho, vivía como un borracho, totalmen­te abstraído del mundo. Y sus palabras eran simplemente una locu­ra. Éste es el pico más alto del éxtasis, cuando las expresiones del místico sólo pueden ser entendidas por otros místicos. Para las ma­sas comunes parecen irrelevantes, parecen gibberish.

Te sorprenderá saber que la palabra «gibberish» en inglés está basada en el nombre de un místico Sufi: Jabbar. La palabra inglesa «gibberish» surgió a causa de las palabras de Jabbar. Pero incluso Jabbar no era nada en comparación con Lai-Khur.
Para los ignorantes, sus palabras eran ultrajantes, sacrílegas, es­taban en contra de la tradición y en contra de todas las formalida­des, los amaneramientos y las etiquetas: contra todo lo que se co­noce y se entiende como religión. Pero para aquellos que sabían, no eran sino oro puro.

Él estaba disponible sólo para unos pocos escogidos, porque só­lo muy pocas personas podían elevarse a las alturas en las que él vi­vía. Él vivía en el Everest, el Everest de la consciencia, más allá de las nubes. Sólo los que eran suficientemente afortunados y suficiente­mente valientes como para escalar la montaña eran capaces de en­tender lo que él estaba diciendo. Para las masas comunes era un loco. Para los conocedores era simplemente un vehículo de Dios, y todo lo que iba llegando a través de él era pura verdad: verdad y só­lo verdad.

Él se había hecho deliberadamente una mala reputación. Ésa fue su manera de volverse invisible ante las masas. Los Sufis hacen eso; tienen un método muy extraño de volverse invisibles. Permanecen visibles, permanecen en el mundo, no escapan de él, pero crean de­liberadamente un cierto ambiente a su alrededor para que la gente deje de venir a ellos. 

Las multitudes, la gente curiosa, la gente estú­pida, simplemente deja de venir a ellos; los Sufis no existen para ellos, se olvidan de ellos completamente. Éste ha sido un antiguo método de los Sufis para poder trabajar con sus discípulos.

Puedes verlo aquí. Ustedes son mis Sufis. Yo soy casi invisible para la gente que vive en Poona. Estoy aquí y no estoy aquí: no es­toy aquí para ellos, estoy aquí sólo para ustedes. Aquí soy invisible hasta para los vecinos. Ellos ven y sin embargo no ven, oyen y sin embargo no oyen.
Lai-Khur se había hecho deliberadamente una mala reputación. 

Ahora, ¿puedes encontrar a un hombre que tenga más mala repu­tación que yo? Y es tan bueno... mantiene alejados a los tontos. Entonces él era visible sólo para los perceptivos. Un maestro, si real­mente quiere trabajar, si tiene la intención seria de hacer algo, tie­ne que volverse invisible para aquellos que no son auténticos bus­cadores.


Flor de Loto
Flor de Loto 


Eso es lo que solía hacer Gurdjieff, el debe haber aprendido al­gunas cosas de Lai-Khur. Gurdjieff había vivido con maestros Sufis por muchos años antes de volverse él mismo un maestro. Y cuando haya terminado esta historia verás muchas semejanzas entre Gurd­jieff y Lai-Khur.

Lai-Khur pidió vino y propuso un brindis «por la ceguera del Sultán Bahramshah».
Ahora, en primer lugar el gran místico pidió vino. Se supone que las personas religiosas no toman vino. Para un musulmán tomar vino es uno de los mayores pecados; está en contra del Corán, está en contra de la idea religiosa de cómo debería ser un santo. Lai­-Khur pidió vino y propuso un brindis «por la ceguera del Sultán Bahramshah».


El Sultán debe haberse vuelto loco. Debe haber estado furioso: ¿llamarlo ciego a él? Pero se encontraba bajo el gran impacto extá­tico de Lai-Khur. Entonces, aunque por dentro estaba hirviendo, no dijo ni una sola palabra. Esos hermosos sonidos y la música y la danza aún lo tenían hechizado, aún estaban allí en su corazón. Ha­bía sido transportado a otro mundo. Pero otros objetaron. Sus ge­nerales y sus cortesanos objetaron.

Cuando surgieron las objeciones, Lai-Khur se puso a reír loca­mente e insistió en que el Sultán merecía ser llamado ciego por ha­berse embarcado en un viaje tan tonto. Dijo: «¿Qué puedes con­quistar en el mundo? Todo quedará atrás. La idea de conquistar es estúpida, totalmente estúpida. ¿Adónde estás yendo? ¡Eres ciego! Porque el tesoro está dentro de ti. Y tú te vas a India; perdiendo el tiempo, haciéndole perder el tiempo a los demás. ¿Qué más se ne­cesita para llamar ciego a un hombre?».

Lai-Khur insistió: «El Sultán es ciego. Si no fuese ciego debería volver a su hogar y olvidar todo acerca de esta conquista. No cons­truyas casas con cartas, no hagas castillos en la arena. No vayas tras los sueños, no seas loco. ¡Vuelve! ¡Mira hacia adentro!».
El hombre que tiene ojos mira hacia adentro, el hombre ciego mira hacia fuera. El hombre que tiene ojos busca el tesoro adentro. ­

El hombre ciego se precipita por todo el mundo, mendigando, ro­bándole a la gente, asesinando, con la esperanza de encontrar algo que le falta. Nunca se encuentra de esa manera, porque no es afue­ra donde lo has perdido. Lo has perdido en tu propio ser: la luz debe ser llevada allí.
Lai-Khur insistía en que el Sultán era ciego. «Si no lo eres, da­me una prueba: ordena al ejército que retorne. Olvídate completa­mente de esta conquista y nunca más te embarques en ninguna otra    conquista. Todo esto es una insensatez».
El Sultán estaba impresionado, pero no fue capaz de volver. Debe haber sido la misma situación que había ocurrido antes, cuando Alejandro el Grande venía a conquistar India y otro místi­co, Diógenes, se rió de él. Y le dijo: «¿Por qué? ¿Para qué estás ha­ciendo un viaje tan largo? ¿Y qué ganarás con conquistar la India, o con conquistar el mundo entero?».
Y Alejandro dijo: «Quiero conquistar el mundo entero para así poder finalmente descansar, relajarme y disfrutar».

Y Diógenes se rió y le dijo: «Debes ser un tonto, ¡porque yo es­toy descansando ahora!». Y estaba descansando, relajándose a la ori­lla de un pequeño río. Era temprano en la mañana y estaba toman­do un baño de sol, desnudo en la arena. Dijo: «Estoy descansado y me estoy relajando ahora, y no he conquistado el mundo. Ni si­quiera he pensado en conquistar el mundo. 

No parece tener ningún sentido que trates de conquistar el mundo y volverte victorioso só­lo para después descansar y relajarte, porque yo estoy descansando sin haber conquistado nada. Y la orilla de este río es lo suficiente­mente ancha como para contenernos a los dos. Descansa aquí. Des­hazte de tus ropas y toma un buen baño de sol, ¡y olvida todo acer­ca de la conquista!                                                    
 «Y mírame: soy un conquistador sin conquistar el mundo. Y tú eres un mendigo.»
La situación debe haber sido la misma con el Sultán Bahrams­hah, y Lai-Khur debe haber sido otra vez el mismo tipo de hombre. En este mundo han habido sólo dos tipos de personas: las que sa­ben y las que no saben. Es la misma escena representada una y otra vez, la misma historia actuada una y otra vez. Una vez es Alejandro el Grande el que actúa de ciego y Diógenes el que trata de desper­tarlo. Otra vez es Lai-Khur el que está tratando de despertar al Sul­tán Bahramshah.

Alejandro dijo: «Lo siento. Puedo entender lo que dices pero no puedo volver atrás. Tengo que conquistar el mundo; si no lo con­quisto no podré descansar. Perdóname. Tienes razón, lo admito».

Y lo mismo sucedió con Bahramshah. Él estaba triste y avergon­zado. Pero dijo: «Perdóname, tengo que ir, no puedo regresar. India debe ser conquistada. No podré descansar o sentarme en silencio hasta que no la haya conquistado».

Luego Lai-Khur pidió un brindis «por la ceguera de Hakim Sa­nai», porque él era la persona más importante del grupo después de Bahramshah. Era su asesor, su consejero, su poeta. Era el hom­bre más sabio de su corte, y su fama había llegado también a otras tierras. Ya era un poeta consumado, un gran hombre sabio, bien conocido.

Luego pidió un brindis «por la ceguera de Hakim Sanai», lo que debió causarle al gran poeta una considerable sacudida. Ante esto hubo objeciones aún mayores, por la excelente reputación, sa­biduría y carácter de Sanai. Él era un hombre de carácter, un hom­bre muy virtuoso, muy religioso. Nadie podría haber encontrado ningún defecto en su vida. Había vivido una vida muy, muy cons­ciente, al menos ante sus propios ojos. Era un hombre de gran consciencia ética.

Surgieron más objeciones porque quizás el Sultán era ciego, co­dicioso, tenía una gran lujuria, gran deseo de poseer cosas, pero eso no se podía decir de Hakim Sanai. Él había vivido la vida de un hombre pobre aunque había estado en la corte. Aunque era el hom­bre más respetado de la corte de Bahramshah, había vivido como un hombre pobre: simple, humilde y con gran sabiduría y carácter. 

Pero Lai-Khur replicó que el brindis era aún mas apropiado ya que Sanai parecía no ser consciente del propósito para el que había sido creado; y cuando, a la brevedad, fuera llevado ante su hacedor y se le preguntara qué podía mostrar de sí mismo, él sólo sería capaz de mostrar algunos elogios estúpidos para reyes tontos, meros morta­les como él.
Lai-Khur dijo que era aún más apropiado porque de Hakim Sa­nai se espera mucho más que del Sultán Bahramshah.

Dijo:«Él tiene un potencial mayor y lo está desperdiciando, lo es­tá desperdiciando en hacer elogios para reyes tontos. Él no será ca­paz de enfrentarse a su Dios, estará en dificultades, no será capaz de responder por sí mismo. Todo lo que será capaz de mostrar será es­ta poesía, escrita en alabanza a reyes tontos como este hombre cie­go, Bahramshah.
Él es más ciego, totalmente ciego».

  Escuchando estas palabras y mirando a los ojos a aquel loco, Lai­-Khur, algo increíble le sucedió a Hakim Sanai: un satori, una súbi­ta experiencia iluminadora. Algo murió en él al instante, inmedia­tamente. Y algo nació, algo totalmente nuevo. En un momento, la transformación había ocurrido. Ya no era el mismo hombre. Este loco había penetrado realmente en su alma. Este loco había logra­do despertado.

En la historia del Sufismo, éste es el único caso de satori. En el Zen hay muchos casos; te he estado hablado acerca de estos casos. Pero en el mundo del Sufismo éste es el único caso de satori, iluminación sú­bita: no metodológica, no gradual; sucedió en un shock.
Lai-Khur debe haber sido un hombre de tremenda percepción.


Osho
Osho 

Hakim Sanai se inclinó, tocó los pies de este loco y lloró lágrimas de felicidad por haber llegado a casa. Murió y renació. Eso es un sa­tori: morir y renacer. Es un renacimiento.
Dejó al Sultán y se unió a una peregrinación hacia la Meca. El Sultán no estaba dispuesto a dejado ir, no estaba listo para hacerlo. Trató de impedírselo por todos los medios; hasta le ofreció a su única hermana en matrimonio, y la mitad del rei­no. Pero ahora todo carecía de sentido. Hakim Sanai simple­mente rió y dijo: «Ya no soy un ciego. Gracias, pero estoy ter­minado. Este loco me ha terminado de un plumazo, de un so­lo golpe».

Y se fue en una peregrinación a la Meca. ¿Por qué? Más tarde, cuando le preguntaron, dijo: «Tan sólo para absorber, para digerir lo que aquel loco me había dado tan súbitamente. ¡Fue demasiado! ­Fue desbordante. Fue abrumador. Necesitaba digerido. Él me ha­bía dado más de lo que yo merecía».

Entonces se fue a la Meca en una peregrinación, a meditar, a es­tar en silencio, a ser un peregrino desconocido, a ser anónimo. La cosa había sucedido pero tenía que ser absorbida. La luz había su­cedido, pero uno debe acostumbrarse a ella.

Y cuando se acostumbró a la nueva gestalt, a la nueva visión, volvió a Lai-Khur y le presentó este libro, El Hadiqa. Es lo que es­cribió en su camino de vuelta de la Meca.

Vertió su experiencia, su satori, en este libro. Estas palabras están saturadas de satori. Así es como nació este gran libro, como nace un niño: misteriosamente; como una semilla se convierte en un brote: misteriosamente; como un pájaro sale del huevo: misteriosamente. Como un capullo se abre temprano a la mañana, y se torna una flor, y la fragancia se esparce en los vientos.

Sí, este libro no fue escrito. Este libro es un regalo de Dios. Es­te libro es un regalo de Dios y una gratitud de Hakim Sanai a este extraño loco, Lai-Khur. Osho 

Fuente: Osho/Bhagwan Shri Rajnísh/es.wikipedia.org/
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